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El fin del principio
Autor: MAS (Argentina)
Fuente: MAS (Argentina)
Fecha: 23/04/2003

Título Original:

“En uno de los momentos cruciales de la Segunda Guerra Mundial, alguien preguntó a Winston Churchill si la batalla en cuestión marcaba el principio del fin. Y es famosa la réplica: «no, pero podría ser el fin del principio». Con la guerra de Irak, el mundo marca el fin del comienzo del nuevo desorden mundial...” (Immanuel Wallerstein, 07/04/03)

En efecto, ha finalizado el primer episodio. Pero aunque el libreto no está escrito en ninguna parte y depende de factores contradictorios, hay algo seguro: aquí no termina la película.

Este primer episodio se ha saldado con el triunfo militar del imperialismo. Tarde o temprano, esto era casi ineludible, dada su abrumadora superioridad bélica. La única posibilidad de evitarlo era que una prolongación de la resistencia iraquí, por un lado, y un gran ascenso del movimiento antiguerra, por el otro, provocara una crisis política en el campo imperialista, como sucedió en ocasión de la guerra de Vietnam.

Como señalamos en el último número de Socialismo o Barbarie, “si no lo impide a tiempo una crisis política... EE.UU. podría imponer finalmente su abrumadora superioridad militar y ocupar Bagdad” Y elementos de una posible crisis empezaron efectivamente a manifestarse en los primeros días de la invasión, cuando la fuerte resistencia en Basora y otras ciudades demostraron que los imperialistas no eran recibidos como “libertadores”.

Aunque esta victoria militar había que darla casi por descontada, la forma en que se produjo tiene sin embargo gran importancia. Allí pueden advertirse una serie de factores que empiezan a actuar en el “segundo episodio” que ya ha comenzado.

Ni Vietnam ni Afganistán

En ese mismo artículo, decíamos que antes de la guerra estaba planteada una gran incógnita: “¿Qué determinaría principalmente la actitud popular? ¿Las tropelías de Hussein? ¿O la presente agresión del imperialismo, que quiso aprovecharlas para presentarse como el «libertador»?” (SoB, 01/04/03)

Concluíamos que la fuerte resistencia inicial, así como la incorporación de algunos sectores de la población, incluso opositores, a las milicias, despejaba esa incógnita: el pueblo de Irak se estaba poniendo de pie para combatir la agresión.

Hoy debemos rectificar ese análisis. Las masas populares no recibieron a los imperialistas como “libertadores”, pero tampoco se produjo una movilización masiva para combatirlos. El resultado fue más “híbrido” y contradictorio.

“Iraq ha tenido sus mejores defensores militares en las formaciones irregulares que podían identificarse de manera más natural con la resistencia patriótica frente al invasor, mientras que las unidades regulares presuntamente mejor dotadas del régimen saddamista se han volatilizado.” Así resume lo ocurrido el boletín Andalucía Libre (15/04/03), sintetizando informes de los brigadistas españoles y de periodistas independientes en Bagdad. Los sectores incorporados a las milicias —que fue la única fuerza que combatió con eficacia— probablemente reflejaban una vanguardia de luchadores más o menos numerosa, pero no grandes sectores de masas.

Al mismo tiempo, eso no motivó que el pueblo iraquí diera la bienvenida a los invasores. Uno de los más delirantes propagandistas del imperialismo, el periodista del New York Times N.D. Kristof, lo admite con estas palabras:

“Si esto no es Vietnam, tampoco es la campaña de Afganistán, donde fuimos saludados como libertadores. [...] Y ése es nuestro gran problema a largo plazo... El desafío fundamental y estratégico es que hasta ahora muchos iraquíes comunes nos consideran como conquistadores más que como libertadores, para decirlo de la mejor manera.

