Izquierda Marxista

Fundamentación del socialismo revolucionario

 

Autor: Alex Callinicos

Fecha: 14/12/2003

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI

Fuente: Z Net


Es un cliché de los medios de comunicación que el movimiento anti-globalización es puramente anti –que sabe contra qué lucha, pero no por qué lucha. En realidad, estar contra el neo-liberalismo, contra la globalización corporativa, y contra la guerra imperial ya de por sí es estar por mucho. Esto se refleja en la consigna del Foro Social Mundial –‘Otro Mundo es Posible': en otras palabras, podemos vivir en un mundo que no esté gobernado por el mercado. En Francia el movimiento ahora es conocido como los 'altermondialistes' –los que quieren otro mundo. ¿Pero cuál es la naturaleza de este otro mundo y cómo lo conseguimos? No hay de hecho aquí ninguna respuesta equívoca, en parte porque la gente tiene visiones diferentes de la alternativa al neo-liberalismo, pero también porque muchos simplemente no están seguros o porque opinan que sería divisionista ser demasiado explícito.

Esta incertidumbre y disparidad son inevitables en un movimiento tan diverso como el nuestro, y en muchos sentidos no es un problema. Sería tonto e indeseable esforzarse por obtener una uniformidad opinión que sólo podría lograrse agotando la vida del movimiento o escindiéndolo. Pero eso no significa que no es ni necesaria ni productiva la discusión en la búsqueda de lograr una mayor claridad sobre las alternativas y las estrategias.



¿Qué queremos?

Una manera de introducirnos a ese debate es preguntarnos cuáles son nuestros valores. Aún cuando discrepemos o estemos inseguros sobre lo que queremos lograr, lo que decimos y hacemos todavía puede revelar lo que consideramos que posee valor. Estos valores a su vez establecen la norma por la cual pueden entonces estimarse las alternativas al neo-liberalismo.

En mi opinión, el movimiento por otro mundo está comprometido con cuatro valores principales –la justicia, la eficacia, la democracia, y la sustentabilidad. Antes de discutirlos en detalle, permítanme subrayar que, al escoger estos valores, estoy haciendo un juicio que otros pueden querer discutirme (Michael Albert, por ejemplo, tiene una lista diferente de los valores que gobernarían el tipo de sociedad autogestionada que él defiende). Estoy deduciendo inferencias de lo que los activistas y los intelectuales comprometidos con el movimiento dicen y hacen, pero creo que mi interpretación es razonable.

1. Justicia: Uno de los nombres del movimiento es el de 'movimiento por la justicia global'. Constantemente denunciamos –y esto es correcto– la injusticia del mundo presente, con las inmensas desigualdades que este implica. ¿Pero qué es la justicia? Este es un campo inmenso por derecho propio, pero me parece que el movimiento se compromete con una concepción igualitaria de la justicia. Por ejemplo, esto podría significar que todos tenemos derecho a un acceso igualitario a los recursos que necesitamos para vivir la vida que valoramos con razón.

2. Eficacia: Este puede parecer un valor sorprendentemente tecnocrático, pero consideremos la crítica que le hacemos al capitalismo neo-liberal por su derrochabilidad –los recursos malgastados en envases y publicidad, etc., cómo los precios de mercado no registran los costos reales de los procesos económicos (por ejemplo, para el ambiente), y así sucesivamente. Esto implica que toda sociedad alternativa debería buscar hacer un mejor uso de los recursos disponibles, donde ‘mejor' no quiere decir (como en la actualidad) ‘más rentable' sino que refleje al mismo tiempo todos nuestros valores y los límites que nos imponen la naturaleza y la necesidad de vivir juntos cooperativamente.

3. Democracia: Criticamos al capitalismo contemporáneo por su falta de democracia, por la manera en la que los mercados financieros y las corporaciones multinacionales gobiernan tiránicamente las vidas de la mayoría de las personas en el planeta. Además, las formas en las que nos organizamos buscan reflejar la democracia por la cual estamos luchando. Hay mucho debate sobre lo que involucra la democracia –representativa vs. democracia directa, consenso vs. principio de la mayoría, y así sucesivamente. Pero estamos de acuerdo en la necesidad de una extensión radical del alcance y el contenido de la democracia.

