Intelectuales y Académicos

Anatomía de Un Desastre: Guerra de Clase, y los Perfiles de la Política Exterior

 

Autor: Stephen Eric Bronner

Fecha: 2/1/2004

Traductor: Victoria Rouge- especial para P.I.

Fuente: Logos- Otoño 2003- Vol 2 nro 4


Hay un nuevo juego en la ciudad: el establishment político ha decidido que es tiempo de olvidar las mentiras y rumores asociados con la guerra iraquí. Europa desea reafirmar sus compromisos con Estados Unidos, las Naciones Unidas necesitan aplacar a la superpotencia, y las naciones más pequeñas están ahora en posición de hacer un trato. Las enervadas manifestaciones del pasado, la pérdida de "las calles", aparentemente ya no son relevantes. Realmente es tiempo de "empezar a trabajar" en asegurar la paz. Pero no a cualquier costo: no al precio de comprar el pasado reciente. Eso significaría olvidarse de cómo fue manipulado el público americano, cómo fue engañado el mundo, y tambié la frágil naturaleza del discurso democrático. Especialmente cuando se trata de esta administración, con cicatrices de engaños, intoxicada con el poder militar, inspirada por las ambiciones imperialistas, y guiada por los intereses de los ricos, esto no es un juego que los progresistas deberían jugar. Una nueva crisis de escala planetaria se les presentará en el futuro y parece que se empleará la misma estrategia que mezcla engaños y guerrerismo. Una política exterior imperialista, exacerbada por el militarismo y el hiper-nacionalismo, también está encubriendo una nueva forma de guerra de clases doméstica. Dar la batalla contra esto implica enternder lo anterior: Esto marca la necesidad de recordar un asunto político.
Ganar los corazones y las mentes...
HAY INUMERABLES DICTADORES EN EL MUNDO Y SADDAM, si bien es muy malo, probablemente no era el más horripilante. Estados Unidos no puede intervenir en todos lados. La pregunta es por qué tuvo lugar una intervención en Irak. Ahora se ha revelado que Saddam en realidad hizo varios intentos formales para parar la guerra: sus concesiones aparentemente incluían investigaciones irrestrictas sobre armas nucleares por parte de investigadores americanos e incluso, que admitidamente genera sospechas, elecciones libres. La posibilidad de la paz, en cualquier caso, fue ignorada. Pero eso no es todo: los informes de Departamento de Estado anuncian las dificultades asociadas a la reconstrucción de la infraestructura iraquí, el saqueo que vendría a continuación de la apertura de las prisiones, y el resentimiento que recibiría a las tropas americanas. Estos informes también fueron ignorados. Otro estudio realizado desde la actual administración por David Kay, el experto americano que lidera la búsqueda de "armas de destrucción masiva", establece que Saddam Hussein no estaba construyendo armas nucleares ni poseía grandes cantidades de armas químicas. La guerra iraquí, en breve, no fue tampoco un resultado lógico de un asalto en Afganistán en el cual una genuina coalición internacional apoyó un ataque sobre un régimen talibán cómplice de los eventos del 11/9. Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, lo expresó bien: "Irak fue una guerra elegida, no una guerra que tenía que ser peleada."
El público americano nunca habría soportado una guerra contra Irak habiendo sabido entonces lo que sabemos ahora. Los derechos humanos se convirtieron en una justificación viable sólo una vez que las otras justificaciones comenzaran a perder crecientemente su validez. La camarilla pro-guerra de los "realistas" en el Departamento de Defensa se ganaron su reputación atacando a los "idealistas" que favorecían los derechos humanos y el Secretario de Defensa, Paul Wolfowitz, realmente declaró en Vanity Fair en junio del 2003 que, mientras que la libertad de la tiranía de Saddam Hussein era un objetivo importante de la política americana en Irak, esta sola no era "una razón para poner las vidas de los chicos americanos en peligro." La mezcla de arrogancia y cinismo que marca a la actual administración realmente mana de las palabras de Richard Perle, quizás uno de los más conspicuos de los alcones del ala derecha, quien, según The Guardian (20 de noviembre de 2003), dijo a una audiencia en Londres que en lo concerniente a Irak, "Pienso que la ley internacional obstaculizó el hacer lo correcto."
