Izquierda Marxista

El otro imperialismo

 

Autor: Francois Vercammen

Fecha: 11/1/2004

Traductor: Alberto Nadal, Inprecor

Fuente: Rouge 8/1/2004


En la crisis que les opone a los Estados Unidos, las burguesías
europeas buscan la legitimidad perdida de una Europa antisocial en la imagen
de una Unión Europea “alternativa”, que hace contrapeso de “América”.

Recordamos las semanas que precedieron a la invasión por el ejército
estadounidense de Irak: Francia y Alemania lograban construir una
coalición con Rusia (y con una China más reticente), aislaban y batían al
gobierno de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, ante
una opinión pública mundial estupefacta. En la misma onda bloqueaban, en
la OTAN, el compromiso militar de Turquía. Si Bush ganó la guerra en
Irak, política y “moralmente”, ha sido para él un desastre. Hasta hoy, y
a pesar del arresto de Saddam Hussein, la correlación de fuerzas
políticas e ideológicas sigue siéndole desfavorable.

Lo que, al principio, era oportunismo electoral (Schroeder) o
político-cultural (Chirac) ha tenido un impacto considerable y duradero. Había
ciertamente una apuesta política. No estando garantizado de antemano el
resultado, solo la acción podía revelar las evoluciones latentes y
contradictorias actuantes en el dispositivo imperialista global.

Fricciones transatlánticas.

Pero ahí está la prueba: en el momento en que la superpotencia
estadounidense alcanza su postura “global”, Europa se desprende de su dominio
cincuentenario (desde 1945). La multiplicación a todos los niveles de
las fricciones “transatlánticas” toma hoy una dimensión política fuerte:
la nueva estrategia supremacista de los Estados Unidos (que data de
antes de la presidencia de Georges W. Bush) se confronta a una Europa cuyo
objetivo es precisamente el paso de una economía fuerte a un
protoestado supranacional (europeo).

Este nuevo aspecto de la situación mundial no es, o lo es poco,
percibido y aún menos descrito o analizado, en su doble dimensión: los límites
y las contradicciones de la superpotencia estadounidense; la emergencia
del otro imperialismo, europeo, que se dota de un aparato de estado
supranacional a la medida de su fuerza económica.

El análisis marxista revolucionario tiene una larga y rica tradición a
propósito del imperialismo, desde fines del siglo XIX: Parvus,
Hilferding, Kautsky, Bujarin, Luxemburg, Lenin, Trotsky... Este último había
sentido de forma notable, desde 1920, la nueva configuración de las
contradicciones interimperilistas salidas de la guerra de 1914-18: el cara a
cara Estados Unidos-Europa, y , en el continente europeo, las
rivalidades entre Alemania, Inglaterra y Francia /1. El estallido de una nueva
guerra mundial entre las grandes potencias parecía inevitable a corto
plazo, a menos que el proletariado se adelantara. Para resistir a la
fuerza creciente del “joven” capitalismo estadounidense, era precisa de
todas formas una unificación de Europa. El dominio de las contradicciones
en el continente europeo no podía realizarse más que por la guerra y la
dictadura fascista o por la revolución socialista en Europa; estando
excluida cualquier otra variante.

Desde comienzos de los años 70, Ernest Mandel renovaba sustancialmente
el análisis: “la fusión de los capitales gana a nivel continental, pero
la competencia imperialista intercontinental se encuentra por ello
tanto más agudizada” /2. “Los concurrentes europeos y japoneses no tienen
una oportunidad de sobrevivir como formaciones independientes más que
(...) si ponen en pie, al menos en Europa del Oeste, un estado federal
que contrabalancee política y militarmente a los Estados Unidos” /3.

Hay que recordar que la Unión Europea (UE) es un gigante económico y
financiero, una estructura imperialista densa heredada de los más viejos
países colonizadores (Países Bajos, Inglaterra, España, Francia,
Bélgica), con una tradición militarista milenaria. Sobre esta base económica
ampliada y reforzada, los grandes grupos europeos (reagrupados en la
ERT, la mesa redonda de los industriales) se pusieron de acuerdo, a
mediados de los años 80, para avanzar hacia un mercado único y, en la misma
onda, crear una moneda única (el euro). A partir de ahí, la formación
de un estado europeo ha comenzado, paso a paso, no sin dificultades,
pero conscientemente. A pesar de los discursos de los “euro-euforistas”,
el proceso no tiene nada de automático. Todo progreso sustancial
implica una transferencia de prerrogativas nacionales. Las clases dominantes
y sus aparatos estatales tienen una larga historia de enfrentamientos
tras de sí. La UE permanece atravesada por contradicciones de todo
tipo. Esto no está compensado por una conciencia europea de masas o una
base sólida en una burguesía europea unificada. Las políticas neoliberales
antisociales de los veinte últimos años han minado toda legitimidad
popular “moderna”.

Hay dos malentendidos. En primer lugar, el estado supranacional no
saldrá de golpe, de un “gran desbarajuste” o de un repentino acuerdo
general entre los estados. Su modo de avance se desarrolla ante nuestros
ojos: es un proceso accidentado cuya palanca es la crisis. El aparato de
estado supranacional que se pone en pie no es y no será la copia de la
estructura del estado nacional que conocemos. Esperar su llegada o
esperar la próxima crisis que llevaría al hundimiento o al estallido, es
engañarse. El desarrollo de la UE consiste en una serie de batallas por
objetivos determinados en la que la relación de fuerzas, la
jerarquización de los países miembros, las oportunidades tácticas o grandes
acontecimientos juegan un papel determinante. El mecanismo se mantiene porque
hay grandes intereses en juego. Porque cada país encuentra ventajas
gracias al refuerzo de la UE. Alemania juega de nuevo un papel en la
política mundial, lo que sería inimaginable de otra forma. Irlanda,
Polonia, el estado español “progresan” mediante el maná de los subsidios, etc.
La pequeña Bélgica paraliza la OTAN con su veto (en el asunto turco).

Es esta “gobernanza”, hecha a medida, la que permite a la UE actual
imponerse en la arena mundial, por primera vez, desde hace cincuenta años.
Y, en el interior, poseer una mecánica institucional que rompe, por
arriba, las conquistas sociales de cien años de lucha de clases ganados en
cada país miembro. La adopción de la Constitución de los Giscard,
Schroeder, Blair y Prodi intenta consolidar esta armadura institucional,
salida de esta correlación de fuerzas. La crisis actual –pero sin duda,
recurrente- en el seno del bloque “transatlántico” es pan bendito para la
UE. Por primera vez desde hace decenios, las opiniones públicas
europeas se distancian masivamente de los Estados Unidos. Las altas esferas en
Europa no dejarán de explotar la imagen de una UE “alternativa”,
haciendo contrapeso a “América”.

Desde el punto de vista del capital, la UE es un gran éxito. Desde el
punto de vista del trabajo, un desastre. La UE es un verdadero peligro.
Desgraciadamente, casi no es percibido, ni tomado en cuenta; es
subestimado. Sin cambiar totalmente esta tendencia, no se tomará la medida de
la situación y del esfuerzo político que hay que emprender.


NOTAS:
1/ León Trotsky, Europa y América, ¿Dónde va Inglaterra?.
2/ Ernest Mandel, La tercera edad del capitalismo.
3/ Ibidem.


     

 

   
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