Opinión y Análisis

16 - 05 > Así lo ven... los medios internacionales

 

Autor: Varios

Fecha: 16/5/2004

Fuente: Varias


El vendaval de Irak
Editorial
El País


Los efectos políticos de la guerra de Irak empiezan a ser devastadores para sus promotores. Los engaños para ponerla en marcha con la excusa de unas armas de destrucción masiva que no han aparecido y unos vínculos inexistentes con Al Qaeda, su ilegalidad, la acumulación de muertos, y ahora el escándalo de los abusos y torturas a prisioneros están segando la hierba bajo los pies de quienes la apoyaron. No sólo ninguno de ellos ha sacado rédito político, sino que el vendaval que ha soplado de Irak puede acabar con su vida política. Aznar y el PP ya han perdido por decisión de las urnas; algo ha contribuido Irak también en la caída del Gobierno polaco y la guerra está afectando a Berlusconi; el futuro de Blair está en suspenso y el apoyo a Bush en EE UU cae en picado, aunque su rival demócrata, John Kerry, no saque partido de momento.

La indignación producida por los abusos contra prisioneros, que casi ha tapado la referente a la marcha de la guerra, ha alcanzado a Blair, cuya continuidad al frente del Partido Laborista empieza a estar en entredicho. A la espera aparece el euroescéptico canciller del Exchequer, Gordon Brown, que ha sabido sortear la impopularidad de esta guerra y al que las encuestas proclaman vencedor frente a los conservadores. En el partido laborista crecen las presiones para que el premier se distancie de Bush, pero es posible que ya sea tarde y el propio Blair reafirma que seguirá codo a codo con Bush. Si éste pierde en noviembre, es más que posible que arrastre a su aliado británico.

Sin embargo, la situación electoral en EE UU está completamente abierta, pese a que la valoración de Bush esté cayendo. A seis meses de las elecciones de noviembre, según Gallup, Bush está en el nivel más bajo (46%) de apoyo de una presidencia que desaprueba una mayoría (51%) de sus conciudadanos. A estas alturas de la campaña de su reelección, ni Reagan ni Clinton estaban en tales números rojos. Pero, pese a haber alzado el tono de su crítica por la manera de llevar la guerra de Irak y pedido la destitución de Rumsfeld, Kerry no recupera terreno, y Bush le saca un punto en intención de voto. Kerry no acaba de convencer, aunque ésta es una carrera larga que acabará previsiblemente versando sobre la idoneidad de los candidatos para el cargo.

Algunos daños ya son profundos. El último episodio vergonzoso de esta guerra, los malos tratos a los prisioneros, está incidiendo negativamente en las negociaciones en el Consejo de Seguridad para la nueva resolución que EE UU busca para el 30 de junio. El aislamiento diplomático de EE UU es patente y preocupante, cuando Bush tiene que viajar en junio a Europa para una cumbre con la UE y la OTAN.

Las relaciones transatlánticas están dañadas a un nivel aún más profundo: el social. Aunque los europeos han sabido diferenciar su oposición mayoritaria a la política de Bush del antiamericanismo, pueden estar llegando a la mayoría de edad unos europeos marcados por estos acontecimientos en Irak, transformando así lo que los sociólogos hubieran podido llamar la "generación del 11-S" en lo que llaman la "generación de Irak", que ve cómo en nombre de la democratización del mundo árabe se viola el derecho internacional y se pisotean los derechos humanos. Muchos de ellos tienen la ocasión de votar por vez primera a escala continental en las elecciones al Parlamento Europeo, entre el 10 y el 13 de junio. En su manera de hacerlo pesarán las consideraciones nacionales, pero pesará mucho Irak.

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La degeneración de la guerra
por Paul Kennedy *
El País
Traducción de News Clips


Hace tres fines de semana participé en un fascinante congreso internacional celebrado en la Universidad de Yale y titulado "La degeneración de la guerra, 1914-1945". Los académicos presentes en el congreso analizaron diversos casos prácticos inquietantes de la I y la II Guerras Mundiales en los que la lucha se había vuelto más mortal, la disciplina militar se había deteriorado, y los derechos humanos se tenían cada vez menos en consideración. Si bien el tema se limitó a esas dos conflagraciones, está claro que el concepto de degeneración de la guerra se puede aplicar a otros momentos y lugares. Se dan al menos dos tipos de degeneración -o, si lo preferimos, deterioro- en tiempos de guerra. La primera hace relación al mero aumento físico de la letalidad de las armas empleadas, lo que lleva a que se produzcan en el campo de batalla muchas más bajas de las esperadas. Piénsese en el impacto que tuvo la ametralladora y el alambre de espino en la batalla del Somme (1916), donde el Ejército británico sufrió 60.000 bajas, entre muertos y heridos, el primer día de los asaltos. La letalidad puede también golpear en el frente interno. Piénsese en la evolución de los bombardeos estratégicos en la II Guerra Mundial, en la que la carga de municiones lanzada por los alemanes en 1939-1940 (Varsovia, Amsterdam, Londres) fue pequeña en comparación con la lanzada por los Aliados en 1945 (Dresde, Tokio). Ésta es una degeneración por cómputo de cadáveres.

Pero la segunda forma de degeneración en la guerra es incluso más alarmante. Se refiere al deterioro de los principios, el incumplimiento de las convenciones de La Haya y de Ginebra, los malos tratos a prisioneros y civiles, la expulsión forzosa de habitantes, el asesinato masivo de grupos étnicos y religiosos. La historia del sangriento siglo XX está repleta de ejemplos de todo lo anterior, aunque épocas anteriores están también plagadas de atrocidades (la Guerra de los Treinta Años en Europa, los furiosos ataques contra los indios en Norteamérica por parte de los colonos ingleses, la captura otomana de Constantinopla).