Las otras razones eran primarias: sueños geopolíticos de controlar vastos recursos petrolíferos y cuatro ríos, por arriba y abajo del Zab así como el Tigris y el Eufrates, en una de las regiones más áridas del mundo; intimidar a Teherán, Damasco, y a los palestinos; una creencia de que los intereses americanos en Medio Oriente no podrían ser dejados por más tiempo en manos de Israel; la percibida necesidad de una alternativa a las bases situadas en la crecientemente arcaica y potencialmente explosiva Arabia Saudita. Así, Estados Unidos sintió que su presencia en la región era requerida: estaban en juego intereses mayores que los de Irak.
El presidente Bush insistió después del 11/9 en que la guerra contra el terror duraría un largo tiempo: años, décadas, quizás hasta generaciones. No había un solo enemigo identificable: sólo un amorfo movimiento terrorista trasnacional y una colección inestable de fanáticos refugiados de estados villanos y preparándose para la guerra nuclear. El enemigo podría estar en cualquier parte, su odio sólo podría ser irracional, y así, con una paranoia aumentada por los terribles eventos del 11/9 no menor que las llamas de la propaganda de la misma administración, la administración Bush comenzó a repensar las oportunidades para reconfigurar Medio Oriente. Los estrategas más importantes de la extrema derecha como Wolfowitz y Perle han estado insistiendo en la deposición de Saddam nada menos que desde 1991 y tenía sentido para las administraciones considerar los planes de contingencia formulados en septiembre del 2000 por los "think-tanks" [ideólogos] neo-conservadores como el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. Estos informes insistían en la importancia estratégica de dominar el Golfo así como de crear un "sistema mundial de mando y control" para lidiar con naciones como Corea del Norte, Irán, y Siria que luego el presidente Bush juntaría y las condenaría como "el eje del mal".
Dar buena pelea...
La "guerra contra el terrorismo", si es que esa frase todavía tiene algún sentido, no se está acabando. Los políticos del ala derecha en Washington continúan bromeando: "los afeminados se quedan en Bagdad, los hombres de verdad quieren Teherán y Damasco." De vez en cuando, se lanza una prueba para la opinión pública expresando nuevos miedos generados por Irán y Siria. Ambos apaleados por haber ayudado en los ataques a las tropas americanas, ocultar o vender armas nucleares, y poner en peligro a Israel y la estabilidad de Medio Oriente. Pero el escepticismo público hacia otra aventura militar ha crecido. Los errores de cálculo económico y militares tenidos en Irak han dejado a la administración Bush a la defensiva. Su política exterior está se tambalea.
Las relaciones entre Europa y Estados Unidos sin duda mejorarán: no tiene sentido para ellos embarcarse en una confrontación con el otro. Ambos son demasiado importantes políticamente, demasiaso poderosos económicamente; y, también, demasiado similares. Las grietas que quedan dentro de la Unión Europea requieren reparación, la cual sólo es posible a través del acercamiento a los Estados Unidos, mientras que para el hegemón se ha vuelto obvia la necesidad de aliados confiables. Las Naciones Unidas por su parte han pasado ahora una resolución que apoya la política americana en Irak. Eso, también, simplemente tiene sentido. Las Naciones Unidas no pueden permanecer en malos términos con su miembro más poderoso: ese curso significaría un desastre financiero e inestabilidad para la organización. Era probablemente inevitable, además, cierto grado de cooperación internacional sobre el futuro de Irak. Pero las tensiones continúan: el apoyo simbólico es diferente del apoyo militar y, mientras se hace más evidente que nunca que Estados Unidos no puede soportar los costos de la paz por sí solo, los billones de ayuda solicitados por la administración Bush aún no aparecen. La Unión Europea ha ofrecido $230 millones y la administración tendrá suerte de obtener unos pocos billones de dólares extra de sus aliados.
Pero no es simplemente un asunto de dinero. Esta administración también ha perdido el alto sustento moral concertado en Estados Unidos tras la tragedia del 11/9. Ahora América es vista por el público de la mayoría de las naciones como la amenaza principal para la paz mundial, y su voluntad de hacer la guerra contra estados débiles y luego dejar el desastre para que lo limpien otros como hipócrita. El mundo siente que esta administración ya no toma en serio las críticas constructivas de sus aliados democráticos mientras que, entre los musulmanes, su propio panel de expertos le han advertido a la administración Bush que "la hostilidad hacia América ha alcanzado niveles impresionantes" y que la "imagen" de los Estados Unidos debe cambiar. Sin embargo, el eje de una campaña de nuevas relaciones públicas seguramente no será Afganistán.
