Intelectuales y Académicos

La lucha de clases en Brasil

 

Autor: Emir Sader

Fecha: 3/2/2004

Traductor: Isabel Infanta, especial para PI

Fuente: Folha de São Paulo


El gobierno Lula — cualquiera que sea la configuración definitiva que asuma — se inscribe en el proceso de lucha de clases para decidir quien pagará el precio, en que medida, de la fiesta especulativa de la economía brasileña en los años 1990. Las clases sociales fundamentales — ligadas al capital y al trabajo — y sus fracciones internas, así como las fuerzas externas aliadas a ellas, se preparan, en las nuevas condiciones, para adquirir mayor capacidad de defensa y de apropiación de la riqueza socialmente producida ante una economía y un Estado financierizados. La continuidad (y profundización) de la política económica del gobierno FHC, como determinante y condicionante mayor del gobierno Lula, recoloca en posición extremadamente ventajosa al capital financiero, en su modalidad especulativa, como sector hegemónico en la reproducción del capital en Brasil. En el primer año del gobierno Lula ese sector se vio fortalecido, no solo por la continuidad mencionada, sino también por la adhesión de un partido originalmente vinculado al mundo del trabajo, expandiendo su capacidad consensual y aislando relativamente a los sectores que organizan a la clase trabajadora, comprendida en sentido más amplio de la palabra: la de los sectores que viven de su trabajo, sin explotar el trabajo ajeno.

[El gobierno Lula se asienta] en un arco de fuerzas que combina el capital financiero y la masa desorganizada

El aumento de la desocupación, el deterioro del nivel de empleo y la disminución del poder adquisitivo del salario se dieron concomitantemente la aumento de las ganancias de los bancos como expresión sintética y dramática de la naturaleza de clase del primer año de gobierno Lula. La reforma de la Previsión social y la ausencia de una reforma tributaria con real poder redistributivo favorecieron esa hegemonía, por medio de la cual el gobierno Lula debilitó al movimiento organizado de los trabajadores y la dimensión pública del Estado brasileño, buscando articular bases populares de apoyo al bloque en el poder — mediante la legitimación de sus políticas por medio de la simpatía de los sectores más pobres y desorganizados del pueblo a la figura de Lula — asentándose, de ese modo, en un arco de fuerzas que combina el capital financiero y la masa desorganizada. La intensificación del carácter privatizado del Estado favorece, a su vez, al gran capital, no solo por la expansión del mercado de los fondos privados de pensión , sino también para contribuir a la descalificación del Estado y de su dimensión pública.

El gobierno Lula, al contrario de lo que intenta proyectar, no está al margen de la polarización que opone las clases fundamentales. De un lado están los que luchan por la prioridad de lo social, constituyendo el bloque popular, los que no se rindieron a las políticas focalizadas y asistencialistas — que pueden convivir con los “superávits fiscales”, ya que no afectan de forma sustancial la pésima distribución de renta construida y reproducida durante siglos en Brasil. Esos luchan por el giro de la centralidad del ajuste fiscal a la atención de los derechos sociales y económicos universales de la población — a comenzar por el derecho al empleo formal, con el objetivo de la “desocupación cero”. En el otro polo se sitúan los que priorizan el ajuste fiscal, asumen la reproducción del modelo económico neoliberal, consolidan la hegemonía del capital especulativo y se sitúan como eje del bloque conservador dominante en el gobierno.

De la misma forma, la prioridad al Mercosur o al ALCA establece una política externa soberana o definitivamente subordinada. Esa opción define, de hecho, el alineamiento al lado de la prioridad de la extensión del mercado interno de masas, es decir, de lo social, o al de los sectores financiero y exportador. Puede abrir espacio para un modelo alternativo, fortaleciendo el bloque social popular, o puede complementar en el plano externo el actual modelo conservador, confirmando una de las tesis clásicas de la izquierda, según la cual la forma de inserción internacional define los marcos de las políticas internas.

El bloque alternativo cuenta con el apoyo del movimiento social organizado, con la militancia descontenta de los partidos de izquierda y con gran parte de la intelectualidad crítica. El bloque dominante cuenta con las políticas hasta aquí hegemónicas en el gobierno, con la gran mayoría de los medios, con el apoyo de los organismos financieros y comerciales internacionales y con la legitimidad junto a la masa desorganizada de la población. Sintéticamente, podemos proyectar tres evoluciones futuras: la primera, el mantenimiento de esas fuerzas y la consolidación del gobierno como un bonapartismo conservador, que administra la crisis actual y consolida la hegemonía del capital especulativo; la segunda, la conquista por el movimiento social organizado de parte sustancial de los sectores populares hasta aquí no organizados, vaciando el gobierno de apoyo social significativo y generando una crisis de legitimidad; la tercera, como desdoblamiento de la segunda, el cambio de carácter del gobierno, adhiriendo a la alternativa popular y generando un cambio de hegemonía en su interior y en la sociedad brasileña.

De cualquier forma, lo cierto es que la historia, cambiando siempre su forma, sigue siendo la historia de la lucha de clases. Los partidos, los gobiernos, las fuerzas sociales y culturales cambian, transforman su naturaleza de clase, pero siempre se definen por su alineamiento en relación a los grandes intereses del capital o del trabajo. El período histórico actual no es excepción, por mayor que sea el ineditismo de su forma; de la misma manera que su cierre, abierto, depende de los desdoblamientos de la relación de fuerzas entre los bloques sociales antagónicos, es que definirá la cara de Brasil en el siglo XXI: dominado por las fuerzas del capital o del trabajo, por la ínfima minoría en el poder o por las grandes masas de la población, organizadas como ciudadanos libres y soberanos.

Emir Sader, 60, es profesor de sociología de la USP y de la Uerj, donde coordina el Laboratorio de Políticas Públicas. Es autor de “La Venganza de la Historia” (Boitempo Editorial), entre otros libros.


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