Latinoamérica

Bolivia: En la hora de gobernar…

 

Autor: Editorial

Fecha: 5/11/2003

Fuente: Revista Pulso (Bolivia)



En su propia naturaleza la actual situación supone el fin de un estado idílico, que al Presidente Carlos Mesa, según parece, habrá de sobrevenirle necesariamente. Pero se ha dicho también que en la condición del actual gobernante boliviano sus debilidades políticas son sus fortalezas. Los signos auspiciosos siguen en todo caso vigentes.

Dos semanas ya transcurridas del gobierno del Presidente Carlos Mesa conducen inevitablemente a varias preguntas. Ha llegado la hora de gobernar, en efecto, después de las bellas palabras con que una nueva administración siempre hace su estreno, pero es al mismo tiempo la hora en que se deje al Presidente cumplir tal cometido. Lo primero no puede ir sin lo segundo, y ya se advierte la reaparición viciosa de la práctica del emplazamiento, de los límites y condiciones que se quieren imponer ahora al primer mandatario desde sectores, cierto, hasta el momento al menos, sin la convocatoria esperada o incluso con el rechazo manifiesto de opinión pública, una práctica que, por mucho que haya resultado victoriosa en el derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada como ya lo venía siendo desde antes en otras circunstancias, no se exime por ello de la señalada condición viciosa dado que confunde lo lícito con lo que no lo es. El Presidente ya lo ha hecho notar: “Concédanme al menos —ha pedido, con relación a algunos nombramientos y decisiones o falta de ellas— el beneficio de la duda”.

Gobernar es decidir y actuar, es ejercer la autoridad, y para todo ello, analizar, pensar, conciliar criterios, necesidades, oportunidades, incluso desarrollar un estilo, un conjunto de cosas que en los presentes momentos no resulta fácil por los antecedentes inmediatos, traumáticos, y también porque el estado de situación del país es aún de reacomodamiento de los diferentes factores en juego. Por muy institucional y ejemplar que haya sido la sucesión presidencial, fue también por completo atípica, excepcional, y la prudencia, la búsqueda de consensos, el precario equilibrio entre la fuerza, la autoridad y la flexibilidad en el ejercicio del mando son insoslayables. En su presente edición PULSO se ocupa de ello a sabiendas de que, luego de haber pedido institucionalmente la renuncia del presidente Sánchez de Lozada según la sucesión constitucional, el nuevo mandatario Carlos Mesa habrá de recibir el consiguiente apoyo. Ningún salto al vacío, ningún aventurerismo, fueron nuestras palabras, así como la defensa de la democracia, tan mal entendida por los nombrados sectores empeñados en fijarle plazos de mandato al Presidente.

Pero estas dos semanas transcurridas han obrado de todos modos para bien. La esperanza se mantiene, el desarme subsiste, el respaldo al Presidente, munido de dotes comunicacionales y de un sentido del tacto político imprevistos, es innegablemente mayoritario. Y es allí, en este capital político, donde ha de saber actuar Mesa para abrirse campo a lo que ya se viene echando de menos, que es efectivamente gobernar dentro de los lineamientos principales por él mismo anunciados al asumir el cargo. Las noticias del frente económico son casi aterradoras, la planteada y asumida Asamblea Constituyente requiere mucho trabajo de afinamiento al igual que el referendo sobre el gas y el extremadamente sensible tema de la coca. El Presidente, correctamente, ha dicho que no se le teme en su gobierno a la discusión de nada, pero ello implica que se deberá tener las cosas suficientemente claras para que determinados criterios puedan ser convincentes y otros rechazables argumentativamente. Esto es de perentoria necesidad, y desde luego corre a cargo del gabinete de ministros, cuyo denominador común de una entendible modestia cualitativa podrá equilibrarse con la relación directa y sin interferencias político-partidarias, con el Presidente.

¿ Y el otro término de la ecuación de gobierno, que es dejar al Presidente que gobierne? Los partidos, en general, después de aceptables vacilaciones iniciales y no importa cuán sinceramente, vienen repitiendo su respaldo al nuevo gobierno. Incluso el MAS de Evo Morales ha pasado a mostrarse facilitador, si bien el dirigente cocalero no ahorra calificaciones en los análisis que hace fuera del país —en reuniones internacionales en México y Cuba, estos días— para mostrar una Bolivia que no es real. Por supuesto, las muletillas, los simplismos, la demagogia no se desperdician en tales cónclaves. Y en cuanto a Felipe Quispe o los “guerreros del agua” en la persona de su dirigente Oscar Olivera, o Jaime Solares, de la COB, y otros más en distintos puntos del territorio, el estrabismo en la visión no preocuparía mayormente si no fuera porque en esas posturas va perfilándose y moldeándose un modelo de país que en su inviabilidad compromete sin embargo a mentes y espíritus bajo un signo de desorientación y expectativas falsas. Se podría todavía añadir a esta lista o a otra, de un agorerismo fatídico, lo que proviene del frente externo, pero contrapuestas aquéllas a otras visiones más bien acertadas, como las de Jeffrey Sachs y Mario Vargas Llosa, y a actitudes de la comunidad internacional como el explícito e inusual respaldo conferido por el gobierno del presidente brasileño Lula da Silva, que ha de interpretarse que lo es sobre todo a la democracia boliviana con caracteres definidos.

Una circunstancia como la presente, inaugural, de transición y luego de la caída de un presidente democráticamente elegido, recibe, más que de costumbre, la descripción que la asimila a una especie de frágil “luna de miel” política con los diversos sectores sociales y políticos de la normal complejidad con que se ejerce el acto de gobernar. En su propia naturaleza tal situación supone el fin de un estado idílico, que al Presidente Carlos Mesa, según parece, habrá de sobrevenirle necesariamente. Pero se ha dicho también que en la condición del actual gobernante boliviano sus debilidades políticas —el carecer de partido o de un frente partidario de apoyo, o de base legislativa, entre otras— son sus fortalezas. Siendo así, como todo lo evidencia, el sentido de la oportunidad, de la decisión correcta, del fino tacto político, la capacidad de reacción a tiempo, el tino en la selección de colaboradores, la firmeza de carácter al tiempo que la magnanimidad, en fin, el cumplimiento de la ley y la constitución, deberán constituirse quizá ya ahora mismo en la dura realidad de gobernar, y para hacerlo, ojalá, por el resto del período presidencial que falta cumplir, hasta el 2007. Los signos auspiciosos siguen en todo caso vigentes.


     

 

   
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