Esa nación está siendo testigo de un resurgir de los talibanes en medio de conflictos armados entre caudillos tribales, que recuerdan a las batallas entre los gagsters americanos durante la prohibición, y hay verdaderamente poco sentido de compromiso profundo con la reconstrucción. El régimen estable, secular y democrático prometido por la administración Bush no se ha materializado. Admitidamente, en Afganistán, se ha dado alguna ayuda financiera y humanitaria por los aliados de los Estados Unidos en lo que fue una respuesta militar apoyada intencionalmente a un régimen que refugiaba a los criminales del 11/9. Pero los pedidos de apoyo en Irak seguramente estarían haciendo peligrar el envío de más ayuda. Esto no es un buen signo. Cualquier potencial aliado debe pensar que la política exterior norteamericana tienen intereses en pugna en esa parte del mundo. Es así.
Y la situación no difiere mucho en otras partes. El rechazo original de la administración Bush a considerar la provisón de incentivos materiales para liquidar el arsenal nuclear de Corea del Norte, el rechazo de la política seguida por el presidente Clinton, y el ataque a aquellos que sucumbirían al “chantaje” o el aplacamiento, ha dado lugar a negociaciones con Pyongyang presionadas por el avasallamiento bélico. La “hoja de ruta” para la paz entre israelíes y palestinos, que se predicaba originalmente sobreestimando la flexibilidad de Ariel Sharon y subestimando el apoyo popular a Yassir Arafat, tampoco ha llevado a ningún lado.
Claramente, el presidente Bush no se “se subió al caballo” de las dos partes en el conflicto, en todas las negociaciones sobre un nuevo estado, la independencia palestina no estaba garantizada como prerrequisito para disminuir la violencia. La anexión de tierra está aguardando que se complete el “cerco” que separa a Israel de Palestina; todavía se construyen asentamientos, el terrorismo está creciendo dentro de Israel, y las perspectivas de paz son más remotas de lo que eran antes de la guerra iraquí. Evidentemente la conexión entre la seguridad y los asentamientos celebradas por los jefes de Israel es una ilusión y, con el apoyo brindado a los golpes preventivos israelíes contra supuestas “bases del terror” en Siria, ha crecido la posibilidad de una guerra en la región. La creencia de que la caída de Saddam había creado más estabilidad en Medio Oriente es simplemente absurda y, por cómo van las cosas, incluso las perspectivas de asegurar bases militares americanas en territorio iraquí están en jaque.
No hay nada peor que un matón temeroso: la farsa y la retirada han suplantado a cualquier política exterior con sustento. Suspendida en la retórica bélica, y objetivos inciertos, la política exterior de la administración Bush está a la deriva. Algunos funcionarios y consejeros semi-fundidos de esta administración piensan que la cura, la mejor manera de suavizar el impacto de la fracasada política en Irak, es apostar a una victoria espectacular en otra parte. Un bombardeo a Corea del Norte o una invasión digamos en, Irán, probablemente no suceda mientras Estados Unidos esté varado en un pantano iraquí por su propia obra. Pero uno nunca sabe. La influencia de la derecha lunática no debería ser subestimada y, como lo entendían Maquiavelo y Sun Tzu, siempre es mejor prepararse para lo peor.
El precio de la victoria…
EL COSTO DE LA GUERRA IRAQUÍ HA SIDO MUCHO MÁS ALTO DE LO QUE CUALQUIERA hubiera esperado, y quedará al descubierto por un largo tiempo. Hay más en juego que dólares y centavos. La democracia americana ha sufrido heridas dramáticas. La izquierda se ríe de los que substituirían el término “papas a la francesa” por “papas de la libertad”. Pero no es un asunto gracioso. Se ha desatado una ola de nacionalismo y xenofobia en un país que retiene claramente lo que el historiador americano, Richard Hoftadter, llamó “un lapso de paranoia”. Aparejado por la introducción de legislación como el Acto Patriótico, que brega por la expansión de los estatutos de la pena de muerte y el dictado de citación sin el permiso de los jueces o grandes jurados, insistiendo en las máximas penas y limitando las posibilidades de defensa, y constriñendo el derecho a asesoramiento, fianza, habeas corpus, y libertad condicional. Actualmente se está diseñando una “lista de alerta” de más de 100.000 sospechosos asociados con el terrorismo. La justificación para tales medidas es brindada por un número al parecer infinito de “alertas de seguridad nacional” para las cuales nunca se conocen los criterios ni se presentan pruebas.