“[...] Hoy la pregunta no es si ganaremos la guerra, sino si podremos persuadir a los iraquíes comunes de aceptar nuestra victoria. El peligro no es que Irak se transforme en otro Vietnam, sino que después de nuestra victoria se transforme en otro Líbano” (NYT, 04/04/03) Y hay que recordar que EE.UU., después de ocupar militarmente gran parte del Líbano en agosto de 1982, debió irse en febrero de 1984, corrido por los atentados y acciones guerrilleras.

Un régimen podrido y dos grietas político-sociales

Para el triunfo militar del imperialismo, la mediación que representaba el régimen de Hussein fue tan importante como su inmensa superioridad en armas y tecnología.

“Al elegir a Irak como blanco luego de Afganistán —decíamos en noviembre del año pasado—, los dirigentes del imperialismo yanqui demuestran ser aventureros pero no idiotas. No atacan a un gobierno y a un régimen que sea producto o reflejo de una gran revolución (como fue el caso de Vietnam), sino a una dictadura surgida de una contrarrevolución y que durante largos años fue uno de sus más fieles agentes en la región” (revista SoB, nov/02).

El aparato militar-burocrático de Saddam Hussein fue orgánicamente incapaz de sostener la lucha en el único terreno donde quedó demostrado que podían compensarse en alguna medida las abrumadoras ventajas bélicas del imperialismo: en el terreno de la lucha “irregular” en las ciudades. Y fue incapaz de hacerlo no sólo por sus propias características, sino porque además gran parte del pueblo, aunque evidentemente repudia a los invasores, no estaba dispuesta a luchar bajo Saddam.

Fueron especialmente importantes dos grietas político-sociales, que nos remiten a dos de los mayores crímenes de la dictadura: Uno, el del pueblo kurdo (17% de los habitantes de Irak), nacionalidad que predomina en el norte del país, de religión islámica sunnita. El otro, el de los chiítas, sector de árabes que profesan la otra rama importante del Islam, la chiíta. Los árabes chi[ítas son el 60% de la población y también son mayoría en Bagdad.

En 1988, Hussein exterminó aldeas enteras de kurdos usando gas venenoso. Ahora, las tropas imperialistas pudieron utilizar los servicios de combatientes kurdos para sus operaciones.

A los chiítas no les fue mejor con Saddam. El régimen mató a centenares de sus dirigentes religiosos. En 1991, tras la derrota en la guerra del Golfo, la dictadura ahogó en sangre un levantamiento chiíta en el sur del país. Y en 1999, el asesinato del ayatolla Mohammed Sadeq Al-Sadr provocó disturbios en Ciudad Saddam, el barrio chiíta de Bagdad, también aplastados a sangre y fuego. Ahora ese barrio ha sido rebautizado “Ciudad Al-Sadr” y es una especie de “territorio libre” controlado por milicias opuestas al antiguo régimen pero que también son hostiles al nuevo ocupante.

Árabes ciíítas, árabes sunnitas y kurdos sunnitas no sólo marcan diferencias religiosas y nacionales sino también sociales. Como ha sucedido en muchos países, en Irak las clases del capitalismo moderno se desarrollaron siguiendo en parte antiguas demarcaciones tribales, étnicas y religiosas. Así, la burguesía, las clases medias acomodadas, los profesionales y universitarios, y la alta burocracia del Estado y el ejército, son mayoritariamente árabes sunnitas. En cierto modo, el régimen de Saddam era una dictadura de sectores burgueses y burocráticos de raíces árabes sunnitas, aunque “modernizados” bajo la ideología laica del Partido Baath. Por el otro lado, el barrio chiíta de Bagdad —ex Ciudad Saddam y actual Ciudad Al-Sadr— es una inmensa “villa miseria”.

No fue casual, entonces, que desde allí partieran las hordas de saqueadores que asolaron no sólo los barrios de la burguesía, los clubes de la alta sociedad y los edificios públicos, sino que también destruyeron los tesoros culturales del Museo y la Biblioteca de Bagdad, y saquearon las escuelas y hospitales.

