16/04

> Asi lo ven... los medios internacionales

 

Autor: Varios

Fecha: 16/4/2004

Fuente: Varias


Bush, más que Sharon
Editorial

El país

Seguramente se veía venir, pero han caído como un terrible mazazo, sobre todo en Europa, las palabras con que el presidente de EE UU, George W. Bush, en compañía del primer ministro israelí, Ariel Sharon, anunciaba el fin de una política que databa de 1967, abandonando cualquier vestigio de mediación para alinearse con las posiciones de la derecha israelí. Washington apoya el plan de Sharon que pretende anexionarse la mayor parte de los asentamientos israelíes en Cisjordania, verdaderas ciudades en las que viven más de 200.000 colonos, aunque se retire de la franja de Gaza.

La posición oficial de Washington había sido hasta ahora la de que los asentamientos eran un obstáculo para la paz, y que toda modificación de las fronteras anteriores a la guerra de 1967 tenía que ser negociada por las partes. El presidente Bush, movido por sus deseos electoralistas de atraerse el voto judío y fundamentalista cristiano en noviembre, desprecia, así, los mandatos de la ONU, y notablemente la resolución 242, que exige la retirada israelí a las líneas anteriores a la guerra; se carga su propia Hoja de Ruta, que subraya la necesidad de poner fin al crecimiento de las colonias, que ahora reciben barra libre; ofende al Cuarteto que la UE, Rusia y China conforman junto a EE UU, y ahonda el foso con una Europa que comparte al menos la idea de que no cabe un arreglo territorial basado en la fuerza, sea por el terrorismo palestino o por la imposición unilateral de la derecha israelí.

En la impotencia más absoluta, los palestinos convocan reuniones -de la Liga Árabe, de la Conferencia Islámica- y el presidente Arafat reivindica el regreso de los refugiados a Israel, otro desiderátum, pero éste sí que de imposible cumplimiento; la UE rechaza el trazado unilateral de fronteras y debatirá hoy y mañana este cambio en la reunión informal de ministros de Exteriores. ¿Qué le dirá a Bush, hoy, el primer ministro británico, Tony Blair, al que ningún seguidismo de Washington debe ocultar que la iniciativa de EE UU es la mejor receta para una guerra terrorista de otros 100 años?

Lo menos que cabe decir de la posición de Washington es que ha venido a arrojar un mar de aceite hirviendo sobre el fuego de un mundo árabe e islámico -y no sólo entre los partidarios de Al Qaeda- en el que gana fuerza cada día el peligroso convencimiento de que el gran enemigo es Estados Unidos. Y el odio sobrante le tocará pagarlo a Europa.

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Es hora de enviar a la Brigada Wolfowitz
Paul Kennedy

El País

Las noticias que llegaban de Irak a principios de mes difícilmente podían ser más sombrías: los cadáveres quemados y mutilados de los empleados de una empresa de seguridad colgados de un puente sobre el río Éufrates, una visión tan estremecedora que las muertes casi simultáneas de cinco soldados estadounidenses se vieron relegadas a un espacio mucho menor, casi como una nota a pie de página. El fin de semana siguiente, miles de seguidores de Múqtada al Sáder, un clérigo chií, atacaron las comisarías y los edificios públicos de varias ciudades. Al menos ocho soldados estadounidenses y 40 iraquíes murieron; hubo centenares de heridos. El lunes día 5, la coalición liderada por Estados Unidos anunció planes para detener a Al Sáder, acusado del asesinato de un clérigo rival. En Faluya, donde portavoces militares estadounidenses prometieron que las atrocidades no quedarían impunes y que las represalias serían abrumadoras, los marines empezaron la Operación Resolución Vigilante. Cortaron todas las carreteras, vallándolas con alambrada en concertina. Quizá el área de Faluya pronto reproduzca esas escenas que contemplamos en la franja de Gaza, cuando el Ejército israelí responde al ataque palestino más reciente.

