Irak, Medio Oriente y Asia

EEUU - Islam Wahabbita: Santa Alianza

 

Autor: Redacción

Fecha: 27/3/2004

Fuente: Krisis



La oposición entre EEUU y el mundo islámico es uno de los grandes mitos modernos. No solamente esta oposición es inexistente, sino que lo esencial de los países islámicos mantienen una política pro-americana, haciendo abstracción de las relaciones entre EEUU y el Estado de Israel. Es más: los gobiernos árabes antiamericanos siempre han sido laicos (Nasser, Ghadafi, Saddam, el Baas sirio). Este artículo apura esta temática.

Desde las costas atlánticas del Atlas marroquí hasta las islas Filipinas en el Océano Pacífico, una gruesa “línea verde” ininterrumpida, la “dorsal islámica”, separa el norte del sur. Esta “dorsal islámica” es una de las piezas clave en la doctrina Rumsfeld-Brzezinsky.

En efecto, contrariamente a lo que se tiene tendencia a creer, los EEUU, lejos de considerar al mundo islámico como su enemigo, es quizás la zona del mundo en donde cuentan con una política de alianzas más sólidas y antiguas. Pero hay algo mucho más sorprendente que esto.

Los principales aliados de los EEUU, Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Pérsico, han sido al mismo tiempo los principales financiadores de ese mismo integrismo islámico que ahora se presenta como germen del “terrorismo internacional”. Vale la pena recordar algunos datos y situaciones que frecuentemente no se tienen en cuenta en los análisis políticos; así estableceremos la importancia geopolítica de la “dorsal islámica”.

En tanto que franja horizontal, la “dorsal islámica” abarca una zona que se extiende desde Marruecos hasta Filipinas; su característica común es una zona homogeneizada por la religión y la civilización islámica. Esta zona tiene la virtud de ser en el Oeste la frontera sur con la Unión Europea, mientras que en el Este, históricamente, los países islámicos han constituido un obstáculo para el acceso de Rusia a los mares cálidos del Sur y han comprimido anteayer al zarismo y ayer a la URSS en un espacio sin salidas practicables al mar.

Esa situación ha variado sensiblemente en la actualidad: no solamente Rusia carece de salida a los mares cálidos, sino que las repúblicas ex soviéticas del sur se han escindido y creado Estados autónomos, algunos de los cuales, como hemos visto, han demostrado ser objetivos preferenciales de la penetración americana.

Desde finales de los años setenta, los EEUU y en menor medida el Estado de Israel, apoyaron al ascenso de la marea islamista. Israel aprovechó la revolución islámica de Jhomeini para generar conflictos en el Líbano y crear movimiento chiítas, inicialmente apoyados secretamente por el Mossad, cuya mera presencia distorsionaba la situación interior y restaba cohesión y unidad a la resistencia palestina. Ciertamente, a partir de esa fecha, Washington impuso sanciones a Libia, Irán y Sudán que figuraron en la época como representantes islamistas más levantiscos. Pero, en realidad, la actitud norteamericana en relación a los Países Árabes no ha variado desde finales de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, EEUU ha sido lineal en su política de apoyo a los gobiernos que le suministraban petróleo o que albergaban reservas importantes de gas natural e hidrocarburos. El enemigo real lo constituían, no los países islámicos más totalitarios y teocráticos, sino aquellos otros que manifestaban sus deseos de independencia política y económica. Algunos de estos gobiernos eran simplemente laicos y nacionalistas (como los regímenes baasistas de Siria e Irak y en buena medida el régimen libio de Ghadafi) y otros eran revolucionarios chiitas como el iraní. Washington se apoyó en los regímenes más conservadores y en los movimientos religiosos sunnitas. Hoy se sabe que los EEUU apoyaron a los Hermanos Musulmanes sirios contra el régimen baasista de aquel país, que las relaciones con el FIS argelino fueron cordiales e incluso llegaron a pactar sobre la explotación de las riquezas naturales de aquel país, antes de que el golpe militar detuviera su ascenso al poder. Son del dominio público las buenas relaciones entre Arabia Saudita y EEUU aun a pesar de que ese país, gobernado por dinastías pertenecientes a la secta islámica wahabita, financia a los movimientos integristas islámicos de todo el mundo y es en ese caldo de cultivo y en el del talibanismo afgano –por lo demás impulsado al poder por la petrolera norteamericana Unocal que tenía oficina abierta en Kabul desde marzo de 1997- en donde cobró forma la amenaza tan etérea como omnipresente de Bin Laden y Al Qaeda. Así mismo, hay que tener bien presente que han sido los EEUU quienes han apoyado el nacimiento de un Estado bosnio muslmán y quienes han ayudado a Albania en su política expansionista en la zona e incluso fueron los grandes impulsores de los bombardeos sobre Yugoslavia tras forzar la ruptura de las conversaciones de Rambouillet.

