Latinoamérica

El riesgo de "malvinizar" la deuda pública

 

Autor: Joaquín Morales Solá

Fecha: 8/2/2004

Fuente: La Nación (Arg)


La voz de un muy alto exponente del Departamento de Estado tronó en el oído de un funcionario argentino: Por favor, no hablen más. ¿Qué quieren? ¿Acaso torcerle el brazo al G7? No podrán hacerlo. Pocos días antes, en Madrid, José María Aznar le deslizó a Néstor Kirchner, con un tono mucho más amable, una mezcla de consejo y de súplica: Déjennos ayudarlos. No les declaren la guerra a los acreedores. Hay que descartar lo obvio: no hay argentinos correctos en medio de un mundo equivocado.

Revisemos el conflicto. La Argentina está obligada a desconocer parte de su deuda. La relación entre sus compromisos y el PBI, la enorme grieta social que aisló del mercado productivo a la mitad de los argentinos y la convalecencia actual de su economía convertirían un reconocimiento total de la deuda en las vísperas de otro default seguro. Todas las deudas argentinas en dólares, incluidas las privadas, han necesitado -o necesitan- de una quita para que los pagos sean creíbles.

El mundo ya no es lo que era y nadie sabe cómo será. Las grandes operaciones de auxilio de la década del 90, que salvaron del precipicio a México, Rusia, Malasia, Brasil y también a la Argentina en su momento, han dejado de existir con el arribo a Washington de una nueva ideología, que rápidamente empapó a los organismos multilaterales. El Fondo Monetario ya no es el arquitecto de aquellas vastas salvaciones, como lo fue, sino un empecinado recaudador de sus deudas. La Argentina, por ejemplo, giró al FMI unos 7000 millones de dólares en efectivo desde el default.

Los Estados Unidos se niegan ahora a distraer el dinero de sus contribuyentes para socorrer a países en bancarrota. Gran parte de Europa no está de acuerdo con la nueva política de Washington, pero no ha propuesto hasta ahora como alternativa una sola idea, ni buena ni mala. Ese debate podría ser insoportablemente largo y la Argentina tiene que buscar una fórmula propia en los próximos dos meses. Con la más grande deuda en default de la historia, está condenada a trasegar por un mundo que carece de dioses y de mapas.

La presión de los acreedores está mordiendo los talones de los gobernantes argentinos. No sólo jueces extranjeros comenzaron a poner a buen recaudo algunos pocos bienes argentinos (irrelevantes en el monto, pero significativos como presagio de un eventual aislamiento internacional del país); también las naciones más poderosas del mundo, algunas dispuestas a respaldar a la Argentina, se vieron empujadas a enviar una clara advertencia. Bonistas, bancos y fondos de inversión presionan a su vez sobre las principales capitales.

¿Esos países le están pidiendo a la Argentina que resuelva su monumental deuda en un par de meses? No. El reclamo refiere, sobre todo, a la necesidad de que el Gobierno haga gestos concretos, de demostrar que en su espíritu está el acuerdo y no la ruptura. Ahí es, justo, donde las interpretaciones difieren. Para algunos, la Argentina remolonea, gambetea, hace contorsiones en el aire, para postergar sus necesarias definiciones.

Para el gobierno argentino, en cambio, la inexplicable demora del FMI en aprobar las metas del primer trimestre ahuyentó a varios bancos de la imprescindible tarea de organizar la negociación con los acreedores. Otros bancos recibieron decepcionantes informes de sus abogados: esas entidades, que habían colocado bonos argentinos de la década del 90 ahora repudiados, podrían ser llevadas ante tribunales internacionales cuando se pavoneen con los nuevos bonos.

El borrador del acuerdo con los bancos estaba terminado (y establecidas hasta las comisiones que cobrarían) cuando se interpusieron los abogados. Todavía está dando vueltas por Buenos Aires el máximo directivo de un importante banco internacional a la espera de la decisión de las otras entidades para concluir sus tratos con el gobierno argentino.

Han quedado sólo tres bancos de los doce que se mostraron inicialmente interesados. Uno podría servir para organizar la negociación en los Estados Unidos y los otros dos en Europa, donde deberán verle la cara a cada uno de los miles de bonistas defraudados. Se trata del principal comité de bancos, pero la negociación de la deuda argentina necesitará en total de unas cincuenta entidades financieras, que decantarán luego de aquel comité.

Roberto Lavagna ordenó a su equipo la elaboración de una urgente salida alternativa para el caso de que hasta los tres bancos que quedan terminen optando por la fuga.

La propuesta de Dubai, que incluyó el anuncio de la quita de un 75 por ciento de la deuda, contenía sólo enunciados. Los bancos son necesarios para terminar de elaborar el menú de ofertas a los tenedores de bonos. Una de esas ofertas vincula los pagos con el crecimiento del país. La primera reacción no provocó la ilusión de nadie.

Pero las cosas comenzaron a cambiar tras los datos económicos del año último: Lavagna recibió ya varias consultas sobre ese punto de la propuesta. Además, Washington suscribió en Monterrey, con marcado interés, la declaración que promueve una vinculación entre el crecimiento de las naciones y los pagos de sus deudas.

Sobre estas cuestiones hablará Lavagna con Horst Köhler en su reunión de mañana. ¿Quieren Washington y el mundo crucificar a la Argentina? Si bien se mira la cambiante, gaseosa y frágil política de América latina, resulta difícil imaginar a los Estados Unidos indiferentes ante la estabilidad o la caída de otro país de la región. España tiene inversiones muy importantes en la Argentina y se comprometió a aumentarlas en los próximos años. ¿Lo haría en un país aislado y vituperado?

El canciller francés, De Villepen, se comprometió con su colega argentino, Bielsa, a arrastrar hacia Buenos Aires a los veinte principales empresarios de su país para enhebrar una alianza estratégica de 30 años. Remedarán aquí, con los franceses, la reciente ronda de Madrid con los españoles. Kirchner autorizó a su canciller a darle rienda suelta a su idea. Un acuerdo estratégico con Francia podría superar las actuales disidencias con empresas de servicios públicos de ese país.

Los ejemplos pueden repetirse con varios países más (con Alemania, por caso) de naciones que se resisten a abroquelarse contra la Argentina. El problema radica, a veces, en la verba inflamada de los argentinos, que llevan a los micrófonos y a las tribunas las cuestiones más sensibles de política exterior o de política económica.

Un ministro puede ser como Bielsa, que, en declaraciones al diario español El País, describió así el default: Fue una fiesta como el carnaval de Río cuando debió ser una misa de cuerpo presente. Antes, en Japón, había pedido públicamente perdón por los incumplimientos de su país. Pero puede ser también como Aníbal Fernández, que, en referencia a los bonistas, les zampó: Jugaron a la timba y perdieron. Una diferencia esencial, imperceptible para la sensibilidad del ministro del Interior, es que aquellos no fueron al casino, sino que compraron bonos del Estado argentino. ¿Para qué agregarle la ofensa a la deslealtad?

Tampoco el Presidente cesa en su decisión de plantear un combate con el FMI y con el G7. ¿Quiere ver quién terminará mascando el polvo de la derrota? Sin embargo, la única estrategia posible es que no haya perdedores. "Malvinizar" el conflicto de la deuda podría construir de nuevo una Argentina aislada, pobre, imprevisible, como un empedernido suicida.


     

 

   
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