Salí de ese congreso preguntándome tristemente si alguno de los principales miembros del Gobierno de Bush y de los intelectuales neoconservadores que animaron a la Casa Blanca a marchar sobre Bagdad se habían planteado en algún momento que nuestra actual guerra en Irak podría provocar su propia basura de degeneraciones. Al fin y al cabo, ahora parece que muchos generales del Ejército advirtieron de que mantener la ley y el orden en Irak sería mucho más difícil que simplemente expulsar a Sadam Husein, de que la guerra urbana sería horrible, y de que las bajas aumentarían. Pero el equipo Cheney-Rumsfeld-Wolfowitz no tenía intención de escuchar a los profesionales, a no ser, por supuesto, que los soldados se mostraran de acuerdo con la interpretación edulcorada que ellos hacían de cómo se desarrollaría la guerra.

La segunda forma de degeneración, más horrible, está justamente ante nuestros ojos, en las fotografías y los vídeos de lo ocurrido en la cárcel de Abú Ghraib y, según lo dicho ahora por la Cruz Roja Internacional, en otros campos de detención. Esto ha enfurecido al mundo, y también ha escandalizado a muchos estadounidenses, que hasta ahora habían tenido en increíble gran estima a sus Fuerzas Armadas. Desde los desastres de Vietnam, esas fuerzas han sido retratadas como mucho más profesionales, no sólo con niveles más elevados de eficacia bélica, sino también más disciplinadas y con mejores códigos de conducta. Además, sus superiores políticos les habían dicho que no era probable que en Irak encontraran un deterioro similar al de Vietnam, porque el grueso de la población iraquí estaba deseando ver a las tropas estadounidenses entrar en el país para liberarlo de Sadam Husein.

También esto es inquietante. A la opinión pública estadounidense se la alimentó con mensajes optimistas al mismo tiempo que los encargados estadounidenses de tomar las decisiones estaban ciegos ante las lecciones de la historia militar, que nos enseñan que las guerras empeoran, no mejoran, independientemente de la fuerza armada de la que se disponga. El observador escéptico se preguntará lógicamente si la razón por la que el Pentágono hizo una campaña tan furiosa en contra de la Corte Penal Internacional durante los últimos tres años o más es precisamente porque predecía que esto podría ocurrir, en algún momento futuro, y quería proteger a los soldados estadounidenses de la investigación y el tribunal internacionales. El juicio internacional está bien para los serbios, y los sudaneses, y los ruandeses, pero no para los estadounidenses.

A medida que se extendió la primera degeneración, aumentaron las pérdidas y la lucha se volvió más sangrienta y frustrante para los jóvenes soldados estadounidenses, comenzó a producirse el segundo tipo de degeneración: no hace diez días, sino el año pasado. Exhaustas por el conflicto, exasperadas porque no se hubiera cumplido la prometida vuelta a casa, enfurecidas por la muerte de compañeros, ciertas unidades estadounidenses trataron con dureza a sus prisioneros. Las peores fueron las acciones de las unidades del Ejército encargadas de la vigilancia de prisiones, que parecen haber estado compuestas por soldados de menor calificación y menos disciplinados, con muchos de los hábitos mantenidos por los vigilantes de penitenciarías del sur de Estados Unidos antes de las reformas civiles. Está también la dudosa cuestión de los vigilantes de prisión de contratas privadas, que sin duda el Congreso deberá investigar. A esto se puede añadir el error de juicio de los mandos intermedios, y la desidia de los militares de alta graduación. Con la moral y la conducta hundidas en diversos niveles, se cometieron actos sucios.

La guerra es el Infierno. Como tan a menudo advirtió Clausewitz, raramente acaba donde se esperaba que concluyera. Esto es algo en lo que los estrategas neoconservadores nunca pensaron. La degeneración moral en la guerra es algo que los altos mandos militares, aunque les inquietaba que la situación posterior a la batalla no fuera agradable, no previeron. Los mandos intermedios del Ejército, preocupados por resaltar la dureza y la fuerza ante sus tropas, olvidaron en ocasiones hacer hincapié en las normas de la guerra. Ahora se ha mancillado un buen servicio. Rodarán cabezas, por supuesto, aunque (en el momento de escribir este artículo) no en el nivel en el que deberían: es decir, la Secretaría de Defensa.

Pero las consecuencias desastrosas e inesperadas de este comportamiento degenerado no paran aquí. Estados Unidos se ha metido más en el cenagal iraquí, arrastrando con él hacia el barro a los gobiernos británico, australiano, polaco e italiano y a otros gobiernos aliados. Ahora, al pedir ayuda a Naciones Unidas -la organización que el vicepresidente Dick Cheney y compañía tacharon el año pasado de irrelevante- no tiene perspectivas de obtener un respaldo inmediato. Este Gobierno, si no pone extremo cuidado, tiene la oportunidad de destruir el sistema de Naciones Unidas, del que el padre del presidente Bush fue tan acérrimo partidario. Necesitamos desesperadamente un Consejo de Seguridad fuerte para salir del lodazal, ¿pero por qué iban China o Francia a mover el trasero para ayudar a Estados Unidos a estas alturas? ¿Por qué iba India, claro candidato a conseguir un escaño permanente con derecho a veto, a hacer un esfuerzo cuando Estados Unidos se está retorciendo en el aire?

