Latinoamérica

Chile, 30 años despues del golpe

 

Autor: E. Ekaizer, M. Délano y R. Townsend

Fecha: 10/9/2003

Fuente: El País


El 'destape' de Salvador Allende / 1 (07-09-2003)

Los procesos contra Pinochet en Londres y Santiago han contribuido a la recuperación de la figura del líder socialista


El pasado mes de mayo, Isabel Allende, presidenta de la Cámara de Diputados de Chile, viajó a tres países europeos. Llegó a Grecia acompañada por René Manuel García, diputado del partido de derecha Renovación Nacional, y de Edgardo Riveros, diputado demócrata cristiano. Nada más pisar Atenas, la delegación chilena acudió a un desayuno con el ministro de Asuntos Exteriores, Yorgos Papandreu. Allí esperaban el primer ministro socialista griego, Costas Simitis, y la madre del canciller, viuda del ex premier griego y dirigente socialista Georges Papandreu.

"¿Cómo está Tencha?", preguntó, visiblemente emocionada, la madre del canciller. Se refería a Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, que acaba de cumplir 89 años.

Los anfitriones sabían que la delegación chilena contaba con un miembro de un partido de la derecha que había apoyado a Augusto Pinochet. Según el programa de actividades, los diputados tenían una reunión en la sede del partido Nueva Democracia, la oposición de derechas en Grecia.

"Oye, ahora por fin vas a estar a gusto, va a ser un respiro para ti. Ya no tendrás que escuchar elogios a Salvador Allende", dijo Isabel al diputado de Renovación Nacional.

Los tres entraron en la sala. Estaba la primera plana del partido. Era gente joven. Todos tomaron asiento. "Queremos decirle que es un honor tenerla aquí, porque usted es la hija de ese líder democrático, de ese gran hombre", dijo el secretario general del partido.

Al regresar a Chile, el diputado García, un hombre dicharachero, informó en una reunión sobre el viaje. "No puedo creer lo que hemos vivido... El nombre de Salvador Allende es algo tremendo en Europa, todo el mundo nos ha hablado de él... Es más conocido que el presidente Lagos. Nunca pude imaginar algo semejante", dijo.

Estos días, en la planta alta del palacio de La Moneda hay quien lleva la contabilidad de los programas de televisión y radio dedicados a la figura de Allende y a los acontecimientos que condujeron al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Allí el ministro secretario general del Gobierno, Francisco Vidal, lleva analizados 27 programas especiales sobre el 11 de septiembre.

"Había un desfase entre la figura de Allende vigente en el mundo y su figura en Chile como resultado de 17 años de dictadura. Este último Allende es un presidente frustrado, fracasado, para decir lo mínimo", dice Vidal a EL PAÍS. "El esfuerzo por destruir su imagen ha sido apabullante", añade.

¿Qué ha pasado en Chile para que 30 años después del golpe militar ocurra este destape? "Creo que tenemos una sociedad más madura, con menos miedo y dispuesta a ver la realidad brutalmente", razona Vidal. No sin cierto mohín de frivolidad, señala: "Diría más. Allende es un producto que está en el mercado. Si cuatro canales de televisión están en la brecha es porque existe una demanda".

Es posible, creen algunos, que la oferta, tal como funciona el mercado, crea su propia demanda. "Yo lo percibo más como una campaña de los medios de comunicación que como un reflejo de las necesidades del público", estima Roberto Méndez, presidente de Adimark, una de las grandes empresas de sondeos del país. "La figura de Allende ha salido beneficiada: la percepción que se tiene ahora es que se trata de un gran hombre. Pero tanto él como Pinochet siguen dividiendo a los chilenos", declara.

Alrededor de 7,5 millones de chilenos, esto es, la mitad de la población actual, ha nacido después del 11 de septiembre de 1973 o contaba, en aquellos días, con entre uno y cuatro años de edad, sin capacidad para saber lo que ocurrió. Según un sondeo realizado los pasados 2 y 3 de septiembre por la conservadora Fundación Futuro, ya se advierten síntomas de una saturación. Pero hay un dato relevante, sobre todo cuando proviene de labios de Sebastián Piñera, que dirige la fundación y que, además, es presidente del partido derechista Renovación Nacional. La mitad de los encuestados estima que los programas de televisión dedicados al 11 de septiembre han aportado elementos nuevos de opinión respecto al golpe de Estado. Y dicha opinión, según explicó Piñera el pasado viernes, día 5 de septiembre, es más predominante, con un 73%, en quienes tienen entre 18 y 24 años de edad. La valoración baja al 52% en el universo de los que tienen entre 25 y 44 años.

Sentada en el salón de su casa de la calle Guardia Vieja 392, que está casi como la dejó su padre Salvador Allende, la presidenta del Congreso de los Diputados está convencida de que el "destape" tiene muy diversas causas. Pero entre ellas está, cree, el gran avance de las investigaciones sobre los crímenes cometidos durante la dictadura de Pinochet.

Isabel Allende recuerda a este periódico un momento de la mañana del 11 de septiembre de 1973, cuando ella y otros colaboradores de Allende estaban en el salón Toesca -nombre del arquitecto italiano que diseñó el palacio neoclásico de La Moneda en 1783- y el presidente encabezaba la resistencia al golpe. Allende se dirigió a su asesor político, el abogado valenciano Joan Garcés.