Pero, independientemente de lo que ocurra en Faluya, ¿por qué no dar al fuertemente presionado Ejército y a los infantes de Marina estadounidenses que se encuentran en Irak un refuerzo masivo? Ciertamente lo merecen, en vista de la excesiva carga a la que está sometido su personal. El sábado 3 de abril, el corresponsal de The Guardian en Washington envió una preocupante y espeluznante crónica en la que indicaba que el Pentágono, sometido a enormes presiones para encontrar tropas para la campaña de Irak, está obligando a volver al campo de batalla a soldados que no se encuentran en las condiciones adecuadas. No se trata sólo de soldados que sufren tensión psicológica; algunos de ellos se están recuperando aún de lesiones cerebrales, cirugía de garganta y trastornos de espalda, con la consecuencia de que tienen que volver a la enfermería poco después de llegar a Bagdad. Si es así, es una noticia repugnante. Da a entender que los políticos han minusvalorado terriblemente los costes de esta guerra y resalta la necesidad de un refuerzo inmediato. ¿Por qué no combinar esos dos factores en uno? Al fin y al cabo, hay una gran fuerza de reserva disponible para ser desplegada en Irak y ansiosa por hacer que la operación estadounidense sea un éxito total. ¿Dónde está esa reserva no explotada?, se preguntarán ustedes. Naturalmente, reside en esas falanges de neoconservadores estadounidenses, gurús de derechas, periodistas radicales y expertos de fundaciones especializadas que hace 20 meses aseguraron al aturdido pueblo estadounidense y a sus políticos que la conquista de Irak no sería difícil, y que nuestras tropas estarían de vuelta en sus bases después de que se descubrieran las armas de destrucción masiva; que el pueblo iraquí daría la bienvenida a los liberadores estadounidenses en cuanto hubieran quitado de en medio al desagradable Sadam; que exiliados como Ahmad Chalabi serían recibidos con los brazos abiertos y asumirían rápidamente posiciones de poder, y que las dudas expresadas por el secretario general y por algunos miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas podían descartarse sin que eso supusiera desventaja alguna para Estados Unidos. Algunos neoconservadores llegaron incluso a afirmar que, una vez tomada Bagdad, las tropas estadounidenses podrían virar a la izquierda para marchar sobre Damasco, o a la derecha, para marchar sobre Teherán.

A este gran refuerzo lo he llamado la Brigada Wolfowitz, en honor al subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, que en general se considera la fuerza motriz intelectual que impulsa la iniciativa neoconservadora para aplastar a los países rebeldes y demostrar el poderío estadounidense. También es autor de la idea de que Estados Unidos debe mantener para siempre su primacía mundial, y por todos los medios necesarios. Y, sin embargo, si uno lee el perturbador libro de James Mann Rise of the vulcans; the history of Bush's war cabinet (El ascenso de los 'Vulcanos': historia del gabinete de guerra de Bush), Wolfowitz está claramente bien acompañado por huestes como Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Richard Perle, Douglas Feith y, a un nivel menor, toda esa enorme cantidad de partidarios de la política de fuerza que llenaron las ondas y las páginas de opinión en los meses previos a la guerra. También podrían reclutar y enviar a Irak a partidarios del "imperio estadounidense", como Max Boot y Niall Ferguson, ambos muy doctos en la experiencia imperial británica en Oriente Próximo y que animaron a Estados Unidos a seguir ese ejemplo. Mi propuesta es que deberíamos reclutarlos a todos, ponerles de uniforme y enviarlos al frente de Faluya y a otros. Vistos colectivamente, podríamos considerarlos un nuevo tipo de arma de destrucción masiva. Realmente aterrorizan a la gente. ¿Podría alguno eludir la movilización por causa mayor? No creo que la discapacidad o la edad avanzada debieran tenerse en cuenta; el Ejército alemán usó a muchos oficiales mancos o ya retirados para misiones de espionaje en la II Guerra Mundial. Sin embargo, el que alguno de ellos tuviera un hijo o una hija prestando servicio en Irak sería una excusa sólida, basándose en el principio establecido por el antiguo Ejército imperial ruso de que no se debía permitir que demasiados miembros de una misma familia se vieran expuestos a la lucha. ¿Pero cuántos de estos partidarios de envíos masivos de fuerzas estadounidenses al extranjero tienen realmente familiares cercanos en las trincheras?