Colossus (Penguin, Nueva York, abril de 2004), el libro socarrón y controvertido recientemente escrito por el profesor Niall Ferguson, lleva un importante subtítulo: The price of the american empire [El precio del imperio estadounidense]. Estados Unidos, sostiene, posee todo el poder del mundo, en un sentido militar y material, pero su opinión pública no puede soportar graves pérdidas sobre el terreno en guerras extranjeras y el país no puede hacer frente a sus importantes déficit comercial y presupuestario. Ante todo, añadiría yo, no puede reconciliar este golpe (la noticia de horrorosos y patentes malos tratos a los prisioneros) con su afirmación ideológica y cultural de ser una "ciudad sobre una colina", un faro para las naciones, el portador de la antorcha de la democracia y de los derechos humanos.

La simple foto de una joven y tosca recluta sujetando a un iraquí desnudo con una correa de perro va a dar al traste con el sueño wolfowitziano de convertir Irak y todo Oriente Próximo en algo parecido a Kansas. Todo ese orgullo desmedido ha estallado en pedazos y, bajo la superficie, los murmullos de retirada y abandono están aumentando, incluso en Washington. Pero la marcha del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, si se produce, no servirá más que para atizar las llamas. El mundo árabe se regocijará, los detractores de Estados Unidos dirán "ya os lo dijimos", los amigos se pondrán a cubierto, y el caos continuará. Y el 30 de junio -día en que está proyectado devolver la soberanía a Irak- se acerca. Cualquiera que afirme saber cuál es el resultado es (como decía George Bernard Shaw) un charlatán. Nos espera un viaje turbulento. Una vez que empiezas una guerra, nunca pienses que puedes controlar su degeneración y sus consecuencias.


* Titular de la Cátedra Dilworth de Historia, director del Centro de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Yale y autor, entre otros libros, de Auge y caída de las grandes potencias. . © Tribune Media Services International, 2004.

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Esta vez el Parlamento debe decir no
por Robin Cook *
The Independent
Traducción: Jorge Anaya para La Jornada


Lo espinoso de caer en una ciénaga es que nunca sabe uno que está en ella hasta que es demasiado tarde para salir. Mientras más tiempo tarde en descubrirlo, mayor la dificultad para librarse.

Sin embargo, la nación está siendo llevada todavía más a fondo en la ciénaga del Irak ocupado por un primer ministro que se negó con terquedad a reconocer los peligros. Los que se han reunido en fechas recientes con Tony Blair, sean amigos o críticos, han quedado alarmados de ver lo poco que capta la gravedad de la situación en Irak. Tenemos un primer ministro aferrado a la negación.

La realidad de nuestra posición en Irak es desesperada. A lo largo y lo ancho del país la mayoría de los occidentales se pertrechan detrás de fortificaciones de concreto y alambradas de púas, y sólo se atreven a salir en convoyes blindados. Los militares han perdido control de ese activo elemental de toda fuerza expedicionaria: sus rutas de suministro. Durante un par de días de la semana pasada los soldados de la coalición en Bagdad se vieron reducidos a raciones de emergencia porque la comida fresca no lograba pasar. La estrategia de endosar la responsabilidad de la seguridad a fuerzas iraquíes se derrumbó después de que en Fallujah y Najaf se descubrió que los soldados y policías locales no tenían intenciones de morir por las tropas de ocupación. British Petroleum y otras empresas han abandonado el país y puesto en peligro la reparación de la industria petrolera que,. según se esperaba, iba a sufragar los costos de la reconstrucción.

De manera rutinaria, Downing Street culpa del problema a unos cuantos miles de terroristas, fundamentalistas y extremistas, pero la suya es una conducta con alta dosis de autoengaño. Se sabe que los diversos grupos de resistencia del país están en contacto unos con otros, y puede que falten escasas semanas para el lanzamiento de una oposición unificada bajo alguna bandera, como un frente popular para la liberación de Irak.

Con todo, el problema fundamental para los socios de la coalición no es la seguridad, sino la legitimidad. La justificación de que ocupaban Irak porque lo habían liberado sólo fue válida en tanto su presencia tuviese el respaldo de la población local. Desde el momento en que persistieron en la ocupación en desafío de los anhelos de la mayoría del pueblo iraquí perdieron cualquier pretensión de autoridad moral como libertadores.

Y sin duda ya hemos pasado también ese parteaguas en la opinión pública. Las encuestas de opinión reportan ahora que la mayoría de los iraquíes quieren que los ocupantes se vayan. Persistir en la ocupación contra los anhelos de la mayoría de la población local es colocarnos en el papel de gobernadores neocoloniales.

Parte del problema en Downing Street es que tanto Tony Blair como todos los nuevos acólitos neolaboristas de los que se ha rodeado son demasiado jóvenes para recordar las dolorosas lecciones de los días finales del periodo colonial británico. Irak les brinda ahora una lección contemporánea de la dinámica destructiva del colonialismo. Una ocupación impopular sólo puede ser reforzada con la violencia, pero la violencia socava aún más la legitimidad de la ocupación.

La matanza de Fallujah destruyó la credibilidad de las fuerzas estadunidenses como libertadoras y no ocupantes. El peor escándalo en la historia de la ocupación británica de India fue la matanza de Amritsar, en la que el número oficial de muertos fue de 379. (Para hacer justicia al Raj británico, éste por lo menos contaba sus víctimas, a diferencia de las fuerzas de la coalición en Irak.) El número de los asesinados en Irak fue el doble de esa cifra, tanto hombres como mujeres. Incluso el número de aldeanos asesinados en My Lai durante la guerra de Vietnam fue menor que el de Fallujah. Y sin embargo existen aún personajes importantes del Pentágono que lamentan que se les haya impedido "terminar la tarea" y devastar la ciudad.

