Izquierda Marxista

La religión de sus padres

 

Autor: Chris Harman

Fecha: 23/11/2003

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI

Fuente: Socialist Review, nov. 2003


Los intentos de 'recuperar al Partido Laborista' siempre quedaron desairados.

Hace seis años, poco después de la victoria laborista, escribí un artículo para Socialist Review advirtiendo lo malo que podría llegar a ser un gobierno laborista. Lo hice porque había un montón de gente en la izquierda 'cuya única experiencia fue la de los 18 años de gobierno conservador' y que sentían que 'esto es fantástico, las cosas tienen que mejorar'.


Hoy la discusión ha cambiado. Hay una desilusión enorme con el gobierno de Blair. Algo así como la mitad de quienes eran miembros del Partido Laborista en 1997 lo han abandonado y el debate en la izquierda es cómo reaccionar.


Por un lado, hay gente como Tony Benn, la mayoría del Partido Comunista y el periódico Tribune que todavía sostienen que sus partidarios tradicionales lo pueden 'recuperar' y que puede volverse un vehículo para las aspiraciones de la clase obrera. Por el otro lado, están quienes opinan como Murray Smith del Partido Socialista Escocés. Él sostiene que la adopción por parte del New Labour de la economía neoliberal significa que posiblemente no pueda recuperar su influencia sobre los sectores centrales de la clase trabajadora y que es indistinguible del Partido Conservador por la gente que lo vota y por su base activa.


En mi opinión, la primera posición es claramente equivocada. Los principales ministros de todos los gobiernos laboristas comenzaron como izquierdistas. Ya en el poder, se inclinaron, más tarde o más temprano, frente a lo que el capitalismo les demandaba, ya fuera recortar los subsidios por desempleo, hacer la guerra en Corea, imponer controles salariales o recortar el estado de bienestar por orden del FMI. Digámoslo crudamente: el laborismo no pudo ser 'recuperado' en el pasado, ni puede recuperarse hoy. Si hay algún error por parte de quienes se oponen a 'recuperar al Labour', es el de subestimar la magnitud de la desilusión que les causó tanto a los activistas como a los votantes obreros del laborismo durante los gobiernos de 1924, 1929-31, 1964-70 y 1974-79.


Tomaré apenas lo ocurrido con los dos últimos gobiernos. Hubo una caída en masa del voto laborista. El número de consejeros laboristas cayó casi la mitad durante el primer gobierno de Wilson. Y para la elección general de 1979 el voto al Labour había caído al 36 por ciento, comparado con el 47,9 por ciento en 1966. En la base de la organización laborista hubo un éxodo.


En 1951 el partido tenía más de un millón de miembros. Hacia 1980 el secretario general del Partido Laborista admitía que el número real de miembros era de sólo 285.000. De estos, un cuarto eran jubilados. Los informes locales indican una situación aún peor. La rama local partidaria de Brixton que tenía 1.212 miembros en 1965, sólo tenía 292 en 1970. Una serie de artículos en el Times de 1968 (antes de que fuera comprado por Murdoch) contaba cómo una tras otra se disolvían varias circunscripciones electorales del partido. Y un artículo del órgano oficial Labour Organiser llegaba a señalar que menos del 10 por ciento de los miembros estaba en actividad.


Y esto no era todo. La proporción de obreros en el partido ya era, para ese momento, muy baja en una buena parte del país. En Fulham, por ejemplo, el 70 por ciento de la población eran por entonces obreros manuales, comparados con el 25 por ciento de consejeros laboristas y miembros del Comité de Dirección General.


No sorprende que intelectuales socialistas como Raymond Williams y Edward Thompson, buscando una instrumento para cambiar la sociedad ya en 1968, no lo encontraran en el Partido Laborista. En el Manifiesto del Primero de Mayo de ese año Williams describía gráficamente la inutilidad de intentar lograr un cambio por medio del Partido Laborista. Realmente el partido tal vez nunca haya estado tan despojado de activistas y de raíces en áreas obreras como lo está hoy. Pero para el Invierno del Descontento en 1979 ya parecía que iba muy bien encaminado a perder ambos sectores.


Los anuncios fúnebres fueron prematuros. El breve giro a la izquierda en el partido después de la derrota de 1979, combinada con la dureza de las políticas del gobierno conservador le dieron nueva vida. Para 1981 el laborismo había revertido la tendencia de las tres décadas anteriores y había conquistado nuevos miembros - por lo menos 60.000 en un año. Y muchos de éstos eran más jóvenes y más activos que los miembros anteriores. Algunos por lo menos eran sólidamente de clase obrera, y creían que podían cambiar la sociedad por medio de un partido que ahora se preparaba a organizar una manifestación contra las armas nucleares, y actos masivos contra el desempleo.


Un papel importante en el reanimamiento de la influencia del laborismo lo cumplieron gente que, al igual que hoy, hablaba de 'recuperar' y 'democratizar' el partido. Muchos en la izquierda se engañaron a sí mismos pensando que el partido podría ser un vehículo para un cambio social cuasi-revolucionario.


En 1981, hubo un debate con una asistencia de más de mil personas llamado 'el debate de la década' sobre si los socialistas debían estar dentro del Partido Laborista. A finales de 1982, dos de los tres principales disertantes habían cambiado de opinión y se inscribieron para entrar al partido (la excepción fue Paul Foot). Socialist Review escribió:


'Hay una marea de gente que vuelve hacia el Partido Laborista desde la izquierda: los editores de la primera y la segunda New Left Review, los autores del Manifiesto anti-laborista del Primero de Mayo, los antiguas luminarias de Black Dwarf, las principales luces del ala eurocomunista del Partido Comunista, los partidarios del International Marxist Group, los autores de 'Beyond the Fragments.''


Y aún así, en el lapso de dos años, las fuerzas que siempre habían decidido el destino del partido en última instancia - la fracción parlamentaria y la coservadora burocracia sindical - había reafirmado sus posiciones. El partido se encontraba firmemente en el camino que llevó desde Michael Foot hasta Neil Kinnock y de John Smith a Tony Blair. 'Recuperar al Labour' significó, en efecto, hacer que fuera más fácil que se repitiera el modelo de 1929-31, 1964-70 y 1974-79.


No tiene por qué ocurrir de nuevo. La magnitud del movimiento hoy puede abrir un camino muy diferente. Pero no lo conseguiremos creyendo que el laborisme está automáticamente acabado. Como escribimos en Socialist Review en septiembre de 1981, 'la política laborista tiene algo en común con el cristianismo. El hecho de que nunca ocurra la vuelta del Mesías no destruye la buena voluntad de aferrarse a ella por parte de los creyentes.'


A pesar del registro histórico, todavía habrá personas que, genuinamente repelidas por lo que está haciendo Blair, se sentirán atraidas por el concepto de la 'recuperación' como algo más fácil de conseguir que la construcción de algo diferente. Su actitud hace más difícil proporcionar el tipo de alternativa que los haría cambiar de opinión incluso a ellos. Esa es la razón por la cual tenemos que discutir vigorosamente contra ellos.


Pero no debemos negar su existencia, hacer de cuenta que son insignificantes u olvidar que sus antepasados ayudaron a poner nuevamente en carrera al Partido Laborista, con efectos desastrosos. Destruir ilusiones así requiere un argumento racional - pero también demostrar en la práctica que hay otras maneras de responder los golpes, basadas en la lucha de clases real.


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