Naturalmente, estoy siendo irónico. Ninguno de ellos -ninguno- va a abandonar su cargo civil, sus grupos de estudios especializados, sus columnas fijas y sus lucrativas asesorías para unirse a la soldadesca en el terreno que rodea Bagdad. Ellos querían esta guerra. Ahora la tienen, y está resultando más sangrienta y cara de lo que nunca imaginaron. Pero, ¿ha dicho alguno de ellos públicamente que estaban realmente equivocados y lo sienten? ¿Ha dicho alguno que verdaderamente necesitamos a Naciones Unidas para que esto salga adelante? ¿Ha reconocido alguno de ellos el error, como hizo Winston Churchill después de su propuesta y fracasada operación de Gallipoli en 1915-1916, y solicitadovolver a combatir en el Ejército? No lo creo. Estos tipos no son capaces de admitir errores. De ahí las ondas sísmicas que se produjeron en Washington cuando Richard Clarke, ex director del servicio antiterrorista, se disculpó personalmente ante las familias de las víctimas de los atentados del 11-S. La afirmación hecha por Clarke de que en un principio el Gobierno de Bush había subestimado al terrorismo no sólo provocó ira; también despertó incredulidad por el hecho de que fuera necesario disculparse alguna vez por algo. A esta fuerza se le podría denominar también la Brigada del Orgullo Desmesurado, en completo rechazo.

Mientras tanto, estamos atascados en Faluya, en Tikrit, en Bagdad y en otros lugares, sin demasiadas pistas sobre qué hacer. La situación es tan confusa que hasta la mayoría de los que se oponen se mantienen en silencio; no podemos volver (es decir, huir sin más), pero no vemos una salida clara. Todas las críticas izquierdistas a lo que Jerry Bremen, administrador principal estadounidense, está intentando hacer me parecen mal enfocadas; tiene que potenciar la ley, el orden y la estabilidad. Pero el Gobierno al que representa, incitado por los "Vulcanos", subestimó completamente la tarea. Cuando los británicos entraron en Egipto para cambiar el régimen de dicho país en 1882, la oposición advirtió contra el "cautiverio de Gladstone en Egipto". ¿Cómo conseguiremos nosotros escapar del cautiverio de Bush en Bagdad? Incluso aunque Kerry lo sustituya, ¿cuál es el plan? De alguna manera, tendremos que encontrar esa solución, probablemente siendo menos unilateralistas que antes, probablemente llegando a un compromiso sobre nuestra proclamada insistencia en proporcionar a Irak una democracia plena e inmediata. Pero será un tema difícil, gobierne quien gobierne. Aun así, el dolor, las adversidades y el coste podrían parecer más soportables, y más tolerables, si observásemos al menos ciertos signos de arrepentimiento público por parte de los muchos ardientes guerreros de sillón de la Brigada Wolfowitz que, ahora mismo, parecen extrañamente callados.


* Paul Kennedy es catedrático Dilworth de Historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, y autor o editor de 16 libros, entre ellos Auge y caída de las grandes potencias. Traducción de News Clips.

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Religión y violencia
Antonio Elorza

El País

Mi última estancia en París se convirtió en un viaje imaginario a Camboya, desde la visita al Museo Guimet, con sus espléndidos fondos procedentes de Angkor, a la conversación camino del aeropuerto con un taxista camboyano que había perdido toda su familia en el genocidio de los jemeres rojos entre 1975 y 1979. Casi dos millones de víctimas en un país de ocho millones de habitantes. Entre medias, asistí a la proyección del documental S-21, de Rithy Panh, sobre Tuol Sleng, el antiguo centro de enseñanza de la capital camboyana, convertido por Pol Pot en centro de exterminio. Allí fueron torturados y ejecutados decenas de miles de hombres y mujeres, opositores, disidentes o simples sospechosos. En el filme, dos de los seis supervivientes reconstruyen ese terrible pasado en sosegada conversación con un grupo de responsables de interrogatorios, torturadores y guardianes. Los antiguos verdugos se acogen al clásico recurso de la obediencia debida y sin remordimiento alguno se muestran sólo preocupados ante la posibilidad de que los espíritus de los asesinados les produjeran un mal karma, un balance negativo de cara a una posterior existencia.