"Yo creo que mi padre no se equivocó cuando le exigió a Joan que abandonara La Moneda esa mañana porque alguien tenía que contar al mundo lo que había ocurrido. Joan había sido asesor de mi padre durante sus tres años de gobierno, y era importante su testimonio. Claro, ni en el mejor de los sueños, ni mi padre ni ninguno de nosotros pensó que no sólo iba a narrar lo que había visto sino que iba a colaborar con el juez Baltasar Garzón para arrestar a Pinochet en Londres y conseguir que permaneciera detenido 503 días. Cuando yo misma fui a declarar a Madrid creí que difícilmente llegaríamos a algo. Pero este país cambió desde la detención de Pinochet. Allí comenzó este destape. Aquí tenías que llamar al golpe de Estado 'pronunciamiento', a las torturas 'apremios ilegítimos' y los asesinatos y desapariciones eran 'excesos'. Hipocresía chilena. Esto se terminó con el arresto de Pinochet".

Isabel Allende cree que los procesos judiciales que siguieron en Chile después del arresto de Pinochet en Londres e, incluso, tras su retorno a Chile el 3 de marzo de 2000 -anulación del fuero parlamentario de senador, auto de procesamiento y sobreseimiento por razones de demencia senil- explican, ahora, el destape. Por ello, cree que "no estarán todos los que son" en los actos que tendrán lugar el 10 y 11 de septiembre próximos, en La Moneda.

"Falta Baltasar Garzón. Esa hubiera sido la guinda... pero quizá fuera demasiado fuerte invitarle. Alguna vez, espero, tendremos la capacidad y dignidad de invitar al verdadero personaje que nos ha ayudado en este proceso".

"El avión se cae en vuelo"


La mañana del 11 de septiembre de 1973, un radioaficionado interceptó las comunicaciones que mantuvieron el general Augusto Pinochet, comandante en jefe del Ejército; el almirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor Conjunto, y el general Gustavo Leigh, comandante en jefe de la Fuerza Aérea Chilena, mientras se desarrollaba el asalto y bombardeo del palacio de La Moneda. El presidente Salvador Allende y un puñado de colaboradores resistían. En 1985, la extinta revista chilena Análisis batió su récord de ventas con el casete de la grabación. Durante estas últimas semanas, la radio y la televisión han difundido en Chile, por primera vez, su contenido en repetidas ocasiones. Es una prueba de convicción contra Pinochet.

Lo que destaca al oír las voces es la brutalidad de Pinochet, a la sazón el último en unirse al golpe militar organizado con anterioridad por el general de Ejército Sergio Arellano Stark, de común acuerdo con el general Leigh, de la Fuerza Aérea, y el almirante José Toribio Merino, por la Armada.

La mañana del día 11, el bombardeo de La Moneda conoció algún retraso, lo que puso especialmente nervioso a Pinochet. "Yo tengo la impresión de que el señor SE [Allende] se arrancó en las tanquetas. Las tanquetas hay que ubicarlas...", sugirió Pinochet.

"No, pero en las tanquetas, no, no huyó", corrigió Patricio Carvajal.

"Conforme, conforme. Entonces hay que impedir la salida. Y si sale, hay que estar listo para actuar sobre él. Más vale matar la perra y se acaba la leva, viejo", bramó Pinochet. "Otra cosa, Patricio. A las once de la mañana hay que atacar La Moneda, porque este gallo no se va a entregar".

"Se está atacando ya... Se está rodeando y atacando con bastante ímpetu", indicó Carvajal.

"Conforme. Enseguida sale el avión, viejo, y se despacha al tiro [inmediatamente]", dijo Pinochet.

"Negó la posibilidad del avión", desestimó Carvajal.

"¿La negó?", preguntó Pinochet, sorprendido.

"Pidió al edecán militar que los comandantes en jefe concurrieran a La Moneda", explicó Carvajal.

"¡Rendición incondicional!", se desgañitó Pinochet. "¡Rendición incondicional!", volvió a gritar fuera de sí.

"Bien. Rendición incondicional y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos", sugirió Carvajal.

"Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país... Pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando...", precisó Pinochet.

"Conforme... [risas al escuchar la sugerencia]... Conforme", celebró Carvajal.

Un poco después, Carvajal volvió a consultar con Pinochet.

"La idea sería tomarlos presos, no más por el momento; después se verá si se les da avión u otra cosa, pero... por el momento, la idea es tomarlos presos", señaló Carvajal.

"Pero es que si los juzgamos, les damos tiempo. Y se les pueden levantar las pobladas para salvarlos... Creo que lo mejor... Consúltalo con Leigh... La opinión es que estos caballeros se toman y se... mandan dejar a cualquier parte. Por último, en el camino, los van tirando abajo", reiteró, temerario, Pinochet, sin una pizca de sorna.

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"Tenemos una democracia coja" / 3 (09-09-2003)

Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, e Isabel Allende, su hija, analizan la historia de Chile.


Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, ha hecho ya 89 años. Esta mujer, a la que todos siguen llamando Tencha, por la cual, según se cuenta, suspiraban los intelectuales a finales de los años treinta, conserva una enorme cabeza cuyo tamaño el pelo blanco teñido incrementa todavía más. Sus ojos, sus grandes ojos claros, siguen deslumbrando. Un retrato suyo de Guayasamín, el pintor ecuatoriano, preside el salón de su casa en la avenida El Bosque, en Providencia. Esta mujer que está encogida físicamente, con problemas de escoliosis en la columna y quizá más afectada ahora por haber sufrido una doble fractura de cadera que la obliga a caminar con bastón, mantiene esa lucidez que antaño todos le reconocían. En algunas de las fotografías repartidas por mesas y muebles de época se puede reconstruir el itinerario familiar. Se les ve, a Salvador Allende y a ella, cuando acuden a votar el 4 de septiembre de 1970, a esa, la tercera elección, que fue la vencida, que llevó a Allende a la presidencia de Chile y a la tragedia posterior. Tras explicar cada una de las fotografías con pasión, advierte: "No suelo dar entrevistas, pero de cabeza ando muy bien". En otra parte de Santiago, no lejos de allí, algo más tarde, Isabel Allende, presidenta de la Cámara de Diputados de Chile, acaba de regresar de la sede de Valparaíso y accede a hablar con EL PAÍS. He aquí los tramos esenciales de ambas conversaciones, mantenidas con madre e hija, en vísperas de los actos del 30º aniversario del 11 de septiembre de 1973.

