Latinoamérica

Colombia: Cohabitaciòn

 

Autor: Editorial - Redacciòn

Fecha: 1/11/2003

Fuente: Revista Cambio (Colombia)



El triunfo del opositor Lucho Garzón en Bogotá, abre una era política en la que izquierda y derecha tendrán que convivir en la lucha por el poder.

En su edición del 20 de octubre, que circuló cinco días antes del fin de semana electoral que los colombianos acaban de vivir, la revista CAMBIO tituló su portada: "¿Y si Uribe pierde?". El artículo contenía una reflexión sobre lo que podía sucederle al mandatario más popular de la historia contemporánea del país si el referendo que hizo parte central de su campaña electoral de 2002 y por el que trabajó sin descanso durante 14 meses, se hundía, y si, a la vez, su principal opositor, el líder del Polo Democrático Independiente, Lucho Garzón, ganaba la Alcaldía de Bogotá. Al cierre de esta edición, el domingo en la noche, los peores presagios para Álvaro Uribe se estaban cumpliendo plenamente.

En el caso del referendo votado el sábado, con más del 97% de las urnas contabilizadas, ninguna de las 15 preguntas alcanzaba a totalizar, entre votos afirmativos, negativos y nulos, el umbral de 6,25 millones de sufragios, equivalente al 25% del censo electoral. El paquete de ajuste fiscal tan necesario para la economía colombiana y tan esperado en el exterior por los mercados que negocian bonos colombianos, parecía definitivamente hundido. En cuanto al resto de la propuesta refrendataria, ni siquiera las tres primeras preguntas, las que más se acercaban al umbral, lo habían alcanzado cuando la Registraduría suspendió el conteo y dejó las cosas para el escrutinio formal que arranca este martes.


La hora de la cohabitación llegó. ¿Cuál de los dos inquilinos la manejará mejor?

En cuanto a la elección para la Alcaldía de Bogotá, después de una semana de predicciones de los encuestadores en el sentido de que se presentaba un empate técnico con ligera ventaja de Garzón, la realidad fue que la tendencia creciente del ex dirigente sindical le dio un empujón final para sacarle ocho puntos de ventaja a Juan Lozano, el candidato que defendió el modelo de ciudad creado por Antanas Mockus y Enrique Peñalosa y que se identificaba con Uribe.

El balance al final de la noche del domingo era que, aun si perdía el referendo por un margen muy estrecho, Uribe era el gran derrotado de la doble jornada electoral del fin de semana, pues a pesar de su popularidad de más de 70% en todas las encuestas, el Primer Mandatario resultaba incapaz de trasladar el respaldo con que cuenta su figura, a sus propuestas de reforma política y fiscal.

El triunfo de su principal opositor en la primera ciudad del país, algo que resulta bastante común en las democracias modernas, lo obliga a asumir una especie de cohabitación, al menos en lo referente a la aplicación de la política de seguridad democrática que tiene uno de sus pilares en la protección de la capital de la República y su área de influencia. Para Garzón, el reto en esa cohabitación es demostrar que aparte de ganar elecciones, es capaz de gobernar y administrar una ciudad donde unos pocos se han consagrado y muchos se han quemado. En cuanto al presidente Uribe, su desafío es doble: mantener sus políticas y, a la vez, aprender a administrar una oposición de izquierda que ya se hizo con una porción del poder político. La hora de la cohabitación ha llegado. El tiempo dirá cuál de los dos inquilinos la maneja mejor.

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La nueva lucha de Lucho

Con su triunfo, Lucho Garzón afronta el reto más grande de su vida: demostrar que la izquierda puede gobernar con eficiencia y sin populismo.


Una de las decisiones más difíciles que debió enfrentar Luis Eduardo Garzón a mediados de octubre, fue aceptar el respaldo de parte del Partido Liberal que le había estado coqueteando desde hace meses. En la sede de su campaña, en Residencias Tequendama en el Centro Internacional de Bogotá, el hoy Alcalde electo de la capital realizó varias reuniones con sus asesores para analizar la estrategia a seguir, en caso de que ese respaldo se hiciera oficial. Inicialmente, en una de esas reuniones pensaron que aceptarlo era correr el riesgo de que la opinión lo interpretara como la entrega de su programa a uno de los par-tidos tradicionales que, para complicar las cosas, atraviesa por una de las más profundas crisis de su historia.

