Izquierda Marxista

Italia: ¿Qué unidad de la izquierda?

 

Autor: Gigi Malabarba y Gennaro Migliore

Fecha: 22/2/2004

Fuente: Viento Sur 71, nov 2003


[Rifondazione Comunista ha continuado en septiembre el debate de reorientación iniciado en julio, del que ya hemos dado cuenta en el anterior VIENTO SUR, publicando la contribución al mismo de compañeros(as) de la corriente Bandiera Rossa.
La importancia de este debate sólo puede subrayarse y sin duda tendrá profunda influencia en toda la izquierda alternativa europea. De alguna manera es complementario del que ha tenido lugar en el reciente Congreso de la LCR francesa, que ha terminado con la aprobación de la coalición con Lutte Ouvrière para las próximas elecciones regionales de marzo y las europeas de junio, además de un llamamiento a la constitución de un nuevo partido anticapitalista plural en Francia.
El debate italiano, del que ahora presentamos un artículo de nuestro compañero Gigi Malabarba y del responsable del Departamento Internacional de Rifondazione Gennaro Migliore, se centra en la política de alianzas con el centroizquierda socio-liberal del Olivo, para acumular electoralmente las fuerzas necesarias para derrotar a Berlusconi y dar una salida política a la movilización sin precedentes del movimiento de movimientos italiano. Pero la dirección de Rifondazione ha acompañado esta propuesta de otro elemento, como es la participación en el posible gobierno de coalición de centro-izquierda, de la propia Rifondazione. La cuestión debatida y cuestionada por los compañeros y compañeras de Bandiera Rossa es si este segundo elemento es compatible con el carácter alternativo del propio movimiento y si ello no supondrá la subordinación política de Rifondazione al programa socio-liberal del Olivo.
El debate continurá y seguiremos intentando reflejarlo en VIENTO SUR. De hecho es muy probable que se extienda a toda la izquierda alternativa europea, uno de cuyos polos de referencia ademas de Rifondazione es la LCR francesa, cuya orientación táctica tras el último Congreso de noviembre es muy distinta.
De ambas habrá que hacer balance en su momento, sin olvidar nuestro propio escenario de estos debates en la VII Asamblea de Izquierda Unida. G. Buster].