Las elocuentes fotografías de Abu Ghraib son repulsivas y depravadas. Pero no son sorprendentes. La brutalidad de los ocupantes contra los pobladores de la tierra ocupada es una pauta repetitiva del colonialismo. Tampoco son los prisioneros los únicos en recibir trato degradante. El rasgo más estremecedor de esas fotografías son las sonrisas de contento con las que los atormentadores llevan a cabo su tarea de abuso. Con toda evidencia habían asumido la noción de supremacía del colonialismo y el desprecio por los nativos que la acompaña. Ese es uno de los peligros intrínsecos del colonialismo: brutaliza a los elementos armados ocupantes, quienes no pueden reconocer ante sí mismos que las personas a quienes reprimen son seres humanos como ellos.

Existe una clara diferencia respecto de previas épocas coloniales. En la era digital el electorado de los países de origen ha sido colocado cara a cara con las imágenes de opresión que son inseparables de la ocupación armada. Las fotografías de la prisión han destruido la legitimidad de nuestra presencia en Irak no sólo entre la población de aquel país, sino también ante el pueblo británico.

Fue un reporte filtrado de la Cruz Roja sobre la violencia en Argel el que proporcionó el punto de quiebre en el apoyo francés a esa guerra de ocupación. Fue el relato de las golpizas en el campo de Hola el que destrozó el apoyo británico a la guerra colonial en Kenia. La ocupación de Irak inevitablemente terminará en la misma forma. Ningún gobierno, ni siquiera contando con la abrumadora mayoría que favoreció a Tony Blair, puede mantener por tiempo indefinido una ocupación armada contra la resistencia local en Irak, y menos sin apoyo popular en Gran Bretaña.

De manera increíble, Tony Blair no sólo no intenta buscar una puerta de salida, sino que se apresta con perversidad a expandir la porción de Irak ocupada por Gran Bretaña. Regimientos británicos están a punto de trasladarse hacia el país árabe.

Si tal acción fuera efecto de una petición hecha por los jefes de Estado Mayor al primer ministro de enviar más soldados para incrementar la seguridad del sector británico, nadie la objetaría. Pero en realidad es resultado de la solicitud del presidente Bush de enviar 5 mil soldados británicos más para relevar a las tropas estadunidenses en Najaf. En realidad resulta sorprendente la insistencia de Tony Blair en complacer a un presidente estadunidense tan singularmente impopular en Gran Bretaña.

¿Y cuáles serán los riesgos para nuestros soldados en su nueva zona de operaciones? La resistencia armada en Najaf ya ha sido radicalizada por las técnicas de mano dura de los militares estadunidenses y no va a deponer su hostilidad porque ahora las fuerzas de coalición a las que se enfrente lleven uniforme británico. Las patrullas en Najaf estarán fuertemente blindadas y seriamente amenazadas. Lo cual provoca otra pregunta: ¿pueden las fuerzas británicas en Najaf operar en territorio hostil sin que la presencia británica en Basora abandone su práctica de patrullar a pie y sin chalecos antibalas? Si los luchadores de la resistencia en Najaf encuentran a las fuerzas británicas demasiado bien protegidas, ¿no enderezarán sus ataques contra Basora, donde hay blancos más desprotegidos pertenecientes al mismo ejército?

Hace más de un año de que el Parlamento votó en favor de enviar tropas a invadir Irak. De entonces a la fecha todas las justificaciones para la guerra se han derrumbado, desde el fracaso original en encontrar armas de destrucción masiva hasta la reciente implosión de la afirmación de que podíamos llevar a la región respeto a los derechos humanos y democracia. No se debe enviar más tropas sin un nuevo mandato del Parlamento. Y a la luz de lo que los parlamentarios han sabido de su anterior votación para acá, esta vez el Parlamento debe decir no.

* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña y el año pasado renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak.

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La violencia paraliza la reconstrucción
por Rosa Towsend
El País


Falta mes y medio para la devolución parcial de la soberanía a Irak, pero para la reconstrucción del país faltan años. Las obras se están retrasando por la violencia y las peleas burocráticas dentro del Gobierno de EE UU. La escalada de asesinatos y secuestros en abril obligó a varias empresas a suspender parte de las obras en dos sectores críticos: infraestructura eléctrica y agua. Y hay miles de proyectos que ni siquiera se han empezado, a causa de la lenta distribución de los fondos de reconstrucción.

De los 18.400 millones de dólares aprobados por el Congreso de EE UU, 5.400 están "comprometidos" y de éstos sólo 2.900 millones están "ya asignados", explica Steven Susens, portavoz de la Oficina de Gestión de Proyectos de Irak (PMO), creada por el Pentágono y administrada por la Coalición para la Autoridad Provisional que encabeza Paul Bremer. La PMO es el cuello de botella de todo el dinero estadounidense y la que coordina los proyectos para evitar que se dupliquen, pero las obras las supervisan tres organismos distintos: la Agencia Internacional de EE UU para el Desarrollo (USAID), el Cuerpo de Ingenieros del Pentágono y la propia PMO. La fricción entre los tres es el principal problema. Pero no el único.