La lectura habitual de lo ocurrido en Camboya se limita a subrayar su barbarie inaudita. Pero conviene tener en cuenta que, como en tantos otros episodios similares, su génesis resulta perfectamente inteligible. El cóctel de nuestro caso, el genocidio camboyano, resulta de la convergencia de un proyecto supuestamente racionalista para una no menos supuesta emancipación de la humanidad, el comunismo entendido a modo de religión secular, con un delirio voluntarista en la línea del "gran salto adelante" de Mao. Una fórmula parecida a la que inspiró las matanzas de Sendero Luminoso en Perú. A ello se suman en Camboya elementos religiosos, del tipo de la creencia en los espíritus dominantes del espacio rural, ahora transferida al Angkor, el partido comunista cubierto bajo el disfraz de una organización omnipresente y punitiva, o de la aludida variante kármica del budismo, por la cual ese balance de las vidas y de las posiciones sociales resulta irreversible. No hay confesión individual o colectiva que valga, y la "reeducación" encubre la muerte. De ahí que las categorías sociales asociadas a la burguesía, hasta abarcar al conjunto de la población urbana, se encuentren condenadas al exterminio a fin de que triunfe la revolución del campesinado bajo la dirección implacable del partido comunista transformado en gran espíritu tutelar (neak ta). Lo viejo y lo nuevo, la religión secular y la tradicional, se fundían en una combinación siniestra, llevando al último extremo el principio comunista de la necesaria aniquilación del enemigo de clase. Las interminables autobiografías que han de redactar bajo tortura los detenidos en Tuol Sleng se sitúan en la estela de La confesión de Arthur London, en la oleada final de la represión estalinista, y constituyen una aplicación monstruosa de las enseñanzas de la Tercera Internacional; los conceptos organizativos y la resolución abrupta del tema de la culpabilidad remiten a la misma tradición budista y animista que los jemeres rojos aspiraban a suprimir.

A pesar de todo, la deriva hacia la violencia en algunas formas de budismo, que en su versión nacionalista de Sri Lanka llegó por un momento a provocar brotes de terrorismo budista (asesinato del presidente Bandaranaike en 1959), lo mismo que en Japón con la secta Soka Gakkai, implica una abierta contradicción con el fondo de una doctrina que convierte en su emblema el principio de no violencia (ahimsa). Curiosamente, son las religiones sin dios, como el jainismo o el propio budismo, las que proclaman la necesidad de que impere la no violencia en las relaciones humanas, enfrentándose de paso a ese elemento central en las relaciones entre la divinidad (o divinidades) y los hombres que es el sacrificio. Los monoteísmos se encuentran en la vertiente opuesta, dada la radical asimetría existente entre el Creador único y sus criaturas. Únicamente el cristianismo intenta salvar el obstáculo, haciendo de la propia divinidad, en la figura mixta de Jesús, la víctima de un sacrificio que por su forma se convierte en signo de redención y de fraternidad. La dualidad fundamental resulta de este modo superada y el acto de suprema violencia, la muerte de Dios, legitima el llamamiento a la supresión de esa misma violencia entre los hombres. La historia de la Iglesia sería, sin embargo, una prueba de la dificultad para separar el imperio de Dios del ejercicio de la represión y, en ocasiones, de la legitimación del crimen. No en vano ha sido necesario llevar a cabo una depuración de los textos católicos inspirados en una recurrente judeofobia y, en consecuencia, vivero doctrinal para quienes promovieron el holocausto. Y la labor no está todavía terminada, conforme recordara recientemente Goldhagen. Llegados a este punto, resulta preciso insistir en el papel central que desempeñan los planteamientos teológicos, puestos al servicio de la política de exterminio, en nuestro caso de los judíos. El contexto político, la mentalidad, las formas de difusión de las ideas, todo es diferente en el año 1930 respecto del año 700. Sin embargo, el encuentro del antijudaísmo católico y del criterio germánico de la sangre hace de las persecuciones desencadenadas en la fase final del reino visigodo un claro anticipo en cuanto a homología en argumentación y finalidad de lo que van a representar las confluencias genocidas de religión y racismo en el siglo XX.

