EEUU

La tormenta secreta de Bush

 

Autor: E.J. Dionne Jr.

Fecha: 30/3/2004

Traductor: Celeste Murillo, especial para P.I.

Fuente: Washington Post


El presidente Bush tuvo dos grandes cosas en este año electoral. Fue visto por la mayoría de los norteamericanos como alguien directo. Y fue visto como el líder natural de la guerra contra el terrorismo. Ahora esas percepciones están en riesgo. Eso explica la ferocidad de la Casa Blanca para atacar a Richard Clarke.

Pero el ataque a Clarke, el ex asesor experto en anti-terrorismo de la Casa Blanca, puede probarse como el error fatal de la campaña de Bush. En lugar de socavar la credibilidad de Clarke, la Casa Blanca se ha puesto a sí misma en cuestión.

También llama la atención el nuevo modus operandi estándar de la administración desde el 11 de septiembre de 2001: Hacer todo lo que sea necesario para intimidar a todo aquel que cuestione el manejo del presidente respecto al terrorismo, contestar algunas de esas preguntas y mantener tantos secretos como sea posible.

Es por esto que la historia de Clarke sigue creciendo.

Se ha escrito mucho sobre cuán partidistas se volvieron las discusiones sobre el 11 de septiembre la semana pasada. Pero Clarke no inventó el partidismo, y este no nació la semana pasada. Una administración que tuvo al país unido detrás después del 11 de septiembre, pasó dos años llevando adelante una dura política para hacer retroceder todos los desafíos. Si la administración hubiera sido menos defensiva sobre lo que salió mal antes, no estaría enfrentando un momento tan grave y difícil ahora.

Recuerden que en mayo del 2002, el mundo supo que Bush había recibido un informe de inteligencia el 6 de agosto del 2001, que sugería que la red al-Qaeda de Osama bin Laden estaba planeando atacar aerolíneas norteamericanas.

Los demócratas se precipitaron a las noticias. ¿Por qué, pregunto Tom Daschle, el líder demócrata del Senado, “llevó tanto tiempo que recibiéramos esa información?. ¿Y qué acciones específicas tomó la Casa Blanca en respuesta a eso?” Dick Gephardt, el líder demócrata del Congreso, usó un tono similar: “Lo que los norteamericanos quieren saber es, exactamente, ¿qué sabía la Casa Blanca, y lo más importante, que se hizo sobre el tema?”

Daschle y Gephardt fueron duramente criticados. El vicepresidente Cheney denunció los comentarios “incendiarios” de los políticos opositores y declaró que esos pensamientos tan políticamente incorrectos eran “irresponsables y totalmente indignos de líderes nacionales en tiempos de guerra”.

Y las preguntas disminuyeron.

Esta vez, la administración Bush utilizó los mismos métodos para silenciar a Clarke –y la preguntas no pararon. Al contrario, las inconsistencias sobre lo que pasó antes del 11 de septiembre fueron, finalmente, importantes noticias. El furioso ataque de la consejera de Seguridad Nacional, Condolezza Rice, contra Clarke la dejó atrapada en una serie de declaraciones que contradecían a otros funcionarios del gobierno y a veces a ella misma. Y el líder de la mayoría del Senado, Bill Frist, seguramente se arrepentirá de su discurso del viernes que acusaba a Clarke de, entre otras cosas, “sacar provecho” de la situación. Frist acusó a Clarke de perjurio. Alegó que el testimonio clasificado que Clarke dio al Congreso en julio del 2002 contradecía lo que Clarke estaba diciendo ahora. “Es algo que Clarke deberá explicar en los medios”, dijo Frist. “Pero si mintió bajo juramento en el Congreso de Estados Unidos, es un asunto mucho más serio”. Frist solicitó que se desclasifique el testimonio de Clarke en el Congreso.

¿Cuán débiles eran las bases de los métodos macartistas light de Frist? Tan débiles que Clarke superó fácilmente a Frist y la administración en sus apariciones el domingo en el programa “Meet the Press”. Clarke adhirió a la descalcificación de su testimonio de forma completa, y cualquier otro documento relevante. Rice, mientras tanto, defendió el rechazo de la administración a dejarla testificar ante la comisión, en público y bajo juramento.

Todo eso plantea una pregunta: ¿Quién parece más interesado en hacer que se conozca toda la verdad, Clarke o la administración? Es por eso que muchos republicanos piensan que Rice debe testificar.

La semana pasada ciertamente hirió a Bush políticamente, frenando el ímpetu de sus ataques contra el senador John Kerry –y poniendo los ataques políticos bajo una mirada especialmente dura. Pero al lección más importante es que retrasar una rendición de cuentas y mantener en secreto lo que debería ser público casi siempre es contraproducente.

Daniel Moynihan, que murió hace un año, hizo de la guerra contra el secreto la última gran causa de su vida pública. En 1997, señaló –con una visión de los problemas de que llevarían al 11 de septiembre- que cuando las agencias del gobierno mantienen secretos entre ellas, se les niega a los funcionarios de más alto rango información cuando la necesitan. El “secreto”, declaró Mounihan, “puede conferir una forma de poder sin responsabilidad, hecho que deben controlar las sociedades democráticas”. El sabor amargo de la semana pasada puede explicarse por el comportamiento malicioso del partidismo, pero aún más por los costos del secreto.


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