Intelectuales y Académicos

Irak, Hegemonía y la cuestión del Imperio Americano

 

Autor: Michael J. Thompson

Fecha: 1/1/2004

Traductor: Juan de Psico - especial para PI

Fuente: Logos - Otoño 2003


Es raro que los debates políticos típicamente confinados a la izquierda salten a la escena principal con algún grado de interés, más allá de su profundidad. Pero este no ha sido el caso con el problema del Imperio norteamericano y las campañas militares recientes en lugares tales como Irak y Afganistán. Para muchos en la izquierda fue un problema político, con una respuesta corta y secante: la campaña comandada por EEUU fue una clara expresión de sus motivos y políticas imperiales, el objetivo de las cuales es la dominación económica global. Pero en algunos casos, tales presunciones expresadas una gran parte de la izquierda norteamericana y europea, específicamente entre sus corrientes más dogmáticas y sectarias, se equivocan en la caracterización e incluso entienden mal la realidad del poder global norteamericano y las posibles contribuciones de la tradición política occidental más ampliamente.
Con cada día que pasa los eventos en Irak evocan deliberadamente la cuestión del Imperio norteamericano, y no sin buenas razones. La posición neoconservadora en esto ha sido ver las políticas norteamericanas y su posición en el mundo como la de un hegemón: una nación que apunta a liderar la constelación de las naciones del mundo en el fin de la historia misma, donde la fusión de los mercados “libres” y la democracia liberal es vista como la panacea institucional para los males del mundo y al mismo tiempo la ampliación de la dominación del capital. Pero el ahondado pantano de la ocupación de Irak desmiente tales intenciones. Las declaraciones de Paul Bremer de que “nosotros dominamos la escena [en Irak] y continuaremos imponiendo nuestra voluntad en este país” es una afirmación concisa que traiciona no los motivos imperiales norteamericanos sino, más bien, la manera en que los motivos hegemónicos han sido ineluctablemente empujados hacia una lógica de control imperial. Norteamérica se ha, en otras palabras, convertido en un Imperio por defecto, no por intención, y la cuestión crucial ahora es: ¿Cómo tenemos planteado responder?
Pero el cargo de Norteamérica como un Imperio no es tan obvio como muchos han asumido, aunque muchos elementos superficiales de su historia apunten a esa conclusión. Los estudiantes de historia política norteamericana saben de las políticas duales del imperio norteamericano desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. “Diplomacia del cañonero” fue la política imperial de respaldar todas las políticas territoriales exteriores con fuerzas militares directas. Desde Filipinas hasta Cuba, Granada y Haití, esa fue una política efectiva, copiada de los ingleses y su actuación en la Guerra del Opio, la cual permitió a los Estados Unidos extenderse como un poder colonial.
“Diplomacia del Dólar” fue el esfuerzo norteamericano, particularmente bajo al presidencia de William Howard Taft, para llevar más allá sus propósitos de política exterior en Latinoamérica y el lejano oriente mediante el uso de su poder económico. Theodore Roosevelt desplegó los fundamentos para esta aproximación en 1905 con su Corolario de Roosevelt sobre la Doctrina Monroe, manteniendo que si cualquier nación en el hemisferio occidental parecía política o fiscalmente tan inestable como para ser vulnerable al control europeo, los EEUU tendrían el derecho y la obligación de intervenir. Taft continuó y expandió su política, comenzando en Centroamérica, donde la justificó como un medio para proteger el Canal de Panamá. En 1909 intentó sin éxito establecer el control sobre Honduras comprando su deuda a los banqueros británicos. En Nicaragua, la intervención norteamericana incluyó la consolidación de las deudas del país hacia los banqueros europeos. En adición, el Departamento de Estado persuadió a cuatro bancos norteamericanos para refinanciar la deuda nacional de Haití, estableciendo las condiciones para una intervención más amplia en el futuro.
Ambas políticas fueron imperiales en el sentido de que querían manipular y usar a otros países como medios geográficos para la economía doméstica y sus fines políticos. Expandir los mercados significaba, durante fines del siglo XIX y principios del XX, un medio de desplazar el exceso de la productividad industrial doméstica, la causa de la mayoría de las recesiones cíclicas durante ese período. Los bienes producidos en exceso podrían ser descargados en más mercados locales extranjeros y estaba también el retorno de bienes de agricultura y recursos naturales.
