Latinoamérica

Bolivia: Entre dos proyectos de un nuevo país

 

Autor: Editorial

Fecha: 26/10/2003

Fuente: Los Tiempos


Hay un proyecto de país que está recién tomando forma, pero está claro en la mente y en los sentimientos de quienes no se resignan a que la emigración sea la única salida. Pensarlo, defenderlo, y llevarlo a la práctica es el principal desafío de quienes pese a todo aún no han perdido la esperanza en la posibilidad de construir una Bolivia en la que valga la pena vivir
Una semana después de haberse consumado el derrocamiento del ex Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y su sustitución por Carlos D. Mesa Gisbert, la mayor parte de los bolivianos -incluidos los que con más esmero lucharon de para dar fin con el gobierno anterior- no acabamos de salir de un mar de incertidumbre sobre lo que nos depara el porvenir.

Las visiones al respecto son de lo más disímiles, pero todas, de un extremo al otro del espectro político e ideológico, coinciden en que Bolivia está atravesando por uno de los momentos más dramáticos y cruciales de su historia e incluso, lo que hasta hace poco parecía sólo una exageración, está ante la inminente posibilidad de su desintegración.

Es también muy compartida la impresión de que la renuncia de Sánchez de Lozada no marcó el fin de una crisis ni de una "guerra" que estuvo a punto de ser algo más que una metáfora para convertirse en una cruenta realidad, sino sólo una frágil tregua; un paréntesis de paz que sólo sirve para que las fuerzas que se confrontan reordenen sus filas y se preparen para librar las próximas y seguramente decisivas batallas.

Hasta ahora, esas fuerzas han sido sólo dos. Por un lado, una sucesión de gobiernos, --el último de los cuales pagó en uno las cuentas que sus antecesores dejaron pendientes, a las que agregó muchas por sus propios desaciertos-- en los que se manifestó a plenitud la ineptitud de una élite política que hasta la víspera de recibir la estocada final no fue capaz de comprender la realidad sobre la actuaba. Una élite política que con su inadmisible conducta cometió un acto de suicidio y estuvo a punto de arrastrar con ella a nuestro país.

El segundo protagonista fue -y todavía es, porque a diferencia del primero salió de la batalla extraordinariamente fortalecido-- un conjunto de organizaciones políticas y sindicales que desde hace años ya actúan con enorme eficiencia para conducir a Bolivia hacia la consumación de un proyecto político autoritario, colectivista, anticapitalista y antidemocrático.

Pero lo que más hubo durante los últimos años fue una fuerza ausente. Es la constituida por una inmensa mayoría que, asqueada por la conducta de unos y asustada por la de otros, optó por la cómoda actitud del espectador. Optó por el silencio y la pasividad y al hacerlo se hizo cómplice, por omisión, de la tragedia nacional. Es una mayoría silenciosa que hasta ahora no entró al escenario, pero que ya no puede ni debe dejar de actuar.

Es absolutamente necesario, ahora más que nunca, que esa inmensa mayoría de hombres y mujeres de todos los estratos sociales, que sólo cuenta con su propio esfuerzo para aspirar a un futuro mejor, asuma un papel activo y recupere el derecho a decidir sobre su propio destino.

El primer paso para ello es comprender que lo que está en juego en la Bolivia de hoy es mucho más que el control circunstancial del poder político. Lo que está en disputa es nada menos que el tipo de país y de sociedad que se construirá sobre los escombros de un Estado que está siendo sistemática, paulatina y eficientemente destruido por la acción de unos y la omisión de otros.

Es esa mayoría hasta ahora pasiva y silenciosa la que tiene en sus manos la responsabilidad de elegir entre dos proyectos de nuevo país que están en gestación. Entre uno y otro no hay camino intermedio, sino sólo un enorme abismo que conduce a la extinción de Bolivia.

En qué consiste uno de esos dos proyectos, está ya claro. Consiste en una atroz dictadura inspirada en la peor vertiente del indigenismo y de las ideologías totalitarias que desgraciadamente no murieron, como se creía, en el siglo pasado. Su objetivo es construir un estado colectivista y autoritario cuyo embrión, ya muy desarrollado, se puede ver y sufrir en las zonas del país donde logró imponerse, como en gran parte del altiplano y del trópico cochabambino.

El otro proyecto de país está recién tomando forma, pero está claro en la mente y en los sentimientos de quienes no se resignan que la emigración sea la única salida. Es un proyecto de país que ya no puede esperar. Pensarlo, defenderlo, y llevarlo a la práctica es el principal desafío de quienes pese a todo aún no han perdido la esperanza en la posibilidad de construir una Bolivia en la que valga la pena vivir.

