Economía y Politica Internacionales

Dividir Irak en tres estados

 

Autor: Leslie H. Gelb

Fecha: 26/11/2003

Traductor: Celeste Murillo, especial para P. I

Fuente: International Herald Tribune


Sunitas, chiítas y kurdos

La nueva estrategia del presidente George W. Bush de transferir el poder rápidamente a los iraquíes, y las alternativas de sus críticos, comparten una falla fundamental: todas comprometen a EEUU a unificar Irak, artificialmente, a partir de tres diferentes etnias y comunidades sectarias. Eso ha sido posible en el pasado sólo con el uso de una brutal y abrumadora fuerza. Bush quiere mantener unido a Irak, llamando a elecciones democráticas en todo el país. Pero sólo lanza rumores devastadores de una retirada norteamericana.

Mientras tanto influyentes senadores han llamado a más y mejores tropas norteamericanas para derrotar la insurgencia. Todavía ni la Casa Blanca ni el Congreso están dispuestos a aprobar el envío de más tropas. Y existe también el pedido, más que nada fuera del gobierno de EEUU, de internacionalizar la ocupación de Irak. El momento del multilateralismo, sin embargo, puede que ya haya pasado. Incluso el estremecimiento de la ONU frente a la pesadilla de la responsabilidad.

La única estrategia viable, entonces, podría ser corregir el defecto histórico y avanzar a través de una solución de tres estados: kurdos en el norte, sunitas en el centro y chiítas en el sur.

Casi inmediatamente, esto permitiría a EEUU ubicar su dinero y sus tropas allí donde podrían ayudar rápidamente –con los kurdos y los chiítas. EEUU podría retirar gran parte de sus fuerzas del llamado Triángulo Sunita, norte y oeste de Bagdad, liberando a las fuerzas norteamericanas de pelear una guerra costosa que pueden no ganar. Los oficiales estadounidenses podrían esperar entonces que los problemáticos y dominantes sunitas moderen sus ambiciones o se atengan a sufrir las consecuencias.

Esta solución de tres estados ha sido impensable en Washington durante décadas. Luego de la revolución iraní en 1979, se creyó necesario un Irak unido para contrapesar al Irán anti-norteamericano. Desde la Guerra del Golfo en 1991, se consideró esencial un Irak conjunto para prevenir a vecinos como Turquía, Siria e Irán de utilizar las divisiones para alentar otras guerras.

Pero los tiempos han cambiado. Los kurdos son autónomos desde hace años, y Ankara vivió con eso. Mientras los kurdos no avancen estrepitosamente a la condición de estado o inciten insurgencias en Turquía e Irán, estos vecinos aceptarán su autonomía. Es verdad que la región autogobernada de los chiítas puede transformarse en un estado teocrático o caer en la influencia iraní. Pero por ahora, ninguna posibilidad parece posible.

Existe un precedente esperanzador para una estrategia de tres estados: Yugoslavia después de la Segunda Guerra Mundial. En 1946, el Mariscal Tito unió grupos étnicos altamente divididos en una Yugoslavia unida. Un croata, dirigió el país desde Belgrado, entre la mayoría serbia, históricamente dominante. A través de políticas inteligentes y de su personalidad, Tito mantuvo la paz en forma pacífica.

Cuando Tito murió en 1980, varias partes de Yugoslavia declararon rápidamente su independencia. Los serbios, con fuerzas armadas superiores y la arrogancia de sus dirigentes, golpearon brutalmente contar los bosnios musulmanes y los croatas.

Europeos y norteamericanos protestaron pero –sorpresiva e imperdonablemente- hicieron poco al principio para prevenir la violencia. Eventualmente, le dieron a los bosnios musulmanes y a los croatas los medios para responder el ataque, y los serbios aceptaron la separación.

Más tarde, cuando los albanos en la provincia serbia de Kosovo se rebelaron contra sus crueles dirigentes, Estados Unidos y Europa tuvieron que intervenir nuevamente. El resultado ahí sería la autonomía o la condición de estado para Kosovo.