No, Washington no considera al “integrismo islámico” como su enemigo, más bien es un movimiento que en ocasiones se ha encargado de engordar directamente, en otras ha permitido que unos terceros lo hicieran, frecuentemente los ha manipulado para su política y siempre los ha utilizado en beneficio propio.

La tendencia no es reciente, se remonta a los orígenes de la Guerra Fría cuando asistíamos al inicio de la política de “contención” de la URSS. Entonces existía un pujante movimiento paranabista que era mirado con desconfianza por EEUU. De esa época data el apoyo a los primeros movimientos integristas islámicos en Siria y Egipto. Más tarde, cuando la URSS invadió Afganistán pocos meses después del triunfo de Jhomeini en Irán (un triunfo que, por lo demás, hubiera sido impensable sin el abandono que sufrió el Sha por parte de los que hasta ese momento habían sido sus mentores), cobró forma la idea de desestabilizar la URSS apoyando el integrismo islámico en las repúblicas soviéticas del Sur. Además, los EEUU eran conscientes de que no hacía mucho, estos países árabes eran colonias de metrópolis europeas y aun existía un resentimiento que hacía impensable que deparasen una política de amistad y confianza hacia el Viejo Continente. Y tal es el argumento que utilizan también en las repúblicas ex soviéticas, fomentando actitudes anti rusas.

Para Washington era preciso segar el césped bajo los pies de los movimientos revolucionarios tercermundistas, con Nasser a la cabeza. Nasser y el Baas sirio e iraquí eran, en los años 50 y 60 abanderados del nacionalismo panarabista, laico y revolucionario. Y esto fue lo que hicieron apoyando al integrismo islámico. En 1963 se creó la organización Rabitat ul-alem el-islami que se nutría principalmente con fondos de la ARAMCO –compañía de petróleo Saudita– y de las Bancas Faysal Finance y El-Baraka. Pues bien, Rabitat ul-alem financia las actividades islamistas en todo el mundo, junto con otras organizaciones más o menos entrelazadas: el Consejo de Caridad Islámica, Beit el-Zatak, la Asociación para la Reforma Islámica, etc. Se sabe, por ejemplo que Yusuf Djamil Adbelatif, uno de los principales accionistas de Sony, ofreció un millón de dólares al FIS argelino. Luego está la turbia figura de Osama Bin Laden, sobre el que si bien hay serias dudas de para quien ha trabajado siempre, no hay la menor vacilación en afirmar que se trata de una de las fortunas más sólidas de Arabia y al mismo tiempo de uno más de los 4000 príncipes de aquel país que financian al islamismo más radical. Junto a uno de sus amigos, el príncipe Turki Ibn-Faysal, jefe de los servicios secretos Sauditaes, Bin Laden impulsó la creación de la Legión Islámica” que combatió en Afganistán durante la ocupación rusa y de la que habla la CIA como el núcleo de Al Quaeda.