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El "modelo" nuevamente en la mira
Editorial del 25/10/03

Es de esperar que el flamante Presidente de la República y sus colaboradores no caigan en la tentación, tan en boga últimamente, de buscar el fácil aplauso sumándose al coro de quienes proponen dar marcha atrás y persevere, venciendo las presiones, en la ardua tarea de velar por el manejo de la economía dentro de parámetros mínimos de racionalidad
Una de las más funestas consecuencias del deterioro de la situación económica, política y social de nuestro país consiste en que son cada vez más los sectores de la población que se muestran débiles ante la tentación de destruir todo y comenzar, sobre los escombros que queden, a reconstruir el país.

Por una experiencia similar pasaron ya otros pueblos latinoamericanos que agobiados por la impaciencia y desesperación se embarcaron en aventuras "refundadoras" encabezadas por caudillos que ofrecían dos panaceas: cambiar el modelo económico y sustituir la democracia representativa por una imaginaria democracia participativa.

Lo más sorprendente del asunto es que si bien son muchos los que coinciden en descargar sus furias contra el "modelo" y contra la democracia representativa , nadie, absolutamente nadie, tiene siquiera una idea vaga que proponer como alternativa. Como las experiencias estatistas y autoritarias, desde el socialismo chino o soviético o peor aún, cubano o norcoreano, hasta las más moderadas como la nuestra propia son indefendibles por sus resultados, se conforman con difundir vaguedades sin ningún sostén en la realidad.

Pero ese no es obstáculo para continúen sustituyendo su falta de ideas con el cómodo expediente de atribuir todos los males del país, y hasta del mundo, al "modelo neoliberal". Así, sin más, cautivan a los pueblos haciéndoles creer que es sólo cuestión de voluntad hallar las fórmulas mágicas para resolver problemas como el desempleo, la pobreza, la falta de educación, salud, vivienda y esperanza. Pretenden hacer creer que al derrotar al "capitalismo salvaje" llegará, como por añadidura, una era de prosperidad.

Algunos países ya exploraron ese camino. Y aunque no tuvo que pasar mucho tiempo antes de que el engaño se haga evidente, los resultados prácticos no son suficientes para desacreditar un discurso sin más sustancia que la demagogia.

El caso venezolano es al respecto el más aleccionador. Después de ya varios años de furibundo "antineoliberalismo", y tras haber conseguido gracias a esa prédica el apoyo necesario para llegar a poder, el chavismo tuvo tiempo más que suficiente para demostrar las virtudes de su "modelo alternativo". Pero lo único que consiguió como resultado es un atroz empobrecimiento del pueblo venezolano que con cada día que pasa ve impotente cómo se deteriora su nivel de vida. Pese a contar con los multimillonarios ingresos que le proporciona el petróleo, Venezuela avanza a pasos agigantados hacia la africanización, lo que no impide que sean todavía muchos los que creen que ese es un ejemplo que se debe imitar.

No menos ilustrativo, aunque de otro modo, es el caso brasileño, país donde tras más de dos décadas de constante crítica al "modelo" y sus efectos, Lula da Silva se hizo de la presidencia. Con la diferencia de que, asimilando las lecciones arrojadas por el monumental fracaso venezolano, da Silva optó por mantener intactos los pilares de una política económica contra la que tanto despotricó.

En el otro extremo del espectro, en elocuente contraste con el caso venezolano o, peor aún, el cubano, está la experiencia chilena. Es un país que sin tener ni remotamente las riquezas naturales de Argentina, Venezuela o Bolivia ha logrado un éxito económico sin precedentes en la historia latinoamericana y es hoy el único que puede ver con algún optimismo el porvenir. ¿Es que Chile adoptó un mejor modelo que éste al que tantas desgracias se le atribuyen? Es obvio que no, lo que indica, más allá de cualquier simplismo, que cargar sobre el "modelo" la causa de todos los males y a su eliminación la clave del bienestar es incurrir en una gran confusión, en el mejor de los casos, o en muy mala fe, en el peor.

Es de esperar que tomando en cuenta esos y muchos otros antecedentes, el flamante Presidente de la República y sus colaboradores no caigan en la tentación, tan en boga últimamente, de buscar el fácil aplauso sumándose al coro de quienes proponen dar marcha atrás y persevere, venciendo las presiones, en la ardua tarea de velar por el manejo de la economía dentro de parámetros mínimos de racionalidad.


     

 

   
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