Podríamos probablemente decir que EEUU se está convirtiendo una vez más en un Imperio de especies, pero eso es algo más reciente de lo que algunos pueden, de hecho, pensar. La Guerra Fría fue una batalla de hegemones, entre EEUU y los Soviets, y esto se ha, a partir del colapso de estos últimos y del ascenso de los neoconservadores a posiciones de influencia y poder en Washington, convertido en una situación política donde los intereses norteamericanos son llevados adelante unilateralmente sin las tendencias contrapuestas de instituciones internacionales tales como la ONU. Y es entonces que el momento del Imperio comienza a eclipsar al de la Hegemonía: cuando una nación sola comienza a tener el control directo sobre territorio extranjero para sus propios intereses. Los campos de petróleo iraquíes estaban reconstruidos y funcionando no mucho después de la caída de Baghdad donde, aún hoy, la electricidad y el agua potable están siendo racionadas donde aún existen. (Un amigo iraquí en Baghdad me contó que tienen electricidad por aproximadamente una hora al día).
Cuando visité Baghdad en Enero de 2003, muchos de mis colegas y yo tuvimos suerte suficiente como para tener conversaciones privadas con muchos de los miembros de la facultad del Colegio de Ciencias Políticas en la Universidad de Baghdad. Para ellos, el consenso para el cambio político en Irak era claro: echar a Saddam Hussein era necesario para la gente iraquí y para cualquier semblante de libertad política, pero era su régimen el que era un problema y era el régimen, sentían ellos, el que debía estar en el foco de las sanciones y la presión de la ONU, no la aniquilación total de las instituciones estatales que los Ba´athistas habían habitado y, en parte, creado. (Ver la entrevista en Logos, Invierno de 2003: en www.logosjournal.com/issue_2.1.pdf)
Hegemonía en términos internacionales sin ningún tipo de fuerza contendiente, tal como los Soviets, puede llevar fácilmente al abuso de poder y a un manejo unilateralista de las instituciones internacionales que no sirven a los antojos del imperio. Pero esto no debería significar que la hegemonía misma es un concepto negativo. Aunque el Imperio es algo legítimamente ultrajado, la hegemonía no debería ser tan mala como todos piensan. Necesitamos considerar lo que es progresivo y transformativo en las ideas y valores de las tradiciones republicanas y liberales occidentales. Necesitamos defender no una posición anti-hegemónica en forma, sino una posición anti-hegemónica y antiimperialista en contenido, una que defiende los intereses particulares del capital del mercado en términos más amplios antes que los intereses políticos universales de los otros. Antes que elegir entre hegemonía occidental de un lado y relativismo político y cultural del otro, necesitamos aproximarnos al problema con un ojo hacia el cosmopolitanismo y lo que el teórico político Stephen Eric Bronner ha llamado “vida planetaria”.
La simple resistencia a las tendencias “imperiales” norteamericanas ya no es suficiente para una izquierda responsable, crítica y racional. Ésta no sólo sabe a “tercermundismo” sino que, al mismo tiempo, rechaza las realidades de la globalización que son inexorables y requieren una respuesta política más sofisticada. El problema real que estoy planteando es: ¿Es éste el caso en que la hegemonía es en sí misma inherentemente mala? Ó ¿Es posible considerar que, porque ésta puede, al menos en teoría, consistir en la difusión de las ideas políticas, valores e instituciones occidentales, puede así ser usada como una fuerza progresiva en la transformación de aquellas naciones y regiones que no han sido capaces de tratar políticamente con los problemas desarrollo económico, desintegración política y disputas étnicas?
Es tiempo de que comencemos a considerar la realidad de que el pensamiento político occidental nos provee de respuestas únicas a los problemas políticos, económicos y sociales del mundo, e incluye revertir los legados perversos de imperialismo occidental mismo. Y es tiempo de que la izquierda comience a abrazar las ideas del Iluminismo y su impulso ético por la libertad, la democracia, el progreso social y la dignidad humana en una escala internacional. Esto es teóricamente abrazado por los neoconservadores, pero se convierte en una máscara para motivos económicos más estrechos y realpolitika [realpolitik] internacional, y aquí sus políticas y valores se contraponen a los impulsos radicales del pensamiento iluminista. Las ideas e instituciones occidentales pueden encontrar afinidades en las corrientes racionales del pensamiento en casi cualquier cultura del mundo, desde los filósofos islámicos racionalistas del siglo XII como Alfarabi, Aviccena (Ibn Sinna) y Averroes (Ibn Rushd) hasta el Rey Akbar de India y Mencius de China. La clave es encontrar estas afinidades intelectuales y empujarlas a sus conclusiones políticas concretas.
