EE.UU. después de la guerra

La agenda neoconservadora y el test iraquí

 

Autor: Editorial Internacional

Fecha: 8/1/2003

Fuente: LVO 124


“Justamente cuando George W. Bush parecía acorralado por sus índices de popularidad más bajos, el escándalo de las mentiras para justificar la guerra a Irak, la lenta pero constante degradación de las condiciones de la ocupación en el terreno y el deterioro –tan constante como vertiginoso– de la economía estadounidense, sus fuerzas le entregaron esta semana el regalo de dos de sus cadáveres más deseados: los de Uday y Qusay Hussein”. Así calificó el analista Claudio Uriarte la reciente exhibición como trofeos de caza, de los cuerpos destrozados de los hijos de Saddam Hussein, señalando que “El logro no debe despreciarse, pero también debe ponérselo en perspectiva, … los cadáveres de esta semana le permiten desviar las presiones pero no necesariamente contestan las dificultades que continúan”1.
Los factores descriptos más arriba venían acosando a los halcones de la Casa Blanca y provocaron una pronunciada caída de la popularidad de Bush. La suerte de su aliado en la ofensiva guerrerista Tony Blair no era mejor. El británico se encuentra enredado en los entretelones del affaire Kelly, un espectro indeseado para la actual Administración en Washington
El siguiente informe, elaborado por La Verdad Obrera, centrado en analizar la situación del imperialismo norteamericano, está basado en un artículo de Juan Chingo de próxima aparición en la Revista Estrategia Internacional que versa sobre el nuevo escenario mundial luego de la victoria imperialista en Irak.

La “agenda” neoconservadora

La conquista de Bagdad y la instauración de una administración neocolonial es la operación más importante llevada adelante por la ofensiva guerrerista de Estados Unidos. Este ataque, concretado sin el aval de la ONU y con una amplia oposición de importantes potencias, otrora aliadas, fue la confirmación más evidente del curso unilateral de la política exterior del imperialismo yanqui, que se basa en la decisión de los halcones norteamericanos de trastocar los cimientos del orden mundial en su provecho. Irak fue el primer capítulo de la “agenda” neoconservadora que busca redefinir unilateralmente la hegemonía mundial a favor de los EE.UU.
La radical transformación de la política exterior norteamericana, está dirigida a posicionar a este imperialismo, como una superpotencia de dominio indiscutible, trastocando así el status quo actual. Esto se expresa de forma clara y patente en Medio Oriente, donde los actuales equilibrios políticos y geopolíticos fueron fuertemente sacudidos por la guerra y sus efectos.
El intento unilateralista norteamericano de redefinir un nuevo orden mundial contrasta con la realidad estructural de Estados Unidos que -a diferencia del pasado cuando comenzó a tallar como superpotencia mundial- no se trata de un imperialismo en una fase de expansión, sino en decadencia. Cuando los Estados Unidos entraron en la arena internacional eran jóvenes y robustos, y tenían la fuerza necesaria para hacer que el mundo adoptara su visión de las relaciones internacionales. En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era tan poderoso que parecía capaz de moldear al mundo a su imagen y semejanza. No es así hoy. Actualmente existen tres bloques económicos más o menos equivalentes y los Estados Unidos se encuentran en la difícil encrucijada de no poder retirarse del mando de la política mundial pero tampoco de dominar el mundo. En estas condiciones, el intento de imponer “el orden internacional liberal más grande aún que el que existió después de la Segunda Guerra Mundial”2, estructurado sobre la base de un nuevo sistema de alianzas con otros estados que compartan “los intereses y principios” de Estados Unidos, contiene una buena dosis de voluntarismo y aventurerismo, y está destinado a generar choques y tensiones en el escenario internacional, como demostró la crisis de la diplomacia en la reciente guerra de Irak. De persistir y desarrollarse estas fricciones, podrían terminar volviéndose en contra de su propio dominio.

