Latinoamérica

Irak-Haití-Venezuela

 

Autor: M. A. Bastenier

Fecha: 11/3/2004

Fuente: El País


El único arma de destrucción masiva de Haití es la pobreza más extrema y, además, contra sí misma. Pero las coincidencias con el caso de Irak exceden a las diferencias. ¿Por qué, entonces, la intervención militar norteamericana en el país árabe ha provocado un tole mayúsculo y el derrocamiento del presidente haitiano, Jean Bertrand Aristide, ha sido acogido con tan benévola indiferencia? Las razones van desde la geografía a la antropología pasando por la mera antipatía.

1. Aristide es negro en un país de negros. 2. Era presidente de un país políticamente insignificante. 3. Estados Unidos ha tenido siempre vara alta en los asuntos de la ex colonia francesa, sobre la que ejerció gobierno directo entre 1915 y 1934 y donde intervino para devolver a Aristide al poder en 1994, hasta llegar a una ultimísima presión para que renunciara. 4. El caos reinaba en la parte occidental de La Española, lo que, unido a la corrupción, la represión y el autoritarismo, era atribuible a la desastrosa gestión del ex sacerdote católico. 5. Y, por último, un grupo de pistoleros iba ocupando poblaciones, lo que permitía decir, pese a que nunca pudo encuadrar a más de unos cientos de milicianos, que el pueblo se había sublevado contra el presidente convertido en dictador.

A Washington, sin embargo, no le interesaba perentoriamente el asunto y casi que ha sido el interés particular de Francia por hallar conflictos en los que amigarse con la potencia norteamericana, tras el alejamiento provocado por la guerra de Irak, lo que ha acabado de decidir a una superpotencia, remolona, a hacer algo de lo que mejor sabe: disponer un cambio de guardia en Puerto Príncipe.

Pero, pese a abultadas diferencias, deponer por la fuerza a un dictador sanguinario que nadaba en petróleo de un país estratégico de Oriente Medio y empujar hacia el exilio a un gobernante muy menor, propagandista retórico de la liberación, es esencialmente lo mismo: decidir unilateralmente quién sí y quién no tiene derecho a gobernar. Y, de igual forma, si para la virtuosa diplomacia de París, invadir Irak constituía una grave violación de la legalidad internacional, no se entiende bien en nombre de qué hay que dar por bueno el derrocamiento de Aristide.

Lo que implica la intervención va, sin embargo, más allá de lo que la medio-isla caribeña cuenta en el mundo. Desde el punto de vista oficial norteamericano y del pensamiento más conservador en Europa, en la Venezuela de Hugo Chávez se están dando crecientemente las condiciones que permiten hablar de una cierta haitización del país. Los enfrentamientos callejeros se suceden; las fuerzas de seguridad actúan con imprudente contundencia; comienza a haber víctimas mortales; el poder ha influido -según la versión de los antichavistas- en la Junta Electoral, para que desestime suficiente número de firmas recogidas para exigir un referéndum revocatorio contra el presidente, para que no haya consulta; y la presión contra los medios de comunicación privados -ferozmente opuestos a Chávez- amenaza con transformar Venezuela, si -como dicen- no lo es ya, en una dictadura. No significa ello que Washington esté pensando seriamente en enviar tropas a Caracas. Una cosa es ocupar Granada o apresar a Noriega en Panamá y otra embarcarse en operaciones que pondrían en un ay a toda América Latina. Pero, aún sin consecuencias visibles, el golpe de mano en Haití es ya, por sí mismo, suficientemente desestabilizador.

Los manifestantes venezolanos, entre los que no puede faltar un nutrido contingente de golpistas, obran sabiendo que Washington ejerce el poder a sólo unas millas de sus costas y han de sentirse enardecidos por esa perspectiva. En un mundo globalizado, en el que ningún movimiento internacional puede ser gratuito, la geopolítica se despliega en una mesa de billar, en la que no puede haber bola que no rebote con efectos en todas las que tiene alrededor. Lo que queda de la operación Haití, una vez desplazado con mayor o menor brusquedad Jean Bertrand Aristide, no parece, por todo ello, favorable al progreso general de la Humanidad. Aunque Caracas se salve de la quema.


     

 

   
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