Editorial New York Times

John Kerry para Presidente

 

Autor: Editorial

Fecha: 26/10/2004

Traductor: Celeste Murillo, especial para PI

Fuente: New York Times


Editorial del 17/10/04 publicada por el New York Times en apoyo a la condidatura de Kerry

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El senador John Kerry va a la elección, basado más en su oposición a George W. Bush que en su propia candidatura. Pero durante el último año hemos llegado a conocer a Kerry como algo más que sólo una alternativa al status quo. Nos gusta lo que vimos. Tiene las cualidades que pueden ser la base de un gran jefe de gobierno, no sólo una modesta mejora para el cargo.

Nos sorprendió el amplio conocimiento y las ideas claras de Kerry -algo que quedó más claro en los debates. Está dispuesto a reevaluar las decisiones cuando las condiciones cambian. Y aunque el servicio militar de Kerry en Vietnam fue lo más promovido y por lo tanto lo que estuvo en la picota, toda su vida ha estado dedicada al servicio a la comunidad, desde la guerra hasta su trabajo como funcionario. Nos da, sobre todo, la imagen de un hombre con una fuerte moral.

No podemos negar que esta campaña se trata centralmente del desastroso trabajo de Bush. Hace casi cuatro años, después de que el Tribunal Supremo le concediera la presidencia, el Sr. Bush llegó al gobierno en medio de una expectativa popular de que reconocería su falta de mandato manteniendo una posición de centro. En lugar de eso, llevó el gobierno hacia la derecha radical.

Bush nombró a John Ashcroft, un favorito de la extrema derecha, con un historial de insensibilidad hacia las libertades civiles, como ministro de justicia. Envió al Senado un candidato con fuerte carga ideológica tras otro. Avanzó rápidamente en imponer una agenda anti-aborto, censurando páginas web del gobierno y restringiendo la investigación médica de embriones. Usó el peso del gobierno contra los esfuerzos de la Universidad de Michigan para otorgar oportunidades de admisión a estudiantes de minorías (étnicas, N de T), como lo hizo con estudiantes de áreas rurales o los recientes egresados.

Cuando la nación cayó en recesión, el presidente se mantuvo firme, no en generar empleos, sino en la guerra del ala derecha contra los impuestos a los ricos. Como resultado, el dinero que se podría haber sido utilizado para reforzar la Seguridad Social se evaporó, y así la posibilidad de proporcionar la financiación adecuada a los programas que el propio presidente había apoyado. El programa “Ningún Niño Dejado de Lado”, programa doméstico de su autoría, impuso estándares más altos a los sistemas escolares locales sin proporcionar suficiente dinero para alcanzarlos.

Si Bush hubiera querido establecer una marca en un tema en el que republicanos y demócratas han hecho una causa común hace mucho tiempo, podría haber elegido el medioambiente. Christie Whitman, ex gobernadora de Nueva Jersey, elegida para presidir la Organización de Protección del Medio Ambiente, venía de una tradición bipartita. Pero abandonó el cargo después de tres años de luchar inútilmente contra los ideólogos y lobistas industriales, que Bush y el vicepresidente Dick Cheney nombraron en los demás puestos importantes del área. El resultado fue un debilitamiento sistemático de las regulaciones de seguridad sobre el espectro completo de temas ambientales, desde el aire limpio hasta la protección de la naturaleza.

El presidente que perdió por el voto popular obtuvo un verdadero mandato el 11 de septiembre de 2001. Con el país de luto unido detrás de él, Bush tuvo una oportunidad incomparable de pedir casi cualquier sacrificio compartido. El único límite era su imaginación.

Pidió otro recorte de impuestos y la guerra contra Irak.

La negativa del presidente de abandonar su agenda de recortes de impuestos cuando la nación entraba en la guerra es quizás el ejemplo más espantoso de su incapacidad de cambiar las prioridades ante circunstancias drásticamente alteradas. Bush no sólo privó al gobierno del dinero necesario para su propia iniciativa de educación o el proyecto de ley de medicamentos prescriptos del Medicare (programa de salud, N de T). También hizo de los recortes impositivos una prioridad más importante que hacer lo necesario para la seguridad de Estados Unidos; el 90 por ciento de las descargas diarias en los puertos de la nación siguen todavía sin ser inspeccionado.

Junto a la invasión de Afganistán, que tuvo un apoyo nacional e internacional casi unánime, Bush y su ministro de justicia establecieron una estrategia para una guerra antiterrorista en casa, que tuvo todas las marcas distintivas del método de la administración: una obsesión nixoniana (en relación al ex presidente Nixon, N de T) acerca del secreto, la falta de respeto a las libertades civiles y un manejo inadecuado.

Ciudadanos norteamericanos fueron detenidos por largos períodos sin permitir el acceso a abogados o familiares. Los inmigrantes fueron acorralados y obligados a permanecer en condiciones, que el mismo inspector general del Departamento de Justicia veía como “innecesariamente duras”. Los hombres capturados en la guerra afgana fueron detenidos e incomunicados sin ningún derecho de cuestionar su confinamiento. El Departamento de Justicia se transformó en una especie de “porrista” a favor de ignorar leyes y tratados internacionales vigentes durante décadas que prohíben el tratamiento brutal de prisioneros de guerra.