El programa interno del neoconservadurismo: Un complemento de la política exterior agresiva

El “unilateralismo” de los Halcones tiene raíces económicas profundas. La llamada “globalización”, que significó un salto en la penetración imperialista en la periferia semicolonial a través de la desregulación de los mercados, las privatizaciones y la explotación de mano de obra barata, dio rienda suelta a las tendencias más depredadoras del capital norteamericano.
Desde los días de Ronald Reagan, esta orientación llevó al surgimiento de una elite de nuevos ricos, durante el boom económico y especulativo de los 80´ y sobre todo en los 90. La mayor opresión de las semicolonias combinada con una mayor regresión social interna, creó las condiciones objetivas para el desarrollo dentro de la oligarquía norteamericana de una base social que defiende y apoya una vuelta a las formas más barbáricas del imperialismo. El gobierno de Bush es una expresión acabada de estos sectores.
La política exterior agresiva, va a acompañada en el plano interno por un retroceso social cualitativo que ha sido calificado por The Nation como el intento de “dejar atrás el siglo XX”3.
El nuevo recorte impositivo a los ricos, la eliminación del impuesto a los dividendos de las acciones, la prohibición de sindicalización a los trabajadores estatales de la recién creada Área de Seguridad Interior del Estado, son medidas indicativas de hacia donde se quiere marchar. Las medidas que el programa neoconservador propugna, significan una enorme transformación de las condiciones de vida de las masas y de la clase media norteamericana4, un retroceso brutal de importantes conquistas conseguidas por el movimiento obrero y de masas en años de lucha. Implica además, liquidar la más mínima regulación al gran capital establecida luego de la crisis del 30’, volviendo a la forma del capitalismo de fines del siglo XIX, un capitalismo salvaje, denominado capitalismo de los “robber barons” (barones piratas).
En conclusión, estamos en presencia de la acción de las tendencias más voraces del capital financiero que buscan imprimir un giro aún más radical de la ofensiva burguesa si se lo compara con la primer oleada derechista, durante el gobierno de Reagan.5 Esta oleada, continuada durante los 90´, implicó no sólo modificaciones en la relación entre las clases, sino también al interior de la burguesía. La regresión social provocó un fuerte proceso de atomización de la clase obrera y de polarización de la clase media. Por su parte, en la burguesía se produjo una enorme concentración y centralización de las altas finanzas y la industria, como demuestra el hecho que 13 mil individuos concentran el 4% del PBI de la economía más grande del mundo. Esta verdadera “plutocracia” capitalista, unida por una y mil lazos a las dos patas del sistema bipartidista norteamericano, se adueñó de los resortes fundamentales del estado capitalista, cuyas políticas fueron una pieza clave de su acelerado enriquecimiento. En este sentido, podríamos definir al “neoliberalismo”, como un nuevo tipo de estado, para dar cuenta del cambio en la fracción de la clase dominante que hegemoniza el poder.
La actual oleada neoconservadora busca legitimar, naturalizar y consolidar el dominio de esta facción capitalista, profundizando y extendiendo el cambio no sólo en el terreno socio económico, sino incluso en el político y cultural, extirpando de raíz toda herencia de igualitarismo y avanzando sobre el régimen en un recorte sin precedentes de las libertades democráticas, reforzando la autoridad del ejecutivo y el control de los tres poderes del estado por parte de los personeros más derechistas del establishment político.