Ya se han gastado billones de dólares, $4-5 billones por mes, en el conflicto iraquí y ya están en camino otros $87 billones. Aún antes de añadir los $166 billones del costo de la guerra, el gran superávit heredado de la administración Clinton se convirtió en el déficit más grande de la historia de los Estados Unidos. Los recortes impositivos que benefician a los ricos agudizan la situación, los beneficios no se reinvierten, y los empleos con bajas remuneraciones sin beneficios están reemplazando a los de altas remuneraciones con beneficios. Mientras que el 1% más rico de los americanos ganó más con dinero de los impuestos que el 40% más pobre de conjunto, el estado tambalea al borde la bancarrota y por lo tanto, por supuesto (!), lanzar nuevos programas sociales es inviable. Mientras que las guerras tradicionalmente han estado asociadas con una expansión de los programas domésticos, consideremos el G.I. Bill a la salida de la Segunda Guerra Mundial o el complejo de programas asociados con la “gran sociedad” durante el conflicto de Vietnam, eso no ha sido lo sucedido esta vez.
A los soldados les esperan tiempos más difíciles cuando regresen. Se han incrementado los requerimientos laborales para los beneficiarios de la seguridad social, las horas extra han sido eliminadas para más de dos millones de trabajadores, se han reducido los subsidios para el cuidado infantil en todo el país, y difícilmente quede un programa de bienestar social que no haya sentido el recorte: un ejemplo particularmente malicioso es la virtual eliminación de un pequeño programa de un costo de $150 millones para tutelar a los hijos de los convictos. Los derechos sindicales de los trabajadores involucrados con las muchas agencias conectadas a la Oficina de Seguridad Interior también han retrocedido. Luego están las vidas desperdiciadas y, especialmente para los iraquíes, los “daños colaterales”. El precio de este conflicto fue voluntariamente subestimado, después mal calculado, y ahora disminuido por la actual administración. Si existe un presidente que merezca ser acusado, ese es George W. Bush.
El congreso, admitidamente, puso en pie dos comités “bi-partidarios” para que “investiguen” a la administración. Sin embargo, en complot con una prensa intimidada y abobada, han tendido a barrer bajo la alfombra la evidente incompetencia y escandaloso mal uso del poder por parte de la administración Bush. De vez en cuando se lanza una pequeña perla: entonces el público sabrá sobre los nuevos desarrollos como la formación de una compañía conocida como “New Bridges Strategies”, compuesta por empresarios cercanos a la familia del presidente Bush, que está consultando con otras compañías en busca de una tajada de los proyectos de reconstrucción financiados a través del pago de impuestos. Probablemente los medios de comunicación oficiales hayan perdido sus pasos en medio del arranque de nacionalismo eufórico que acompañó el inicio de las hostilidades. Pero es irrelevante si la continua laxitud se debe a pereza intelectual, a la mentalidad de un “club”, o a un pragmatismo fuera de lugar. La gente con pensamiento independiente ahora busca otras fuentes de información como la Internet. Allí pueden encontrar escritos de varios críticos que insistían desde el comienzo en que Irak no tenía vinculaciones serias con al-Qaeda y que no constituía una amenaza, y ciertamente no era una amenaza nuclear para la seguridad de Estados Unidos. Allí pueden encontrar a comentaristas que anticiparon que el pueblo de Irak no recibiría a Estados Unidos como su libetador y que cualquier cantidad de problemas serios, sino imposibles, plagaría la reconstrucción de posguerra.
Organizaciones de origen popular como Unidos por la Paz y la Justicia así como grupos de Internet como “Move On” y “Truth Out” han estado haciendo un valiente trabajo al enfrentarse con la verdad al poder y demandar que el presidente y su compañía sean señalados como los responsables de la debacle. La popularidad del presidente ha caído dramáticamente comparada con lo que era después del 11/9, debido al estado deprimido de la economía y el cinismo creciente con respecto a la fracasada política en Irak. Pero las fuezas formadas en contra de la oposición son verdaderamente poderosas: está la pusilanimidad de los medios, la cobardía de muchos del “bloque mayoritario” del Partido Demócrata, y, por supuesto, los $250 millones que el presidente Bush ahora desea aumentar para la campaña de reelección cuyas propagandas ya están condenando a los candidatos que están “atacando al presidente por atacar a los terroristas”.