Claramente, el problema de la izquierda con la idea de la diseminación de las ideas políticas occidentales no es completamente equivocado. Hubo un precedente violento y racista establecido por los proyectos imperiales ingleses y franceses, que duraron hasta bien entrado el siglo XX. El problema está en separar la forma del contenido de los motivos hegemónicos occidentales. Y es aún más incorrecto ver la ocupación de Irak como un síntoma de las ideas occidentales y del racionalismo iluminista. Nada podría estar más lejos del caso, y lo más rápido que se realice, más capaz será la izquierda de tallar nuevas vías de crítica y resistencia hacia una hegemonía que se está convirtiendo en Imperio.
Y ES PRECISAMENTE POR ESTA RAZÓN POR LO QUE, EN TÉRMINOS INSTITUCIONALES, la ONU, necesita ser recompuesta. Aunque hay claramente mayores razones políticas y simbólica para esto, tales como la erosión de un marco unilateralista para la transición desde el régimen de Hussein, está también el así llamado “efecto de Imperio” donde Irak está siendo transformado en un instrumento de ideología económica. El presente plan de EEUU para Irak, fuertemente apoyado tanto por Bremer como por la Administración Bush, rehacerá su economía en una más abierta al comercio, flujos de capital e inversiones extranjeras en el mundo, así como de impuestos más bajos. Irak está siendo transformada en una utopía neoliberal en la cual las industrias norteamericanas enganchadas al infame “complejo militar-industrial” serán capaces de engullirse a sí mismas por los contratos para el desarrollo de todo, desde infraestructura hasta fuerzas políticas urbanas.
Como el tiempo sigue su curso, estamos viendo que Irak nos provee de un estupendo ejemplo de cómo la hegemonía se convierte en Imperio. Este es un ejemplo de cómo la intención naïve de “construir la Nación” es desenmascarada y desnudada, vista como realmente es: la transformación forzosa de un Estado soberano en una nueva forma acorde a los estrechos intereses occidentales (específicamente norteamericanos). Los intentos de emplazar una constitución han fallado no por la falta de voluntad, sino por la falta de un discurso político sobre qué forma de Estado debería tomar y sobre con qué valores legales debería estar envuelto. Los cuerpos gobernantes se han vuelto ilegítimos casi inmediatamente en sus compromisos porque existe una fragmentación social casi completa, y los costos de volver a tejer este tejido son demasiado grandes para ser asumidos por Norteamérica.
Al final, EEUU se ha convertido, con su ocupación de Irak y su postura militarista y unilateralista, en un Imperio en el sentido más moderno del término. Pero deberíamos ser cuidadosos al distinguir Imperio de Hegemón y las implicaciones de cada uno. Y desde que, como decía Hegel, estamos definidos por lo que se nos opone, el temblor en las rodillas y la respuesta inefectiva de la izquierda moderna ha sido no producir casi ninguna alternativa a todos los imperativos que conducen al imperio norteamericano como se ve en lugares tales como Irak. Descuidar los aspectos militares, económicos y culturales del poder norteamericano es ignorar las importantes contribuciones de las ideas políticas occidentales y sus instituciones y su poder e ineficacia para lograr la paz y la cooperación mutua, tanto entre comunidades étnicas como en naciones enteras donde sea, es ignorar la mismísima fuente de soluciones políticas para lugares donde la pobreza, la opresión y las dictaduras son la norma y se mantienen inflexiblemente intactas.
La hegemonía occidental no será vista como problemática una vez que los valores de la tradición política occidental y específicamente los del Iluminismo, a partir del gobierno liberal de la Ley, la eliminación de ejercicio arbitrario del poder y el valor de la igualdad política y social, sean establecidos dentro de un marco cosmopolita global. Sólo entonces las palabras de Emanuel Kant tomarán alguna clase de significado concreto para la gente del mundo: “Pensarse a uno mismo como un miembro de una sociedad cosmopolita en obediencia a las leyes del Estado es la idea más sublime que el hombre puede tener sobre su predicamento y la cual no puede ser pensada sin entusiasmo”.

Michael J. Thompson es fundador y editor de Logos y enseña teoría política en el Hunter College, CUNY. Su nuevo libro, Islam and the West: Critical Perspectives on Modernity ha sido recientemente lanzado por Rowman and Littlefield Press.


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