El debate fue tan intenso como el que se había dado días antes, a raíz de unas declaraciones del ex presidente Ernesto Samper, cuando sugirió que tanto María Emma Mejía, que jugó como independiente, como Jaime Castro, candidato oficial del liberalismo, debían declinar sus aspiraciones y unirse al candidato del Polo Democrático Independiente. En la campaña de Garzón el pronunciamiento de Samper cayó como un baldado de agua fría. El equipo de trabajo del hoy Alcalde electo llegó a pensar se trataba de una estrategia urdida por el ex mandatario para acabar con su candidatura. La prevención no era para menos. Después de analizar lo que había pasado en los últimos cinco años con cada intervención de Samper, llegaron a la conclusión de que el ex presidente se había convertido en una especie de rey Midas, pero al revés. Que todo lo que tocaba, lejos de volverse oro, se desvalorizaba. Y citaban el caso más evidente: la derrota de Horacio Serpa, su más fiel escudero, frente a Álvaro Uribe.


En un país derechizado por la guerrilla, Lucho se convirtió en un dirigente de izquierda viable.

Finalmente, decidieron rechazar cualquier adhesión que comprometiera la gobernabilidad y, tras unas conversaciones de Garzón y su asesor Daniel García-Peña con dos de los directores del liberalismo, Ramón Ballesteros y Piedad Córdoba, firmaron un acuerdo programático que, según Garzón, no implicaba cuotas burocráticas. A pesar del embate de los partidarios de Juan Lozano, que hablaban del "abrazo de Samper" e insinuaron que ese apoyo estaba envenenado, Garzón y su equipo llegaron a la conclusión de que en muchos sectores esa embestida había sido interpretada como una maniobra desesperada de una campaña que empezaba a perder terreno. Además, Lucho insistió en todos los foros en que no habían pedido las declaraciones del ex presidente y no tenían la culpa de que su proyecto político de centro-izquierda tuviera afinidades con ese sector del liberalismo.

¿Cuánto le sumó a Garzón la adhesión liberal? Difícilmente se puede responder en forma categórica, pero Córdoba y compañía no deberían cobrar la victoria, aunque es posible que representara los centavos que le faltaban al peso para que el Polo llegara al segundo cargo más importante del país. El acuerdo con los liberales pudo haber llevado el mensaje subliminal de que Lucho iba a la segura y de que al partido le convenía sumarse a una causa ganadora para no salir barrido con un candidato que no despertaba emoción alguna. Así como hizo carrera una idea falsa según la cual Andrés Pastrana ganó las elecciones del 98 por la foto con Tirofijo, en esta oportunidad no se puede atribuir la victoria de Garzón al abrazo con Piedad Córdoba.


Factores de la victoria

El triunfo de Lucho fue posible gracias a varios factores. En primer lugar, y muy importante, el hecho de que Álvaro Uribe sea el Presidente. En un país que se ha caracterizado por ser de centro en materia política, el triunfo de las tesis de derecha que representa Uribe rompió el mito de que los colombianos nunca elegirían a un hombre de ese talante, temerosos de las polarizaciones de derecha e izquierda.

Ese mito fue, precisamente, el que hizo que Álvaro Gómez Hurtado viera frustrada en tres ocasiones su aspiración para llegar a la Presidencia, a pesar de sus condiciones de estadista. También explica por qué Alfonso López Michelsen sólo llegó al poder cuando disolvió el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) e ingresó a las toldas del partido, y por qué Luis Carlos Galán –de no haber sido asesinado– habría sido el seguro Presidente en las elecciones del 90, como candidato oficial de su partido, después de haber ingresado al oficialismo a cambio de introducir la consulta popular como mecanismo de elección del candidato oficial.


"El triunfo de Garzón es el mayor golpe político a la guerrilla en 40 años." Rafael Pardo, senador uribista.

En una Colombia derechizada por obra y gracia de la guerrilla, Luis Eduardo Garzón se convirtió en un dirigente de izquierda viable. Si bien fue miembro del Partido Comunista, nunca fue un hombre conectado con la guerrilla ni militó en sus filas. El máximo pecado que se le puede endilgar es, tal vez, haber patrocinado, como dirigente sindical, convenciones colectivas que, en no pocos casos, han sido señaladas como las grandes responsables del desangre de algunas empresas estatales.

