EEUU

Más barro que en Watergate

 

Autor: Pal Krugman

Fecha: 30/3/2004

Traductor: Celeste Murillo, especial para P.I.

Fuente: International Herald Tribune


La semana pasada un artículo de opinión del diario israelí Haaretz sobre el asesinato del Sheik Ahmed Yassin decía, “Esto no es Estados Unidos; el gobierno no inventó material de inteligencia ni exageró la descripción de la amenaza para justificar su ataque”.

Incluso en Israel, el país de George Bush se ha convertido en sinónimo de engaño y abuso del poder. Y la reacción de la administración hacia el libro de Richard Clarke “Contra Todos los Enemigos” proporciona más evidencia de algo grave en el estado de nuestro gobierno.

La verdad es que entre los expertos, lo que dice Clarke sobre la política hacia el terrorismo de Bush no es controversial. El hecho que el terrorismo ya estaba operando antes del 11 de septiembre, y que Bush culpó Irak a pesar de la falta de evidencia, es confirmado por muchas fuentes -incluyendo “Bush en guerra” de Bob Woodward.

Y sigue surgiendo nueva evidencia de la principal acusación de Clarke, que la obsesión por Irak socavó la persecución de al-Qaeda. Del USA Today: “En el 2002, las tropas del Quinto Grupo de Fuerzas Especiales, que se especializa en Medio Oriente fueron puestas fuera de la persecución de Osama bin Laden para preparar su próxima tarea: Irak. Fueron reemplazadas con tropas especializadas en culturas españolas."

Por eso la administración respondió a Clarke como a cualquiera que revele hechos inconvenientes: con una campaña de desprestigio.

Algunos periodistas parecen, finalmente, haberlo captado. La semana pasada un análisis de Associated Press señalaba que esos ataques personales eran “un proceso operativo estándar” en esta administración y dijo que hay “una campaña tras bambalinas para desacreditar a Richard Foster”, el actuario del Medicare, que reveló cómo la administración había engañado al Congreso sobre el costo de su proyecto de ley de la prescripción de medicamentos.

Culpen a Bob Novak.

Y hay muchos otros casos de aparente abuso de poder de parte de la administración y sus aliados en el Congreso. Algunos ejemplos: según The Hill, los legisladores republicanos amenazaron con retirarse. En la CNN, Wolf Blitzer dijo a sus espectadores que funcionarios anónimos decían que Clarke “quiere ganar dinero, y también sugerían que hay algunos aspectos raros en su propia vida personal,”.

La dependencia de la administración de tácticas de desprestigio es inaudita en la política moderna de EEUU –incluso comparadas con las de Nixon. Aún más perturbadora es su disposición a abusar del poder -utilizar su control del gobierno para intimidar a potenciales críticos.

Para ser justos, la sugerencia del senador Bill Frist, que Clarke podría ser acusado de perjurio puede haber sido su propia idea. Pero su actuación recordó a todos la reacción de la Casa Blanca a las revelaciones del ex Secretario del Tesoro Paul O'Neill: una investigación inmediata sobre si había revelado información clasificada. El ánimo con que se abrió esta investigación estaba, por supuesto, en claro contraste con la falta de interés evidente de la administración en averiguar quién filtró la identidad de una agente (Valerie) de la CIA, a menos que la Auditoría General abandone su pleito contra Dick Cheney. El diario Washington Post dice que el diputado Michael Oxley dijo a los lobistas “una investigación del congreso puede aliviar el problema, si reemplazaba su lobista demócrata con un republicano”. Tom DeLay utilizó el Departamento de Seguridad Nacional para atrapar a los demócratas que trataban de prevenir modificaciones en Texas. Y el Medicare está gastando millones de dólares en avisos engañosos para el nuevo beneficio de medicamentos -los anuncios parecen informes de noticias y sirven también como propagandas de la campaña de Bush.

En el frente del terrorismo, hay una noticia que merece una mención especial. Una de las pocas persecuciones exitosas post-11 de septiembre -un caso en Detroit- parece estar atascado. El gobierno retuvo información de defensa, y testigos desfavorables a la prosecución fueron deportados (por accidente, dice el gobierno). Después que el fiscal anterior se quejó sobre el manejo del caso del Departamento de Justicia, se encontró de repente bajo investigación interna -y alguien filtró este hecho en la prensa.

¿Dónde terminará esto? En su nuevo libro “Peor que Watergate”, John Dean dice, “he observado que todos los elementos llevan a dos catástrofes políticas posibles, una que le sacará el aire al globo de Bush-Cheney y la otra, mucho más preocupante, eso que le saque el aire a la democracia”.


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