El Sr. Ashcroft apareció repetidas veces en televisión anunciando arrestos sensacionales de personas que resultaron ser o bien inocentes, inofensivas o partidarios de muy bajo nivel de Osama bin Laden que, aunque desearan quizás hacer algo terrible, carecían de los medios necesarios. El Departamento de Justicia no puede proclamar ninguna prosecución exitosa importante relativa al terrorismo, y derrochó mucha confianza y paciencia que los norteamericanos le dieron en 2001. Otras naciones, percibiendo que la vasta mayoría de los presos largamente detenidos en Bahía Guantánamo venía de la misma línea de incompetentes e ineficaces, o inocentes desafortunados, y al ver las atroces fotografías de la prisión de Abu Ghraib en Bagdad, se impactaron al ver que la nación que supuestamente debería establecer el estándar mundial de derechos humanos podría comportarse de esa manera.

Como los recortes de impuestos, la obsesión de Bush con Saddam Hussein pareció algo más cercano al fanatismo que a la política. Vendió la guerra a los norteamericanos, y al Congreso, como una campaña antiterrorista aunque Irak no tenía relaciones conocidas con al Qaeda. Su más espantoso alegato fue que era probable que Saddam Hussein consiga armas nucleares. Esto se basó en dos piezas de evidencia. Una era una historia acerca de un intento de comprar materiales críticos en Nigeria, producto de rumores y falsedades. La otra evidencia, la compra de tubos de aluminio, que la administración dijo que estaban destinadas a proyectos nucleares, fue confeccionada por un analista de bajo nivel y fue desacreditada completamente por investigadores internacionales y de la administración. Los miembros más importantes del gobierno sabían esto, pero la operación siguió de todos modos. Ninguno de los principales consejeros del presidente fue responsabilizado por sus tergiversaciones a los norteamericanos o por su mal manejo de la guerra que siguió.

A la atrocidad internacional alrededor de la invasión norteamericana se le suma ahora un sentido de desdén por la incompetencia del esfuerzo. Líderes árabes moderados que procuraron introducir una mínima democracia están “manchados” por su conexión con una administración que es ahora radioactiva en el mundo musulmán. Las cabezas de estados “villanos”, incluso Irán y Corea del Norte, han aprendido decididamente que la mejor protección contra un ataque preventivo norteamericano es adquirir armas nucleares ellos mismos.

Tenemos temores específicos acerca de lo que sucedería en un segundo gobierno de Bush, especialmente respecto al Tribunal Supremo. Su trayectoria hasta ahora nos da muchas razones para preocuparnos. Gracias a Bush, Jay Bybee, el autor del famoso memo del Departamento de Justicia, justificando el uso de torturas como una técnica de interrogatorio, es ahora juez federal del tribunal de apelaciones. Otra elección de Bush, J. Leon Holmes, un juez federal de Arkansas, escribió que las esposas deben ser subordinadas a sus maridos y comparó a los activistas por el derecho al aborto con los nazis.

Bush sigue enamorado de los recortes de impuestos pero jamás frenó a los legisladores republicanos de autorizar un gasto masivo, incluso para proyectos que él no apoya, como el aumento de ayuda a las granjas.

Si gana la reelección, los mercados financieros nacionales e internacionales sabrán que la temeridad fiscal continuará. Junto con desequilibrios récord de comercio, que aumentan las posibilidades de una crisis financiera, como un descenso incontrolable del dólar, y tasas de interés a largo plazo más altas.

La Casa Blanca de Bush nos ha dado siempre los peores rasgos de la derecha norteamericana sin ninguna ventaja. Nos da los objetivos radicales pero no la administración eficiente. El manejo del programa “Ningún Niño Dejado de Lado” de parte del Departamento de Educación ha sido fuertemente politizado e inadecuado. El Departamento de Seguridad Nacional es famoso para sus alarmas inútiles y su incapacidad de dar ayuda antiterrorista para las verdaderas amenazas. Sin proporcionar suficientes tropas para asegurar apropiadamente Irak, la administración ha manejado tan mal los recursos de nuestras fuerzas armadas que la nación no está preparada para responder a una crisis en ningún otro lugar del mundo.

El Sr. Kerry tiene la capacidad de hacerlo mucho, mucho mejor. Nos sentimos aliviados de que sea un fuerte defensor de los derechos civiles, que removerá las restricciones innecesarias a la investigación médica de células embrionarias y que entiende el concepto de la separación de la iglesia y el estado. Apreciamos su sensato plan para proporcionar cobertura médica a la mayoría de la gente que no la tiene actualmente.

Kerry tiene un paquete agresivo, y a veces innovador, de ideas acerca de la energía, en respuesta al calentamiento global y la dependencia del petróleo. Es un viejo defensor de la reducción del déficit. En el Senado, trabajó con John McCain para restaurar las relaciones entre los Estados Unidos y Vietnam, y encabezó investigaciones acerca de la manera en que el sistema financiero internacional ha sido utilizado para permitir el lavado de dinero de droga y terrorismo. Siempre comprendió que el papel apropiado de Estados Unidos en asuntos internacionales es el de líder de una comunidad de naciones, y no de dominación “como yo lo digo o nada” (my-way-or-the-highway es la forma que utilizan los críticos de la política exterior de Bush, N de T).

Miramos hacia atrás en los pasados cuatro años con los corazones casi rotos, tanto por las vidas perdidas innecesariamente como por las oportunidades desaprovechadas. Muchas veces, la historia invitó a George W. Bush a jugar un papel heroico, y muchas veces él eligió el curso equivocado. Creemos que con John Kerry como presidente, la nación estará mejor.

Votar a un presidente es un acto de fe. Un candidato puede explicar sus posiciones y terminar gobernando con un Congreso hostil que no le permita avanzar. Un desastre puede terminar con los mejores planes. Todos los ciudadanos pueden hacer una combinación de conjetura y esperanza, examinando lo que los candidatos han hecho en el pasado, sus aparentes prioridades y su carácter general. Es sobre estas tres bases que adherimos entusiastamente a John Kerry para presidente.


     
 

 

   
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