En cuanto a Isreal, su cálculo no era menos interesado. Favoreciendo a los grupos integristas islámicos, debilitaba a su enemigo principal, la OLP. Por lo demás, para la opinión pública occidental no existía gran diferencia entre el integrismo islámico palestino y la OLP, cualquier acción provocadora de los primeros podía menoscabar la imagen internacional de los segundos. Y, por lo demás, para Israel, a pesar de las declaraciones antisionistas de Jhomeini, Irak siempre fue considerado como el verdadero enemigo de Israel, tal como lo demuestra la destrucción de la central nuclear de Tuwaitha en 1981, o el asesinato al Yaya El Meshed en París, uno de los jefes de la industria nuclear iraquí o la destrucción del reactor nuclear vendido por Francia a Irak).

Mientras, la actitud de Israel y EEUU hacia el régimen integrista islámico de Pakistán era completamente diferente y el programa nuclear de este país se ha nutrido hasta nuestros días con tecnología norteamericano-israelí. Por no hablar del caso Irán-Contras en donde la guerrilla antisandinista se armaba con material comprado en Irán, país que, por lo demás, adquiría material militar del Estado de Israel

Esta política no es nueva; Alexandre del Valle recuerda que ya “Gran Bretaña había sostenido a los Hermanos Musulmanes desde su creación por Hassan al-Banna en 1928, para contrarrestar a los nacionalistas del partido Wafd, así como a la Muslim League y al Jammat i-islami en las India, a fin de dividir el campo anti-colonialista, lo que acarreará la creación en 1947 del Pakistán islámico. Esta estrategia permitirá hacer fracasar a los movimientos reformistas y nacionalistas adversarios de los panislamistas de la época. Contribuirá igualmente a comprometer el desarrollo científico y económico del mundo islámico, prisionero de preceptos religiosos arcaicos”. Del Valle concluye: “Perfectos herederos de Albión, los americanos harán lo mismo consolidando el poder de los Wahabbitas en el Golfo. Al frente del más rico Estado islámico del mundo, beneficiándose del flujo de petróleo, Aralia Saudita asestará un golpe fatal a la renovación del Islam”.

Del Valle acierta, por que, en última instancia, si el islamismo tiene hoy una repercusión a nivel internacional, esto se debe, sin duda alguna, a los petrodólares invertidos por la monarquía Saudita en su difusión por todo el mundo.

Cuando, perseguidos por Nasser, los Hermanos Musulmanes se refugiaron en Arabia Saudita, regresaron, con una financiación extraordinariamente generosa durante el gobierno de Anwar El Sadat en cuyo asesinato participaron.

El caso de Irán y el abandono del Sha por parte de EEUU es suficientemente elocuente. En efecto, a partir de 1961 las relaciones entre el Sha y los EEUU (Kennedy ocupaba entonces la presidencia) se deterioraron extraordinariamente. El Sha aspiraba a convertirse en potencia regional, laica, por supuesto. Arevell Arriman, embajador de los EEUU, utilizó como argumento para torpedear al Sha las carencias en el terreno de los “derechos humanos” (hay que recordar que en esa época, en algunos Estados de los EEUU las gentes de color estaban sometidas a una absoluta y total discriminación racial y sin derecho al voto). Esta situación no varió en los siguientes quince años. La “revolución blanca” del Sha generó extraordinarias reticencias en la administración norteamericana. Contra más alejado está un país de los principios del Islam más rápido es su progreso económico y, por consiguiente, mayor es su peligrosidad. EEUU lo que necesita son fuentes de materias primas, no países que puedan administrarlas por sí mismos. Finalmente, Carter hizo saber al Sha que si su ejército intervenía para atajar la marejada islamista, no recibiría ni un solo recambio para su armamento de procedencia norteamericana. El apoyo no era desinteresado. En aquel momento el enemigo principal de los EEUU era la URSS y se consideraba que el integrismo islámico podría combatirlo con más fiereza que los regímenes laicos que, desde la posguerra se habían demostrado siempre desconfiados con Occidente y particularmente con los EEUU.