4. Sustentabilidad: Una de las motivaciones principales que dan forma al movimiento es el terror frente a las catástrofes ambientales que el actual sistema económico no sólo nos está conduciendo sino que de hecho ya está produciendo. Los expertos en cambios climáticos están empezando a sugerir que los aumentos de temperatura –a juzgar, por ejemplo, por la ola de calor del último verano en el hemisferio norte– causados por emisiones de gas de tipo efecto invernadero probablemente estén al tope de sus proyecciones, con consecuencias potencialmente espantosas con las cuales el planeta tendrá que convivir durante décadas incluso si ahora mismo se dieran cambios radicales. Necesitamos una reorientación drástica en los modelos de producción y consumo, de establecimiento y transporte para lograr formas sustentables de desarrollo.



Más allá del capitalismo

Para comprender estos valores se vuelve necesario no sólamente un desafío al neo-liberalismo, sino al conjunto del sistema capitalista. Sigo a Marx cuando sostengo que el capitalismo tiene dos rasgos fundamentales:

1. Está basado en la explotación del trabajo asalariado –es decir, privándole a las personas los recursos que necesitan para vivir independientemente y por esa razón no les da ninguna alternativa aceptable mas que trabajar para un capitalista en términos que la llevan a ser explotada;

2. Está gobernado por un proceso ciego de acumulación competitiva: las firmas rivales que controlan conjuntamente la mayoría de los recursos productivos invierten con la esperanza de ganar una porción mayor del mercado e incrementar sus ganancias.

Estos rasgos están más profundamente imbricados que algunas de las cosas en las que han puesto el acento las críticas anti-globalización -por ej., la especulación financiera. El logro del neo-liberalismo ha sido el de remover muchas de los barreras impuestas por los intentos de regulación del capitalismo a mediados del siglo XX. Ahora estamos viviendo en una versión de capitalismo relativamente 'pura'.

Dada la naturaleza del capitalismo, es difícil ver alguna otra versión del mismo sistema compatible con los valores que establecimos más arriba. La explotación capitalista no es meramente injusta, sino que incluso el sistema actual involucra una especie de lotería bajo la cual las oportunidades de vida de los individuos pueden cambiar radicalmente para mejor o para peor como resultado de fluctuaciones de mercado completamente más allá de su control. El capitalismo es un sistema derrochador: cuando señalé más arriba, el sistema de precios no refleja los costos reales; las crisis económicas involucran a los recursos humanos y materiales que van quedando inutilizados en una escala enorme; a nivel global, quedan excedentes del sistema miles de millones de personas, y por consiguiente se los deja pudrirse en la pobreza más abyecta.

El capitalismo es necesariamente antidemocrático, ya que las decisiones económicas quedan en las manos de pequeños grupos de ejecutivos de corporaciones que no son responsables ante sus empleados o frente al amplio público. Finalmente, la propia lógica de la acumulación competitiva es incoherente con el desarrollo sustentable, ya que el sistema es impulsado por un proceso ciego en el cual las empresas y los mercados asignan recursos en base a apuestas sobre qué mercancías serán rentables sin tomado en cuenta el impacto ambiental de estas opciones.

También es difícil de concebir cómo el intento de volver a una versión más regulada del capitalismo puede llegar a remediar estas faltas. Muchos activistas e intelectuales aspiran, como mucho, a humanizar el capitalismo. Por ejemplo, este es un motivo poderoso que subyace a la Tasa Tobin sobre las transacciones financieras internacionales. Su creador, James Tobin, creía que un impuesto así desaceleraría la especulación financiera, para restaurar el poder económico al estado-nación y permitir un retorno a la era keynesiana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Tal razonamiento se liga con un rasgo del movimiento anti-globalización en sus primeras fases, cuando era común aceptar la idea central del discurso oficial de los años noventa que decía que la globalización debilitaba el poder del estado. Pero mientras sus impulsores neo-liberales saludaron este paso, los activistas y los intelectuales argumentaban que era necesario reconstruir el poder del estado-nación. Esta fue una de las razones por la cual el movimiento fue bautizado como 'movimiento anti-globalización'.

