Norman Mailer

"Una victoria de Bush sería una ironía inolvidable"

 

Autor: Norman Mailer

Fecha: 30/10/2004

Traductor: Joaquín Ibarburu

Fuente: Revista Ñ



Una victoria de Bush podría tomarse como una de las ironías inolvidables de nuestro país. No hace falta volver a hablar de las mendacidades, las manipulaciones y la mediocridad espiritual de los años que siguieron al 11 de septiembre. Llegó la hora de recuperarse de la conmoción de que todo indica que un historial semejante (así como semejante negación a ver ese historial) puede prevalecer. ¿Quiénes somos, entonces? ¿En qué tipo de estado se encuentra la población estadounidense? Una rápida mirada a nuestras estrellas de cine nos da una pista. La izquierda liberal se identifica con actores como Warren Beatty y Jack Nicholson, que apelan a nuestro cinismo e idealismo frustrado. El centro estadounidense, sin embargo, desplazó sus lealtades de la dignidad de Gary Cooper a la rigidez y la autocomplacencia de John Wayne. Ahora tenemos la apoteosis de Arnold Schwarzenegger. Se llevó las palmas en el Garden cuando informó a los Estados Unidos, por medio de su contundencia física, que si el país alguna vez se viera en el trance de necesitar un dictador, él, Arnold, podría ser el mejor perfil desde la época de Benito Mussolini.

En 1983, 241 infantes de marina murieron como consecuencia de un atentado terrorista con explosivos en Beirut. Dos días después, el 25 de octubre, Reagan envió 1.200 infantes de marina a Grenada, a casi 5.000 kilómetros de distancia de Beirut. Cuando la campaña llegó a su fin, la fuerza de invasión había llegado a los 7.000 infantes de marina. Los Estados Unidos sufrieron 19 bajas, mientras que murieron 49 soldados del ejército de Grenada así como también 29 trabajadores de la construcción cubanos. El comunismo ya estaba liquidado en el Caribe (excepto ese asuntito de Castro y Cuba). Tras esa victoria sobre un enemigo heterogéneo, Reagan se sintió lo suficientemente estimulado como para aceptar que sus seguidores proclamaran que los Estados Unidos habían puesto fin a la vergüenza experimentada en Vietnam. Reagan entendió lo que los estadounidenses querían. Era más importante que nos dijeran que gozábamos de buena salud que estar sanos.

Bush y Karl Rove, el responsable de la campaña, extendieron la magnitud de esa perspectiva. Trabajaron sobre la premisa de que los Estados Unidos eran un lugar sumamente inseguro. En tanto imperio, somos nuevos ricos. Tratamos de superar la incomodidad implícita en esa condición amasando fortunas. Lo peor que se puede decir de los Estados Unidos a medida que nos deslizamos hacia el fascismo (que puede convertirse en nuestro destino si caemos en una depresión o sufrimos una serie de atentados catastróficos), es que esperamos desastres. Los aguardamos. Nos transformamos en un país culpable. En algún punto de la confusión de la conciencia nacional, sabemos que estamos atrapados en la pequeña contradicción de amar a Jesús los domingos y codiciar una fortuna el resto de la semana. ¿Cómo no vamos a necesitar que alguien nos diga que somos buenos y puros y que se esforzará para que estemos a salvo? Para Bush y Rove, el 11 de septiembre fue como ganar la lotería. La presidencia es un papel, y George podría haberse convertido en un exitoso actor cinematográfico de haberse encontrado solo. La tarea actual de Kerry es fustigar el machismo de pacotilla de Bush. ¿Cómo hacerlo? La única verdadera oportunidad que tendrá Kerry será la de los debates, que son una instancia de enfrentamiento más directo. Kerry tiene que dominar a Bush sin volver la vista a sus propios asesores, que le recomiendan: "¡John, que no se te considere cruel, ya que así perderás a las mujeres!" Al contrario. Kerry tiene que ganarse a los hombres. Tiene que despedazar a Bush en público. Para cuando terminen los debates, tiene que haber conseguido borrar la mueca de asco de Bush y presentarse como la alternativa legítima, como un héroe cuya reputación calumnió un vago. No será una tarea rutinaria. Bush es mejor actor. Personificó a hombres más masculinos que él durante muchos años. Kerry tiene que convencer a parte del público nuevo de que su rival es en realidad un timorato que usa la inflexibilidad como forma de demostrar a los Estados Unidos que es fuerte. Después de todo, Bush apunta a los estúpidos. También ellos son inflexibles; también saben que abrazar la propia estupidez puede convertirse en una cierta fuerza, siempre y cuando nunca se cambie de opinión.