Falsas esperanzas…
LA PROPAGANDA EN ESTADOS UNIDOS NO CAMBIARÁ “LOS HECHOS EN EL CAMPO” en Irak. Tampoco lo hará la captura de Saddam Hussein: puede empeorar las cosas ya que, discutiblemente, lo que preocupa más al populacho no tiene que ver con la resistencia abierta sino con el miedo a que el dictador vuelva al poder. Las suposiciones originales que apuntalaron la política de la administración Bush, en cualquier caso, fueron optimistas e ingenuas. No habrá una transición rápida a la democracia, los iraquíes no le están dando la bienvenida a sus libertadores, el terror crece, y los obstáculos para la reconstrucción son claramente enormes. Hoy tenemos el perfil de una guerra prolongada y una larga ocupación. ¿Por cuánto tiempo? Algunos de la administración creen que América debería disminuir las pérdidas, mientras que otros como la directora de Consejo de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, creen que los americanos deben quedarse en Irak por una “generación”. A fin de justificar su política, el presidente ha declarado que Irak es ahora un “frente central” de la guerra internacional contra el terrorismo: por qué es así dado que lo que está sucediendo en Indonesia, Pakistán, Arabia Saudita y en otras partes queda como interrogante abierto. Irónicamente, en Irak, casi no tiene sentido seguir hablando de “terror”: naturalmente no queda claro si es mejor pensar en una tradicional guerra de guerrillas contra una ocupación militar imperialista.
Las respuestas reflejo no mejorarán las cosas: la situación es compleja. A pesar de que la mayoría de los habitantes de Bagdad están esperando la creación de un orden democrático, y probablemente crean que su vida mejorará en cinco años, hay diferentes grupos dentro de la sociedad iraquí que tienen nociones muy diferentes de qué significa la “democracia” y qué instituciones deberían gobernar la nueva política. Existen profundos desacuerdos sobre si este nuevo régimen debe tomar la forma de la democracia parlamentaria occidental o la de una república islámica. Las brechas profundas no existen sólo entre los sunitas y los musulmanes chiítas, entre los moderados y los fundamentalistas dentro de la misma comunidad chiíta, sino también entre distintas minorías en las fronteras de Irak. No cabe duda de que la profundidad de la competencia entre identidades etno-religiosas, más que meros grados de nacionalismo, se ha vuelto más intensa de lo anticipado. Ni una guerra civil que podría desestabilizar a la región aún más ni una partición que generaría un irredentismo permanente entre los iraquíes serían posibilidades muy remotas.
Simplemente retirar las tropas americanas, sin transferirle responsabilidades a una fuerza de la OTAN o la ONU bajo un mando multilateral podría acelerar este desarrollo. Seguramente sumergirá a Irak en un caos más profundo y en última instancia daría aire a una nueva serie de fuerzas anti-democráticas. Esto ocurriría si la seguridad es otorgada a las milicias iraquíes y a la policía para que la manejen. Crear una fuerza militar y una policía iraquí es una posibilidad: pero los líderes de los 50.000 iraquíes que ya han sido reclutados provienen del antiguo régimen. 650.000 toneladas de municiones en numerosas localidades inseguras deben ser una tentación para los caudillos tribales, los gangsters, y los nuevos líderes de las organizaciones paramilitares. Contrariamente a las declaraciones iniciales de la administración Bush de que la oposición a su política es fuerte sólo entre los “suicidas” como los fanáticos religiosos extranjeros y las pandillas criminales, según la mayoría de los sondeos, cada día los iraquíes se sienten más hastiados con la ocupación militar de Estados Unidos. Introducir fuerzas substitutas de las Naciones Unidas o Europa podría brindar una solución: pero eso no sucederá mientras el mando siga siendo una prerrogativa de los Estados Unidos. No hay necesidad de que Irak se convierta en otro Vietnam: hay una salida, pero es políticamente inaceptable para la administración Bush.
El presidente no ha puesto ningún quid pro quo sobre la mesa. La razón ideológica es probablemente la decisión estratégica de rechazar la política exterior multilateral del pasado, con su confianza en la OTAN, la ONU, y distintas asociaciones estatales regionales, a favor de una perspectiva unilateral. Pero también hay razones prácticas: la política doméstica no puede simplemente divorciarse de la política exterior. La base doméstica de apoyo político de la administración Bush no ha utilizado a las Naciones Unidas y siempre entendió que la OTAN era un arma para implementar los objetivos de la política exterior americana. En cuanto a las creencias e intereses de los que apoyan a Bush: para las elites conservadores es inexorable que las corporaciones americanas estrechamente vinculadas a la administración retengan sus contratos lucrativos para reconstruir Irak y su industria petrolera, mientras que la coalición cristiana y otros grupos imbuidos con la ideología nacionalista se enfurecerían si se pidieran “disculpas” por la invasión o por la “victoria”, no menos que los símbolos del poder militar americano.
