Latinoamérica

¿Y si Uribe pierde?

 

Autor: Editorial

Fecha: 25/10/2003

Fuente: Revista Cambio (Colombia)


El Presidente más popular de la historia se expone a una estruendosa derrota electoral en el referendo y en la Alcaldía de Bogotá.

En una inmensa bodega de 8.500 metros cuadrados en el occidente de Bogotá, vigilada por la Policía, personal militar y una guardia privada armada hasta los dientes, más de 180 millones de documentos electorales –unas 3.500 toneladas de papel– se acumulaban la semana pasada antes de ser repartidos este sábado, en 150.000 cajas debidamente numeradas y etiquetadas, a cada una de las 75.000 mesas de votación en todo el territorio nacional. La compañía Disproel, una alianza de la firma de valores y seguridad en documentos Thomas Greg y Carvajal y Cía., encargada del operativo por parte de la Registraduría, tenía ya todo milimétricamente preparado ocho días antes de la jornada electoral más larga de la historia de Colombia cuando, por primera vez, los colombianos vayan a las urnas durante dos días seguidos.

Pero, así como la Organización Electoral está preparada con lujo de detalles, el Gobierno no se siente tan listo. Por el contrario, sus encuestas le indican que existe una posibilidad alta de que la votación del sábado 25, cuando los electores deberán decidir sobre la suerte de 15 preguntas del referendo propuesto por el presidente Álvaro Uribe, no alcance la cifra mágica de 6,2 millones de sufragios, equivalente al 25% del censo electoral, piso fundamental para que el referendo sea validado por la Registraduría.

El martes pasado, tras analizar las cifras más recientes de diferentes sondeos de opinión, un selecto grupo de colaboradores del mandatario comenzó a estudiar propuestas audaces para la recta final de la campaña. Entre ellas está la de endurecer el lenguaje y hacerles ver a los colombianos que si el referendo se hunde por no alcanzar la votación necesaria, no sólo el presidente Uribe saldrá duramente derrotado, sino que los grandes ganadores serán los grupos terroristas que podrán recuperar parte de su legitimidad perdida con el argumento de que el 75% de los electores se negó a participar en el referendo propuesto por el mandatario. No todos en el alto gobierno coinciden con esta percepción y por eso, al cierre de esta edición, no era claro qué iba a hacer la administración Uribe, pues algunos de sus asesores recomendaban tomarse las cosas con calma y distanciar al mandatario del resultado del referendo, de tal manera que si éste se hunde, Uribe no salga tan golpeado.


¿Para qué sirve la popularidad de un Presidente si no puede convertirla en respaldo a las propuestas de su programa de gobierno?

Pero más allá de estas elaboraciones estratégicas, la verdad es que, a estas alturas, es difícil que el Presidente no pague una costosa cuenta política si fracasa el referendo. Y más grave aún, si las cosas le salen mal a Uribe el sábado 25, su situación puede empeorar el domingo 26, cuando los votantes elijan alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. La figura del Presidente es asociada con cuando menos uno de los candidatos que batalla cabeza a cabeza en la reñida competencia de cada una de las tres grandes ciudades. De modo que si el referendo se hunde y además en Bogotá gana el líder opositor Luis Eduardo Garzón, en Cali, el invidente Apolinar Salcedo y en Barranquilla, Guillermo Hoenisberg, el lunes en la mañana el Presidente más popular de la historia del país, al cumplir 14 meses de mandato, puede amanecer enfrentado a una catástrofe electoral.

Del mismo modo, si gana el referendo y el domingo los nombres que se imponen son los de Juan Lozano en Bogotá, Sergio Fajardo en Medellín, Kiko Lloreda en Cali y Guido Nule o en su defecto Edgar Perea en Barranquilla, el Presidente habrá conseguido una moñona sin precedentes y el lunes podrá cantar victoria. Pero la verdad es que entre los conocedores de la política, la balanza de las apuestas se inclina más por la primera que por la segunda opción.