Echar a Berlusconi, contruir la izquierda alternativa
Gigi Malabarba
Una inquietud más que comprensible recorre las filas de nuestro partido frente a los actos políticos y las relaciones cada vez más estrechas con las fuerzas del centro-izquierda, ya que parecen reflejar el abandono de las prioridades establecidas en nuestro último Congreso respecto a la centralidad de nuestra relación con los movimientos y la participación activa en su construcción, además de la subordinación de la interlocución política institucional a estos objetivos. Es como si las dificultades de la actual fase nos estuviesen empujando hacia una revisión de estas prioridades. También son muchos, los que desde fuera, le están dando esta interpretación política a nuestra forma de actuar tras el resultado del referéndum sobre el artículo 18.
Las grandes luchas de estos años –que a pesar de estar pagando las dificultades heredadas de las derrotas pasadas han permitido una repolitización excepcional de los jóvenes– no han conseguido todavía invertir la relación de fuerzas sociales ni logros significativos. Así, la política económica del gobierno Berlusconi ha continuado triturando al mundo del trabajo con una erosión salarial, una progresiva destrucción del Estado del Bienestar y de las pensiones y un aumento indiscriminado de la precariedad sin precedentes. A pesar de su intento por relanzar la participación de los trabajadores, los trabajadores del metal siguen manteniéndose aislados. Todo esto nos lleva a pensar que el movimiento, elemento estructural de la política italiana e internacional como demuestran los sucesos de Cancún, debe intentar consolidar una mayor participación y ampliar el consenso para lograr victorias.
Salir del neoliberalismo: un nuevo programa. Este objetivo cobra urgencia en vista de la crisis de las políticas neoliberales y de las instituciones de la globalización capitalista. La reciente victoria del no al euro en Suecia y el fracaso de la OMC en Cancún evidencian claramente este principio. Los dictámenes del libre mercado no son capaces ya de convencer a nadie más: un ciclo político y económico parece haber llegado a su fin y una nueva fase evidentemente se abre.
La crisis del neoliberalismo de un lado y el desarrollo del movimiento por otro contribuyen a generar una fuerte demanda de cambio, aunque ésta sea aún genérica, que en Italia viene reafirmada por la naturaleza reaccionaria, agresiva y con fuertes connotaciones antidemocráticas del gobierno Berlusconi. Por lo tanto, la combinación de estos dos elementos, determina un fuerte sentimiento antigobierno alimentando las dificultades de la coalición de gobierno y plantea el problema de una salida política.
Para poder intervenir en esta nueva fase, las fuerzas de izquierda alternativa, tanto en Italia como en Europa, deben de realizar un gran salto cualitativo en términos de la elaboración de alternativas portadoras de radicalidad, la misma radicalidad de la cual ha sido capaz hasta ahora el movimiento. Se trata de realizar un programa, que en otros tiempos se hubiese denominado “programa de transición”, capaz de establecer objetivos-puente entre las resistencias actuales y una perspectiva de transformación radical. Esta necesidad no se puede seguir posponiendo. Hoy debemos discutir de: cómo restituir la centralidad de una economía publica y participativa a través de un plano de (re)nacionalizaciones de sectores estratégicos; de cómo restituir el poder adquisitivo de los salarios a través de mecanismos automáticos de recuperación de la inflación; de cómo articular un Estado del Bienestar cuyos beneficios sociales, pensiones y sanidad para todos no sean negociables; de cómo sancionar por ley una democracia sindical que le conceda poder contractual y dignidad a los trabajadores/as; de cómo parar la guerra y comenzar a retirar a los soldados italianos de todas las misiones militares en el exterior; de rechazar un Ejército europeo y la OTAN; de la reducción drástica del gasto militar; de cómo realizar una ciudadanía universal en donde ningún ciudadano pueda ser considerado un extranjero y donde la libertad de circulación este garantizada por la Constitución; de cómo reconstruir una escuela verdaderamente pública y gratuita; los ejemplos son innumerables. Este programa es el que necesitamos hoy para poder dirigirnos, al movimiento, a los jóvenes, a los trabajadores y a todos aquellos que busquen una alternativa. No puede ser supeditado con el fin de llegar a acuerdos políticos con el que sea sino que debe de estar pensado para ofrecerle un nuevo ímpetu a los movimientos, nuevo energía a las luchas y a los instrumentos del conflicto social.