Hay un subtexto que Kerry puede usar. Bush, después de todo, no está acostumbrado a trabajar solo en medios hostiles. Lo cuidan desde hace años. Es cruel, pero es cierto que tiene la vulnerabilidad de un ex alcohólico.

La gente de Alcohólicos Anónimos habla de sí en términos de "alcohólicos en recuperación". Consideran que, aunque ya no se tome, se sigue experimentando cierta sensación de inquietud en relación con el alcohol. El impulso puede resistirse con la fe en que Dios apoya los esfuerzos por mantener la sobriedad. Renunciar a la bebida puede haber sido el acto más heroico de la vida de George W., pero ahora los Estados Unidos podrían estar pagando el precio. La religiosidad de George W. se convirtió en un ungüento que cubre toda la locura del alcohólico en recuperación que aún respira en su interior.

Estas palabras sombrías se escribieron antes del primer debate del 30 de septiembre. Las siguió una afirmación aún más sombría: "En esta era de ironías revulsivas, tal vez la más desagradable sea que tenemos que apostar nuestras esperanzas a una serie de enfrentamientos cuya historia previa rara vez brindó más que alguna que otra frase a los participantes y apnea a los espectadores. ¡Dios salve a América! Tal vez no lo merezcamos, pero podríamos aprovechar la ayuda del Señor. En lo que más confía Bush, después de todo, es en que el diablo nunca lo abandone en un momento de necesidad. Su único error es que él cree que es el Hijo el que le habla."

El debate, sin embargo, proporcionó sorprendentes motivos para el optimismo. Kerry estaba en su mejor momento: conciso, fuerte, casi exultante en el virtuosismo de su capacidad. Pudo decir lo que quería a pesar de las rígidas reglas del debate. Y Bush estuvo en su peor momento. Se lo veía deteriorado. Estaba fuera de su elemento y cansado de hacer campaña. Hay veces en que un hombre hace tanta campaña que sigue funcionando sólo por inercia. Hasta el rostro de Bush se había convertido en una desventaja. Se lo veía irritable y preocupado. Durante años había podido hablar libre de debate; siempre había podido proferir su himno patriótico doméstico sin interrupción. Esta vez, en los noventa minutos con turnos formales durante los cuales la cámara captaba en ocasiones sus reacciones petulantes mientras Kerry hablaba, parecía lo suficientemente desgraciado como para tomarse un trago. La mayor parte de eso se vio en un gran televisor moderno, y el veredicto parecía claro. Kerry había ganado por un amplio margen. El único mérito de Bush era que había participado sin cometer ningún error irremediable. Todo indicaba que Kerry mejoraría su posición en las encuestas. Sólo había un reparo. Los primeros veinte minutos del debate se habían visto en el tipo de televisor de dimensiones modestas que la mayor parte de los estadounidenses usaría. En ese aparato, se veía un debate algo distinto. Karl Rove se había anotado otro punto. La ubicación de las cámaras favorecía a Bush. Su cabeza ocupaba más centímetros cuadrados de pantalla que la de Kerry. En televisión, eso supone la mitad de la batalla. Kerry parecía largo y flaco al hablar en lo que parecía un plano medio, mientras que Bush tenía muchos primeros planos. Esa ventaja desaparecía parcialmente en el televisor grande. Ahí la expresión de cada uno de los hombres era clara, y sus puntos fuertes y débiles se hacían evidentes. En un aparato chico, sin embargo, parte de la ventaja cinematográfica resultaba contraproducente.

Habrá que esperar las encuestas. ¿Serán tan sesgadas como los ángulos de cámara? En estos días parece que vivimos en un caleidoscopio de ironías. ¿Aún falta lo peor? Si es una elección reñida, las máquinas de votación electrónicas están listas para acrecentar todo recuerdo execrable de Florida 2000. Tal vez ya no sea Jesús o Alá quien controla nuestro destino, sino que haya llegado el momento de que los dioses griegos tengan una segunda oportunidad. Después de todo, en lo que respecta al destino, fueron los primeros en concebir las ironías.



     
 

 

   
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