Cuando comenzó la guerra iraquí, se hacían constantes referencias a los peligros incurridos al aplacar a Hitler en los ’30, sin ningún sentido de las diferentes constelaciones de poder. Lugo se invocó la era de posguerra: Irán y Siria y otros estados de Medio Oriente fueron instados por Estados Unidos a emprender un "cambio de régimen" democrático así como lo hizo Europa después de la derrota del nazismo. Ese es un objetivo plausible. Pero se trata de algo más que posar hacia el interior, o de las amenazas encubiertas del exterior recalcitrante, ya que no existen planes sobre cómo instaurar una democracia o en qué fuerzas democráticas en esta nación se debería apoyar. A Medio Oriente le faltan las tradiciones innatas de liberalismo y democracia social que marcaron la historia de Europa. El contexto es radicalmente diferente y la analogía es falsa. Sin embargo, otro tipo de analogía podría ser útil para ilustrar la posguerra en Irak y la intensificación del anti-americanismo.
Como resultado de la Primera Guerra Mundial, una Alemania derrotada fue forzada a cargar con toda la responsabilidad por el conflicto, compensar a los aliados, y resignar parte de su territorio, mientras que sus nuevos líderes democráticos fueron castigados como los "criminales de noviembre" y los "traidores" por colaborar supuestamente con el enemigo y firmar el Tratado de Versalles. El fervor nacionalista ascendió entre las masas y también los soldados que, desempleados tras la paz, formaron una cantidad de organizaciones paramilitares de derecha. El caos siguió a la guerra, hubo intentos de revoluciones izquierdistas, colapsó la economía, el desempleo se encolerizaba, y los políticos liberales eran asesinados a un ritmo acelerado. La nueva república nunca ganó la legitimidad que sus constructores soñaron y supuraron los sueños de venganza.
El Irak del 2003 obviamente no es la Alemania de 1918. Pero, si bien no hay levantamientos revolucionarios de izquierda en la posguerra iraquí, el desempleo ahora está rondano el 70% y lo golpean otras calamidades del estilo. Una nación derrotada, con deudas billonarias con varios países, debe responsabilizarse por una guerra que esta vez fue obviamente obra de su enemigo, mientras que ese enemigo ha instituído políticas económicas que privatizaron 200 firmas iraquíes, otorgando el 100% de la propiedad de las industrias y bancos iraquíes a inversores extranjeros, y legalizaron que todos los beneficios fueran enviados al exterior. Los nuevos líderes de Irak, Ahmad Chalabi y sus amigos del consejo provisional que nominalmente están gobernando Irak temen por sus vidas. Inspiran poco entusiasmo y menos confianza: la mayoría son vistos como secuaces corruptos de los Estados Unidos y, queda claro, que cualquier nuevo régimen al estilo occidental sufrirá de un déficit de legitimidad. El país ha sido humillado, el territorio podría perderse, y el tejido de la nación se ha deshilachado. Ominiosamente: ni una guerra civil que podría desetabilizar la región aún más, ni una partición, que generaría un irredentismo permanente entre los iraquíes, son posibilidades remotas.
Los errores de cálculo históricos así como políticos han producido consecuencias terribles. Los funcionarios de la administración Bush creían que los Estados Unidos serían bienvenidos como libertadores y que se llevaría la democracia a Irak: está en marcha en cambio una guerra de guerrillas a gran escala y sólo se han dado pequeños pasos hacia la democracia. A pesar de que la mayoría de los habitantes de Bagdad están esperando la creación de un orden democrático, y probablemente crean que su vida mejorará en cinco años, hay diferentes grupos dentro de la sociedad iraquí que tienen nociones muy diferentes de qué significa la “democracia” y qué instituciones deberían gobernar la nueva política. Existen profundos desacuerdos sobre si este nuevo régimen debe tomar la forma de la democracia parlamentaria occidental o la de una república islámica. Las brechas profundas no existen sólo entre los sunitas y los musulmanes chiítas, entre los moderados y los fundamentalistas dentro de la misma comunidad chiíta, sino también entre distintas minorías en las fronteras de Irak. Existen profundos desacuerdos sobre si el nuevo régimen debe tomar la forma de una democracia parlamentaria occidental o una república islámica.