Pregunta. Los ciruelos en flor anticipan que la primavera está al caer. ¿Acaso no vive también Salvador Allende una especie de destape, su primera primavera después de 30 años?

Hortensia Bussi. Hay grandes avances en Chile. Cuando yo volví en marzo de 1990, tras 17 años de exilio, la gente solía pararme en el supermercado. Y, fíjese usted, cómo se enfrentaban a mi presencia. Me preguntaban: "¿Es usted quien yo creo que es?". Hoy, en cambio, es otra cosa. Me paran en la calle y me dicen: "¿Usted es la viuda de Salvador Allende, no?". Los jóvenes, según veo, comienzan a interesarse más por las cosas que han ocurrido en este país. Ya no tienen miedo, como ocurría hace algunos años, de preguntar por Allende. Se me quedan mirando y me preguntan por Salvador.

Isabel Allende. Estoy contenta con este destape o primavera. Yo creo que ha sido bastante espontáneo. Uno de los canales, el 13, se lanzó al ruedo con un programa. Tuvo tal audiencia que empezó una carrera. La imagen de Salvador se ha engrandecido. Y, al contrario, esa grabación que se ha difundido de la comunicación entre el general Pinochet, el almirante Carvajal y el general Leigh la mañana del 11 de septiembre de 1973 les retrata de cuerpo entero. La derecha está bastante enloquecida. Como me señalaba un diputado de la Unión Demócrata Independiente (UDI), heredera del régimen de Pinochet, ¡es un abuso! Les molesta ver la imagen del bombardeo, les desagrada ver la dignidad de Salvador Allende. Para los jóvenes, pues, excelente; para los mayores, se ha superado un silencio vergonzante. Allende estaba en la memoria colectiva. Y hoy tenemos la prueba de ello.

P. Algunos dirigentes de la DC, como el ex presidente Patricio Aylwin y el presidente del Senado, Andrés Zaldívar, se han puesto nerviosos. Sin embargo, hace 13 años rindieron homenaje al celebrar el funeral de Allende. ¿Por qué están tan tensos ahora?

H. B. La DC ha criticado con dureza al Gobierno por el homenaje a Salvador Allende en los actos del próximo miércoles 10 y 11 de septiembre. Lucía Hiriart, la esposa de Pinochet, ha declarado que, como las cosas sigan así, pronto le van a canonizar. Esta señora siempre ha expresado las ideas de manera más directa que su marido. Por ello, cuando estabas con ellos en alguna recepción, siempre que ella hablaba, él abandonaba su estilo campechano y callaba.... Bien, la DC no deja de decir que ellos no apoyaron el golpe militar. Todos sabemos que es falso. El propio comandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre, se ha referido explícitamente a los políticos que pidieron a los militares que intervinieran. Y no podía referirse más que a la DC, porque era la fuerza política importante de aquella época. No entendí a la DC entonces y no la entiendo ahora.

IA. Les ha faltado generosidad. Yo esperaba de Andrés Zaldívar mayor altura política. Su rechazo a participar en un homenaje a Allende estuvo fuera de lugar. En 1990, Aylwin no dudó en encabezar como jefe de Estado el funeral. Y no era fácil. Hemos estado juntos 12 años en la Concertación [coalición gobernante] caracterizados por nuestra lealtad. Pero me quedo con lo que ocurrió el 3 de septiembre. Presidí la sesión de la Cámara en la que se hizo un homenaje a Allende solicitado por los socialistas, el Partido por la Democracia y el partido Radical. Los dos partidos de la derecha -UDI y Renovación Nacional- huyeron y dejaron vacías las gradas. Pero yo creo que nosotros hicimos lo que teníamos que hacer. Hubo cuatro oradores. Y el diputado democratacristiano Rodolfo Seguel arrancó una gran ovación de los partidos de la Concertación.

H. B. Recuerdo que teníamos, Salvador y yo, una muy buena relación con Eduardo Frei Montalva, líder de la DC y presidente de Chile entre 1964 y 1970. Solíamos pasar largas temporadas en la playa de Algarrobo, un balneario próximo a Viña del Mar, donde veraneaban las dos familias. Siempre tuve, lo confieso, envidia de Frei. Por lo rápido que leía. Las relaciones entre Salvador y Frei se tensaron por un incidente en 1964, pero tengo para mí que en 1970 ya fue definitivo. Una vez electo presidente, Salvador fue a la Moneda a verle. Frei, según la narración de Salvador, caminaba de un lado a otro de su despacho profiriendo maldiciones contra el peligro del comunismo y la amenaza que suponía la próxima presidencia de Salvador. De pronto, el Chicho aprovechó y se sentó en el sillón presidencial, una forma de restar dramatismo a la situación, y le preguntó a Frei qué tal se le veía sentado allí. Frei no pudo soportarlo. Le dijo que su derrota de 1970 había sido la peor de toda su carrera política.