Por esas fechas, la CIA y el Departamento de Estado ya habían asumido el hecho de que el Islam era el peor enemigo del comunismo y se preparaban para desestabilizar las repúblicas soviéticas de mayoría islámica. Todo induce a pensar que fue Brzezinksy el promotor de esta idea. Sea como fuere a partir de ese año, la CIA inunda la URSS con propaganda islamista. Y la CIA induce a los mujahidines afganos a combatir contra el régimen de Najibulah Amin desde julio de 1979... es decir, ¡seis meses antes de la invasión rusa!.

En otras palabras, la rebelión mujahidin, fue la trampa en la que cayó la URSS para adentrarse en el avispero afgano. Carter gobernaba en la Casa Blanca, pero su política en este terreno no fue ni rectificada por su sucesor, Ronald Reagan. A partir de ese momento, la CIA a través de los servicios secretos pakistaníes (ISI) reclutaron voluntarios islámicos en todo el mundo, los entrenaron, los proveyeron de armas y bagajes y, rebautizados –como, por lo demás, los “contras” nicaragüenses– “combatientes de la libertad”, los lanzaron contra el ejército soviético. Entre otras armas les suministraron 1000 misiles antiaéreos Stinger y no dudaron en estimular el tráfico de drogas para financiar este gigantesco aparato antisoviético. En esa época, la estrategia de Washington consistía en apoyar descaradamente al Islam sunnita, políticamente conservador. En ese caldo de cultivo emergió la figura de Bin Laden coordinador del reclutamiento de voluntarios.

En pocos meses los voluntarios islámicos en Afganistán pasaron de 3000 (1980) a 16.000 (1981), muchos de los cuales fueron adiestrados en el territorio de los EEUU. Cuando terminó la primera guerra de Afganistán, este núcleo (que posiblemente llegara a 25.000 voluntarios) irradió en todo el mundo islámico, sosteniendo los movimientos armados más radicales: desde la guerra de Chechenia, hasta Kosovo, desde el primer atentado al World Trade Center, hasta el FIS y el GIA argelinos, pasando por la Gammaa Islamiya egipcia y el movimiento independentista de Cachemira.

Pero a partir de 1990 un nuevo elemento iba a alterar la situación. En efecto, al estallar la Segunda Guerra del Golfo, las tropas americanas –esto es, “infieles”– se asientan en Arabia Saudita, considerada como “el territorio más sagrado del Islam”. Esto genera la oposición de los elementos islamistas más radicales a los que tal presencia parece un sacrilegio y ha desgarrado el campo islamista.- Sin embargo, es preciso recordar que el FIS permaneció silencioso durante meses sobre el conflicto y que aun hoy, evita pronunciarse con alegatos antiamericanos. Otro país de mayoría islámica y hoy gobernado por un partido islamista, Turquía, prestó su territorio para el ataque con su país hermano, Irak. Y el caso de Turquía es extremadamente significativo sobre la actitud norteamericana.

En la última etapa de su mandato al frente de la UE en mayo de 2002, Aznar asumió sin ambages el papel de vanguardia pro americana en el seno de la Unión. Hasta entonces ese papel había sido desempeñado casi en exclusiva por Blair que no hacía sido seguir la tradicional política atlantista y pro americana de Inglaterra. Pero desde finales de 2002 el eje Blair – Aznar se está revelando como la quinta columna ampliada de los EE.UU. en Europa, frente al eje París-Berlín que opta por una política de mayor independencia.

Turquía tiene una importancia estratégica singular. No es Occidente, sin embargo, pertenece a la OTAN, de la que es la excepción islámica. Tiene un pie en suelo europeo, pero está en Oriente Medio. Es islámica, pero no es un Estado confesional, sino una república laica; laica, si, pero con una influencia islámica creciente. Turquía es un país de contrastes, pero a nadie se le escapa que ni por cultura ni por pasado, es remotamente similar a los países de la UE. Turquía es, además, el aliado principal de EE.UU. en Oriente Medio, sin duda después de Israel, pero con mucha mas importancia estratégica que él.