¿Qué unidad de la izquierda? Obviamente, la naturaleza reaccionaria del gobierno Berlusconi y la práctica unitaria de los movimientos en los últimos años empujan hacia una práctica unitaria también en el frente político. Pero sobre esto tenemos que ser claros. Si por unidad entendemos la acción común desde abajo para relanzar la oposición a Berlusconi, hemos llegado ya tarde.
Sobre el tema de las pensiones, la precariedad, la guerra, los emigrantes, la democracia y la libertad constitucional, la plataforma para oponerse con una gran iniciativa social al gobierno de Berlusconi está ya configurada. Queda sólo recoger el impulso que viene desde abajo y fijarnos las citas útiles. Muchas ya han sido fijadas: el 4 de Octubre en Roma, el 17 con la FIOM, el 12 en Perugia- Asís. La recientemente anunciada manifestación de la oposición debe de proseguir de forma natural este recorrido y saber nutrirse de contenidos sociales, que es lo que ofrece la única garantía para poder echar a Berlusconi.
Pero, esta perspectiva, no puede dejar de establecer cuentas con otra evidencia: que el fracaso de las políticas neoliberales y del pacto de estabilidad europeo no ha llevado ni a la izquierda moderada y socialdemócrata italiana, ni a la europea, a replantearse su estrategia política. El ataque contra las pensiones, por ejemplo, viene orquestado directamente de Bruselas donde “gobierna” Prodi e involucra a gobiernos de distinta naturaleza: Raffarin-Chirac en Francia, Berlusconi en Italia y Schroeder en Alemania. El centro-izquierda italiano continúa ubicándose totalmente dentro de esta lógica ya que, por ejemplo, a nivel europeo forma parte constitutiva del proyecto de constitución neoliberal.
Por lo tanto nos enfrentamos a una contradicción estridente: de un lado reconocemos la necesidad de una alternativa política al gobierno de derechas y al modelo de desarrollo neoliberal, mientras que del otro lado nos encontramos con la ausencia total de las condiciones sociales y de la relación de fuerzas adecuada para que este cambio sea hoy posible. Sólo queda pues acumular muchas más fuerzas, conseguir logros, obtener resultados, construir democracia desde abajo para poder comenzar a perfilar una alternativa efectiva.
Por lo tanto, no debemos ceder a la ilusión de poder realizar un cambio radical en un hipotético gobierno, quizás dirigido por Prodi, en el cual los ministros de Rifondazione no tendrán ningún margen de maniobra creíble. Tanto la experiencia francesa de la izquierda plural como los límites y el estancamiento del gobierno de Lula en Brasil ofrecen ejemplos que respaldan esta tesis.
Echar a Berlusconi, construir la izquierda alternativa. Otra cosa es estar dispuestos a lograr la convergencia democrática y de votos, que sean tácticamente indispensables para echar a Berlusconi dentro del actual marco de leyes electorales antidemocráticas.
El centro-izquierda en vez de lamentarse de la mayoría parlamentaria de Berlusconi, que le podría permitir cambiar la Constitución, debería de luchar coherentemente por la reinstauración del sistema electoral proporcional.
Por estas razones, no podemos más que partir de nuevo de las posiciones antineoliberales que se han manifestado en el referéndum, de los once millones de votos del Sí, que hemos abandonado con demasiada velocidad incluso con comportamientos impropios en los medios de comunicación. Partir de nuevo, de las fuerzas del movimiento, de los trabajadores del metal, del sindicalismo anticoncertación de base y confederal, de las asociaciones, de los foros sociales, de tantos jóvenes con los que nos hemos encontrado en estos años. Debemos de proponerles a estas fuerzas unas perspectivas comunes, fuera del politiqueo y de las fórmulas de aparato pero capaz de configurar el perfil de una izquierda alternativa, una izquierda anticapitalista y sobre todo capaz de producir prácticas antagonistas. Un sujeto explícitamente alternativo a aquel partido reformista con el que sueñan el dúo Prodi-D’Alema y que representa el enésimo giro a la derecha de la izquierda liberal.
Un sujeto que abarque la diversidad y que al mismo tiempo tenga una plataforma común de oposición social a Berlusconi. Pero también un espacio que asuma con determinación, como a menudo lo ha sabido hacer el movimiento de los foros sociales, la idea de que otro mundo es posible, de que hay una alternativa al neoliberalismo y al capitalismo. El cuatro de octubre en Roma nos ofrece una ocasión preciosa para comenzar a tomar este camino difícil pero ineludible.

