Ariel Dorfman

Kerry también debe vencer a los antiintelectuales

 

Autor: Ariel Dorfman

Fecha: 30/10/2004

Traductor: Joaquín Ibarburu

Fuente: Los Angeles Times y Clarín



¿John Kerry es demasiado inteligente para ser presidente de los Estados Unidos? Fue lo que sentí de manera instintiva la primera y única vez que estuve con él, durante un almuerzo en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, en 1998. Era sutil, hacía numerosas referencias históricas y culturales, se explayaba sobre cada punto con agudeza y abundancia de matices. Luego le comenté a uno de sus colaboradores que, lamentablemente, pensaba que su inteligencia podía resultar el principal impedimento para que un hombre como él llegara a la Casa Blanca.

Tantos años después, en momentos en que la mayor parte de las encuestas aún indica que George W. Bush aventaja a su oponente luego de tres debates en los que Kerry demostró ser más coherente, reflexivo, flexible y capaz de entender un mundo cada vez más peligroso, me temo que tenía razón. De todos modos, me sigue pareciendo inconcebible que alguien tan incompetente, incoherente y obtuso como Bush pueda tener casi la mitad de los votos de sus compatriotas.

¿Es que a los estadounidenses les gusta el efecto de ignorancia de Bush? ¿O es que Kerry les parece demasiado elitista? ¿Pretencioso? ¿Consideran que su complejidad es una blandura afeminada excesiva? Desafortunadamente, ese antiintelectualismo tiene una larga historia en los Estados Unidos.

La primera vez que experimenté ese extendido prejuicio fue cuando era un chico latinoamericano de diez años en la Nueva York de 1952. Era año de elecciones, y yo me encontraba en la Escuela Dalton de la Calle 89, un bastión de los estadounidenses progresistas. No tenía dudas de que "mi" candidato, Adlai Stevenson, uno de los hombres más lúcidos y cultos del país, iba a derrotar a Dwight D. Eisenhower, un general que se jactaba de que prefería jugar al golf a leer un libro. En un simulacro electoral, la votación en mi clase fue de veintisiete (Stevenson) contra uno (Eisenhower).

Unos días después, en las elecciones reales, la abrumadora mayoría del pueblo estadounidense se decidió por "I like Ike" y contra "intelectual" Adlai. Cuando le pregunté a mi padre cómo era posible que la gente rechazara a alguien tan inteligente y educado como Stevenson, me explicó que se trataba de una aberración transitoria, de vestigios malsanos de macartismo, que habían convencido a muchos estadounidenses de que, en momentos de un gran peligro nacional, ser un intelectual equivalía a ser un traidor.

Sin embargo, no fue una aberración, y sin duda no fue transitoria. Once años después, Richard Hofstadter publicaba Anti-Intellectualism in American Life (El antiintelectualismo en la vida estadounidense), un libro que ganó el Premio Pulitzer y que exploraba las profundas raíces del rechazo por todo aquel "que usa más palabras que las necesarias para decir más que lo que sabe", como afirmó Eisenhower de forma bastante ocurrente.

Según Hofstadter, el antiintelectualismo tuvo sus orígenes en características estadounidenses anteriores a la fundación de la Nación: la desconfianza ante la modernización laica, la preferencia por soluciones prácticas y comerciales a los problemas y, por sobre todas las cosas, la influencia devastadora del evangelismo protestante en la vida cotidiana. Todo el que lea ese libro magistral quedará asombrado al ver cómo anticipa y hasta vaticina el ascenso de los neoconservadores y el fundamentalismo cristiano en el Washington actual.

Hofstadter parece escribir en 2004 cuando afirma: "La mente fundamentalista es esencialmente maniquea; piensa que el mundo es el escenario del conflicto entre el bien absoluto y el mal absoluto y, por lo tanto, desprecia los acuerdos (¿quién pactaría con Satanás?) y no puede tolerar ninguna ambigüedad. No puede dar ninguna importancia a lo que considera meros grados ínfimos de diferencia."

Esa disposición mental bien podría ser la clave de por qué tantos estadounidenses admiten que Kerry puede haber ganado los debates pero no puede convencerlos con su fina argumentación de que voten por él o cambien de opinión.

Puede pasar que una cantidad suficiente de votantes indecisos haga a un lado sus temores y elija a Kerry. Puede pasar que Irak, la pérdida de puestos de trabajo, el aumento de los costos de la atención médica y muchas cosas más les hagan ignorar el hecho de que Kerry es alguien con quien no querrían "compartir una cerveza."

Hace más de un siglo y medio, en el mismo estado de Massachusetts que Bush fustigó en cada discurso, vivía en la ciudad de Boston, no lejos de donde Kerry tiene su casa, a un hombre llamado Ralph Waldo Emerson. Fue sin duda el intelectual norteamericano más destacado del siglo XIX, y en The Conduct of Life escribió estas palabras premonitorias: "Nuestra América tiene mala fama de superficial. Los grandes hombres, las grandes naciones, no fueron jactanciosos ni bufones, sino que percibieron el terror de la vida y le hicieron frente."

Esperemos que, tantos años después, sus compatriotas no teman elegir a un hombre que piensa que la mejor manera de derrotar a los múltiples terrores de hoy y mañana es mediante una inteligencia de la que ningún ser humano debería avergonzarse.



     
 

 

   
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