Intelectuales y Académicos

Madrid: 11-M

 

Autor: Manuel Castells

Fecha: 14/3/2004

Fuente: La Vanguardia



LA SERENIDAD de ánimo, la responsabilidad informativa y la claridad analítica son armas esenciales en esa lucha contrael terror global

Cuando el horror golpea a nuestra gente y a nuestras vidas, aquí y ahora, el lejano fantasma del terror que puebla los titulares cotidianos toma rostro. El de un niño sin rostro, con la mochila aún colgada para ir a esa escuela a la que nunca llegó. Y en esos momentos, cuando la rabia y el dolor laten con fuerza en nuestras sienes, la serenidad y el análisis son más necesarios que nunca. No para olvidar, sino para atacar en su raíz el mal que nos invade y superar sus consecuencias más perniciosas. Porque si la experiencia del 11 de septiembre en Estados Unidos algo nos enseña es que, por destructivo que sea el terrorismo, aún puede serlo más una reacción de la sociedad y de sus instituciones que socave los valores de libertad, de tolerancia y de inteligencia sobre los que se basa nuestra vida en democracia. No se combate a los terroristas entrando en su juego, porque es así como ellos ganan: convirtiéndonos a su violencia. Ese ha sido el debate en Estados Unidos desde el 11 de septiembre del 2001. Y es sobre el miedo de la sociedad que se ha ido asentando la política del miedo que ha conducido al mundo a simas más profundas de autodestrucción. Es esencial confrontar las causas del terrorismo islámico que se cierne como una amenaza para todos, empezando por los propios países musulmanes. Y también es necesario destruir las redes terroristas, mediante la acción policial y de los servicios de inteligencia. Pero la forma en que lo hagamos es tan importante como los resultados que obtengamos. La relativamente tranquila y próspera sociedad en la que vivimos puede entrar en una espiral de amenaza violenta y obsesión de seguridad que emponzoñen nuestra vida cotidiana. Por ello, lo primero es identificar el enemigo.

Todo apunta al hecho de que hemos sido el objetivo del primer gran atentado de las redes terroristas islámicas en Europa occidental. Si esto es así, parece claro que nuestra participación en la guerra de Iraq ha deteriorado nuestra seguridad, en lugar de mejorarla. Pero, por otro lado, también ha hecho evidente que éste no es un problema de Estados Unidos sino una amenaza común para todos. La gran trampa tendida por Bush y sus aliados fue la asimilación de Saddam y Al Qaeda, una de las muchas mentiras con que llevaron a sus países a la guerra. Pero ello no disminuye la importancia de la batalla compartida con el terrorismo islámico. España fue una de las bases de preparación de la masacre de Nueva York, junto con Alemania y otras áreas de Europa. La invasión de Afganistán, por mal que se hiciera, fue un acto de defensa propia de Estados Unidos, a diferencia de la guerra de Iraq, motivada por intereses económicos y geopolíticos, justificada con mentiras y manipulación y realizada al margen de la legalidad internacional. Hay intereses de uno y otro lado que intentan mezclarlo todo: Iraq, Afganistán, Al Qaeda, el islamismo radical y, de paso, el terrorismo de ETA y, si se puede, el nacionalismo. De ese juego de burdas asimilaciones salen tanto la protesta demagógica como la posibilidad de un estado de excepción local y global.

Por eso es particularmente grave la manipulación informativa de la opinión en temas de vida o muerte. No se puede afirmar tajantemente, desde las instituciones, la autoría de ETA, tratando de miserables a quienes lo ponían en duda, para luego reconocer a medias y provisionalmente lo que ya sabían los servicios de inteligencia y la policía. Y, según algunas interpretaciones serias pero no confirmadas, sólo tras las presiones recibidas desde las más altas esferas.

Es sumamente pernicioso el que no se informara de lo que fuentes fidedignas, pero no confirmadas oficialmente, aseveraban desde la noche del 11 al 12 de marzo: la identificación de primero uno y luego dos cadáveres de suicidas en el tren de la muerte, todavía atados a sus mochilas de explosivos. Y no es profesionalmente tolerable que periodistas de distintas tendencias aseguraran, sin evidencia, la autoría de ETA o que, ya durante el día 12, algunos hablaran del “terrorismo de ETA y sus complices”, en una nueva asimilación tan peligrosa como infundada. Y no porque el terrorismo de ETA sea menor: todo terrorismo es abyecto (pero todo, sin excepciones) y no hay diferencia esencial entre una muerte y doscientas muertes, excepto para doscientas familias. Sino, simplemente, porque la ceremonia de la confusión nos impide defendernos adecuadamente contra las diversas fuentes de amenazas que se ciernen sobre nuestra, hasta ahora, relativamente tranquila sociedad. Hacer política con estas cuestiones, como se ha hecho en Estados Unidos y en otros países, es corroer la coexistencia social y deslegitimar la democracia.

La responsabilidad informativa, la claridad analítica, la serenidad de ánimo y la determinación en la defensa de nuestras vidas y nuestra forma de vida son armas esenciales en esa lucha contra el terror global en la que, sin quererlo y sin debatirlo, nos encontramos ahora.


     

 

   
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