Del mismo modo que el concepto de "pueblo elegido", su asociado de "tierra de promisión" y la entrada en escena de Yahvé, un Dios violento y partidario de los suyos, se encuentran en la base, no sólo de los episodios bíblicos conocidos, tales como las matanzas ejecutadas por orden de ese Dios en el libro de Josué, entre otros, sino del comportamiento agresivo y muchas veces criminal del Estado de Israel en Palestina. La creencia de que una tierra es judía porque en ella instaló Yahvé a su pueblo, con Jerusalén como capital eterna, y que todo oponente a tal proyecto ha de ser destrozado, es algo más que una referente para las minorías integristas en el Estado judío. Aporta el aval religioso a una política en que las violaciones de los derechos humanos y los crímenes contra la humanidad no pueden justificarse por los actos de terror cuyo origen no reside en el integrismo islámico, sino en la desesperación de un pueblo oprimido. El tiempo del shahid, de quien practica atentados suicidas en la senda de Alá contra todo tipo de blancos en Israel, vendrá más tarde.

El caso del islam no es, pues, único. Simplemente ocupa en la actualidad la parte frontal del escenario, ante la trágica importancia que ha cobrado el terrorismo islámico. Y escribimos una vez más "terrorismo islámico", porque no es terrorismo en el islám o terrorismo practicado por musulmanes, sino estrategia terrorista adoptada por sectores integristas que la elaboran a partir de una lectura parcial, pero ortodoxa, de los textos sagrados, el Corán y los hadices. Ha existido en la historia un terrorismo católico, pero mal puede buscar legitimación en los Evangelios. La asociación entre religión y guerra que caracteriza a la actividad de Mahoma en Medina, a partir de 622, es paralela, en cambio, a una explicación doctrinal que hace del "combate en la senda de Alá" y de la implicación activa de los creyentes en esa lucha, de la yihad, el núcleo de una dinámica expansiva cuyo punto de llegada no es otro que la superación definitiva de la fitna, de la discordia entre los hombres y los creyentes, por fin reunidos en la concordia que implica la sumisión de todos a la religión de Alá. La perspectiva mundial se encuentra definida de antemano y el esfuerzo combativo en la senda de Alá, la yihad, constituye la mediación indispensable para alcanzar dicha meta. Advirtamos una vez más que esto no significa que el conjunto del Corán lleve a ese desarrollo; sólo que éste existe y que no va a tener que esperar a la presión de Occidente para que se convierta en inspirador de la acción violenta de un sector minoritario de los creyentes. Nuestros almohades en el siglo XII o los almohades árabes conocidos como wahhabíes en el siglo XVIII y a principios del XX, lo llevaron a la práctica, sin que existiera en aquella época una dependencia colonial del mundo musulmán, aun cuando siempre esa reacción se da al ver en peligro la hegemonía de la creencia, bien en el terreno político, bien por la "degeneración" de las costumbres. El integrismo de la segunda mitad del siglo XX fue siempre bien consciente de esa necesidad de apoyarse en la doctrina yihadista, tanto del Corán y los hadices como de aquellos teóricos que sistematizan los cabos sueltos de los textos sagrados en una Política de la sharía, tal y como titula Ibn Taymiyya su libro hacia 1300. En sus páginas se encuentran definidos tanto los supuestos que convierten en deseable el modelo social basado en la ley coránica como la exigencia de practicar la yihad contra los enemigos exteriores e internos de la fe, comprendidos los gobernantes que sólo son musulmanes de nombre. El arsenal ideológico de la acción integrista está ya formado. No en vano le cita Bin Laden en sus proclamas, a continuación de las referencias coránicas, en calidad de jeque del islam. Cuando en 1981 un teniente asesina al presidente egipcio Sadat en el curso de un desfile, está ejecutando la condena dictada contra los apóstatas por el mismo Ibn Taymiyya. Y grita, en alusión al Corán, que ha matado al Faraón, prototipo en el libro sagrado de gobernante enemigo de Dios.