P. ¿Qué cosas han cambiado en Chile y cuáles siguen pendientes?

H. B. Nadie puede negar que las cosas han cambiado, sí. El general Cheyre, por ejemplo, ha dicho cosas importantes, como que nunca más se debe provocar una intervención militar alentada por los políticos. También ha dicho que las graves violaciones de los derechos humanos son algo injustificable. Esto es un avance. Pero esta democracia está coja. Es incompleta. ¿Cómo es posible que tantos años después, todavía el presidente de Chile no pueda destituir a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas?

I. A. El general Cheyre me ha dado una buena impresión. Parece que es sincero en su objetivo de modernizar el Ejército. Nos hemos visto dos o tres veces... Me parece bien lo que intenta hacer. Ha logrado equilibrar muy bien la tremenda presión que debe soportar de los militares retirados. Pero he de decir también que me preocupa que asuma un protagonismo excesivo. No es bueno que haga tantas declaraciones que rozan el límite que separa a unas Fuerzas Armadas no deliberantes de unas que deliberan. Prefiero un perfil más bajo. Él ha establecido la diferencia con el criterio anterior, los principios de que el Ejército colaborará con la justicia, de que nunca más los políticos deben golpear las puertas de los cuarteles. Está bien. Por lo que se refiere a los cambios, no pueden ser más evidentes: habría que terminar con los senadores designados, cambiar un sistema electoral perverso, anular la ley de amnistía... Pero será muy difícil conseguirlo. En lo inmediato me preocupa conseguir la reforma constitucional para ratificar la Corte Penal Internacional.

P. La estabilidad económica en Chile parece un valor en el que existe coincidencia. Y, ahora, hasta la derecha se ha interesado por los derechos humanos lanzando una propuesta...

H. B. Nunca fuimos durante la Unidad Popular buenos en economía, las cosas como son. Nuestros ministros no acertaron. Es cierto que hubo desabastecimiento y que Estados Unidos hizo una política de bloqueo económico, pero hay que admitir que se cometieron errores. Salvador se equivocó al emprender unos cambios tan grandes con una base electoral muy pequeña. Y, además, la izquierda, a pesar de una victoria electoral mínima, todavía se fraccionó más. Encuentro que ése fue el mayor error de Salvador...

I. A. La UDI, que es una mezcla de populismo y audacia, sale con el tema de los derechos humanos en el mes de mayo como resultado de unas reuniones que han mantenido con familiares de víctimas que se quejan -y con razón- por la falta de reparación económica, por la ausencia de una política del gobierno de la Concertación. La UDI, pues, pide indemnizaciones para las víctimas. Nunca habló de otra cosa. No digo que sea un tema menor, pero sólo se refieren a ello. El Gobierno, que estudiaba desde finales de 2002 una propuesta, acelera y sugiere varias medidas. Ahora creo que hay que levantar el acelerador. En el partido Socialista no estamos dispuestos a sacar adelante el asunto a toda velocidad. No hay espacio para ninguna idea que puede abrir las ventanas a la impunidad. Aun cuando la propuesta de la Concertación sea bienintencionada, hay que estudiar iniciativas como, por ejemplo, la de conceder la "inmunidad penal" para aquellos que aporten informaciones sobre violaciones de derechos humanos.

P. ¿Recuerda usted, Tencha, cuando conoció a Salvador Allende?

H. B. Fue por un terremoto, el de Chillán, que Salvador y yo nos conocimos, en enero de 1939. Yo había ido al cine Santa Lucía de Santiago y, cuando empezó el temblor, un amigo, Manuel Mandujano, y yo, como todos los demás, dejamos la sala. Por su parte, Salvador, que participaba en una reunión, también se echó a la calle. El amigo común nos presentó. Fuimos a tomar un café. Y Salvador nos contó que los terremotos le daban pánico y que había abandonado una reunión de la masonería. Cuando escuché que era masón, no me gustó nada. Le pregunté cómo era posible que a estas alturas del siglo XX podía alguien pertenecer a una logia como nuestros antiguos próceres, que eso era cosa de los libertadores. Y le enumeré a varios de ellos, empezando por José Carrera. Me explicó entonces que él era masón por agradecimiento a la ayuda que los masones le habían ofrecido en un momento difícil a su abuelo Ramón Allende Padín, un médico masón que había sido senador por el partido Radical. Ya nunca más volví a hablar con Salvador de la masonería.

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"Hemos logrado la subordinación del poder militar al civil" / 4
(10-09-2003)

ENTREVISTA: Ricardo Lagos - Presidente de Chile

En vísperas del 30º aniversario de la insurrección militar contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, el presidente de Chile, Ricardo Lagos, no duda en identificarse más con el 5 de octubre de 1988, "su fecha", el día en que el dictador Augusto Pinochet fue derrotado en el plebiscito que pretendía perpetuarle en el poder. Lagos sostiene que la "subordinación del poder militar al poder civil" es uno de los logros más importantes en sus tres años de Gobierno.


Ricardo Lagos acompañará hoy en el palacio de la Moneda a Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, y a Isabel Allende, su hija y presidenta de la Cámara de Diputados, en un homenaje al presidente que decidiera quitarse la vida el 11 de septiembre de 1973 tras el bombardeo despiadado que prácticamente destruyó la sede del Gobierno. Aquel día 11, Lagos era "más un profesor universitario" que un político. En cambio, el presidente de Chile se siente mucho más cómodo con la fecha del 5 de octubre de 1988, cuando Pinochet fue derrotado en el plebiscito que había convocado para proclamarse dictador vitalicio, y desalojado del Gobierno, que no del poder.