Garzón, uno de los más duros e intransigentes dirigentes sindicales de los años 80 y 90, fue haciendo polo a tierra. En 1989, con la caída del muro de Berlín, el marco de referencia política cambió y eso fue lo que entendieron algunos dirigentes de izquierda: que el fin de la guerra fría afectaba al mundo entero y no sólo a Europa. Antonio Navarro, del M-19, y sindicalistas como Garzón, hicieron esa reflexión y decidieron entrar en un proceso para impulsar una izquierda que fuera haciendo tránsito hacia el centro, y que rechazara en forma clara y tajante la llamada combinación de las formas de lucha y la vía armada como vía para conquistar el poder. "El triunfo de Lucho Garzón es el mayor golpe político que ha recibido la guerrilla en 40 años –asegura el senador uribista Rafael Pardo–. Es la demostración de que al poder se puede llegar haciendo política".

Tampoco se puede desconocer un factor que jugó a su favor: el reconocimiento. Gracias a su candidatura presidencial, cuando arrancó la campaña por la Alcaldía, ocho de cada 10 bogotanos sabían quién era.


El talante

Pero además del clima político general, factores clave del triunfo de Garzón fueron su personalidad y su talante. No se dejó fijar un libreto por parte de los asesores y se mostró como es, descomplicado, con sentido del humor, y directo en los mensajes. "Lucho es muy poco dado a creer en el marketing político y no le gusta hacer cosas que no vayan con su personalidad", le dijo a CAMBIO uno de sus asesores.

Desde el principio, Lucho dejó claro que en su campaña las decisiones las tomaba él. Y aunque el margen de discusión era amplio, siempre dijo la última palabra. Por ejemplo, a pesar del consejo de algunos asesores, se excusó de asistir a una cita el 16 de septiembre en Cartagena, con el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula Da Silva. Todo estaba listo, pero decidió cumplir con un compromiso que tenía con los empresarios en Fenalco. "Desaprovechó la oportunidad de tomarse la foto con quien representa la nueva izquierda en el mundo", dijo uno de sus asesores. También desechó propuestas como la que hizo el representante Gustavo Petro, en el sentido de radicalizar el debate entre ricos y pobres, al estilo Chávez.

Garzón hizo una campaña limpia, respetuosa con sus contendores y aun al final, cuando se polarizó, no cayó en la tentación de los ataques aleves o los adjetivos descalificadores. En la etapa final, ya más seguro que al comienzo, cuando se lo veía sin ganas y no muy conocedor de los temas de la capital, su comportamiento fue más de alcalde que de candidato. Así lo dejó claro el domingo en la noche en su discurso de triunfo, cuando envió un mensaje conciliador a sus adversarios.

No cabe duda de que el mensaje para hacer de Bogotá una ciudad más humana logró calar en los bogotanos, que si bien se sienten en general satisfechos con las gestiones de administraciones de Enrique Peñalosa y Antanas Mockus, ahora reclaman soluciones para los problemas económicos. "Garzón capitalizó el malestar social derivado del débil crecimiento económico de los últimos años, y de la falta de empleo", dice Rodrigo Losada, politólogo de la Universidad Javeriana.

El gran reto de Garzón es ahora tomar las riendas del poder de una ciudad que ha ganado sentido de pertenencia, que ha mejorado su calidad de vida en forma ostensible en los últimos 10 años y que se acostumbró a alcaldes que no se dejan chantajear por el Concejo. Por primera vez, estará del otro lado de la mesa: del lado de los que gobiernan y administran recursos públicos, no de los que critican. Demostrar que puede adelantar una gestión responsable, sin populismo, es su gran reto. "Si su gestión de gobierno sale mal librada, ya no será sólo la guerrilla la que quede mal, también la izquierda democrática", dice el senador Pardo. El desafío de Lucho no es de poca monta. De sus resultados depende en buena medida el futuro del Polo Democrático Independiente como organización política con opción real de poder.

El Polo, con Lucho a la cabeza, ha ganado una primera batalla. Hay razones para el entusiasmo y el optimismo, pero como dijo Augusto Cubides, jefe de comunicaciones de la campaña, "la verdadera celebración se deberá aplazar hasta el 31 de diciembre de 2007, cuando los bogotanos nos digan que hicimos un buen gobierno".


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Los retos

Luis Eduardo Garzón se enfrenta a retos en los que tendrá que poner a prueba su habilidad de negociador y el talante conciliador que demostró en la campaña. Para cumplir la promesa de no subir las tarifas de agua, tendrá que negociar la convención colectiva que se vence en diciembre de este año, con el poderoso sindicato de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado (EAAB), uno de los más radicales del país, y continuar con el proceso de racionalización en materia de eficiencia y reducción de costos y gastos de funcionamiento. En la EAAB, de cada 100 pesos que recibe un empleado, 27 corresponden a beneficios extralegales.