En agosto de 2002, el parlamento turco abolió la pena de muerte, suprimió el estado de emergencia, levantó la prohibición de la lengua kurda, como gestos de buena voluntad para entrar en la U.E. La geopolítica concede a Turquía un valor muy especial. Cierra las puertas de Rusia al Mediterráneo. Su territorio es fronterizo con las naciones de Oriente Medio y abre también las puertas a las repúblicas ex soviéticas de Asia central, mayoritariamente musulmanas. En 1996, Turquía selló un pacto con Israel que atenazaba a Siria. El gran valedor de este pacto fueron los EEUU. Estados Unidos, debe a Turquía su apoyo en las guerras de Corea (1950-53), del Golfo (1990-91) y de Afganistán (2001-02). «Turquía es un ejemplo para el resto del mundo musulmán», manifestó en noviembre de 2002 en Bruselas Stephen Hadley, el segundo de Condoleezza Rice, consejera de seguridad nacional de Bush. Pero Turquía, pese a ser una excepción islámica, sigue sin cumplir los mínimos requeridos para integrarse en la UE.

Existen varios obstáculos que impiden el ingreso de Turquía, con unos 70 millones de habitantes (95% musulmanes), en la Unión. Algunos países desconfían de la competencia agrícola turca. Pero esta desconfianza deriva también del conflicto con Grecia que tiene a Chipre como foco central de tensión y la cuestión kurda. La UE desconfía del respeto a los derechos humanos en Turquía y mucho más del integrismo islámico que ya ha aflorado en aquel país.

Ya hemos dicho que la peor pesadilla de la administración americana es una Unión Europea libre, fuerte e independiente en buenas relaciones con Rusia. De ahí que buena parte de los esfuerzos del Departamento de Estado USA tiendan a debilitar, aislar y crear problemas en las áreas naturales de expansión de Europa. Es evidente que Europa para fortalecerse debe tender hacia el Este. De ahí que los EEUU trabajen en dos direcciones para neutralizar esta expansión. De un lado son los principales valedores de la ampliación de la OTAN hacia el Este. La OTAN es, por definición, la estructura que sigue más fielmente las orientaciones de los EEUU. El segundo proyecto norteamericano consiste en hacerse con el control de la “New Silk Road” (la nueva ruta de la seda) que permite controlar las grandes vías de comunicación del continente asiático y los accesos al Cáucaso y al Próximo Oriente. Así los EE.UU. tienden a situar Asia Central bajo su tutela directa. El interés es mucho mayor desde que la cuenca del Caspio se ha configurado como la tercera zona de reservas energéticas del planeta.

Desplazando a la Unión Europea de estas dos zonas, los EE.UU. se aseguran de que Europa jamás será una potencia económica autosuficiente, ni una potencia militar independiente. Pues bien, esta estrategia pasa por aislar a Rusia e integrar a Turquía.

La política exterior norteamericana en Turquía no es esencialmente diferente de la inglesa en el siglo XIX durante la Guerra de Crimea. En efecto, aquella guerra tuvo como objetivo impedir a los rusos el acceso al Bósforo y a los Dardanelos, es decir, al Mediterráneo y, a través del Inducus, al Océano Indico. Se trataba de cerrar el paso de Rusia a los mares cálidos del sur. Esta política ha sido reactualizada completamente por las estrategias del Departamento de Estado norteamericano. El comodín que ayer tuvo Inglaterra y hoy está a disposición de EEUU es el aliado turco. Los dos oleoductos que conducirán el petróleo del Caspio serán trazados con el visto bueno de los EEUU: uno atravesará Kurdistán y Afganistán para llegar a los mares cálidos del Indico a través de Pakistán; el otro, pasará por Turquía y su trazado discurrirá al sur del Cáucaso, es decir, fuera del área de influencia rusa.