De todos los presidentes de la transición iniciada en 1990, Lagos es quien ha conseguido la mayor subordinación de los militares a las autoridades civiles. Aunque perviven en Chile importantes condicionamientos impuestos por Pinochet, como el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), en el que participan los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y el director de Carabineros -teóricamente inamovibles por el presidente-, Lagos ha conseguido vaciar su contenido. El presidente recibió a EL PAÍS la semana pasada en La Moneda. He aquí los tramos más importantes de la conversación:

Pregunta. Lo determinante en su historia política fue su participación en la campaña del no en el plebiscito convocado por el general Pinochet, el 5 de octubre de 1988.

Respuesta. Los chilenos están muy preocupados con los 30 años del Once porque en el fondo han visto la otra cara de la historia. Pero lo interesante es que se produce cuando se van a cumplir en pocos días 15 años del no. El primero tiene más que ver con el pasado, el segundo con el futuro, pero no se puede construir bien el futuro sin conocer bien el pasado. Y en eso estamos.

P. Usted estaba vinculado al Partido Socialista el Once. ¿Pero cómo era su actividad entonces?

R. Yo era un académico. Inmediatamente después del golpe militar, aquello que era una militancia tranquila se transforma en un hecho complejo, ya que mucha gente se exilia o cae presa o están clandestinos. A partir de 1978 o 1979 paso a tener una mayor relevancia política.

P. ¿Qué dinámica explica la inmersión en el Once que se vive en el país?

R. Mientras usted diga "no hay detenidos-desaparecidos, no es cierto que hubo torturados", y siga en esa línea de negación, hay una mitad que dice que es cierto, otra mitad que no. Pero cuando repentinamente usted ve una televisión, periódicos que dan cuenta de lo que pasó, señores que se arrepienten y te dicen "sí, yo torturé"... En ese momento, tiene lugar la situación en la que estamos: se explica por qué se produjeron los acontecimientos. Hay un revival de las discusiones sobre las causas. Cuando la televisión retransmite las escenas del bombardeo de La Moneda hace 30 años, que no se habían visto nunca, eso produce un impacto enorme. El 50% de la población de Chile o no había nacido en 1973 o tenía cuatro o cinco años, por lo que no tenía noción de lo que sucedía. La mitad de Chile ha estado viendo en las últimas semanas algo que nunca había podido ver antes.

P. Este revival de la virulencia en los discursos, ¿no se podía haber evitado si entre los socios de la coalición gubernamental se hubieran planteado los homenajes de manera consensuada?

R. Estoy muy sorprendido porque, en efecto, yo era partidario de ese consenso. Los socialistas y demócrata-cristianos venimos trabajando juntos desde 1981 o 1982. Hoy existe consenso sobre el "nunca más" a los hechos que ocurrieron en Chile. Si esto es así, el regreso a las causas de lo que se generó nos toca a todos. Lo que hemos pretendido hacer como Gobierno no es, como se ha dicho, un acto de homenaje a un presidente. Lo que tenemos que reivindicar es el fin de un periodo y la necesidad de restablecer un sistema republicano y democrático de gobierno orientado al futuro. Y en estos 30 años hemos hecho un largo recorrido para llegar a ello. El que podamos hablar de estas cosas habla de un país que es capaz de recuperarse.

P. Hay todavía sectores políticos que defienden activamente el legado de Pinochet, ¿siguen teniendo gran peso?

R. Hay un sector muy minoritario que no acepta de verdad el Chile actual, no acepta que yo esté sentado aquí, que se da cuenta, y yo diría que es lo más grave para ese sector, que si bien la Constitución [de 1980, durante el régimen de Pinochet] no se ha cambiado, sí se modificado la relación entre poder civil respecto del poder militar. Y la que existe hoy es una relación distinta. Ese sector siente nostalgia de un mundo que se fue.

P. El general Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del Ejército, ha asumido desde junio pasado un gran protagonismo en la política chilena. ¿No cree que ese papel estelar es un arma de doble filo?

R. Los actuales comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas -no sólo Cheyre- se dan cuenta de que las instituciones armadas tienen también un código de conducta en el mundo. Por ejemplo, si a usted le dicen que los comandantes en jefe de un país europeo se reúnen para hacer un planteamiento al primer ministro, en Chile, hasta hace un tiempo, eso parecía normal. Ahora, no. Una comprensión por las Fuerzas Armadas de que esa conducta es incorrecta resulta un paso adelante.

P. Jueces, ministros de la Corte de Apelaciones y de la Corte Suprema albergan temores de que su Gobierno les encomiende encontrar alguna salida para dar por terminado el problema de los derechos humanos. ¿Es infundado?

R. Una ley de punto final no fue posible, no es posible. Los juicios van a continuar. Eso no quita para que uno diga "me gustaría que los juicios terminen". Los juicios eternos tampoco nos parecen adecuados. Las Fuerzas Armadas se dan cuenta, además, de que también están rindiendo examen ante el mundo.

P. El Parlamento chileno sigue sin aprobar la convención sobre imprescriptibilidad de crímenes de lesa humanidad que Chile ha ratificado. Por tanto, no puede prevalecer sobre el decreto de autoamnistía de Pinochet.

R. Claro, así es. Ahí hay un tema que los tribunales tienen que analizar. Aun en el caso de que usted pudiera derogar la ley de amnistía, muchos juristas le dirían que en presencia de ambas leyes, como hubo una ley que a usted le exculpó y otra ley que no lo exculpa, por el principio pro-reo igualmente, aunque se derogue la ley de amnistía, terminarían aplicándosela. Ésa fue la razón por la cual he planteado en la propuesta de derechos humanos el tema de la inexigibilidad de otra conducta. Hubo soldados conscriptos que fueron fusilados por negarse a fusilar en 1973. A los soldados que les reemplazaron y cumplieron la orden de fusilar, ¿los condeno? Ningún juez los va a condenar. En cambio, creo que será difícil amnistiar a los que planificaron y organizaron la represión desde el aparato estatal ejerciendo el terrorismo de Estado. En fin, eso les corresponderá a los tribunales.