Ahora es mucho más difícil, después del 11/9, ver al estado como parte de la solución y no como parte del problema. La ‘guerra contra el terrorismo' nos ha recordado que el capitalismo también es imperialismo, que involucra tanto la geopolítica como la economía, la competencia entre los estados así como la competencia entre las empresas. Algunas figuras principales en el movimiento (por ejemplo, Bernard Cassen y George Monbiot) han reaccionado frente al conflicto por Irak apoyando la idea de que la Unión Europea debería fortalecerse para volverse un contrapeso a la 'hiperpotencia' norteamericana. Pero la emergencia de una superpotencia rival frente a EE.UU. podría desatar una nueva carrera armamentística, con toda la pérdida de recursos y amenaza para la supervivencia humana que representó la antigua Guerra Fría.

Negarse a concebir un capitalismo más regulado como solución no significa que nunca debamos hacer demandas a los estados, ya fuera a los ‘propios' como a grupos como la UE. Cuando se atacan los servicios públicos, debemos defenderlos; es más, debemos presionar para que el estado extienda y mejore los servicios que actualmente suministra y que los financie a través de un sistema de impuestos progresivos que redistribuya la riqueza y los ingresos desde los ricos hacia los pobres. Pero, al mismo tiempo que es correcto luchar por reformas del actual sistema, los valores de los que partimos más arriba no pueden coexistir a salvo con el capitalismo –y de hecho no pueden hacerlo ni la humanidad ni el propio planeta. La lógica de la acumulación competitiva significa que los límites impuestos al capitalismo por parte de movimientos pro-reforma siempre son pasibles de ser eliminados cuando chocan con los requisitos de la rentabilidad: esa es la lección del desmantelamiento progresivo del estado de bienestar keynesiano durante el último cuarto de siglo.

Lo que todo esto implica es que necesitamos desarrollar una lógica social alternativa, una alternativa no-mercantil al capitalismo. Cuando digo 'no-mercantil' no estoy hablando de prohibir todos los intercambios económicos entre los individuos. Lo que estoy rechazando es una economía de mercado tal como la entendían dos grandes Karls, Marx y Polanyi –es decir, una economía donde se asignan los recursos como resultado de la lucha competitiva entre capitales rivales que controlan conjuntamente estos recursos. Un sistema así, como muestra Polanyi en 'La Gran Transformación', busca mercantilizar todo: esto lo podemos ver hoy con el neo-liberalismo. Este sistema también descarta, por principio, todo proceso democrático de decisión en relación a qué deberían resultados globales debería apuntar la producción y los medios apropiados para lograr estos resultados. En otras palabras, descarta la planificación. Pero esto es desquiciado: ¿cómo podremos tratar de resolver problemas como la pobreza global y el cambio climático sin ningún tipo de proceso político democrático que sirva para determinar, entre otras cosas, cómo deben asignarse los recursos para resolverlos?

Necesitamos la planificación. Pero en estos días tiene un nombre terrible, como resultado de la experiencia del stalinismo. Muchas reseñas críticas de mi 'Manifiesto Anti-capitalista' la desecharon argumentando que el colapso de la Unión Soviética y las críticas teóricas de Friedrich von Hayek demostraron que la planificación es imposible. Pero, cuando uno reflexiona sobre esto, es es una manera de razonamiento algo bizarra. Porque un tipo de planificación fracasó –de hecho, una economía dirigida burocráticamente centralizada que muchos expertos argumentan que ni siquiera merecía la etiqueta de ‘planificada' – por razones que son materia de un debate histórico enorme, ¿significa esto que toda forma de planificación debe fracasar? Seguramente que no –a menos que realmente pensemos que la historia culminó cuando el Muro de Berlín se derrumbó y que el futuro de la humanidad se desplegará dentro de los horizontes del capitalismo de mercado (en cuyo caso la historia probablemente finalice bastante pronto, gracias a la guerra y la degradación ambiental).

Hay varios modelos de una economía democráticamente planificada. En estos se asignan los recursos en base a un proceso democrático que involucra relaciones horizontales entre las redes de productores y consumidores –una forma radicalmente diferente de coordinación económica tanto del capitalismo (donde la asignación es el resultado de la competencia) o de una economía dirigida stalinista (donde se asignan los recursos dictatorialmente). Uno de estos modelos es la Economía Participativa (Parecon), desarrollado por Michael Albert. Otro modelo, algo más centralizado, es la 'coordinación negociada' de Pat Devine, bosquejado por primera vez en su libro 'Democracia y Planificación Económica' (1988). Los méritos relativos de éstos y otros modelos son materia para la discusión. No obstante, su existencia indica que el pensamiento serio y concreto está pensando en cómo sería una alternativa sistémica al capitalismo. Una economía democráticamente planificada, concebida a lo largo de estas líneas, representa, en mi opinión, la mejor manera de realizar los valores con los que se compromete el movimiento.