Varias fuentes consultadas coinciden en que la reconstrucción de Irak está atrapada en un círculo vicioso de falta de personal, de materiales y de dinero. Los cortes de carreteras y las emboscadas impiden frecuentemente que parte de las plantillas acudan a sus puestos y que los materiales puedan llegar a sus destinos. Cientos de piezas de repuesto para la rehabilitación de infraestructura están retenidas en almacenes de Kuwait o Jordania. Y empresas como la británica Amec han optado por no despachar a más personal hasta que reciban especificaciones concretas para los trabajos de reparación de los sistemas de agua y alcantarillado (Amec ganó, conjuntamente con la estadounidense Fluor, una contrata de 1.100 millones de dólares).

La alemana Siemens paralizó hace un mes las obras que realizaba en la central eléctrica de Daura, en Bagdag, una de las más importantes del país, e incluso repatrió a su personal. "Por razones de seguridad", Siemens rehusa comentar si ha reanudado los trabajos. Otras dos empresas que decidieron el mes pasado paralizar los trabajos son rusas: Technopromexport, que repatrió a 375 trabajadores, e Interenergoservis que evacuó a un número indefinido después de que ocho de sus empleados fueran secuestrados durante 20 horas en Bagdag. Ambas reparaban turbinas y redes de tendido eléctrico.
La gigante americana General Electric también detuvo parte de sus trabajos. Su portavoz, Gary Sheffer, confirma a este diario que "ha habido retrasos a causa de la violencia en algunos proyectos, pero estamos comprometidos a finalizarlos. Nuestra prioridad es la seguridad de nuestros empleados". Las subcontratas de General Electric para reconstrucción de centrales eléctricas y de agua este año ascienden a 450 millones de dólares y podrían alcanzar los 3.000 millones para finales de 2005.

Del resto de las decenas de empresas occidentales en Irak ninguna, que se sepa, ha decidido retirarse por completo; la mayoría optó por un repliegue provisional durante los días más sangrientos de abril. Así lo confirman las dos principales, Bechtel, que tiene una contrata de 2.800 millones de dolares para infraestructura no petrolera, y Halliburton, que realiza labores de apoyo logístico a las tropas y participa en la reconstrucción petrolera como parte de una contrata abierta de 5.600 millones. La portavoz de Halliburton, Wendy Hall, indica que han "reforzado la seguridad", pero niega que tengan dificultades para reclutar a más personal tras la muerte de 20 de sus 24.000 empleados en Irak. "Nuestro personal conoce el peligro, pero le puedo asegurar que tenemos más de 100.000 solicitudes de trabajo".

Gran parte de la reconstrucción de infraestructura no petrolera la supervisa la USAID. El portavoz de esta agencia, Luke Zahner, señala que "el impacto de la violencia ha causado retrasos en distintos momentos en un 10% de las obras", pero aclara que "no se trata de una interrupción permanente" y sólo afecta a ciertas zonas, particularmente entre Bagdad y Nasiriya. El principal contratista de USAID es Bechtel, que a su vez ha subcontratado a cientos de empresas, la mayoría iraquíes. Los retrasos afectan ante todo la capacidad de producción de energía eléctrica en 12 centrales. Estaba previsto que esa capacidad alcanzara 6.000 kilovatios por día para junio, antes de que empiece el inclemente calor. Pero se ha retrasado al menos seis semanas.

La lentitud del avance, visto desde los despachos del Congreso tiene furiosos a muchos senadores y representantes. El senador demócrata Joe Biden ha pedido que se agilice la burocracia "como sea", a lo que Paul Bremer ha respondido solicitando que le permitan conceder contratas sin tener que pasar por el largo proceso de tramitación de concursos. Su propuesta está bajo estudio.

Un ejemplo del tapón burocrático es el reducido número de proyectos en curso de los que supervisa la PMO. "De 2.300 proyectos se han comenzado 38", dice Susens, el portavoz de ese organismo. La razón, explica, es la complicada tramitación de concesión de contratas. Desde que el organismo supervisor emite los requisitos del concurso hasta que seleccionan a una empresa, pueden pasar meses, y una vez que otorgan la contrata, van aprobando los diseños por fases. El contratista no cobra hasta que completa el trabajo.

Otro factor que está retrasando la reconstrucción es el alto coste de la seguridad, según Stuart Bowen, inspector general de la CPA. Él calcula que una cuarta parte de los 18.400 millones aprobados para las reparaciones se tendrán que destinar a la seguridad y, por tanto, restarlos de las obras. Para las empresas representa igualmente una enorme carga, porque las pólizas de seguro se han disparado. En el último mes se han duplicado. Asegurar a empleados de alto riesgo, como guardias de seguridad, puede ascender a unos 15.000 dólares. En caso de fallecer, el beneficiario cobraría un cuarto de millón de dólares. El equivalente en Afganistán costaría sin embargo una doceava parte.
Los precios de las pólizas están empezado a ahuyentar empresas, ante lo cual Washington está estudiando la posibilidad de crear un plan de seguro público, porque el peor golpe a la reconstrucción, dicen, sería una desbandada. El temor a que esa posibilidad se materialice de seguir aumentando la violencia, ha llevado al encargado de Irak en el Ministerio de Comercio, William Lash, a decir durante una reciente conferencia para atraer empresarios que "participar en la reconstrucción no es sólo una oportunidad de negocio, sino una obligación moral".

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Abuso sexual, mentiras y videos hunden la expedición de EU en Irak
por Walden Bello
La Jornada


El escándalo que sacude al gobierno de George W. Bush en torno a Irak es testimonio de lo cierto del refrán que dice que "una foto vale más que mil palabras". Hay, nos advierte el secretario de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, más imágenes, y según fuentes confiables incluyen fotografías y videos que muestran a tropas de su país violando y asesinando a detenidos iraquíes, hombres y mujeres. De hecho, algunos sitios de la red electrónica ya despliegan fotografías de militares de Estados Unidos violando tumultuariamente a una mujer iraquí y forzando a otra a darle sexo oral a un soldado.