P. La ley de amnistía es una espada de Damocles. ¿No cree que al final habrá que toparse con ella?

R. Así es. Quiero decir que enviamos un proyecto para derogarla en 1992. No hubo respaldo. Lo que ocurre también es que, hasta que usted no encuentra los cuerpos de las personas asesinadas, tiene dificultades para probar el delito. Pero, en fin, no vamos a entrar en eso.

P. En el meridiano de su mandato, ¿está conforme con lo que ha hecho? ¿Qué tiene en mente para los dos años y medio que le quedan?

R. A lo mejor soy muy optimista... Manejar los tiempos en política es fundamental. En Chile, los gobiernos duran seis años y no existe reelección. Usted tiene una visión del paisaje que desea tener al final de su mandato. ¿Qué cosas del paisaje ya están puestas? Está, claramente, la subordinación del poder militar al poder civil. Está la consolidación del sistema republicano. También, desde el punto de vista económico, está un país que ha sido capaz de abrirse al mundo. Ahora, lo determinante son las políticas sociales. Lo anterior, sin ellas, no funcionará. Ningún país es capaz de competir en el mundo sin un alto grado de cohesión social. Por ello, creamos un modesto seguro de desempleo, aprobamos una reforma laboral. Hay 220.000 familias en condiciones de extrema pobreza. Vamos a solucionar ese problema de aquí al final del mandato. Temas pendientes: cómo se culmina la reforma de salud -lo más complejo que tengo entre manos-, cómo se mejora el financiamiento y acceso a la educación superior, cómo incrementar fondos de ciencia y tecnología. Y todo esto en un contexto de una mayor descentralización en el país.

P. Tencha Allende dice que en Chile hay una democracia "coja". ¿Esta cojera es irreversible?

R. Yo siempre sostuve que la transición iba a terminar con una Constitución que tenga certificación de calidad. Creo que podemos terminar con una Constitución de la cual se eliminen instituciones como el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), la subordinación de los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, los senadores designados y vitalicios. Pero no va a haber acuerdo en el sistema de elección. La derecha seguirá aferrada al sistema binominal. Al margen de esto, hay un relativo optimismo de que esta democracia pueda dejar de estar coja. Dicho esto, hemos avanzado más en la sustancia del sistema democrático que en la expresión constitucional del mismo. Nunca se ha usado el Cosena, nunca dos comandantes en jefe han hecho uso de sus atribuciones para convocarlo, lo que vacía su contenido.

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Relato desde La Moneda / 5 (11-09-2003)

Hace exactamente 30 años, el médico cirujano Patricio Guijón estaba en el segundo piso, en la fila de las 50 personas que quedaban en La Moneda y que por instrucciones del presidente Salvador Allende se iban a rendir para evitar una masacre. Allende estaba sereno, serio y decidido. Se había despedido de cada uno con apretones de mano y había partido a ponerse último en la fila.

Guijón, que hoy tiene 71 años, ya no tenía su delantal de médico. Se lo había pasado al detective Eduardo Ellis, para que lo mostrara en la punta de un palo, a través una pequeña ventana, en señal de rendición. El aire era denso y casi irrespirable por el humo del incendio provocado por el bombardeo del palacio, las bombas lacrimógenas arrojadas por los soldados y el olor a pólvora. La luz eléctrica estaba cortada y afuera crepitaba una balacera infernal. Faltaba poco para las 14.00 horas del 11 de septiembre de 1973.

"Mis tres hijos eran entonces pequeños", cuenta Guijón al explicar por qué se salió de la fila y volvió hacia los salones interiores del palacio. "Pensé: ¿cómo me voy a ir de aquí sin llevar ningún recuerdo a los niños? Y me volví a buscar la máscara antigás. En un pasillo, a unos 10 metros de distancia, a través de una puerta entreabierta, vi cómo el presidente se dispara y vuela la parte superior de su cráneo. Me pareció que se estaba sentando al dispararse. Después supe que el impacto lo había levantado del sillón. Me olvidé de la máscara y me acerqué. Ya no había nada que hacer. El fusil que le regaló Fidel, como supe después, estaba junto a él. Me senté. Poco después entraron los soldados".

Interrogado y después detenido en la Escuela Militar, Guijón terminó prisionero en Isla Dawson junto con los ministros y autoridades del Gobierno de Allende. Allí, otro superviviente de La Moneda, el periodista Carlos Jorquera, le aconsejó: "Tienes el mejor cuento de la historia. Pero no lo cuentes mucho, porque nadie te va creer", relata. "Fidel ya había dicho en La Habana que Allende había muerto combatiendo". Guijón calló durante mucho tiempo. Ni siquiera Isabel Allende creyó su versión en un comienzo. Hoy existe certeza de que el presidente que quería construir el socialismo en democracia, cuando ya no quedaban esperanzas frente al golpe militar, decidió el camino del suicidio, una opción para la que requería más coraje que para la del mito.