Una polarización eficaz
Gennaro Migliore
La intervención de Gigi Malabarba, publicada ayer en Liberazione, es una contribución notable para alentar una discusión fuera y dentro de nuestro partido, en la medida en la que evita el riesgo de una contraposición ideológica estéril y trata la cuestión esencial del asunto.
Venimos de una fase prolongada de luchas sociales, sin precedentes en la historia reciente de nuestro país y del mundo. Por primera vez, la acción conjunta de distintas fuerzas, animadas por una crítica común de los efectos desvastadores de las politicas neoliberales, ha logrado producir una contestación, que no es ni episódica ni sectorial, a la nueva fase de la organización social y política del capitalismo, que hemos llamado globalización neoliberal. Esta contestación ha sabido encontrar el medio de convertirse en un sentido común amplio, incluso constituyéndose en pueblo, como ha demostrado clamorosamente la extensión y la profundidad del movimiento contra la guerra. Se ha producido una ola, el movimiento de movimientos, que más ha crecido cuanto más prometía la globalización neoliberal un éxito inagotable y que hoy tiene ya la fuerza de infiltrarse en la ciudadela del poder mundial a través de las fisuras producidas por la crisis. La derrota en Cancún de la Organización Mundial del Comercio constituye algo más que un frenazo temporal del neoliberalismo, entendido como una organización oligárquica del poder. Es la señal de crisis de un modelo que pretendía la progresiva cooptación en el “pensamiento único” de todo sujeto posible, del Estado nacional a las empresas, llegando incluso a las ONG. La traducción política de este acontecimiento es un aumento de la inestabilidad global pero también la recuperación de la palabra por parte de los sujetos que no han seguido pasivamente el desarrollo de la crisis: ante todo los movimientos sociales, pero también algunos gobiernos nacionales, como Brasil y los países del Grupo de los 22, que han sufrido más duramente los efectos de las políticas neoliberales.
La crisis de la política. No hay que descartar que se salga de esta creciente inestabilidad y crisis con la construcción de un sistema más justo, aunque las condiciones no son favorables. Estos años han sido testigos de una dramática crisis de la política.
La estrategia más eficaz, aquí y ahora, es la seguida por la nueva derecha, en particular los neoconservadores, que han utilizado la crisis como condición necesaria para destruir toda forma conocida de mediación política y social. No es casual que, tras Cancún, EE UU esté promoviendo acuerdos bilaterales (aunque sería más justo llamarles acuerdos unilaterales) y quei, sobre todo, se haya lanzado por el camino de la guerra global y permanente, hasta el punto de criticar a un halcón como Rumsfeld por no prever el envío de nuevas tropas de recambio al pantano iraquí. A esta ofensiva no se puede responder con una estrategia tradicional frentista, ni con una actitud atentista, que base todo en el crecimiento “natural” de la conciencia de las masas. Las grandes potencias globales están cambiando el campo de batalla con una rapidez desconocida y el riesgo más inminente es la expulsión material de una parte creciente de la humanidad de lo que aún queda de democracia mundial. Es necesario un cambio de ritmo en algunas de las experiencias que vivimos y la sensación que hay es que no tenemos mucho tiempo para hacerlo.
El espacio de la alternativa. La oposición a la guerra y a la política neoliberal delimita el campo de investigación y de acción de quienes quieren construir una alternativa. No se trata de un “programa clásico”, sino de todo un horizonte, un poco como “la bandera plantada en la cabeza de la gente”, de la que hablaba Engels.
Nuestro punto de partida ha sido localizar en el movimiento la única respuesta estratégica al neocapitalismo, constatando el declive inevitable de un anticapitalismo formal, definido para siempre en su dimensión ideológica. Nuestro congreso ha sido sólo un paso más en este camino pero otras opciones que hemos tomado han tenido también para nosotros un efecto de refundación: la ruptura con el gobierno Prodi, la construcción de Genova 2001, hasta la impulsión del referéndum sobre el artículo 18.
En ninguna de estas ocasiones nos hemos limitado a expresar nuestro punto de vista, sino que hemos apostado por una tendencia doble: la crisis del neoliberalismo y de todas las tentativas de proponer una “versión moderada” del mismo y el crecimiento del movimiento. Hace solo unos años, nuestra afirmación del agotamiento del espacio reformista parecía una ilusión. Hoy, la “tercera vía” es cuestionada por sus mismos teóricos. Es necesario decidir si prestamos atención a las contradicciones que aparecen en la social-democracia o si esperamos a que se produzca un improbable giro hacia la izquierda de estas formaciones antes de salir a su encuentro.