El binomio Uribe-referendo

A pesar de la complejidad de los temas introducidos en el referendo, desde cuando el Gobierno llevó el proyecto original al Congreso, luego, cuando las cámaras lo modificaron de acuerdo con el Ejecutivo y, finalmente, cuando la Corte Constitucional validó buena parte de sus preguntas, pero cercenó las que entre otras cosas permitían el voto en bloque de todas las preguntas, Uribe y sus asesores permanecieron tranquilos. Tenían la idea de que, aun si los electores no entendían las, por momentos, enrevesadas líneas del texto refrendatario, irían masivamente a votarlo como un acto de respaldo al Presidente.

Y no les faltaba razón. Hasta mediados de este año, los estudios de opinión revelaban que entre quienes apoyaban a Uribe –una cifra que ha rondado el 65% o más– cerca del 80% tenía la clara intención de participar en el referendo, lo que llevaba a calcular que la participación real iba a estar muy por encima del 25% del censo electoral requerido.

Pero esta situación comenzó a cambiar tras el fallo de la Corte, a principios de julio. Pronto se hizo evidente la dificultad de que el grueso público entendiera las implicaciones de cada uno de los 15 puntos, cuando aun connotados juristas discutían sus verdaderos alcances sin ponerse de acuerdo. Según César Valderrama, de la firma encuestadora Opinómetro-Datexco, "durante el seguimiento semanal que hemos hecho a la intención de voto en el referendo, hemos comprobado una y otra vez que el mayor obstáculo para vender la propuesta presidencial ha sido su desconocimiento y los problemas para entender cada uno de los puntos".

El segundo elemento que complicó la situación del Gobierno es que mientras los promotores del referendo debían esforzarse en vender las bondades de los 15 puntos de su texto, los opositores recorrían un camino mucho más fácil: el de promover la abstención en un país históricamente abstencionista. Antonio Navarro, Lucho Garzón y sus compañeros del Polo Democrático, lo mismo que los dirigentes sindicales opuestos al desmonte de algunos de sus privilegios, contenido en el referendo, y también la Dirección Liberal en cabeza de la senadora Piedad Córdoba, concluyeron que apostarle al "No" tenía para ellos un efecto perverso y podía ser muy útil para Uribe, pues cada voto por el "No" sumaba para los 6,2 millones necesarios para validar la consulta.

Por esa razón se la jugaron por la abstención. Ello les evitaba contribuirle al Gobierno en la sumatoria total de votos, a la vez que les ahorraba tener que explicar por qué debían votar "No" en cada punto. El mensaje mucho más sencillo de que el referendo no sirve, de que no derrota ni la corrupción ni la politiquería, caló fácilmente en un país de escépticos y con una tradición abstencionista que ronda el 60% en las elecciones para cargos públicos.


El Gobierno busca endurecer el lenguaje y hacerles ver a los colombianos que si el referendo se hunde, no sólo pierde el presidente, sino que los ganadores serán los grupos terroristas.

A ellos se sumaron los enemigos del referendo por intereses sectoriales específicos: trabajadores sindicalizados que se oponen al desmonte de privilegios laborales y pensionales; empleados públicos que ven con horror que sus salarios van a ser congelados por dos años; empleados de las contralorías distritales, municipales y departamentales que van a desaparecer si el referendo sale adelante, y así sucesivamente.

Todo lo anterior fue minando poco a poco la sencilla fórmula según la cual, si el país es mayoritariamente uribista y la gran mayoría de los uribistas vota el referendo, entonces el referendo debe conseguir, sin mayores dificultades, la votación total requerida. La expresión más clara de esta ruptura fue el aviso publicado el domingo 12 en El Tiempo por la Dirección Liberal, que apoyaba aún entonces a Jaime Castro para la Alcaldía de Bogotá. En él, el oficialismo liberal planteaba que se podía estar con Uribe y no votar el referendo. Y a juzgar por las encuestas, eso es lo que piensan millones de colombianos: mientras el apoyo al mandatario se sigue moviendo en cercanías al 70% de la población, la intención de voto del referendo no alcanza, según diferentes encuestas, al 40%, lo que quiere decir que tres de cada siete uribistas no piensan votar el 25 de octubre.


¿Pierde Uribe?