Los limites del poderío militar norteamericano

El programa neoconservador aunque goza de cada vez mayor aceptación dentro de la elite y refleja las tendencias profundas del capital norteamericano está atravesado por fuertes contradicciones, riesgos y sobre todo por una brecha enorme entre una supremacía militar indiscutida que es base de la “militarización” de su política exterior y la falta de voluntad de aceptar los sacrificios que la misma implica.
Desde el ángulo económico la política exterior está sometida a una contradicción estructural: la transformación de Estados Unidos en la principal nación deudora del mundo. Del 5% al 6% del Producto Bruto Norteamericano es dependiente de la inversión extranjera directa y el 40% de su deuda externa es poseída por tenedores de bonos extranjeros. Frente a las ambiciones “imperiales”, sus acreedores, en especial el capital europeo, podrían dudar de seguir financiando a los Estados Unidos.
Pero otro gran obstáculo radica en la transformación significativa de la relación entre los países centrales y los de la periferia, luego de las enormes luchas de liberación nacional que atravesaron el siglo XX.
Según cuenta el historiador Eric Hobsbawm refiriéndose a cuando el imperio británico comenzaba a imponer su dominio colonial hegemónico: “En el pasado se podía hacer porque, en gran parte del mundo, la gente estaba preparada para aceptar la lógica de poder. Los británicos consiguieron dirigir el imperio indio, que era mucho mayor que Gran Bretaña. Gobernaban a cientos de millones de personas con un numero mínimo de soldados y funcionarios británicos, en parte porque los indios siempre han estado sometidos a diversos conquistadores y aceptaban la lógica de la situación. Además ...el imperio británico en la India dependía, hasta cierto punto, de sus alianzas con los príncipes indios, que eran sus súbditos, pero salvaron a los británicos.” Esta caracterización, es compartida por los sectores más lucidos de la burguesía imperialista que frente a los indudables obstáculos que implica la resistencia en Irak y Medio Oriente.
Pero la debilidad mayor radica en la enorme carga que sobre la población norteamericana implica esta redefinición de las formas de la dominación imperialista y los riesgos que trae aparejados.
El miedo que provocaron en la población de Estados Unidos los atentados del 11/9, permitió a Bush sostener excepcionalmente una política imperial a bajo costo, al menos en el plano interno, en sus dos recientes incursiones imperialistas exitosas: Afganistán e Irak. Pero el proyecto militarista debe ganar sólidas bases sociales internas, y esto -a pesar del giro a la derecha que ha significado el gobierno de Bush- está lejos de verse. Nuevas convulsiones sociales internas o externas, nuevos atentados terroristas, y un mayor temor de la población, podrían generar en el futuro la base reaccionaria necesaria para una política de este tipo. Por el contrario, el creciente costo de la posición internacional de los Estados Unidos o un salto en la crisis económica interna podrían generar fuerzas hostiles al curso dictado por los neoconservadores. Lo que sí se puede afirmar es que una política militarista sostenida en el tiempo es difícil que mantenga el excepcional consenso que ha gozado la actual política exterior de Bush, y que la misma tienda a polarizar a la población norteamericana, a medida que se aleje el trauma causado por los efectos del 11/9.
En lo inmediato, la piedra de toque será Irak y la capacidad de Estados Unidos de manejar el creciente desafío que significa la lucha de las guerrillas combinadas con el despertar político de los chiítas al sur de Bagdad. Si los Estados Unidos y Gran Bretaña tienen éxito rápidamente -y transforman el actual descontrol en un gobierno estable-, Washington será legitimado. Si la transformación de Irak fracasa estrepitosamente, las consecuencias pueden ser ominosas. Como alerta un analista del Financial Times “Los Estados Unidos deben comprender los límites de su poder militar. La asunción de que su fuerza preponderante hace simple el reordenar la política interna del mundo es necia. Esto no significa que el esfuerzo no deba ser hecho nunca. A veces, ciertamente es, inescapable. Pero si los Estados Unidos intenta alcanzar sus objetivos a través de una militarizada política exterior que desprecie la visión de sus aliados y el rol de las instituciones globales, va a fracasar. Y esto sería una tragedia, no sólo para los Estados Unidos sino para el mundo”.6 Lo que asusta a sectores de la burguesía imperialista es que el actual curso militarista debilite al único policía mundial, guardián del orden capitalista en su conjunto.

NOTAS

1 Página/12, 27/7/2003.
2 National Security Outlook,1/5/2003.
3 “Rolling Back the 20th Century”, The Nation, 12/05/2003.
4 A modo de sumario los elementos concretos que ésta visión podría incluir, son los siguientes: a) la eliminación de los impuestos federales al capital privado, b) la privatización de la seguridad social y eventualmente el desmantelamiento de toda forma colectiva de ahorros de jubilación convirtiéndolos en cuentas individuales, c) el retiro del gobierno federal de su rol directo en vivienda, salud, asistencia a los pobres y muchas otras prioridades sociales largamente establecidas, d) restaurar la iglesia, la familia y la educación privada para que cumplan un rol más influyente en la vida cultural de la nación, otorgándoles una nueva base de ingresos (dineros públicos), e) fortalecer las empresas contra las cargas de las obligaciones regulatorias, especialmente en la reglamentación ambiental y f) destrozar el trabajo sindicalizado.
5 Reagan asumió la presidencia en 1980 luego de la crisis estructural en que cayó la economía norteamericana en la década del setenta, al fin del “ciclo virtuoso” del boom de la pos guerra.
6 Martin Wolf, Financial Times. 8-7-2003.



     
 

 

   
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