De no existir Turquía, este plan sería completamente imposible de realizar y el único trazado posible sería a través de Afganistán y Pakistán, zonas de las que el Pentágono se va convenciendo, poco a poco, de su ingobernabilidad.

Turquía aparece en la historia cuando Otmán, jefe de una tribu radicada en Asia Menor se instala, huyendo de Gengis-Khan, en el noroeste de la península turca. Doscientos años después, en 1453, sus descendientes conquistarán Constantinopla y acabarán con el Imperio Romano de Occidente. La catedral de Santa Sofía pasará a ser una mezquita. Los turcos en los años siguientes se hacen con el control del Mediterráneo Oriental y desalojan los barcos venecianos y genoveses. Este episodio es importante por que, quedan rotos los puentes que unían Europa con Asia, existentes desde el tiempo de Alejandro Magno. Europa, a partir de entonces, debe orientarse hacia el Atlántico. Por lo demás, la caída de Constantinopla, precede en pocas décadas al descubrimiento de América.

Antes de la caída de Constantinopla, los turcos, fanatizados por la idea de guerra santa, intentan conquistar Europa. En 1389 tiene lugar la batalla de Kosovo que prolonga el imperio otomano a la cuenca del Danubio. Hungría y Croacia son vencidas en el 1526. Pero, acto seguido, la historia sitúa al frente de Occidente a Carlos V. La Francia dirigida por Francisco I pacta –en una traición a Europa como la historia encuentra pocos ejemplos– con el sultán turco; pero mientras Francisco I es vencido en Pavía, los turcos son derrotados a las puertas de Viena y luego en Lepanto con Felipe II y Don Juan de Austria. El impulso turco es vencido para siempre, pero estos movimientos tienen una importancia decisiva en las guerras civiles europeas del siglo XVI y XVII y en la Paz de Westfalia en 1648 que sella definitivamente la partición de Europa en pequeños estados que jamás volverán a estar en condiciones de realizar una política imperial mundial digna de tal nombre.

En los siglos siguientes el ascenso de Rusia hará que los turcos deban abandonar sus posiciones y retirarse del Mar de Azov, y las desembocaduras del Don y del Dnieper. Más tarde, en el siglo XVIII asistiremos a una alianza entre la Rusia zarista y el Imperio Austríaco que apunta contra los turcos. Luego, en el XIX se produce la heroica sublevación de los Balcanes contra el Imperio Turco. Europa recupera el control sobre su territorio. Sin embargo, la posterior Guerra de Crimea tiene un sentido muy diferente: se trata de una guerra anti-europea llevada a cabo por los ingleses contra las posesiones rusas en el Danubio. A partir de entonces, Inglaterra juega siempre un papel favorable a la neutralización y ruptura de los Balcanes.

La política inglesa consistía en penetrar en los Balcanes para proteger sus posiciones en Suez e impedir que otras potencias europeas (incluida Rusia) se abrieran hacia Asia. Hasta que el kaiser Guillermo II viajó a Turquía para inaugurar una nueva política, Inglaterra bloqueó cualquier paso europeo hacia el Este. Guillermo II fraguó una corta alianza con los turcos en la que estos, en lugar de orientarse hacia el Oeste, es decir, hacia Europa, rectificaron su expansión, dirigiéndose hacia el sur (hacia Irak, el Golfo Pérsico y el Índico). Por primera vez los turcos dejaron de pensar en marchar sobre Viena y remontar el curso del Danubio. Esta alianza intentaba transformar el imperio turco en aliado de Europa, pero la iniciativa duró poco tiempo. La primera Guerra Mundial y el ataque del Imperio Británico contra Turquía y los Imperios Centrales, rompió esta alianza. Alemania lo que pretendía es que Turquía, en lugar de seguir una expansión de Este a Oeste, siguiera una expansión de Norte hacia el Sur, alejando el peligro para Europa.