La comprensión del integrismo islámico en general, y de su dimensión terrorista protagonizada por Al Qaeda en particular, requiere conjugar en todo momento sus dos dimensiones: la moderna, vinculada en los planos técnico, económico y estratégico a la globalización, y la vuelta hacia el pasado, a efectos de encontrar tanto los objetivos idealizados, la edad de oro del primer islam, como los principios inspiradores de la acción violenta, y en primer plano, el Corán. Insistamos en que a diferencia de otras religiones cuyas concepciones teológicas y políticas cambian en el curso de la historia, el islam se funda en una revelación única, válida para la eternidad y que nunca puede ser sometida al juicio de los hombres. De ahí la terrible actualidad de la cascada de versículos que legitiman ese "combate en la senda de Alá" y de su culminación en el más citado por los imames integristas en las mezquitas: "Y no penséis que quienes han caído en la senda de Alá hayan muerto. ¡Al contrario! Están vivos y bien provistos al lado de su Señor".

En suma, la lucha contra el terrorismo no puede ser sólo política o policial. Resulta imprescindible arrancar sus raíces, en la medida que entre nosotros los colectivos religiosos musulmanes, a diferencia de los sindicales, aun enfrentados a las matanzas, se niegan a reconocer que el problema es interno al islam. Por desgracia es falsa la afirmación de que Al Qaeda y el Corán nada tienen que ver: hay demasiadas frases cargadas de muerte en el Corán de la etapa guerrera y en los hadices o sentencias del Profeta. El que diga lo contrario, miente y engaña. La eliminación del mensaje de violencia enquistado en ambos es hoy más que nunca imprescindible en la enseñanza y en la predicación. Entonces sí nos encontraríamos en la vía de vencer, tanto al terror como a la amenaza del racismo. Es preciso conseguir que los dioses asuman, no el patrocinio, sino la condena de la violencia, como en el frontón de Pyrgi basado en Los siete contra Tebas y conservado en el Museo Etrusco de Roma, donde Atenea muestra su repugnancia ante un acto bestial. Claro que para eso, siguiendo el ejemplo de Grecia, siempre Grecia, los dioses habrán de amoldar su conducta y someterse al juicio de la razón humana.


* Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid

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Irak, un lugar peligroso para todo el que entre en la oleada violenta
Por Angeles Espinosa

De El País de Madrid para Página 12

Un diplomático iraní fue asesinado en Bagdad pocas horas después de que llegara al país una delegación de la Cancillería iraní para mediar en la revuelta chiíta. Por otra parte, tras la ejecución de uno de los cuatro rehenes italianos, ayer quedaron en libertad los tres japoneses secuestrados el jueves de la semana pasada. La liberación fue registrada por las cámaras del canal árabe de noticias Al Jazeera. Ante la ola de violencia, Estados Unidos extiende la misión de 20 mil soldados y aumentará el número de tropas en ese país.

Irak no es sólo un lugar peligroso para los occidentales sino para cualquiera que interfiera en la lucha por el poder entre la resistencia y la ocupación, y dentro de la resistencia misma. Así lo probó ayer el asesinato de un diplomático iraní en Bagdad, apenas 24 horas después de que una delegación de su país llegara a esta capital para mediar ante el líder radical chiíta Muqtada al Sadr. El asesinado es Jalil Naimi, primer secretario de la embajada iraní en Irak. Naimi, un hombre de unos 45 años, muy educado y con un inglés exquisito, fue tiroteado por unos desconocidos cuando regresaba de la plegaria de mediodía en la calle Veintiocho de Abril, muy cerca de la sede de la legación diplomática, una imponente villa situada en la orilla occidental del Tigris. “No había nadie más en la calle; estamos convencidos de que iban por él”, declaró un funcionario de la embajada.

