EEUU

Nunca te enamores de un desconocido

 

Autor: William Safire

Fecha: 29/11/2003

Traductor: Zoraida J. Valcárcel

Fuente: The New York Times


Los dos centros de poder del establishment demócrata, la izquierda de Kennedy y el centro de Clinton, están desesperados ante la perspectiva de que Howard Dean les arrebate el control del partido. Temen un desastre como el de McGovern que dé al Partido Republicano una mayoría aplastante en el Senado.

Los partidarios de Clinton fueron los primeros en tomar en serio esta amenaza. Tal como informé alegremente en esta columna (confieso que apoyo la candidatura de Dean con la esperanza de que termine en debacle), ellos rodearon al ex general Wesley Clark de administradores, manipuladores de información, encuestadores y recaudadores de fondos adictos a Clinton y lo enviaron a combatir a Dean.

La estrategia política de Clinton fue, como siempre, astuta: dejar que Dick Gephardt quitara ímpetu a Dean en Iowa y, luego, dar a Clark el impulso suficiente para que lo venciera sorpresivamente en Nueva Hampshire o, al menos, le robara votos aislacionistas y con ello posibilitara el triunfo ajustado de John Kerry.

Por supuesto, si la economía nacional se hubiese ido al diablo, Hillary habría viajado al Sur con Clark (y le habría pagado el pasaje) para desafiar a un Bush arruinado por la desocupación. Pero el repunte económico ha arrebatado a los demócratas su principal tema de discusión; Hillary puede esperar hasta 2008. A los Clinton les conviene que el candidato demócrata para 2004 sufra una derrota honrosa, y no un descalabro. Así, echaría los cimientos para ese retorno en 2008 que, con Dean en la Casa Blanca, sería imposible.

¿Y el otro centro de poder del establishment demócrata? ¿Quién sería su candidato lógico para frenar a Dean? Gephardt no porque, si bien apoya fervientemente la suba impositiva y aprecia las ventajas de las asignaciones previsionales especiales, es un firme partidario de que Estados Unidos gane la guerra y la paz en Irak. Tampoco Joe Lieberman, demasiado centrista y moralista. Ni Wesley Clark, propiedad de los Clinton. Ni John Edwards, por ser una figura de poco peso.

De ahí que la intervención de la izquierda kennedista para resucitar la campaña de John Kerry, un héroe que dirigió al grupo Veteranos de Vietnam Contra la Guerra y es un viejo aliado de Kennedy en el Senado. Algunos liberales creen que ya purgó su pecado de haber votado en favor de la resolución de derrocar a Saddam (me refiero a la de este año) con su reciente voto, junto a Kennedy, contra la financiación de tal derrocamiento.

La kennedización de la campaña de Kerry estuvo a cargo de Jeanne Shaheen, ex gobernadora de Nueva Hampshire. Lo convenció de que despidiera a Jim Jordan, su administrador durante tantos años, y nombrara en su lugar a Mary Beth Cahill, jefa de asesores de Ted Kennedy. Las credenciales ultraizquierdistas de Cahill son intachables: van desde haber recaudado fondos para Emily´s List (Emily es la sigla del lema de una red que patrocina el lanzamiento de candidatas demócratas: "el dinero temprano es como la levadura"), hasta haber sido asesora del representante Barney Frank. Comparte las ideas de Robert Shrum, un escritor estupendo, miembro del grupo de expertos de Kennedy en Boston, que ha combatido a Jordan para arrancar a Kerry de su posición moderada y pasarlo al efusivo "palomar".

Me pregunto si esta alianza Kennedy-Clinton podrá salvar al establishment demócrata de ser tomado por asalto por el McGovern de la generación actual. Y si Terry McAuliffe, impuesto por los Clinton al Comité Nacional Demócrata, tendrá más peso ahora que Dean se ha zafado del sistema de financiación normal para confiar en los promotores de Internet y en el multimillonario George Soros.

Dean se ve favorecido por un inesperado cambio de situación. Al haber basado su campaña en ridiculizar la liberación de Irak, es el único demócrata que no quedó atrapado en la denuncia, tan incómoda ahora, de la política económica de Bush.

Todos los candidatos demócratas (incluido Dean, aunque no es el más vociferante) han venido insistiendo respecto al déficit creciente y la pérdida de nuevos puestos de trabajo, y los han achacado a los recortes tributarios de Bush. Pero esa plataforma se desmorona bajo sus pies. De persistir el retorno de la prosperidad, su mayor queja se convertiría en el mayor orgullo de Bush.

Entonces, Dean haría imprimir una oblea con la consigna que ya empezamos a oír: "¡Es la guerra, estúpido!". Repetiría el eslogan de McGovern: "Estados Unidos, regresa al hogar" y, si la guerra tomara mal cariz en los próximos meses, barrería a Clinton, Kennedy y demás veteranos.

Pero, sin duda, los centros de poder demócratas estudian la otra posibilidad: que la suerte sonría a Bush. ¿Y si a mediados de 2004 la guerra antiterrorista comienza a tener éxito, disminuyen las bajas, encontramos a Saddam o alguien mata a Osama ben Laden?

En tal caso, Bush basaría su campaña en la prosperidad creciente y la victoria cercana. Por su parte, el establishment de Clinton y Kennedy saldría mejor parado si mantuviese el control del partido y sufriese una derrota honrosa con Kerry, Clark o aun Gephardt, en vez de quedar sepultado bajo una debacle de Dean. Y en 2008, mientras Jeb Bush y Condoleezza Rice se disputen las primarias de su Partido Republicano, Hillary estará bronceada, descansada y dispuesta.

Publicado por La Nación (Argentina)


     

 

   
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