Tres de las 49 personas que salieron con vida de La Moneda y fueron tomados prisioneros, y un escolta de Allende, del Grupo de Amigos Personales (GAP), que combatió desde un edificio del costado, narraron su experiencia a EL PAÍS. Los tres primeros, dos detectives y un médico, integran el puñado de supervivientes del ataque golpista al símbolo de la democracia chilena. Coinciden en que los anchos muros del palacio los protegieron del bombardeo y los disparos: ninguno de sus defensores murió, salvo Allende y su asesor de prensa, Augusto Olivares, que se suicidaron, y sólo dos fueron heridos. De los prisioneros, 24 fueron asesinados por los militares. Los cuerpos de 12 de ellos todavía no han aparecido, y, según el testimonio de un tripulante de un helicóptero, los militares los exhumaron de sus tumbas clandestinas y los arrojaron al océano.

Otro de los que estaban en la fila, el jefe de los detectives de la escolta presidencial, Juan Seoane, que entonces tenía 44 años, escuchó cómo los de atrás en la fila decían: "El presidente murió". El subsecretario general de Gobierno, Arsenio Poupin, intentó suicidarse y lo detuvieron. El intendente del palacio, Enrique Huerta, disparó una ráfaga al aire. Ambos fueron después asesinados y están en la lista de detenidos desaparecidos. A empujones y golpes, los soldados tienden a los prisioneros en el suelo con sus manos en la nuca, en la acera junto a La Moneda. "Cuando el presidente me dio la mano, lo sentí sereno. Dijo: 'muchas gracias, compañero'. Sólo ahora tengo conciencia de que fue su despedida, porque ya había resuelto el suicidio", afirma.

Allende dio la oportunidad de irse a los 17 detectives que lo custodiaban y a los nueve médicos que fueron convocados ese día al palacio. Ninguno aceptó, a pesar de que ya no había esperanza. Seoane recuerda con orgullo que Allende elogió su decisión: "Sabía que usted no iba a querer irse. Los viejos robles no se doblan". Pero los carabineros de la guardia del palacio aceptaron la oferta presidencial y abandonaron La Moneda, dejando su armamento. Hasta hoy, el detective Eduardo Ellis, otro superviviente, entonces de 33 años, guarda resentimiento por esa actitud: "Cada vez que los veo desfilar tan gallardos en el cambio de guardia en La Moneda pienso que cuando tenían que hacerlo fueron incapaces de cumplir con su deber".

El presidente estaba más consciente que muchos de lo que se venía, como refleja su último discurso, una pieza oratoria improvisada en un salón y transmitida por radio, que ha pasado a la historia. Allende ordenó a sus hijas, Beatriz, que estaba embarazada, e Isabel, que salieran. También se lo exigió a su asesor español, Joan Garcés, para que contara al mundo lo que había pasado, quien a su pesar acató y después sería en los años noventa el principal promotor del juicio contra Pinochet ante el juez Baltasar Garzón.

Ellis, que después, en democracia, trabajó como escolta de Ricardo Lagos en su etapa de ministro, fue el primero en salir por la puerta de Morandé, 80, a un costado del palacio. Aparece en casi todas las fotos que existen. "Yo no disparé un solo tiro. Creíamos que iban a entrar por la puerta principal y estaba parapetado para impedirlo". Cuando fue a abrir la puerta lateral para rendirse, descubre que está sin cerrojo. "Al abrirla, un milico la empujó. Como había orden de rendirse, yo boté la metralleta. El soldado me usó como escudo para protegerse. Nos tendieron a todos en el suelo y me dieron culatazos. Un tanque avanzó para pasarnos por encima con las orugas, pero los compañeros del GAP en el edificio del Ministerio de Obras Públicas dispararon y justo llegaron los bomberos. Entonces el tanque retrocedió. Yo no escuché al general Javier Palacios [que condujo el ataque] o a alguien que ordenara al tanque detenerse".

Desde el edificio del MOP, cinco hombres del GAP disparan, desplazándose entre las ventanas del quinto piso hacia arriba. Uno de ellos, Isidro García, entonces de 22 años, tiene una ametralladora punto 30. Los demás, fusiles AKA y un lanzacohetes RPG7 con tres proyectiles, que no usaron. "Cuando los militares dispararon a La Moneda, concentrando la potencia de fuego de mil soldados y las ametralladoras de los tanques, contestamos. Yo tenía cuatro cintas con mil tiros y había puesto trazadoras. Entre nosotros cinco les causamos bajas e impedimos que se acercaran al palacio. La punto 30 los tenía desesperados y como nos cambiábamos de ventana y piso, nunca nos pudieron dar".

Durante el bombardeo, los soldados se retiraron. Conociendo la experiencia vietnamita, donde los soldados derribaron aviones con armas cortas, dispararon a los Hawker Hunter que bombardearon el palacio. "Disparé ráfagas cortas para guardar parque y los compañeros usaban las AKA tiro a tiro. No había más gente disparando. Es un mito que éramos un ejército, donde había miles de extranjeros, disparando contra los soldados. Muchos de los que debían estar en los edificios para defender el Gobierno no llegaron y la gente carecía de armas. El MOP y La Moneda es donde hubo más resistencia al fuego militar en el centro de la ciudad". Cuando García vio avanzar el tanque contra los prisioneros, disparó a los soldados. "Fueron ráfagas de advertencia. No quisimos darles, porque habrían matado a nuestros compañeros". Cuando se les acabó la munición, y después de limpiarse el olor a pólvora de las manos, salieron del edificio mezclados con cerca de 250 trabajadores que habían quedado atrapados.