“Probablemente está relacionado con nuestra visita”, admitió Hussein Sadequi, el jefe de la delegación iraní. Sadequi, que es titular de la Dirección General del Golfo Pérsico en el Ministerio de Relaciones Exteriores iraní, llegó a Bagdad el miércoles, después de que EE.UU. solicitara indirectamente su mediación. Irán, con un 98 por ciento de población chiíta, es el único país en el que ha triunfado una revolución islámica. El gobierno de Teherán ha dejado claro que desea que Muqtada al Sadr “encuentre un lugar” en la vida pública iraquí. Aunque el clérigo rebelde siempre se ha mostrado crítico de la intromisión de Irán en los asuntos internos iraquíes, mantiene buenas relaciones con su máximo líder, Alí Jamenei, y desde la caída ha viajado en varias ocasiones a Irán, donde se hallan su mujer y su madre.

El jefe de la fuerza angloamericana, el general norteamericano Ricardo Sánchez, reiteró ayer que no descarta el uso de la fuerza para detener a Al Sadr. “A todas las familias de Bagdad. No salgan a la calle, porque el fuego de la resistencia va a trasladarse a la capital”, advierten desde el miércoles por la noche unos volantes distribuidos en los semáforos, e incluso casa por casa en algunos barrios. Los firman las Brigadas de los Muyahidin y resulta imposible verificar su autenticidad.

Las señales que envían los secuestradores de extranjeros en Irak son contradictorias. Los tres japoneses secuestrados la semana pasada fueron liberados y entregados al Comité de los Ulemas, la más alta institución sunnita de Irak, lo cual fue transmitido en directo por la cadena de televisión Al Jazeera. El secretario general del Comité, Harez Suleiman al Dari, reiteró ayer su petición para que se libere a todos los retenidos, pero precisó que el caso de los italianos es “muy complicado” (ver página 21). “Recibí una llamada en la que los secuestradores me expresaban su deseo de entregar a los rehenes cerca de la mezquita”, explicó el jeque Abdelsalam al baisy, del Comité de los Ulemas, antes de asegurar que no sabía “exactamente desde dónde habían hecho la llamada”. Sólo que en esta ocasión no acudieron a entregar a los rehenes a la mezquita de Umm al Qora. “Tenían miedo de que pudieran detenerlos los norteamericanos, así que quedamos en la de Hamud Diab al baisy”, añadió en referencia a la mezquita del barrio de Al Ameriya donde dirige las plegarias del viernes.Y allí aparecieron unos hombres acompañando a los rehenes japoneses que, según las imágenes del canal qatarí, parecían en buen estado físico, aunque Nahoko Takato, la única mujer de la que se tiene noticia que haya sido secuestrada, rompió a llorar.

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Dualismo anglosajón
Por Marcelo Justo

Página 12

Aunque Estados Unidos lo desmienta, no debería sorprender que el gobierno de George W. Bush pida a Irán que medie en la crisis con la comunidad chiíta iraquí. Es cierto que en el discurso de Estado de la nación de 2002, Bush clasificó a Irán como uno de los tres países que conformaban el llamado “Eje del mal”, pero sería un error pensar que esta invocación religiosa es la base de una política permanente. Aliado de Irak durante la guerra contra Irán en los ochenta y de los fundamentalistas musulmanes contra el gobierno prosoviético en Afganistán, Estados Unidos en su política exterior combina el inescrupuloso cortoplacismo –que suele caracterizar las relaciones internacionales– con una verborrágica retórica moralista. El gobierno de Ronald Reagan apoyó a Saddam Hussein para erosionar el régimen teocrático del ayatola Jomeini, y armó, financió y entrenó a fundamentalistas musulmanes, entre ellos Osama bin Laden, para crearle un Vietnam islámico al país que encarnaba el mal supremo en la época: el sistema soviético. En ambos casos terminó alimentando monstruos que luego amenazarían su propia seguridad.