A lo largo de la semana pasada y mientras revisaban las diferentes encuestas que sugieren que el referendo podría no alcanzar los 6,2 millones de votos necesarios para su validación, los asesores más cercanos del Presidente se debatían entre dos opciones. La primera, endurecer el lenguaje y sugerir, por ejemplo, que si el referendo se hunde, ganan los terroristas. Y la segunda, jugar a la prudencia y mantener a Uribe a distancia del resultado del referendo.

Pero ¿es eso posible? No a estas alturas. Si el referendo fracasa, habrá fracasado una de las propuestas centrales de la campaña electoral de Uribe y uno de los ejes programáticos de su Gobierno. El golpe, para Uribe, sería equivalente a lo que le habría ocurrido a César Gaviria en 1991 si hubiese colapsado la Constituyente.

Hay varios antecedentes históricos que muestran la gravedad de que un gobierno pierda un referendo. En 1969, en Francia, el popularísimo presidente Charles de Gaulle –quien ganó varios referendos antes de éste– les propuso a los electores una reforma administrativa y política para descentralizar a su país. El tema era bastante técnico y no ponía en juego el mandato de De Gaulle. Pero cuando la mayoría de los electores votó en contra, el francés más importante del siglo XX no dudó en renunciar, retirarse a su pueblo y morir meses después en medio del mutismo y, según muchos, una profunda tristeza.

Cerca de dos décadas después, Felipe González tuvo más suerte. En 1986 propuso a los españoles un referendo para decidir si España entraba o no a la OTAN. Una semana antes de la votación y cuando las encuestas mostraban que el Gobierno podía perder la consulta y España quedar aislada de Europa, ya que el ingreso a la OTAN era visto como un paso clave para entrar a lo que hoy es la Unión Europea, González anunció que si los electores rechazaban el referendo, él renunciaría a su cargo. González conmovió a sus seguidores y consiguió un par de millones de votos que le permitieron ganar el referendo.

"Como en Colombia no tenemos una tradición de este tipo de consultas, la gente no parece darse cuenta de lo grave que es para un gobierno perder un referendo", le dijo el jueves a CAMBIO el ex vicepresidente Humberto de la Calle, uno de los promotores de la iniciativa. "Ningún gobierno en el mundo ha salido indemne cuando lo derrotan en un referendo, aun si la pregunta no es sobre su continuidad en el poder sino, como en este caso, sobre un cambio constitucional", agregó De la Calle.


"El mayor obstáculo para vender el referendo ha sido su desconocimiento y los problemas para entender cada uno de los puntos." César Valderrama, Opinómetro-Datexco

Según el ex ministro Fernando Cepeda Ulloa, lo más grave no sucedería en Colombia, sino en el exterior. "La percepción internacional sobre el país, en el nivel de calificadoras de riesgo, otros gobiernos y medios de comunicación, se afectaría, pues la sensación que ha habido hasta ahora de que Uribe tiene el control de la situación, podría perderse", asegura. En cuanto a la gobernabilidad interna, Cepeda cree que el Congreso se envalentonaría frente al Ejecutivo y le cobraría más caro –puestos, auxilios, contratos– la aprobación de las reformas que sería necesario introducir para, por ejemplo, tapar el hueco fiscal. "Sin embargo –agrega Cepeda–, si Uribe maneja bien las cosas en los días siguientes a la votación, podría mitigar esos efectos y salir relativamente bien librado".

En lo que Cepeda, De la Calle y muchos más coinciden es en lo referente a que la guerrilla saldría a cobrar el hundimiento del referendo como un triunfo propio. Desde hace varias semanas, voceros de las Farc como Raúl Reyes anunciaron su oposición al referendo. "Pero no se trata sólo de eso", asegura el senador uribista Rafael Pardo. "Lo que uno debe suponer –agrega– es que si el referendo se hunde, la guerrilla va a salir a decirles a los medios internacionales que más del 75% de los colombianos rechazó por la vía de la abstención la propuesta de Uribe y que eso quiere decir que su gobierno es mucho menos legítimo de lo que el mundo cree".