Será la primera vez que se siente del otro lado de la mesa, sin la camiseta del sindicalista, ya no para buscar prebendas para los trabajadores, sino para desmontar los excesivos privilegios de los empleados de la empresa. Como le ha pasado a Lula en Brasil, es probable que sus aliados acaben convertidos en sus más implacables críticos.

Otro de los grandes retos tiene que ver con las finanzas del Distrito. En este sentido, Garzón debe saber que es clave el nombre del Secretario de Hacienda, que debe manejar un presupuesto de 11 billones de pesos. En este tema no se puede improvisar, pues un mensaje equivocado puede poner nerviosos a los mercados internacionales. Bogotá tiene una calificación triple A por su condición de buen pagador, y en ese sentido el mensaje de Garzón debe ser claro. "Vamos a cuidar que no se vaya a dañar el saneamiento financiero que ha logrado la ciudad –dice Pedro Rodríguez, ex director de Presupuesto Distrital y jefe programático de la campaña–. La administración realizará gestiones de eficiencia en recaudos y ejecución de gastos". Despierta tanta inquietud el asunto, que algunos asesores le han recomendado ratificar a Israel Fainboim, un nombre que despierta tanto entusiasmo como resistencia en las filas del Polo.




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Naufragio anunciado

Amigos y detractores del Gobierno consideran que con la derrota del referendo, el presidente Uribe debe hacer cambios inmediatos en su gabinete.

"A mí no me dan las cuentas, esto se perdió", le dijo el presidente Álvaro Uribe Vélez a su esposa, Lina Moreno, pasadas las 5:30 p.m. del sábado, una hora después de que se cerraran las urnas para la votación del primer referendo de la historia de Colombia. Con cerca del 15% de las mesas escrutadas en todo el país, la Registraduría revelaba que el promedio de votación para las 15 preguntas del cuestionario rondaba apenas los 550.000 votos. Una simple regla de tres permitía proyectar que, a ese ritmo, el referendo ni siquiera alcanzaría los cuatro millones de votos y estaría muy lejos del umbral de 6,25 millones de sufragios, equivalentes al 25% del censo electoral, y necesarios para validar la votación.

El ambiente de velorio se mantuvo por toda la Casa de Nariño hasta después de que cayó la noche. En el salón azul, algunos ministros y dirigentes gremiales, como Jorge Visbal, hablaban en voz baja. En el salón de crisis, miembros del equipo económico seguían las últimas cifras de la Registraduría con verdadero terror, a sabiendas de que al hundirse las preguntas relacionadas con el ajuste fiscal, uno de los pilares de la estrategia económica del Gobierno quedaba por el piso. Una pequeña luz de esperanza surgió desde la oficina del secretario jurídico, Camilo Ospina, en el segundo piso, donde varios expertos electorales, entre ellos un par de congresistas, trataban de interpretar lo que estaba sucediendo.

La tesis que surgió tenía que ver con el hecho de que como las mesas con menos votos eran las más fáciles de contar, ésas habían sido las primeras en reportar sus resultados a la Registraduría. Cuando escuchó el planteamiento, el Presidente lo recibió con escepticismo: "Por mucho que aumente el promedio de votos por mesa, estamos muy lejos y no nos va a alcanzar", insistió. Pero la tesis ganó fuerza pasadas las 7 :00 p.m., cuando un boletín que contabilizaba cerca del 40% de las mesas, totalizaba los votos en un promedio de más de dos millones por pregunta, lo que permitía proyectar una votación total de 5,5 millones, insuficiente para superar el umbral, pero bastante más alentadora que los primeros cálculos.


A las 9:00 p.m., con más del 80% de las mesas contabilizadas, la votación total se aproximaba a los 5,2 millones. La tesis se había confirmado plenamente: el promedio de votos por mesa había subido de 40 a 85. Pero la suerte de la mayoría de las preguntas aún era incierta, pues nadie sabía si ese promedio iba a mantenerse hasta cuando el total de las mesas registradas se acercara al 100%. Los malos presagios se confirmaron hacia la medianoche, cuando un boletín de la Registraduría, que sería uno de los últimos del conteo, dejó la mayoría de las preguntas a decenas de miles por debajo del umbral y otras, a más de medio millón.

Pero lo peor vino el domingo, cuando la Registradora, Almabeatriz Rengifo, declaró que las mesas pendientes no alcanzarían a ser contabilizadas y que todo quedaría para los escrutinios formales que arrancan esta semana. Todo ello con un interrogante dramático: de esas urnas pendientes, ¿cuántas fueron quemadas por la guerrilla, como lo denunció la propia Registradora?


¿Qué pasó?

"Esta es la democracia", le dijo a CAMBIO el domingo en la mañana el ex vicepresidente Humberto de la Calle, uno de los impulsores del referendo. Para él, las razones de la derrota del referendo tienen que ver con muchas de las cosas que se plantearon durante la campaña: la complejidad de las preguntas, el intento del Gobierno de imponer duras determinaciones económicas y de ajuste fiscal por la vía popular, y el hecho mismo de que Colombia tiene una larga tradición abstencionista, agravada por un censo electoral que De la Calle, en su calidad de ex Registrador, sostiene que sigue muy inflado.

Pero si se trata de rescatar cosas que salieron bien, De la Calle menciona la Constitución del 91, que estableció el referendo, y quedó claro que a pesar de las acusaciones de los opositores, "este no era un plebiscito, pues hubo preguntas con 700.000 votos menos que otras, lo que muestra cierta selectividad temática de los votantes". Para el ex vicepresidente, "salió adelante el esquema democrático, tanto, que incluso un Presidente tan popular no pudo imponer una propuesta por esta vía, pues el hecho es que no logró convencer al porcentaje de votantes que la Constitución exige".

Pero si bien De la Calle puede tener razón desde el punto de vista filosófico, la verdad es que como institución, el referendo puede haber quedado mortalmente herido. Si un mandatario con la popularidad de Uribe no fue capaz de sacarlo adelante, ¿será que en el futuro a algún otro presidente se le ocurre arriesgarse a una derrota por esa vía? Para colmo de males, el referendo, previsto como un camino expedito para el cambio constitucional, resultó más lento que cualquier otro.

Otra conclusión evidente es que la clase política mantiene una enorme fuerza perturbadora. El hecho de que las preguntas que más afectaban a los congresistas, la 6 y la 7, sobre reducción del tamaño de las cámaras y pérdida de investidura de los parlamentarios, fueran las menos votadas, indica a las claras que la maquinaria de los caciques jugó sus fichas. "Los políticos tradicionales, más aún que el movimiento por la abstención, lograron una vez más parar la reforma del Congreso", le dijo a CAMBIO el senador Rafael Pardo.


Las consecuencias

"El Presidente debe tener un enorme cuidado en las horas por venir, pues tiene que tomar decisiones y hacer cambios, pero no hacer cosas dramáticas que impliquen generar desconcierto ni sensación de debilidad". Así opina el senador liberal Luis Guillermo Vélez, sobre la forma como Uribe debe manejar las horas por venir. Para él, "agotado el referendo, muere cualquier amenaza de revocatoria del Congreso, carece de sentido hablar de una Constituyente y lo único que le queda al Gobierno es negociar con el Congreso y tratar de hacerlo del modo menos costoso para el Ejecutivo y para el erario".


Vélez piensa que "en todo caso, el Gobierno debe enviar un duro paquete fiscal al Congreso, pues no sólo tiene que lanzar esa señal a los mercados internacionales, sino que si va a negociar con las cámaras, tiene que arrancar en una postura fuerte". Otros creen –y de hecho en el seno del propio Ejecutivo hay funcionarios trabajando en esa alternativa– que Uribe debe dictar una emergencia económica esta semana. Se trata de tranquilizar a los mercados y, además, de preparar el terreno para el paquete que debe ser llevado al Congreso (ver recuadro).

Pero, más allá de todo esto, no hay duda de que se imponen medidas de tipo político. Entre ellas, un profundo ajuste en el gabinete (ver editorial) no sólo transmitiría el mensaje de que el Presidente entiende que es hora de enderezar el rumbo en algunas de las áreas, sino que permitiría refrescar la relación con las cámaras legislativas. Pero como bien lo sabe el país, Álvaro Uribe es bastante reacio a cambiar ministros. La pregunta es si perder un referendo que le resultaba tan trascendental al propio mandatario no lo obliga a cambiar algunas de las reglas a las que tanto se ha apegado. Sobre todo, cuando resulta evidente que el Presidente es mucho más popular que su equipo y que, por eso mismo, fue él quien cargó, de manera personal, con toda la responsabilidad de la campaña del referendo. Y si no se anima a introducir cambios, puede terminar pagando todo el costo.

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Economía: recuperar la confianza

El desvelo que se propagó como una epidemia entre los funcionarios del alto gobierno el pasado 25 en la noche no estuvo restringido a la Casa de Nariño. También los integrantes del equipo económico, algunos de los cuales se desempeñaron como jurados de votación, fueron víctimas del insomnio. La razón fue el naufragio de buena parte, si no de todos, los puntos del Referendo que tenían efectos fiscales y en particular de los más importantes. Si bien el veredicto final no se conoce, al cierre de esta edición los observadores consideraban que ni la congelación de los gastos del Estado (punto 14 del temario), ni la supresión de las contralorías (punto 9) tenían posibilidades de ser aprobados, con lo cual se esfumaba la posibilidad de ahorrar más de 20 billones de pesos hasta el año 2010.

Así las cosas, el Gobierno no tiene otra opción que presentar con la mayor brevedad el llamado "Plan B", nombre que recibió el conjunto de medidas que serían tomadas si fracasaba el Referendo. El objetivo inicial deberá ser, sin duda, mantener la credibilidad en la política económica, en particular en los escenarios internacionales. Hace apenas unos días el propio Álvaro Uribe advirtió que Colombia podría seguir la senda de Argentina de no aprobarse el Referendo. Ahora, tanto el Presidente como su ministro de Hacienda, deberán convencer a los mercados de que ese no va a ser el caso y que, a pesar de todo, existe luz al final del túnel. "Va a haber presión sobre el precio del dólar y sobre el precio de los papeles de deuda pública", anotó Fabio Villegas, presidente de Anif.

¿En qué consiste ese Plan B? Debido a la premura del tiempo será necesario buscar mayores recaudos y menores gastos, ya sea a través de la presentación de un paquete de medidas ante el Congreso o, según algunos, mediante la declaratoria de emergencia económica que prevé la Constitución. Las opciones incluyen, entre otras, adelantar el aumento del IVA para ciertos productos del 7% al 10% que estaba previsto para 2005, volver a proponer el IVA del 2% para bienes de primera necesidad que fue derribado por la Corte Constitucional hace unas semanas y buscar una cirugía mayor en materia pensional. "Hay que dejar en claro que no se ha perdido la voluntad de completar el ajuste mediante la combinación de más ingresos y menos gastos, cueste lo que cueste", agregó Villegas. Dependiendo de la celeridad y contundencia de esos anuncios es probable que el Gobierno logre recuperar la confianza, pero aun los más optimistas reconocen que falta mucho trabajo para que tanto el llamado hueco fiscal como la explosiva deuda pública se encuentren bajo control. Y que sin Referendo esa labor va a ser mucho más difícil.

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Cambiar el gabinete

Asumir que cuando un gobierno pierde un referendo, simple y llanamente, no pasa nada, es partir de la base errónea de que los hechos políticos carecen de consecuencias.

La propuesta de Álvaro Uribe contenida en el referendo que se hundió el sábado fue, desde tiempos de su campaña, uno de sus ejes programáticos. Y aunque el Presidente siga contando con un altísimo respaldo, por encima del 70% según el más reciente Gallup Poll, lo cierto es que esa popularidad parece inútil y casi frívola si el mandatario no logra convertirla en votos para apoyar sus iniciativas.

No hay duda de que el Presidente tiene que revisar la situación política, y tomar decisiones a la luz de lo sucedido. Nadie pretende que renuncie a su cargo como De Gaulle en 1969. Pero eso no quiere decir que deba dejar todas las cosas tal y como están. Es hora de hacer ajustes. Para empezar, está el controvertido Ministro de Interior y Justicia, Fernando Londoño, responsable principal del referendo, desde cuando presentó el proyecto al Congreso, el 7 de agosto. Su permanencia en el gabinete carece de sentido ahora que la iniciativa prácticamente naufragó.

Y si en esa cartera va a haber cambios, debe esperarse lo mismo de otros ministerios, cuyos titulares no han logrado acomodarse al cargo a pesar de llevar 14 meses en él. Si el Presidente, tan empeñado en tener ministros para cuatro años, se niega a dar este paso, si insiste en no quemar cartuchos, terminará él, tarde que temprano, pagando personalmente todas las cuentas y echando al bote de basura la popularidad de que sigue gozando. Y eso no le conviene a Colombia.


     

 

   
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