Economía y Politica Internacionales

El precio de la globalización

 

Autor: William Pfaff

Fecha: 9/1/2004

Traductor: Celeste Murillo, especial para P.I.

Fuente: International Herald Tribune


En un mundo cada vez más chico, los salarios alcanzan el nivel más bajo

La recuperación “desempleada” de la economía norteamericana, que resonó débilmente en Europa, refuerza las quejas en todos los países industriales occidentales acerca de que los empleadores y los tenedores de acciones se enriquecen a sí mismos mientras los salarios de los trabajadores caen o se estancan. Los defensores del libre comercio responden irritados que los trabajos que se realizan fuera del país serán reemplazados por aquellos que sean más calificados, y que los trabajadores deberían re-entrenarse.

El argumento contrario está descrito en un artículo reciente del Senador Charles Schumer y un ex funcionario del Tesoro, Paul Craig Roberts (“Exportar puestos de trabajo no es libre comercio”).

El argumento es que el capital, las tecnologías, ideas y puestos de trabajo disfrutan hoy de una movilidad sin precedentes. Son los trabajadores quienes no tienen movilidad. Casi todo el trabajo realizado en la industria moderna puede ser realizado fuera del país.

En realidad, esto es libre comercio. Es como fue concebido teóricamente por el economista del Siglo XVIII, David Ricardo, despojado de las limitaciones económicas, sociales y políticas que hace dos siglos no permitían que el comercio funcionara de la forma que Ricardo esperaba.

Dijo que los estados deberían explotar sus ventajas comparativas en recursos o fabricación. El comercio de esas ventajas complementarias produciría ganancias recíprocas. Todos ganan –como Ricardo no hubiera dicho.

Esta es una teoría relativamente inocente, pero en la práctica generalmente ha resultado, si no para ventaja de los concernidos.

Ricardo, sin embargo, tenía una segunda teoría, que llamaba la “ley de hierro de los salarios”. No se oye mucho acerca de la ley de hierro, en parte porque no usted no quisiera oír sobre esto, y también porque la experiencia parece haberla probado como falsa. Pero los tiempos están cambiando.

La ley de hierro de los salarios es también simple y lógica. Dice que los salarios tenderán a estabilizarse a un nivel de subsistencia. Eso parecía inevitable para Ricardo, ya que mientras los trabajadores sean necesarios, hay que mantenerlos vivos, no tienen esperanzas de mejor trato, ya que son infinitamente disponibles, reemplazables y generalmente intercambiables.

La teoría de los salarios de Ricardo parecía falsa. La cantidad de trabajadores competentes en un lugar dado no es ilimitado; ni los trabajadores ni las industrias son perfectamente movibles, y el movimiento obrero ha demostrado en los siglos XIX y XX que puede movilizarse y defenderse. La ley de hierro de los salarios parece funcionar sólo si la cantidad de trabajadores es infinita y totalmente movible.

Desafortunadamente ese día, para fines prácticos, ha llegado ahora, gracias a la globalización.

La globalización está eliminando las limitaciones impuestas en el pasado por sociedades que poseían instituciones, legislación, y voluntad política para proteger a los trabajadores.

La doctrina del libre comercio es hostil a los sindicatos, la legislación social, y las restricciones legales en las prácticas laborales de la industria, todo lo que quita a los países pobres su ventaja comparativa, que es la pobreza.

El movimiento obrero hoy ha perdido casi todo el poder en los lugares donde alguna vez lo tuvo. Europa occidental provee limitadas y poco representativas excepciones: Alemania con sus sindicatos nacionales, y los sindicatos de servicios en Francia. En ambos países los sindicatos sobreviven más por factores políticos que económicos.

Hasta hace poco, la queja de que la industria se beneficiaba del libre comercio pero no los trabajadores era convencionalmente tratado como algo de los sindicatos y la izquierda. A lo sumo se decía que era un problema de interacción retrasada entre los resultados indiscutiblemente positivos del comercio para los negocios y la industria, y las ventajas para los trabajadores que –de acuerdo con el modelo abstracto- deben seguir inevitablemente.

Se han ofrecido muchos argumentos por los economistas en relación a por qué las ventajas comparativas de pobreza e industria no regulada se eliminarían eventual y automáticamente a sí mismas, entonces finalmente todos seríamos sociedades de altos salarios –si no con avanzados sistemas de protección social.

Esto, me temo, es utópico. David Ricardo, al proponer su ley de hierro de los salarios, tenía tanta razón como cuando presentó su regla de la ventaja nacional comparativa. En el caso de los salarios, estaba un poco por delante de su tiempo.

Tribune Media Services International


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