Latinoamérica

Carlos Mesa y el futuro de un gobierno civil

 

Autor: Víctor Orduna

Fecha: 26/10/2003

Fuente: Revista Pulso (Bolivia)


Sin partidos que lo acompañen, ni Embajada tras bambalinas regalando municiones, el Gobierno de Carlos Mesa ha mostrado, en su primera semana, una sorprendente firmeza. Por ahora, una especie de poder civil y ciudadano lo sostiene y lo vigila.


Después de la sucesión constitucional...
Carlos Mesa y el futuro de un gobierno civil

Después de la sucesión constitucional y de que los tanques se retiraran de Palacio, una pregunta vital para la democracia quedó en pie: ¿quién le preguntó, en medio de la masacre, a Carlos Mesa si tenía el valor de matar? Pues bien, no fue Sánchez de Lozada, ni su secretario personal ni ninguno de los que hacían muecas de sobrevivencia a su alrededor; fue —según cuentan los colaboradores del Presidente— el embajador de Estados Unidos, David Greenle.Es importante saber del dueño de la pregunta para sugerirle al Presidente que a su libro “Presidentes de Bolivia: entre urnas y fusiles” podría incorporársele, en su próxima reedición, un tercer factor: entre urnas, fusiles y embajadas.

Esos son los factores que van a definir el futuro del gobierno de Carlos Mesa. Un presidente que, a diferencia de sus antecesores, tiene sobrado conocimiento de las limitaciones de una sucesión constitucional. De hecho, ésta ha sido materia de investigación del Presidente historiador. Hace pocos meses, Mesa publicó un ensayo titulado “El Vicepresidente y el laberinto de la sucesión constitucional” en el que llega a la siguiente conclusión: “Si analizamos cómo concluyeron su presidencia los sucesores que cumplieron con lo establecido en la Constitución, que como hemos visto fueron nueve en nuestra historia, veremos un preocupante sino de inestabilidad”. Sólo tres de los nueve sucesores lograron concluir su mandato. Pero está claro que Mesa no quiere acabar derrocado como Siles Salinas o tramando un autogolpe como Urriolagoitia; su apuesta de sucesión se aproxima más al esquema de Jorge Quiroga.

Sin embargo, el contexto de Mesa es muchísimo más complicado. Su sucesión parte de una renuncia que se niega a sí misma y que espera, en última instancia, el rechazo del Congreso: “Al poner mi renuncia a consideración del Congreso, lo hago con la íntima convicción de que la aceptación de la misma no corresponde y que no se puede retirar a un Presidente elegido democráticamente por mecanismos de presión...”
Mesa sabe también que debe ser el ciudadano con más corta trayectoria política que asume la Presidencia de la República. Y lo hace mientras el ex Presidente, refugiado en Washington, la embajada de Estados Unidos y algunos cooperantes mal intencionados le desean, en la intimidad, que acabe trágicamente devorado por la muchedumbre para así confirmar la teoría de que después de Goni las “fuerzas del mal” tienen camino libre hacia el poder.

Hoy, a Mesa no lo sostiene en la Presidencia la Embajada ni los factores típicos de poder; su gobierno camina flanqueado y vigilado por una especie de poder civil y ciudadano que está advirtiendo algo asombroso: la caída de Goni ha permitido arrebatarle a los partidos y a la política de la naúsea la conducción del país.


Carlos Mesa I: 14 meses con Goni

Después de una semana de nuevo Gobierno, es innegable que el movimiento popular ha recibido la sucesión constitucional con mayor entusiasmo, compromiso y esperanza que el sistema de partidos. Mientras el Congreso admitía la renuncia faxeada desde Viru Viru por Sánchez de Lozada por miedo a la solución de los tanques o de la dinamita, en las calles la masa convertía el bloqueo en verbena popular festejando la caída de un Presidente apodado “juntacadáveres”.

Aunque parezca paradójico, los garantes de la continuidad democrática, por la vía del recambio constitucional, han sido los mismos bloqueadores y no tanto la política profesional demasiado avergonzada para celebraciones.

Los dirigentes de las barricadas, de las huelgas y de las marchas han sido tan considerados con Carlos Mesa que lo han recibido como a un político “cero kilómetros”, ignorando premeditadamente que durante 14 meses fue vicepresidente de Sánchez de Lozada. Para la masa, un sólo gesto —la separación pública vicepresidencial, el lunes 13, de un gobierno en ejercicio masacrador— ha sido suficiente para que Mesa se redima de su pasado declaradamente gonista.

Porque la breve historia política de Mesa empieza ahí, en su admiración
por el proyecto reformista de Sánchez de Lozada que lo convence para aparecer, el 3 de febrero de 2002 —tercer y último día de la Convención movimientista— como candidato vicepresidencial independiente. Una independencia que quedó restringida al símbolo de la mano abierta frente a la “V” emenerrista ya que, en los hechos, Mesa nunca pudo cumplir sus aspiraciones contractuales con el MNR: gestar un movimiento propio y disponer de algunos diputados y espacios en el ejecutivo. En este sentido, la importancia política de la candidatura de Mesa —que pudo ser definitiva para el triunfo electoral del MNR— contrastó luego con su poco peso real en el Gobierno.

Mesa se inició en política con un brusco descubrimiento de su ingenuidad teórica. Con 22 días de político —el 25 de febrero de 2002— el candidato puso en aprietos al MNR y ocasionó una estéril polémica al comprometerse, por escrito, a apoyar el traslado de los dos poderes (Legislativo y Ejecutivo) a Sucre. Una iniciativa loable para un historiador pero inútil para un político.

Al margen de sus deslices por impericia política, Mesa nunca renunció a su papel de renovador no militante de un sistema político al que consideraba agotado pero condenado a sobrevivir. Eso fue lo que dijo el martes 6 de agosto, justo después de su investidura como vicepresidente en un discurso que molestó a Jaime Paz —por la ausencia de menciones a la importancia del MIR y del acuerdo por Bolivia (25 de julio)— y que, visto ahora con distancia, estaba dirigido al mismísimo Presidente:
“Estamos viviendo una nueva etapa histórica porque el viejo trípode de los partidos tradicionales y llamados grandes no es más (...) Un proceso que comenzó en 1982 parece haber terminado. La presencia de este Parlamento es una nueva señal que no podemos pasar por alto, la presencia de este nuevo Parlamento es el testimonio de que quienes están hoy aquí y estuvieron excluidos durante siglos, no están recibiendo este curul por regalo de nadie, lo están recibiendo por que pelearon por él, porque el voto que les han dado es el voto construido a partir de la sangre, a partir de la rebelión, a partir de afirmar permanentemente que no está de acuerdo con este sistema y que quieren un cambio. Y si no somos capaces de recoger ese mensaje, no seremos capaces de entender el desafío de nuestro futuro.”

Gonzalo Sánchez de Lozada fue incapaz de recoger el mensaje de su Vicepresidente y hoy, Carlos Mesa, al entrar a Palacio Quemado, se encuentra frente al desafío que él mismo planteara el 6 de agosto de 2002.

Ése día, sin embargo, Carlos Mesa inauguraba su gestión convencido de la enorme capacidad del Presidente. A diferencia, incluso, de los hombres que formarían el primer gabinete, Mesa creía, con honesta convicción, en la idoneidad de Goni: “... acompaño, en este camino, a Gonzalo Sánchez de Lozada, un estadista a quien admiro y del que estoy orgulloso de acompañar en esta tarea. Estoy absolutamente persuadido del patriotismo de Gonzalo Sánchez de Lozada y de su capacidad como estadista para conducir con inteligencia al país. Espero acompañarlo y estar a la altura del desafío.”

El desafío inicial de Mesa fue el de ser útil en la gestión congresal. Sin embargo, su presidencia se convirtió rápidamente en un atolladero. El 4 de septiembre los periódicos titulaban: “Mesa dispuesto a negociar las Súper por reformas”. Según declaraciones de dirigentes del MAS, el Vicepresidente propuso revisar la posible jerarquía constitucional de las superintendendencias a cambio de votos para aprobar una Ley de Necesidad de Reforma cuyo principal objetivo político era cerrarle el camino, definitivamente, a la Constituyente. Mesa estaba empeñado entonces en convertirse en el sepulturero de los devaneos asambleísticos.

Actuaba entonces, el Vicepresidente, con la compostura de un liberal crítico, abrumado por la ética, con cierto resquemor conciencial. En un seminario sobre Capital Social, Ética y Desarrollo, realizado el 25 y 26 de noviembre de 2002, Mesa destacaba las ventajas del modelo vigente en el mundo: “A estas alturas de la historia ha quedado claro que el modelo político y económico vigente en el mundo ha mostrado ventajas comparativas que le han permitido la preeminencia... Y está claro que se trata de un modelo, desde el punto de vista económico, más eficiente que lo que fuera su gran alternativa y que cayera destruida después de la caída del muro de Berlín: el modelo socialista”.

La capacidad discursiva de Mesa siempre fue muy superior a su desempeño en la gestión política. La lucha contra la corrupción quedó pronto cuestionada por el propio Poder Ejecutivo —al carecer de marco regulatorio y de poder vinculante— y quizás por eso Mesa tuvo que recurrir a gestos casi privados: el 5 de septiembre de 2002 Mesa destituyó a su edecán, mayor Mario Centellas Ramallo, por sus vínculos con el contrabando.

El sueño vicepresidencial de un gobierno pacífico y sin muertos se quebró con la vuelta del año. Los primeros muertos del gobierno Goni-Mesa llegaron el 14 de enero, a raíz del conflicto cocalero en el trópico cochabambino. Desde ese momento hasta su separación del gobierno, hace dos semanas, Mesa soportó, resignado y silencioso, una auténtica sangría nacional: 58 muertos (enero: 14 en el trópico y tres en Sucre; febrero: tres rentistas y un minero en Machacamarquita; 16 civiles y 15 uniformados el 12 y 13; septiembre: seis fallecidos en el operativo Warisata). La iniciación mortuoria vicepresidencial, en enero, era comentada irónicamente por uno de los colaboradores del Presidente: “Es que Carlos se cree que son inmortales, que si salen los militares no va a haber muertos”.

Por aquel entonces, Evo Morales igualaba a Mesa y Berzaín con el calificativo común de “asesinos”. Fue un poco después, el 6 de febrero, cuando Mesa salió en defensa de Berzaín a propósito de las denuncias de interferir en la labor periodística. Tras evaluar la denuncia del periodista de Unitel, Juan Carlos Marañón, Mesa concluyó: “No encuentro elementos suficientes como para considerar que en este caso hubiera existido presión política”.

La presión política la ejerció el mismo Mesa el 14 de febrero —después de los sucesos del 12 y 13— planteándole al Presidente el ultimátum: “Berzaín o yo”. Goni decidió temporalmente en favor de un Vicepresidente al que le endilgó la misión de recorrer el país para dialogar con la población. En su travesía ambulante, Mesa defendió, en todo momento, el papel constitucional de las FFAA el 12 y 13, y pidió —el 25 de marzo en Curahuara de Carangas— la reconciliación entre FFAA y Policía.

Pero fue la corrupción la que acabó por separar, púbicamente, a Goni de Mesa. En julio, el Presidente decidió mantener como ministro a Freddy Teodovich a pesar de que existía un contundente informe de la secretaría de lucha contra la corrupción en su contra. El Macororó selló la separación.

A pesar de la insuficiencia de poder y la debilidad pública de la lucha contra la corrupción, en agosto, cumplido el primer año de gestión, Mesa doblaba a Goni en popularidad (42 por ciento frente a 21 por ciento).

El 24 se septiembre, frente a la Asamblea General de Naciones Unidas, Carlos Mesa habló, por última vez, en nombre del gobierno de Sánchez de Lozada: “Nuestro gobierno ha ampliado su base política integrando a la alianza a otro partido, Nueva Fuerza Republicana, con la meta de enfrentar una aguda crisis económica expresada en una persistente recesión...” Palabras que ahora suenan a vidrio molido.


Carlos Mesa II: 7 días sin Goni

“Miedo al indio para nada, si yo he visto dos personas —y no estoy hablando de un elogio gratuito— sin ningún prejuicio en relación al indio, son Jaime Paz y Gonzalo Sánchez de Lozada”.

¿Pensará lo mismo Carlos Mesa, ahora, un año después de haber pronunciado esas palabras? Probablemente no. Porque lo que ha hecho Mesa en siete días es lo que Sánchez de Lozada no pudo hacer en toda su vida: perderle el miedo físico al indio.

Después de los trámites de la investidura, de recibir a monseñor Juárez y a doña Ana María y de visitar la tumba del Mariscal Andrés de Santa Cruz, la primera actividad pública de Mesa Presidente ha sido visitar El Alto, ponerse a disposición de la masa.

Y lo ha hecho con habilidad, escuchando, uno a uno, los nombres de los muertos, invocando a la ecuanimidad de la justicia frente al deseo de venganza y rehabilitando el deteriorado sentimiento de alteñidad al proponer a la ciudad de los excluidos como un baluarte de la unidad nacional.

Presidente de a pie

Mesa ha sido, estos días, el “antigoni”. Sánchez de Lozada pasó sus últimos días enclaustrado en la residencia presidencial, sin poder pisar un Palacio de Gobierno que en definitiva era —a pesar de todo— su ubicación geográfica más cercana a la gente. El personal de Palacio dice que la última vez que Sánchez de Lozada pisó la plaza Murillo fue el viernes 10 de octubre.

Tras la huida de Goni, Mesa tomó la calle. Para compartir, de alguna manera, el regocijo por el fin de un gonismo termidoriano y el principio de algo todavía imprevisible. La Paz y El Alto retornaron bruscamente a la normalidad y se encontraron con un mandatario decidido a quitarle a la investidura presidencial ese carácter casi monárquico de absoluta lejanía con el ciudadano.

Mensaje a las FFAA

Durante su primera semana en el poder, el mayor momento de tensión presidencial se registró la mañana del domingo durante el reconocimiento de Carlos Mesa como capitán general en el Colegio Militar.

Obligado por las circunstancias Mesa anunció algo que, con seguridad, será temporal: la estabilidad del alto mando. El comandante, Roberto Claros, insistió en señalar que lo sucedido durante la semana trágica de octubre es producto de la incapacidad del poder político.

La respuesta de Mesa, formulada con la suficiente complejidad para no ser fácilmente entendida por los militares, apuntó a una doble responsabilidad: política y militar.

“Es necesario entener que en situación límite, la cesión de posiciones personales, la flexibilidad y aún el sacrificio de dar un paso al costado debe estar en nuestra mente antes que generar un derramamiento de sangre... Y está claro para mí que la responsabilidad del poder político conecta a las FFAA en el ámbito operativo”.

Sonrisas junto a Quispe

Pero el mayor “atrevimiento” presidencial sucedió la mañana del lunes. Mesa se presentó ante la mirada aymara en la Plaza de los Héroes, junto a Felipe Quispe. Y lo hizo consciente de su etnicidad presidencial: proclamándose mestizo y visagra de lo pluricultural. Naturalmente, verlo sonreír junto a Quispe molestó a muchos; a los mismos que seguramente creen que no es sano para un Presidente volver a Palacio caminando por la calle Potosí.


     

 

   
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