A Pardo no le falta razón. Sobre todo si se piensa en Europa, donde la mayoría de los países tiene regímenes parlamentarios en los cuales, cuando el Gobierno pierde un referendo, o se cae o debe introducir grandes cambios en su gabinete. Y algo más: si en Europa se enteran de que Uribe perdió un referendo, no van a ponerse a preguntar cuáles eran los temas, simplemente van a tener en cuenta que el hombre cuya propuesta central ha sido combatir a la guerrilla por la vía militar, fue derrotado por su pueblo.

Todo esto para no hablar del enorme costo fiscal que significaría la derrota de la propuesta gubernamental que contiene congelamiento de salarios, desmonte de contralorías regionales, límites a las pensiones más altas y reducción del tamaño del Congreso. Según el Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, el ahorro total de aquí al año 2010 superará los 20 billones de pesos.


El caso Bogotá

Todo lo anterior podría verse agravado si, además, los amigos del Presidente en la contienda por las principales alcaldías del país salen derrotados el domingo 26. El caso más diciente, y a la vez el más importante por tratarse de la capital y primera ciudad del país, es el de Bogotá. Aunque Uribe es identificado como cercano al ex ministro Kiko Lloreda en Cali y a su ex secretario de Educación en Antioquia, Sergio Fajardo, en Medellín, en ninguna urbe es más clara la batalla entre uribistas y opositores, que en el Distrito Capital.

Desde el inicio de su campaña en febrero, Juan Lozano se declaró heredero del modelo de ciudad del ex alcalde Peñalosa y del modelo de país de Álvaro Uribe. Otros candidatos, como María Emma Mejía, lo imitaron. Pero Luis Eduardo Garzón, a nombre del opositor Polo democrático Independiente, se fue por el camino contrario. Y aunque en materia de propuestas para la ciudad, el tema de Uribe no ha estado muy presente, lo cierto es que la campaña por la alcaldía de la capital se nacionalizó de manera rápida hasta convertirse en un pulso entre uribistas y anti-uribistas.

Hasta hace dos semanas, la ventaja de Lozano parecía cómoda. Pero Garzón fue creciendo y la semana pasada consiguió el apoyo de buena parte de la maquinaria liberal oficialista de Bogotá, que siguió así el guiño hecho por el ex presidente Ernesto Samper, para detener a Lozano. La realidad, al cierre de esta edición es que por primera vez en la historia de la elección de alcaldes, el Partido Liberal se quedó sin aspirante al segundo cargo de elección más importante. Al oficializarse el jueves el retiro del candidato Jaime Castro, ocho de los 10 integrantes de la Dirección Liberal anunciaron su apoyo a Garzón, algo que indirectamente otro ex mandatario liberal, Alfonso López Michelsen, vio con buenos ojos cuando le dijo el jueves en la mañana a La W que Garzón es más un liberal de izquierda que un socialista, y pronosticó que "es más fácil ver a Garzón convertido en liberal, que al liberalismo transformado en socialista".

El neto es que Garzón y Lozano están empatados a pocos días de la votación, con el riesgo para el segundo de ellos de que el que viene creciendo es el dirigente de izquierda. Así es que la posibilidad de que este fin de semana Uribe sea doblemente derrotado –con el referendo y con la alcaldía de Bogotá– es alto. Lo de Garzón no sería grave por sí solo. De hecho, le serviría al Gobierno para mostrar afuera que aquí hay una verdadera democracia en la que la izquierda que busca el poder por las urnas, puede ganar.

Pero si ese triunfo se suma a la derrota del referendo, el lunes 27 de octubre en la mañana, Álvaro Uribe amanecerá terriblemente debilitado y con la gobernabilidad comprometida de manera seria. Eso no quiere decir que vaya a perder la alta popularidad que hoy conserva. Como lo sostiene Fernando Cepeda, "es muy posible que una vez derrotado el referendo, la gente reitere en las encuestas su respaldo a Uribe, como en una especie de efecto bumerán". Y es posible que Cepeda tenga razón. Pero en ese caso, la gran pregunta será otra: ¿para qué sirve la popularidad de un Presidente de la República si no puede convertirla en respaldo a las propuestas centrales de su programa? Para casi nada, porque a un país tan emproblemado como Colombia no le basta con tener un mandatario querido por la gente. Necesita, le urge, que sea un Presidente efectivo.


     

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, LER-QI (Liga Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar