Intelectuales y Académicos

Bolivia, Bush y América Latina

 

Autor: Immanuel Wallerstein

Fecha: 1/11/2003

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI

Fuente: F. Braudel Center, Binghamton Univ.


Comentario No. 124, 1 de Nov. de 2003

El levantamiento en Bolivia que volteó a un presidente atrajo una cobertura insusualmente grande en los periódicos norteamericanos y europeos. En cierto modo, esto es sorprendente, ya que normalmente se ignoran países como Bolivia (o les da una cobertura menor) incluso en los mejores periódicos. Esto tal vez sea sencillamente el efecto de la acumulación de eventos de los últimos dos años que reflejan una política cambiante en América Latina. América Latina puede estar volviendo a entrar en el foco político del mundo.

En los años sesenta, la "revolución" había sido un tema penetrante en América Latina. Cuba se volvió un símbolo de la marcha hacia el socialismo. El Che Guevara simbolizó y practicó lo que se llamó "foquismo" o una "revolución dentro de la revolución" (y que llevó a la propia muerte de Guevara en Bolivia). La dependencia era la nueva consigna de los intelectuales latinoamericanos, un concepto que había evolucionado desde los conceptos de centro-periferia y "desarrollismo" formulados por primera vez por Raúl Prebisch y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Estos intelectuales comenzaron a oponerse abiertamente a los partidos comunistas latinoamericanos, considerándolos reformistas, colaboradores anti-revolucionarios de facto con los Estados Unidos y el capitalismo mundial. Los movimientos guerrilleros comenzaron en un gran número de países y parecían ser muy poderosos. En Chile, Salvador Allende fue elegido en base a un programa de transición al socialismo.

Los Estados Unidos empezaron a alentar golpes militares de varios régimenes (Brasil, Chile, Argentina, Uruguay) para detener el curso de los acontecimientos. La marea de la revolución empezó a menguar en los años setenta, aunque los sandinistas en Nicaragua representaron un último estallido. En los años ochenta, el estancamiento de la economía-mundo empezó a pasar factura a América Latina. México lideró la parte latinoamericana inaugurando la "crisis de la deuda" en 1982 (aunque Polonia había sido realmente el punto de partida mundial en 1980). Los años ochenta fueron testigos de la retirada del desarrollismo, un nuevo giro a la "democracia" (es decir, a la política electoral), y un apaciguamiento general de las aguas. Los distintos movimientos guerrilleros en Centroamérica esencialmente se rindieron, obteniendo un derecho de salvar las apariencias (re)introduciéndose a la política electoral. El colapso de la Unión Soviética y de los comunismos en Europa centro-oriental desorientó y desarmó a buena parte de la izquierda latinoamericana.

Los años noventa fueron un período en el que Estados Unidos sentía que podía respirar tranquilamente en América Latina. México aceptó ser parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Y finalmente, después de medio siglo de gobierno unipartidista continuo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), México eligió como presidente al líder de un partido conservador, pro- libre comercio y pro-norteamericano, Vicente Fox. Es cierto que inmediatamente luego de la firma del acuerdo del NAFTA, México fue testigo de la emergencia y supervivencia de un movimiento socio-político de un tipo sorprendentemente nuevo, los zapatistas en Chiapas, defendiendo los intereses de las poblaciones indígenas reprimidas. Y estaba atrayendo un montón de atención y apoyo por el mundo entero, pero EE.UU. básicamente no le prestó ninguna atención, posiblemente porque proclamaron que no estaban interesados en tomar el poder estatal. EE.UU. empezó a promover la idea de una Asociación de Libre Comercio de las Américas (FTAA, o ALCA) y persuadió a Chile de ser el primero en firmar un acuerdo bilateral de esta especie.

Entonces comezó un lento retumbar de descontento político en América Latina. Las formas que esto tomó en Ecuador, Perú, Venezuela, Brasil y Argentina fueron diferentes en sus detalles. Pero todas tuvieron un rasgo en común. El descontento encontró sus raíces en las poblaciones indígenas (o mestizas) y en los sectores sindicales y campesinos organizados de la población. Fueron las clases medias las que estuvieron relativamente desorientadas e inseguras en relación a dónde se encontraban sus intereses. En ninguno de estos casos llegó al poder un gobierno "revolucionario" según los estándares de los sesenta. Pero en cada caso, hubo oposición, más o menos abierta, a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) y a la creación del ALCA. En cada caso, Estados Unidos no se quedó contento pero no parecía poder afectar la situación tan directa y tan rápidamente como en los años setenta. No hubo ningún golpe derechista à la Pinochet.

Este es el trasfondo de Bolivia, quizás el país más pobre de América del Sur. Por cierto, Bolivia había sido la pionera de la anterior ola "revolucionaria" en América Latina. Una revolución en 1952 llevó a la nacionalización de las minas de estaño. La revolución fue dirigida por la Central Obrera Boliviana (COB) que había organizado a los mineros del estaño, la mayoría de ellos indios. La revolución fue un gran susto para Estados Unidos, combinando la combatividad sindical con las demandas de la mayoría indígena de un papel político en el estado. Llevó cinco años contenerla. Cuando el estaño retrocedió en el mercado mundial, muchos de los productores indígenas se volvieron a la producción de coca, que les trajo ingresos pero también la ira de la campaña anti-drogas de EE.UU.

En la última elección, el líder de los cocaleros, Evo Morales, que encabeza un movimiento llamado Movimiento al Socialismo (MAS), con el apoyo de la COB y de los movimientos indígenas, perdió por un margen muy estrecho frente a un típico candidato conservador, Gonzalo Sánchez de Lozada. Se dice que cuando Sánchez se encontró con Bush en Washington, le dijo en broma que él haría lo que le pidieran, pero que, si lo hacía, la próxima vez que Bush lo viera probablemente estaría en el exilio político en EE.UU. Y eso fue lo que pasó. Cuando Sánchez ofreció vender el gas de Bolivia a bajo precio, y encima de esto propuso construir el gasoducto hacia un puerto que había sido alguna vez parte de Bolivia pero que había sido arrebatado en una guerra por parte de Chile en el siglo XIX, el país hizo erupción, y en primer lugar las enormes áreas económicamente más empobrecidas del Altiplano, que se dirigieron hacia la ciudad capital. Y de repente, los estudiantes y los obreros marchando por las calles (y la COB en un documento oficial) reivindicando al Che Guevara.

Estados Unidos proclamó su apoyo a Sánchez, y consiguió que el Secretario General de la Organización de Estados Americanos hiciera lo mismo. Pero el levantamiento había sido demasiado fuerte. Y el indefinible vicepresidente retiró su apoyo al gobierno, preparando su camino hacia la toma del gobierno. Luego, poco tiempo después, para sorpresa de todos, el gobierno conservador en Colombia, el aliado más fuerte de Estados Unidos en el continente, perdió las elecciones de la alcaldía de Bogotá (así como en la segunda ciudad, Medellín) frente a un líder sindical y ex-comunista, "Lucho" Garzón. Los descontentos eran básicamente los mismos: el daño ocasionado por el neo-liberalismo y las demandas para erradicar la coca, así como en este caso también el descontento con la línea dura del gobierno en las negociaciones con el movimiento rebelde largamente sobreviviente, las FARC.

De manera que no hubo ninguna "revolución" sino una serie de retrocesos sistemáticos de las fuerzas conservadoras y la política de Estados Unidos. Repasemos todo lo que ha pasado. En Brasil, "Lula" y el Partido dos Trabalhadores (PT) finalmente ganaron una elección presidencial. En Argentina, modelo del FMI, el colapso económico y el torbellino político finalmente produjeron un presidente que desafió al FMI, se salió con la suya, y luego fue premiado con un fuerte apoyo político para sus candidatos en las principales elecciones comunales. En 2003, en un voto crítico del Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos no logró conseguir el apoyo de México o Chile. En Cancún, la oposición a las propuestas de EE.UU fue dirigida, y con éxito, por Brasil. Y en todas partes ha habido un despertar político de las poblaciones indígenas que, en la mayor parte de los países de América Latina, son la mayoría de la población.

Este alza ha sido posible por dos fenómenos que se han combinado. Por un lado, Estados Unidos no tiene ya el poder para dictar los resultados en América Latina, especialmente ahora que se encuentra atado a sus compromisos militares en Medio Oriente. Y por el otro, los dirigentes políticos latinoamericanos, sobre todo de la centro-izquierda, han aprendido la lección de que no tienen el poder para dar grandes pasos, rápidos, pero tienen el poder para dar pasos medianos, y éstos pueden acumularse. América Latina está en el proceso de aprovecharse de las debilidades norteamericanas. Las batallas claves son dos: el grado en que los movimientos indígenas y otros movimientos de base campesina y sindical mantengan su vigor y aumenten su influencia política; y si las negociaciones por el ALCA finalmente colapsarán debido a la rigidez norteamericana en dar cualquier concesión significativa.


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