La lección es obvia: la fuerza fue lo mejor para mantener unida a Yugoslavia, e incluso eso fracasó al final. Mientras tanto, los costos para prevenir el surgimiento de los estados naturales fueron terribles.

Los ancestros de los actuales chiítas, sunitas y kurdos han estado en Mesopotamia desde la antigüedad. Ahí los chiítas, a diferencia del resto del mundo árabe, son mayoría. Los sunitas de la región gravitan en el pan-arabismo. Los kurdos no árabes hablan su propia lengua y siempre han alimentado su propio nacionalismo.

Los otomanos gobernaron todos los pueblos de esta tierra como eran: en forma separada. En 1921, Winston Churchill unió las tres partes para proteger el petróleo, bajo una monarquía respaldada por las fuerzas armadas británicas. El partido Baath tomó el poder en los ’60, con el control de Saddam Hussein consolidado para 1979, manteniendo la unidad con el terror y la ayuda ocasional de los norteamericanos.

Hoy, los sunitas tienen una participación mucho más grande en un Irak unido, más que los kurdos o los chiítas. La región central de Irak no tiene petróleo, y sin regalías petroleras, los sunitas pronto se transformarán en primos pobres.

A los chiítas les gustaría un Irak unido si ellos lo controlaran –cosa que sería posible si esas elecciones que Bush promete alguna vez ocurren. Pero los kurdos y los sunitas no aceptarían el control chiíta, sin importar cuán democráticamente lo logren. Los kurdos no tienen ningún interés en una autoridad central, que nunca ha sido algo bueno para ellos.

Una estrategia de separar Irak y avanzar hacia una solución de tres estados fortalecería esas realidades. La idea general es fortalecer a los kurdos y los chiítas, y debilitar a los sunitas, después esperar y ver, cuándo frenar la autonomía o alentar la condición de estados.

El primer paso sería hacer del sur y el norte regiones autogobernadas, con fronteras, tan cercanas como sea posible entre las líneas étnicas. Darles a los kurdos y los chiítas los miles de millones de dólares, votados por el Congreso para la reconstrucción. A cambio, requerir elecciones democráticas en cada región, y protección para las mujeres, las minorías y los medios de comunicación.

El segundo y al mismo tiempo, retirar las tropas norteamericanas del Triángulo Sunita y solicitar a las Naciones Unidas que supervise la transición al autogobierno. Esto puede llevar de seis a nueve meses; sin poder ni dinero, los sunitas podrían causar problemas.

Por ejemplo, podrían castigar a las importantes minorías del centro, particularmente las grandes poblaciones kurdas y chiítas en Bagdad. Estas minorías deben tener tiempo y medios para organizarse, ir hacia el norte o el sur. Esta sería una difícil y peligrosa empresa, pero Estados Unidos debería pagar los movimientos de la población y proteger el proceso.

Los sunitas podrían encender insurgencias en las regiones kurdas y chiítas. Para enfrentar esto, EEUU ya tendría que volver a desplegar gran parte de sus tropas en el norte y sur del Triángulo Sunita, donde podrían ayudar a armar y entrenar a los kurdos y los chiítas, si lo piden.

La tercera parte de la estrategia cambiaría la diplomacia regional. Todos los partidos sospecharían lo peor unos de otros –no sin razón. Todos necesitarían reafirmar la seguridad. Y si las tres regiones autogobernadas son declaradas estados, sólo debería hacerse con el consentimiento de sus vecinos.

Los sunitas podrían sorprender y comportarse, haciendo posible una sola confederación. O quizás tengan que vivir sólo con al autonomía, como hace Taiwán respecto a China.

Durante décadas, Estados Unidos ha trabajado por un estado iraquí unificado aunque antinatural. Permitir a las tres comunidades, parte de ese falso estado, emerger al menos como regiones autogobernadas sería tanto difícil como peligroso. Washington tiene que reflexionar mucho para realizar la ruptura.

Este curso es manejable, incluso necesario, porque nos permitiría encontrar el futuro de Irak en su negado, pero natural pasado.

El autor, ex editor y columnista del New York Times, es presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores.


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