Potencia versus poder. El mismo movimiento no es “ingenuo” cuando asocia la exigencia de radicalidad a la de unidad. El movimiento de movimientos siempre ha sido capaz de ejercer su autonomía y ha soportado mal cualquier intento de ser representado en la esfera de la política tradicional: ésta es la explicación del fracaso de la operación Cofferati. El movimiento lleva en sí una exigencia de democracia y no reconoce por otra parte la crisis. No es suficiente evocar la suma de voluntades desde abajo, como si la participación democrática fuese un fruto que recolectar, sino que necesita encontrar nuevos contextos, nuevas prácticas de participación, en suma hay que replantar el mismo árbol. El movimiento no propone la conquista del Palacio de Invierno, que ha vaciado la globalización, ni se mide en el terreno de las contradicciones entre las grandes potencias: de hecho no se fía del supuesto frente anti-EE UU constituido por China, Rusia y Francia, sino que condiciona la acción de las grandes potencias y exige nuevos espacios públicos. No se podrá construir otro mundo posible sin poner en cuestión la forma que adopta hoy la democracia y que está actualmente en crisis.
Sé que nuestro objetivo es ambicioso y que nuestra tarea no es fácil. A costa de parecer esencialista, pienso que es imprescindible actuar inmediatamente, al menos en el terreno de la modificación de las relaciones de fuerza políticas.
Un crecimiento necesario. ¿Cuáles son los factores que están impidiendo objetivamente conseguir resultados concretos al movimiento? Uno de ellos es sin duda el gobierno Berlusconi y su política: de la ley Bossi-Fini a la Gasparri, de la ley 30 a la ruina del medio ambiente, en una lista interminable. La necesidad de acabar con este gobierno es más que sentida. Es eso lo que proponemos, derrotar a Berlusconi, intentando al mismo tiempo acabar con la regla de la alternancia, sin encerrarnos en una autosuficiencia que, al resguardarse del propio movimiento, se convierta en un auténtico éxodo de la política. No basta una mayor representación parlamentaria, por deseable que sea, gracias al cambio de la ley electoral en un sentido proporcional. La sacrosanta batalla por la proporcionalidad no puede considerarse genéricamente de “izquierdas”, ya que tendríamos que aliarnos con la derecha si la propusiéramos hoy.
Las discusiones habidas con las fuerzas de oposición al gobierno se sustancia en dos elementos imprescindibles: ampliar el campo de confrontación a las fuerzas sociales que han contribuido a la lucha en los últimos años y cambiar la noción misma de gobierno, saliendo de la pura lógica negociadora. De un lado proponemos que el programa de la oposición se base en la experiencia de y en la desobediencia a las leyes neoliberales. Éste es el sentido de la manifestación del 4 de octubre contra la construcción neoliberal de Europa y de la oposición múltiple iniciada por Rifondazione desde hace unos días. Queremos construir una plataforma radical y eficaz que sepa hablar a las jóvenes generaciones inmersas en la precariedad, a los jubilados de hoy y de mañana, a los emigrantes, al mundo del trabajo, manteniendo la matriz de clase fundamental de nuestra crítica. Por otro lado, queremos determinar distintas condiciones cara a una eventual victoria electoral, proponiendo una “democracia del conflicto” que asuma la interpretación que el Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil ha dado a su apoyo a la elección de Lula. La izquierda socio-liberal puede perder su hegemonía a favor de la izquierda alternativa, pero sólo ocurrirá si cambia la capacidad de eficacia de esta última. No faltan las dificultades, pero los sujetos que resisten, desde una FIOM aislada o el pueblo pacifista, no son poca cosa.
Nos encontraremos enfrentados a proyectos distintos del nuestro, como demuestra la propuesta de una lista única para las elecciones europeas distinta a la del Partido Democrático, pero para nosotros sigue abierta la cuestión de cómo hacer vivir un proyecto autónomo alternativo. Es necesario iniciar cuanto antes las discusiones, entre otras cosas para no encontrarse un día, como ha ocurrido en Francia, ante la necesidad de “salvar” un residuo de democracia teniendo que “apoyar” a Chirac contra Le Pen. A la polarización entre los partidos mayoritarios tenemos que ser capaces de oponer una polarización eficaz de contenidos y programas, para evitar, incluso con un acuerdo electoral, que se perpetue la división estructural entre lo político y lo social y que la política siga siendo un puro ejercicio del poder.


     

 

   
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