La actitud de gran parte de esa comunidad durante la guerra puede resumirse en dos “decretos” religiosos de uno de sus principales jefes, Al-Sistani, gran ayatollah de la mezquita de Al-Hawza (que es como el Vaticano de los chiítas): “no cooperar con los norteamericanos” y “no resistir a las fuerzas de la coalición” (Le Monde, 12/04/03).

"Bush-Saddam, los dos son la misma cosa"

Esta consigna, coreada por manifestantes iraquíes ante el Hotel Palestina —según informa el conocido periodista británico Robert Fisk (The Independent, 13/04/03)— indica para dónde comienza a soplar el viento.

Caído Saddam, muchas de las fuerzas y elementos que contribuyeron activa o pasivamente a su derrota, comienzan ahora a tomar rumbo propio. Y ese rumbo no coincide con el proyecto de los ocupantes de erigir una colonia petrolera.

Paradójicamente, son los dos factores que más debilitaron al antiguo régimen y a su esfuerzo de guerra —el problema nacional kurdo y la exclusión social y política de los chiítas—, los primeros en plantear obstáculos al establecimiento del nuevo orden colonial.

Después de haber alentado y armado a los combatientes kurdos contra Saddam, EE.UU. debe ahora hacer frente a sus reivindicaciones nacionales, lo que ha creado una situación explosiva en el norte de Irak, con la amenaza adicional de intervención militar de Turquía.

Esta tensión llevó a la primera masacre de civiles bajo el régimen de ocupación. En Mosul, principal ciudad del norte, una multitud se reunió el martes 15 frente al palacio de la gobernación, donde una reunión presidida por el jefe militar norteamericano había “elegido” como gobernador al árabe prooccidental Mushan Al Yaburi. Luego, el nuevo mandatario salió a hablar desde el balcón. “La protesta popular se desencadenó ante el tono favorable a EE.UU. de su discurso —informa el corresponsal de El País de Madrid—... en ese momento todos empezaron a corear al unísono: «Sólo Alá es Dios y Mahoma su profeta» y «No habrá democracia hasta que se vaya EE.UU.»”. La respuesta de los marines a esos desagradecidos no se hizo esperar. La multitud fue ametrallada con el saldo de 12 muertos y más de cien heridos.

El estreno de la “democracia a la Bush” no ha ido mejor en otras regiones. El mismo día de la matanza de Mosul, EE.UU. instaló una carpa con aire acondicionado en el sur de Irak, cerca de Nasiriya y de las ruinas de la antiquísima ciudad de Ur. Allí reunió 80 “delegados”... elegidos a dedo por Washington...

Esta asamblea de distintos grupos de oposición a Saddam, presidida por el general Jay Garner, fue el primer intento de dar “legitimidad” al gobierno colonial que se pretende instalar. Pero marcó también el primer fracaso. La organización más representativa de la mayoritaria comunidad chiíta no concurrió, reclamando el retiro de las tropas de EE.UU. Al mismo tiempo, en la cercana Nasiriya, una manifestación de 20.000 chiítas recorría las calles repudiando la asamblea y la ocupación. Así lo describe el corresponsal de la agencia Reuters (15/04/03): “«Sí a la libertad. Sí al Islam. No a Estados Unidos. No a Saddam», coreaban los manifestantes en una muestra clara de que a seis días de la caída del régimen, las fuerzas ocupantes no logran restablecer el orden y enfrentan un creciente rechazo en la población...”

El general inglés Tim Cross —que secunda a Jay Garner y que debe reflejar una experiencia colonialista más avezada— resume así la situación: “Todos quieren que salgamos de aquí lo antes posible. Quieren ser responsables de nuevo de su país.” (Reuters, 15/04/03) En estos términos se inicia el nuevo capítulo.

Roberto Ramírez
[Artículo publicado en Socialismo o Barbarie (periódico) del 16/04/03]

 

 

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