El informe de la investigación sobre los abusos cometidos en el campo de concentración de Abu Ghraib, preparado por el mayor general estadunidense Antonio Taguba, habla de "evidencia visual extremadamente gráfica", alguna de la cual cubre los siguientes actos: disponer a los detenidos, por la fuerza, en varias posturas sexuales explícitas para luego fotografiarlos; forzar a los detenidos hombres, desnudos, a usar ropa interior de mujer; forzar a grupos de detenidos hombres a masturbarse mientras se les fotografía y se les graba en video; colocar una correa o una cadena de perro en el cuello de un detenido y hacer que una soldado pose con él para la foto; colocarle a un detenido desnudo un saco de arena en la cabeza, para luego disponerle alambres en los dedos de manos y pies y en el pene, para simular tortura con choques eléctricos; un policía militar ejecuta un acto sexual con una detenida; utilizar a incontrolables perros de ataque para atemorizar y morder a detenidos; "sodomizar a un detenido con una lámpara de mano y posiblemente un palo de escoba".

Ilegalidad sistemática

Los funcionarios estadunidenses se esfuerzan en enfatizar que estos abusos son obra de algunas cuantas manzanas podridas y que no surgen de la política estadunidense. ¿De veras? Según organizaciones de derechos humanos fueron asesinados el año pasado unos 10 mil iraquíes, en su mayoría civiles, a consecuencia del fuego arbitrario e indiscriminado, y muy pocas tropas estadunidenses, si acaso, fueron procesadas o siquiera sometidas a investigación. Rumsfeld mismo ha dicho con frecuencia que en la "guerra de América contra el terrorismo" los prisioneros no gozan de la protección de la Convención de Ginebra. Lo más importante es que la invasión de Irak no fue autorizada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, como tal, es violatoria de las leyes internacionales.

Si los líderes actúan unilateral e ilegalmente, los carceleros militares de Abu Ghraib tienen muy buenos modelos para su trato hacia los iraquíes. La diferencia con Bush y sus principales lugartenientes es que no son hipócritas. Washington habla mucho de "liberar" a los iraquíes mientras los destruye y devasta su tierra mediante la invasión y la ocupación. Los carceleros de Abu Ghraib se deshicieron de cualquier filo moral y tratan a los iraquíes sin restricciones civilizadas. Todo lo que entienden es que los prisioneros son el enemigo y los enemigos no tienen derecho alguno. El hecho de que se animen a tomar fotos digitales de sus depredaciones indica que no sienten que están haciendo algo malo. Como lo revela el informe Taguba, muchos soldados consideran el abuso a los detenidos como procedimiento operativo estándard (SOP, por sus siglas en inglés), mientras otros afirman que no hay SOP alguno.

La fórmula de la derrota

La combinación de un levantamiento popular en Fallujah, y otras ciudades, más el total colapso de cualquier legitimidad que tuviera la invasión y la ocupación a partir de las fotos mostradas, ha revertido los nomios de Estados Unidos en Irak. Conforme la población se torna rápidamente contra la guerra, Bush y sus asociados se desesperan por encontrar una estrategia de salida que les conserve por lo menos un resquicio de influencia estadunidense en Bagdad. No parecen encontrar alguna y, en cambio, miramos una especie de repetición escénica de los últimos días de la guerra de Vietnam: la presencia estadunidense continúa en condiciones de arrastre hasta que las tropas invasoras son final y definitivamente expulsadas. La derrota en Irak llegará, pero la pospondrán lo más que puedan.

La debacle de Estados Unidos en Irak hará más difícil cualquier intervención futura, debido a su carácter impopular entre el público estadunidense. Puede inclusive empujar a que Estados Unidos entre en una nueva fase aislacionista, y que se vuelque hacia adentro negándose a participar internacionalmente. Eso sería bueno para el resto del mundo, tanto tiempo desestabilizado por esta superpotencia que no tiene respeto por las leyes. El espectáculo de horror de Abu Ghraib le proporciona a los miembros de la coalición la excusa perfecta para retirar sus tropas de Irak. Pero decirle no a Washington requiere de valor moral y eso, por desgracia, es algo que anda escaso entre los regímenes dominantes de Londres, Roma, Tokio, Seúl y Manila.

* Director de Focus on Global South y premio Nobel Alternativo

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Israel, Irak y la barbarie
por Guillermo Almeyra
La Jornada


El Papa y el Vaticano se inquietan, con justa razón, ante los hechos en Irak que, dicen, amenazan la subsistencia misma de la civilización. Pero la política de Israel en Palestina, sostenida por Estados Unidos, no es menos bárbara que la que lleva a cabo Bush con la ocupación de Irak. Publicaciones europeas de los medios de negocios, como The Economist y el Financial Times, ambos de Londres, exigen a gritos la renuncia del secretario de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, mientras el gobierno español acusa directamente al de Estados Unidos de diseñar y aplicar desde noviembre último, al menos, una política inhumana y terrible de terrorismo militar en Irak, y la viuda de un carabinero italiano muerto en ese país conmueve a Italia declarando que su marido le había hablado reiteradamente, desde hacía meses, sobre las terribles torturas a los prisioneros iraquíes.

Como en siglos pasados, el vencedor militar recurre sistemáticamente a la destrucción de los bienes y de la cultura de los vencidos, a las violaciones, las torturas, la humillación de los prisioneros, su degradación humana, para tratar de asentarse sobre la base del terror.