Pienso que esta alternativa mejor debería llamarse 'socialismo'. Es verdad que esta palabra ha sido devaluada por el desastre stalinista, pero la administración Bush todos los días pervierte palabras como 'democracia' y 'libertad', que sería una locura que se las dejemos a ellos. Hay dos razones positivas por las cuales apegarse al término socialismo. Primero, creo que los modelos a los que me referí más arriba incluyen lo mejor a lo que la tradición socialista ha aspirado –por ejemplo, la tradición a la que yo pertenezco, que Hal Draper llamó 'socialismo desde abajo', el hilo rojo del marxismo revolucionario que corre desde Marx y Engels, a través de Lenin y Luxemburg, hasta Trotsky y la Oposición de Izquierda.

Segundo, un componente importante de la idea de socialismo es la proposición de que los recursos productivos materiales deben poseerse socialmente. Actualmente, el movimiento está en medio de innumerables luchas contra la privatización, pero éstas normalmente son planteadas defensivamente. El otro lado –las grandes corporaciones y sus lobbyistas– tienen una comprensión mucho más clara de la importancia de la propiedad económica: miren de qué manera tan agresiva luchan por los derechos de propiedad intelectual, por ejemplo. No debemos tener miedo de decir que en el tipo de sistema económico que abarcaría nuestros valores los principales recursos productivos serían poseídos socialmente, sobre una base democrática y descentralizada.



¿Cómo hacemos para llegar hasta allí?

Simplemente es un reconocimiento de la realidad decir que lograr el objetivo de una economía planificada democráticamente implica una revolución. De hecho, en un sentido esto es simplemente una tautología. Reemplazar al capitalismo con un sistema económico consonante con nuestros valores requiere una transformación social radical –una revolución, en otras palabras. Pero decir esto no es establecer los medios por los cuales ocurriría esta revolución. Algo que es central a la tradición del socialismo desde abajo es, como el nombre lo sugiere, la idea de que la revolución no puede imponerse desde arriba: sólo la inmensa mayoría que es explotada y oprimida por el capitalismo puede liberarse a sí misma. Como dijo Marx, el socialismo es la auto-emancipación de la clase obrera.

El sentido común equipara la revolución con la violencia. La concepción de revolución que acabo de establecer es muy diferente. Se trata de que las personas se liberen y creen una nueva forma de sociedad. Esto no significa que la violencia no figure en absoluto en la ecuación. Hay una muy alta probabilidad –para decirlo ligeramente– de que aquéllos que actualmente dominan el mundo se resistan violentamente a todo esfuerzo serio por quitarles su poder y sus privilegios. Miren la ferocidad con la que la administración Bush y sus aliados como Tony Blair están emprendiendo la ‘guerra contra el terrorismo' no sólo invadiendo Afganistán e Irak, sino también pisoteando sistemáticamente las libertades civiles. Y al-Qaeda es un movimiento socialmente conservador en extremo, que no lucha en absoluto contra la propiedad privada. ¿Qué harían los ricos y poderosos si hubiera una amenaza muy seria a su poder económico? El ‘otro 11 de septiembre '–el golpe militar respaldado por EE.UU. que derrocó el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile en 1973– da una pista sobre la respuesta.

Lo que esto significa es que todo movimiento revolucionario tiene que prepararse para superar la resistencia violenta del otro bando. Esto no significa comprometerse en conspiraciones militares o en terrorismo. La fuerza de cualquier movimiento por el cambio social radical depende de dos factores: (1) la magnitud de su apoyo de masas; (2) en qué medida ese apoyo de masas está auto-organizado. Un movimiento es más fuerte en tanto más se encuentre organizado sobre la base de redes de lugares de trabajo y organizaciones comunitarias que tengan la capacidad tanto para resistir la represión como, de ser necesario, para asumir la dirección de la sociedad en su propia localidad. Esto significa que hay una conexión orgánica entre el tipo de sociedad que queremos lograr, una sociedad autogestionada donde las personas se organicen en el trabajo y en sus comunidades para dirigir sus propias vidas sobre la base de la cooperación democrática, y la forma en que necesitamos organizarnos para conseguir esa sociedad.