Así como en Alemania a la salida de la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo intenso proporciona el único locus de unidad: esto se traduce en odio hacia el invasor. La resistencia a los Estados Unidos rápidamente se está transformando en un símbolo para los fundamentalistas anti-occidentales y anti-democráticos en la región: podrían comenzar a darse conexiones entre los insurgentes iraquíes y las fuerzas "terroristas", precisamente lo que más temía la administración Bush. La respuesta a esta situación ha tomado la forma del empleo de oficiales de las fuerzas militares y policiales del viejo régimen a la vez que la negociación con caudillos tribales y líderes religiosos. Estos no son aliados confiables, no tienen disposición para con la democracia ni por tradición ni por inclinación, y se está volviendo más factible imaginar la emergencia de un nuevo estado autoritario carente de gratitud hacia su creador y políticamente incapaz de garantizar la presencia de Estados Unidos en la región. Quizás las cosas resulten de otro modo. Pero el futuro no se ve brillante para las fuerzas de la libertad.
Una Guerra de Clases...
Con el comienzo del siglo XX, en la izquierda del movimiento obrero socialista, se creía que el imperialismo, el militarismo, y el nacionalismo eran los frutos naturales de un capitalismo inevitablemente más explotador. Esa perspectiva ya no es acequible. Imperialismo es una palabra que raramente se utiliza frente a alguien; hablar de un "sistema" es considerado antiguo; así la historia es interpretada por muchos izquierdistas como una aglomeración de rupturas y contingencias. Seguramente: hablar de inevitabilidad es errado y queda poco del marxismo ortodoxo. Pero aún hoy, el imperialismo, el militarismo y el nacionalismo exacerbado funcionan juntos, combinados con un intenso asalto económico a los trabajadores y los pobres. No ver la interconexión entre estos fenómenos limita la capacidad de entender los asuntos mundiales y responder a lo que más de un ganador del Primio Nobel llamaría la administración más reaccionaria de la historia americana.
El imperialismo no beneficia a la nación de conjunto ni tiene un carácter puramente económico. Sólo puede servir a unos pocos intereses de poderosos y puede proyectar objetivos esencialmente geopolíticos. Naomi Klein estaba en lo cierto cuando señalaba en The Nation que, aún si las tropas se retirasen o se cediera el poder a organizaciones internacionales, Irak seguiría "ocupado". No tiene nada de raro la sugerencia de que los contratos de reconstrucción favorecieron a ciertas firmas americanas y que los arreglos económicos implementados en Irak, junto con un nuevo control geopolítico de los recursos regionales, son parte de una nueva estrategia imperial llevada adelante por Estados Unidos, el hegemón, en un período marcado por la globalización. No puede ser una simple coincidencia, después de todo, que los estados villanos casi siempre parezcan tener una orientación tradicional, fuera de la órbita de la sociedad global, y con ciudadanos oscuros o negros. Estados Unidos ya está criticando duramente a Irán y Siria por no cerrar las fronteras, por construir armas nucleares, y por amenazar la seguridad planetaria. La máquina de propaganda está empleando las mismas tácticas que utilizó en Irak: que lleguen a los mismo resultados, por supuesto, es otro asunto. No obstante, tiene sentido que la administración Bush crea que Estados Unidos debe reforzar las revulsiones en todo el mundo frente a sus palabras con temor a su fuerza en todo el mundo.
Con su nueva estrategia de "golpe preventivo" respaldada por su presupuesto de defensa de $400 billones, mayor que el del resto del mundo sumado, la administración Bush ha ligado explícitamente su visión imperialista con un nuevo militarismo. No sorprende entonces que Estados Unidos conduzca nuevamente al mundo a una venta de armas internacional: se beneficia de alrededor de $13 billones, $8.6 billones van hacia las naciones en desarrollo, es substancialmente mayor que los $5 billones destinados por Rusia y el billón de dólares de Francia. Israel ya ha reclamado para sí el derecho a involucrarse en golpes preventivos, que hizo en Siria, y la creciente venta de armas en todo el mundo abre la posibilidad de que crezca la violencia a nivel mundial, también. Tal desarrollo sólo puede beneficiar a la potencia militar dominante, los Estados Unidos, ya que es probable que se requieran nuevas intervenciones para propósitos de "seguridad" y nuevos regímes subordinados para el propósito de asegurar la estabilidad.