Esta política terrorista, igual que la que aplica Israel en Palestina, se apoya sobre la convicción racista, propia de colonialistas neonazis, de que el pueblo que oprimen y degradan es inferior, incluso subhumano, como declararon en la Knesset israelí. La decisión inhumana de practicar el asesinato selectivo, cualquiera sea el costo en otras vidas, de los dirigentes palestinos que el gobierno de Israel considera que pueden y deben ser cazados como fieras; la discusión pública sobre la oportunidad de asesinar al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, y el tema de la expulsión masiva de millones de palestinos de sus propias tierras, retrotraen al mundo a épocas terribles superadas hace más de un milenio. El actual colonialismo israelí en Palestina o el estadunidense en Irak superan en horror al del siglo XIX y combinan el racismo clásico con el moderno terrorismo y racismo de Estado inaugurado por los nazis; la ignorancia histórica y el pánico de los ocupantes ante todo un pueblo -hombres, mujeres y niños- que lucha por su liberación igualan a los ocupantes israelíes con los estadunidenses y sustentan la maquinaria del terror de Estado.

El mundo debe poner fuera de la ley al gobierno de Israel y al de Estados Unidos por sus continuas y aberrantes violaciones a la legalidad internacional y a los principios mismos de la civilización, tal como lo hizo anteriormente con el régimen de los boers sudafricanos, cuyas atrocidades, sin embargo, eran menos terribles que las de Israel o las de Bush el asiático.

Los gobiernos que callan o consienten y que se niegan a elevar su protesta son cómplices de la destrucción de la civilización y de la condena a muerte de las Naciones Unidas, a las que Washington remplaza por el uber alles nazi.

La filosofía que rige las torturas en Irak es la misma que impera en Guantánamo y es la base de los sufrimientos impuestos al pueblo cubano y ahora a los sirios: la idea de la responsabilidad y culpabilidad colectiva de los pueblos. Cualquier iraquí puede ser asesinado o torturado porque hay iraquíes que resisten; todos los ciudadanos del país invadido son rehenes y víctimas potenciales del ocupante criminal y en cualquier momento los invasores pueden cometer asesinatos colectivos, como los que hicieron los nazis en Lídice y Oradour sur Glane, o los yanquis en Hiroshima, Nagasaki y My Lai.

Los planes israelíes de ocupar con colonos más territorios palestinos y de reducir a éstos a la supervivencia en pequeños enclaves aislados, que serían otros tantos bantustanes, sólo pueden ser aplicados mediante el terrorismo masivo. De ahí el terrible odio de la población palestina, que se expresa también en manifestaciones bárbaras, como la transformación en trofeos de los cadáveres de soldados israelíes muertos por la resistencia. Porque la barbarie de los fuertes origina y hace crecer también la de los agredidos, la de los cotidianamente humillados, y no solamente entre ellos sino también entre los millones de personas -árabes, sobre todo, pero no únicamente- que no creen en la vigencia de la legalidad internacional y de relaciones civilizadas y sólo confían en la violencia ciega para poder ser reconocidos como seres humanos. Quien siembra vientos recogerá tempestades, dice el proverbio.

La clave de la defensa de la civilización, desgraciadamente, está en manos del pueblo del cual salen los torturadores y que da el humus de barbarie e incultura que explica la subsistencia de los Bush y la impunidad de los Rumsfeld. Pese al racismo profundo que caracteriza su formación cultural (y que da la base a los Huntington, con sus teorías racistas contra los latinos), ese mismo pueblo pudo entender finalmente el carácter bárbaro de la destrucción sistemática de Vietnam, Laos y Camboya y acabar con una guerra infame. Hay que esperar, por lo tanto, que con la ayuda del repudio internacional a la barbarie estadunidense, el pueblo de Estados Unidos repudie a Bush e imponga la inmediata retirada de las tropas que martirizan al pueblo iraquí y la condena al gobierno racista y colonialista de Israel, que Bush prohíja y protege. Un llamado solemne al pueblo estadunidense de las organizaciones latinoamericanas y de todo el mundo no podría ser ocultado por los medios, sobre todo cuando parte de éstos trata de diferenciarse de la política criminal del Pentágono y de la Casa Blanca.

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Civilización y barbarie
por Jorge Elías
La Nación


Torturas y ejecuciones, caras de la misma moneda, representan el desafío de una guerra que, en realidad, trasciende a Irak

Aún estremecido medio mundo por las imágenes de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, Jacques Chirac frunció el ceño: "La humillación engendra reflejos violentos", afirmó el domingo.

¿Quiso ser reflexivo o quiso ser profético? Estaba con Tony Blair en el salón de fiestas del Elíseo, celebrando en una asamblea con 400 estudiantes sentados en semicírculo el centenario de la entente cordiale entre Francia y Gran Bretaña.

Horas después, la decapitación filmada de Nick Berg, norteamericano, 26 años, iba a coronar la conclusión de Chirac, fruto, quizá, de informes de inteligencia que presagiaban que una de las tantas sucursales ignotas de la sociedad anónima Al-Qaeda había cometido un crimen horrendo en represalia por los excesos de los llamados "súbditos del perro de Occidente (traducido, George W. Bush)" contra los presos iraquíes.

Torturas hubo siempre; no siempre trascendieron. Pero no siempre hubo convenciones internacionales, como la de Ginebra, aprobada en 1949, ratificada por los Estados Unidos, que vedan en forma explícita los daños físicos o morales a los prisioneros de guerra (los iraquíes, en este caso), así como las presiones y los tratos degradantes o humillantes.