Pero esta política fue derrotada en la Primera Guerra Mundial y se regresó a la anterior política capitaneada por Inglaterra y que actualmente es defendida por EEUU: intentar que Turquía se expanda hacia el Oeste, es decir, hacia el marco de la Unión Europea. Y esa política es la traición a nuestro pasado histórico, la traición a Don Juan de Austria y a Felipe II, la traición a Carlos V y a aquel humilde soldado que fue herido en Lepanto y que pasó a la gloria con el nombre de Miguel de Cervantes. Esa política criminal es, en definitiva, una política antieuropea, ciega, torpe y mendaz; constituye otro aspecto de la política seguida por Aznar, con un servilismo y una devoción hacia el “amigo americano” que no puede sino ser considerada como una traición a nuestras raíces, a nuestro pasado y a la sagrada tierra de Europa de la que somos sus hijos.

Todos estos datos demuestran que la política americana no ha cambiado desde la caída del Muro de Berlín. Ni siquiera los atentados del 11 de septiembre, ni los anteriores de 1993 (primer atentado contra las Torres Gemelas de Maniatan), ni los de agosto de 1998 (contra las embajadas norteamericanas en África), ha hecho variar esta política. Por que, en definitiva, para Washington, la “lucha antiterrorista” se identifica con sus propios intereses geoestratégicos. Ayer fue Afganistán, hoy en Irak, mañana será cualquier zona cuyos recursos naturales sean codiciados por Washington. Digámoslo ya: el terrorismo islámico, cuyo origen “afgano” es indiscutible, no se sabe exactamente a qué intereses beneficia: tal como James Petras ha resumido en el artículo citado anteriormente, cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que sus acciones tácticas de terrorismo indiscriminado entran en el diseño estratégico de Washington y son apenas meras excusas para justificar intervenciones militares que la opinión pública norteamericana rechazaría de no haberse producido y que acarrearían la condena mundial sin la existencia del “casus belli”.

De todas formas, en EEUU existen distintas opiniones sobre el crecimiento del islamismo. Para Samuel Huntington el Islam es una amenaza real para el mundo no musulmán. Ve en el terrorismo islámico un instrumento al servicio de “Estados terroristas” (Libia, Irán, Sudán, etc.). Existe otra tendencia que contempla el Islam como un movimiento que en absoluto supone una amenaza para los países occidentales. Esta tendencia ha dominado en todas las administraciones americanas, mientras que Huntington solamente ha llamado la atención entre la intelectualidad y una franja de la población. Ayer para Clinton y hoy para Bush, el Islam es una religión que, por lo demás, tiene varios millones de partidarios en EEUU y, por tanto, es una buena bolsa de votos que no puede desdeñarse. El movimiento “Nación del Islam”, presidido por Louis Farrakhan es uno de los receptores de fondos Sauditaes. Y, en sentido contrario, Hamás es financiado en un 30% por aportaciones recogidas en EEUU.

Las tesis de Huntington han sido incorporadas a los análisis de la Rand Corporation, fundación privada de estudios estratégicos que sostiene que Arabia Saudita es uno de los países exportadores de “terrorismo islámico”. A pesar de gozar de crédito y de proporcionar información a la clase política americana, el criterio de la Rand Corporation no es mayoritario entre la administración. El propio Brzezinsky ha escrito que “El Islam no es nuestro enemigo y nosotros no somos sus enemigos”. La propia CIA sostiene la necesidad de una “coexistencia” entre Norteamérica y los regímenes islamistas que, según sus análisis, triunfarán en buena parte del mundo árabe. Y el propio Clinton fue muy claro cuando encontró a Hassan II: “Los valores tradicionales del islam están en armonía con los mejores ideales de Occidente”



     

 

   
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