La creencia en la necesidad de una acción unilateral es la consecuencia lógica de esas políticas más que una simple forma irracional de machismo. A eso también le sigue que el esquema político de aquellos que tienen la visión de nuevas aventuras imperiales y se preparan intensamente para la guerra tenderá a privilegiar la combinación de desprecio y brutalidad en los asuntos externos. Pero no es algo que el pueblo americano pueda aceptar sin socavar su sentido de indentidad democrática. Las justificaciones racionales para el imperialismo y el militarismo pierden por lo tanto su importancia. Los norteamericanos se sensibilizan ante las críticas. Los viejos aliados como Francia y Alemania no están evidenciando entonces simple desacuerdo, sino que están expresando su resentimiento latente, sus celos, y su ingratitud hacia Estados Unidos. Todo se reduce a un conflicto entre "ellos y nosotros".
Así, el nacionalismo encontrará la forma de indentificar los intereses americanos con los del resto del planeta. Si los otros están en desacuerdo son entonces, por definición, estúpidos no concientes de sus intereses reales o enemigos no sólo de Estados Unidos, sino de la humanidad. Las críticas internas a una política exterior mal encaminanada, con los mismos rasgos, sufren el mismo destino que los viejos aliados con distitas visiones. Su buena voluntad es negada desde el principio. Se convierten en "traidores", nada más, y la necesidad de vigilarlos a ellos y a los de su clase puede resultar tan interminable como la guerra contra el terror misma: el Acto Patriótico y otros intentos de coartar la libertades civiles en nombre de la seguridad nacional y una empresa nacional se convierte así, una vez más, en una extensión lógica de una estrategia imperial general más que en una expresión irracional de paranoia. Todavía no está suficientemente enfatizado el hecho de que todo esto en realidad sirve a la administración Bush al indentificarlo con los intereses nacionales, y los intereses nacionales de Estados Unidos con los del resto del mundo. La similitud entre la actual forma de pensar y la de nuestros viejos enemigos comunistas, que creían que lo que es bueno para el "partido" es bueno para la nación y lo que es bueno para la Unión Soviética es bueno para el proletariado mundial, es realmente asombrosa.
Nuevamente: no se trata de tal o cual política sino de una nueva agenda reaccionaria y las implicancias tras ella. El Partido Demócrata no está enfrentándose a esa agenda y sus implicancias. La magnitud de la actual crisis aún está siendo moderada: lo que llamamos el "complejo militar-industrial" está trabajando en detrimento de la nación y el bienestar está siendo desgarrado. Se han perdido tres millones de empleos desde que comenzó el nuevo milenio, que requerirían que se crearan alrededor de 150.000 empleos por mes no para recuperar los empleos que ya han sido perdido sino simplemente para mantenerse al ritmo de la actual declinación. Se dice poco de lo que implicaría contrarestar estas tendencias en todo sentido o, para decirlo de otra manera, cómo reclamar la herencia de el espíritu anti-monopolio, el New Deal, y el Movimiento de los Pobres.
Intoxicado por "el fin de las ideologías", contento como siempre de ofrecer una perspectiva sólo un poco menos odiosa que sus oponentes, la mayoría oportunista del Partido Demócrata no está dispuesto a involucrarse en el contrabando americano, la explotación económica de Irak, y la realidad de esta nueva guerra de clase. Los elementos más radicales se encuentran en las alas y, discutiblemente, incluso muchos de los que están dentro de la mayoría están viéndose forzados a re-evaluar. Pero la presión debe provenir desde fuera de las estructuras del partido. Fuentes de las que existe presión: las enormes manifestaciones que ahora están olvidadas son testimonio de la profunda insatisfacción con el actual régimen y existe un mosaico colorido de organizaciones comunales, grupos de interés, y movimientos sociales progresivos.
La coordinación y una perspectiva común en la lucha de esta nueva guerra de clase son los problemas, no simplemente la "apatía". Ahora, más que nunca, es necesario comenzar a expandir el ideal de clase, una serie de valores y programas que se dirijan al interés general de los trabajadores dentro de cada una de las organizaciones existentes sin privilegiar a ninguna. Propagandizar los valores comunes de resistencia y articular nuevos programas de forzatalecimiento sólo puede darse trabajando con las organizaciones reformistas que tenemos: no puede venir de arriba hacia abajo, ni de acciones sectarias, ni de vagos llamados a la abolición del sistema. Ya no es una cuestión de elección entre reforma o revolución. En cambio, la elección es entre una reforma radical y la resignación. Pero esa elección no es menos importante: la calidad de nuestro futuro depende de tomar la decisión correcta.
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Stephen Eric Bronner es Profesor de Ciencias Políticas y Literatura Comparada de la Universidad de Rutgers. La segunda edición de su libro Rumor sobre los Judíos ha sido lanzada por Oxford University Press.


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