Ni los congresistas norteamericanos que aprobaron la invasión de Irak, como el senador y candidato presidencial demócrata John Kerry, pudieron contener el aliento frente a las 1800 imágenes digitales, proyectadas en privado, en las cuales desfilaron presos sodomizados con bananas y obligados a mantener relaciones homosexuales, y mujeres que, aterradas, debían enseñar sus senos para alimentar el sadismo de sus carceleros.

¿Técnicas de ablande para obtener confesiones probadas en Guantánamo con los 600 detenidos en Afganistán que permanecen en un limbo legal?

Blair, en su reunión con Chirac en el Elíseo, procuró subestimarlas, más allá de la promesa de juzgar a los soldados británicos que hayan estado involucrados en situaciones similares. A tal punto procuró subestimarlas que recordó que era barman en París mientras su anfitrión, veinte años mayor que él, ya viajaba en coche oficial.

Traspaso del poder

El encuentro entre ambos, un acontecimiento histórico en coincidencia con los primeros latidos de la Europa ampliada, cedió el centro, como en todo cónclave de alto vuelo, a una duda monumental: ¿cómo salimos de ésta?

La apelación mutua, compartida hasta por Bush, consistía en que las Naciones Unidas, vapuleadas por la indiferencia de los arquitectos de la coalición, se hicieran cargo de la transferencia de la soberanía al pueblo iraquí después del 30 de junio.

Pocos creían que fuera posible, sin embargo: la bomba que hizo añicos la sede temporal de las Naciones Unidas en Bagdad, y liquidó a Sergio Vieira de Mello, selló la aversión de su secretario general, Kofi Annan (cuya cabeza se cotiza en oro en la lista de Al-Qaeda), a intervenir en forma directa sin invitación previa, más allá de la propuesta formulada al Consejo de Seguridad por su enviado especial a Irak, Lajdar Brahimi, para formar un gobierno provisional.

A su vez, la decapitación de Berg, mensaje de tono mafioso con sello terrorista, tuvo su correlato inmediato con otras escenas escabrosas: en Gaza, los integristas islámicos mostraban los trozos de seis soldados israelíes, como si de un festín caníbal se tratara, mientras las fuerzas de Ariel Sharon desplegaban sus tropas, como nunca en la historia, con tal de recuperarlos.

Fuentes de inteligencia han advertido, precisamente, que los prisioneros palestinos no reciben mejores tratos que los iraquíes y que, en realidad, todo pasa por una guerra no convencional entre grupos terroristas descentralizados, por un lado, y los Estados Unidos e Israel, por el otro.

La guerra, de ser así, comenzó antes de los atentados contra las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Antes de los Bush (padre e hijo) y antes de Bill Clinton y antes, tal vez, de Ronald Reagan, previendo el colapso de la Unión Soviética.

"Luchar y asesinar a los paganos donde quiera que se encuentren -dice el enmascarado que cita el Corán antes de cortar la cabeza de Berg-. La dignidad de los musulmanes de la prisión de Abu Ghraib vale el sacrificio de cuerpos y almas."

Vale, más que todo, como llamado a los jóvenes a unirse a la jihad (guerra santa) y tomar la espada contra "el perro de Occidente", prometiéndole ataúdes y ataúdes con hombres asesinados de la misma manera.

Golpe al corazón

Poco antes de la difusión del video del horror, mientras promediaba una jornada que no auguraba discusiones en público, Chirac y Blair se miraban cada tanto entre sí. Habían estado enfrentados por sus posiciones disímiles en el Consejo de Seguridad y no tenía caso reflotar las viejas rencillas, pero tampoco podían quedarse de brazos cruzados.

Como única solución del caos en Irak vieron una vuelta de tuerca hacia las instituciones, empezando por las Naciones Unidas. No convencidos, sin embargo, de que fuera el final de la guerra (de la otra guerra, digo) entre el terrorismo y los llamados infieles.

En su momento, Blair tuvo razón: advirtió con mayor convicción que Bush el peligro que suponía la convergencia de los Estados canallas (entre ellos, Irak, socio del eje del mal) y las armas de destrucción masiva con la irrupción del terrorismo. En su momento, Chirac también tuvo razón: no había indicios del presunto arsenal, según los inspectores de las Naciones Unidas; no había motivos, pues, para declarar una guerra insensata, por más que se tratara de tumbar a un dictador que oprimía a su pueblo.

Uno encabezó la cruzada de los decididos; el otro encabezó la cruzada de los descontentos. Resultado: perdieron los dos.

O, en realidad, perdimos los cabales frente a una disyuntiva aún peor que la guerra misma: no existe justificación alguna para los ritos macabros de los terroristas, pero tampoco existe justificación alguna para las torturas impartidas por aquellos que, como árbitros de los derechos humanos en el mundo, no han hecho más que inspirar la civilización, prometiendo democracia, por medio de la barbarie.

Entre los líderes árabes, hasta entre aquellos que bendijeron silenciosamente la guerra con tal de quitarse una espina como Saddam Hussein, provocaron indignación los elogios de Bush a su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuya sorpresiva aparición en la cárcel de Abu Ghraib sólo sirvió, si sirvió, para alentar a sus propias tropas y, en cierto modo, alentar a sus propios enemigos.

En especial, a Osama ben Laden. Ni él pudo haber imaginado que iba obtener mejor promoción para su causa que las fotos de la soldado Lynndie England mientras sostenía del cuello a un prisionero desnudo.

Más que Blair y Chirac, Voltaire tuvo razón: la civilización no suprime la barbarie; la perfecciona.


     
 

 

   
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