Seoane afirma que, en la práctica, en La Moneda no hubo combate como el que tuvieron los GAP que estaban en el MOP. "En el palacio, encabezados por el presidente, un puñado de hombres hicimos un acto de dignidad al resistir el asedio, más que de defensa. Nosotros disparábamos casi a ciegas y apenas veíamos por las ventanas. ¿Qué íbamos a hacer contra tanques y aviones? Un general contó que dispararon 175.000 tiros contra La Moneda. Nosotros teníamos menos de cien balas por persona". Aunque el acto de coraje y dignidad del que participaron hace 30 años marcó y cambió sus vidas hasta hoy, ninguno sufre pesadillas. También concuerdan en que Allende parecía en todo momento dueño de la situación, consciente de que todos ellos estaban pasando a la historia.

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Nixon dio la orden de acabar con el régimen de Allende / 6 (13-09-2003)

El 27 de junio de 1970, Henry Kissinger dejó claro durante una reunión del Consejo Nacional de Seguridad que la democracia chilena era un estorbo para los objetivos de Estados Unidos: "No veo por qué tenemos que permitir que un país se haga comunista tan sólo porque su pueblo sea irresponsable", dijo. Debatían esos días la estrategia para impedir, a cualquier precio, que Allende se instalara en La Moneda, tal y como lo había logrado impedir la CIA en las elecciones de 1964. Pero esta vez era distinto. Allende era muy popular, parecía imparable. Y lo fue, a pesar de la intensa campaña contra él del espionaje norteamericano. La victoria en las urnas el 4 de septiembre acabaría convirtiéndose en su sentencia de muerte, tres años después.

Las directrices para eliminarlo políticamente partieron de la propia Casa Blanca. Richard Nixon ordenó montar una operación clandestina para desestabilizar el país, que debía culminar en un golpe de Estado a manos de los militares de extrema derecha. En el afán del presidente de EE UU por exterminar el comunismo, el socialista que iba a asumir el poder en Chile representaba una amenaza "inaceptable". Así se lo hizo saber Nixon a su receptivo secretario de Estado, Kissinger, y al jefe de la CIA, Richard Helms, cuando despachaban en la Oficina Oval el 15 de septiembre de ese año. "La embajada no tiene que participar. Hay 10 millones de dólares a nuestra disposición, más si es necesario. Plena dedicación, con los mejores hombres que tenemos. Hay que arruinar la economía. El plan tiene que estar listo en 48 horas", anotó Helms. Sus apuntes forman parte de más de 1.500 documentos desclasificados de la CIA que permiten recomponer la trama norteamericana de acoso y derribo contra Allende.

El plan Kissinger lo coordinaría un grupo selecto desde el cuartel general de Langley, a espaldas del Departamento de Estado, y bajo la supervisión directa de Thomas Karamessines, el jefe de operaciones clandestinas de la CIA. En un cable secreto el 16 de octubre, Karamessines trasladó en detalle las órdenes de Kissinger al jefe de estación de la CIA en Santiago, Henry Hecksher: "La política establecida y continuada es que Allende sea derrocado mediante un golpe. Sería preferible que ocurriera antes del 24 de octubre, pero los esfuerzos para lograrlo continuarán pasada esa fecha. Seguiremos ejerciendo las máximas presiones y utilizando todos los recursos apropiados para alcanzar el objetivo. Es imperativo que estas acciones se realicen de forma clandestina y segura, para que el USG [Gobierno de EE UU] y los norteamericanos queden a resguardo. Ello nos obliga a ser muy selectivos al hacer contactos militares"

Contaban con una amplia red de contactos en las filas más derechistas del Ejército, pero el hombre clave, el jefe de las Fuerzas Armadas, el general René Schneider, les había dado la espalda porque acataba la Constitución. Ese desafío le convirtió en el principal objetivo. Hasta hoy, nadie sabe a ciencia cierta si su asesinato el 22 de octubre de 1970 fue planificado o accidental, al haberse resistido a los secuestradores. De lo que no hay duda es de que "inauguró un periodo de asesinatos políticos que no se conocía en Chile", señala el profesor de la Universidad de Miami, Felipe Agüero, de origen chileno. "Estados Unidos no tuvo una intervención directa pero, creó el clima propicio. Lo hizo de forma perversa. Aunque la situación estaba tan polarizada que con o sin intervención americana hubiera habido golpe".

La CIA confiaba en que el secuestro de Schneider provocara tal caos político que los militares se alzarían y el Congreso abortaría la votación para confirmar a Allende. La conspiración fracasó y Allende fue declarado presidente, pero los planes para abatirle prosiguieron desde tres frentes, político, económico y mediático. En este último la CIA montó una campaña que abarcaba desde la financiación de publicaciones (al menos dos millones de dólares fueron para El

Mercurio) o programas de radio a la ubicación de miles de artículos en distintos periódicos dentro y fuera de Chile (la propia Agencia contabilizó 627 sólo en el lapso de dos meses antes de la toma de posesión, según reflejan los papeles desclasificados).

EE UU recortó la ayuda económica, negó créditos, ayudó a fomentar huelgas en el transporte y la minería y logró en parte que las instituciones financieras internacionales cooperaran en la "opresión" de la economía chilena. Paralelamente, destinaron más de cuatro millones de dólares a la oposición, especialmente al Partido Nacional y a la organización ultra Patria y Libertad. Los militares encabezados por Augusto Pinochet se encargaron del resto.

"EE UU cometió muchos errores en nombre del anticomunismo apoyando a dictaduras, no sólo a la de Pinochet", señala Ambler Moss, ex embajador de EE UU en Panamá y director del Centro Norte-Sur de estudios latinoamericanos en la Universidad de Miami. "Pero todo ha cambiado desde la caída del muro; paradójicamente, el gran símbolo de ese cambio fue el 11 de septiembre de 2001; ese día Colin Powell firmaba la carta de democracia de la OEA. Es una vuelta de página que espero que dure".


     

 

   
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