Todavía estamos muy lejos de poder disputar el poder. Bernard Cassen, el fundador de ATTAC, el movimiento inicialmente francés contra la especulación financiera, planteó recientemente lo que él llama la ‘pregunta de las 20 millones de personas': los Foros Sociales Europeos, junto con los sindicatos y los partidos de izquierda no se conectan con ‘aquellos 20 millones de personas –desocupados, trabajadores de cuello blanco, pequeños comerciantes arruinados por las grandes cadenas, familias de un sólo padre, personas en trabajos casuales, inmigrantes, etc.–quienes están “sin” acceso al ejercicio eficaz de la ciudadanía' en Francia. [1]

Esta es una buena pregunta, y no sólo en Francia, aun cuando la respuesta de Cassen, que es confinar los Foros Sociales a la educación y la propaganda, esté manifiestamente equivocada. El movimiento necesita hundirse mucho más profundamente entre la vida de la clase trabajadora que lo que lo hace en la actualidad. Esto requiere muchas cosas. Permítanme mencionar simplemente tres. Primero, necesitamos aprender a unirse el ‘cuadro grande' –la resistencia global al neo-liberalismo y la guerra– a las luchas cotidianas contra los efectos de la globalización corporativa que se continúan todo el tiempo por todas partes. Segundo, tenemos que hacer que las conexiones entre el movimiento y la clase obrera organizada sean mucho más sistemáticas que lo que son hoy. En Europa han habido progresos en esta dirección: con cada Foro Social Europeo sucesivo los sindicatos se involucran más. Las personas de ambos lados –los activistas anti-capitalistas y los activistas sindicales– tiene que aprender a convivir con las diferencias en las culturas políticas y los estilos de organización para hacer los compromisos requeridos para lograr un movimiento más fuerte y más unido.

En tercer lugar, y quizás más polémicamente, no debemos tener miedo de comprometernos en la política electoral. La guerra en Irak dramatizó la crisis más amplia de representación política. En países como Gran Bretaña, Italia, y España se abrió un hueco enorme entre el movimiento en las calles y el sistema político oficial, donde los gobiernos apoyaron a Bush desafiando a la opinión pública. Éste es un símbolo de la distancia más fundamental entre las élites políticas que son unánimemente neo-liberales y la gran mayoría de las gente que, al ver sus opiniones e intereses completamente ignorados por la política oficial, se abstienen de votar o apoyan a candidatos de la extrema derecha que pretenden estar contra el sistema. En algunos países europeos la izquierda radical está empezando a construir desafíos electorales que buscan dar una voz a los excluidos. No sé cuáles serían las implicancias para EE.UU. (aunque estoy seguro que es un error votar a los demócratas, incluso contra Bush).

En todo lo que hacemos debemos intentar tejer un movimiento que unifique tres características; (1) lo más amplio y unido posible; (2) que tenga el peso social que sólo puede pasar por el compromiso de los trabajadores organizados con la fuerza económica colectiva que pueden desplegar; y (3) que tenga una visión radical de la transformación social profunda. Esto puede parecer una especie de orden, pero pensemos en la distancia enorme que hemos recorrido, como movimiento global, en apenas cuatro años desde Seattle. Todavía tenemos mucho por recorrer, pero otro mundo realmente es posible.



Se encontrarán muchos más fundamentos en mis dos libros más recientes, 'An Anti-Capitalist Manifesto' y 'The New Mandarins of American Power', los dos publicados por Polity Press este año, y en 'The Revolutionary Ideas of Karl Marx', recientemente reeditado por Bookmarks.

[1] B. Cassen, Tout à commencé á Porto Alegre… (París, 2003), pp. 139-40.

NOTA:

Este artículo es el primero de una serie de intercambios que iremos publicando en debate con Michael Albert, director de la revista norteamericana Z Mag y autor de 'Parecon: Life After Capitalism' (Verso, Londres, 2003).


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