Las cosas no han cambiado. En 2002 Bush intentó reafirmar ante su opinión pública sus credenciales de líder duro frente a la amenaza terrorista encarnada por los atentados contra las Torres Gemelas. Encontrar tres “demonios” (Irán, Irak y Corea del Norte) y unirlos por un imaginario eje político-religioso (el mal), era el primer paso para reordenar el mundo a imagen y semejanza del Imperio. En el caso de Irak se sabe lo que terminó ocurriendo pero, como las cosas terrenales no son eternas, Irán se puede convertir hoy en un país clave para salir del actual marasmo iraquí. En Nostromo, Joseph Conrad describía esta dualidad como una parte inalienable del espíritu anglosajón, encarnado entonces en la aventura imperial británica: la necesidad de justificar sus intereses materiales con grandes razones abstractas. El mensaje televisado de Bush a la nación este martes y el aparente pedido a los chiítas iraníes demuestran que sigue vigente la duplicidad que describió con tanta precisión el famoso novelista polaco.

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Blair y Bush hoy: el cordero y el lobo
Robin Cook*

The Independent

El encuentro de hoy en la Casa Blanca es la reunión diplomática más importante de la carrera de Tony Blair, pues su futuro político, y el del presidente George W. Bush, dependen de que puedan jalar a Irak del borde del abismo. Un cambio de acontecimientos en el terreno co-mienza con un cambio de enfoque en la Casa Blanca. Pero asegurar tal viraje no será fácil, y las personalidades de los dos participantes lo hacen aún más difícil.

Blair es un hombre de inmenso encanto personal, y con tal de mantenerlo se agacha para evitar discusiones desagradables. Quien haya trabajado con el primer ministro está familiarizado con la tendencia universal de los dignatarios visitantes a marcharse complacidos de lo que han escuchado... o lo que creen que escucharon. Expresar con firmeza a alguien tan poderoso como el presidente de Estados Unidos que se ha equivocado no está dentro de la conducta natural de Blair.

Poco ayuda que Bush se la pase recordándonos que tiene al Todopoderoso de su lado. Tal concepto obstruye su capacidad de adoptar una flexibilidad táctica, y su declaración de esta semana sobre Irak exudaba la certeza de una religión revelada. La mitad del problema es que, un año después de "liberar" Irak, Bush siga hablando de continuar la presencia estadunidense en términos de "librar una guerra", "mantener la ofensiva" y "derrotar a enemigos". No hay perspectiva de que pueda encabezar una exitosa reconstrucción en tanto considere enemigos a grandes sectores de la población iraquí.

Su autoengaño de que el progreso en Irak puede garantizarse mediante la victoria militar, a cualquier costo político, parece ser compartido del todo por los comandantes estadunidenses en el terreno. El general Ri-cardo Sánchez agrupa a sus tropas con la manifiesta intención de "matar o capturar a Sadr". Sin embargo, el clérigo se ha refugiado en la capilla de Najaf, uno de los dos sitios sagrados chiítas, y allanarlo sería el equivalente a atacar el Templo de la Montaña en Jerusalén o la catedral de Canterbury.

La tarea más importante de hoy para Blair es convencer al gobierno de Bush de que no está enfrascado en una operación militar para vencer a un enemigo específico, sino en un ejercicio político para ganar los corazones y mentes de todo un pueblo. Sería útil, para recobrar algo del inmenso terreno perdido en la opinión pública iraquí, que se presentaran cargos por lo menos contra un marine por las muertes de 350 mujeres y niños en Fallujah. En cambio, la declaración previa de Downing Street es que el primer ministro va a Washington en señal de solidaridad y de resolución conjunta hacia el trazado de una estrategia para la entrega de poderes del 30 de junio.

Existen dos problemas obvios con esta información. El primero es común a Gran Bretaña y Estados Unidos: la supuesta estrategia de entrega de poderes carece de sustancia. No hemos decidido qué poderes entregaremos. Aún más notable es que no tenemos idea de a quién se los vamos a entregar ni cómo van a hacer para recibirlos. La resolución conjunta que vamos a adoptar esta tarde es la determinación de que el 30 de junio haremos algo, no sabemos qué.

El segundo problema es específicamente británico. Al comprometernos de antemano a mostrar solidaridad con Bush, hemos descubierto nuestra mano negociadora. Nuestro apoyo al presidente debió haberse condicionado a su acuerdo con una estrategia en Irak de mínimo uso de violencia y máxima velocidad hacia un gobierno democrático y legítimo.

Nuestra larga historia de ocupación colonial ha enseñado a nuestro ejército que existe una ley newtoniana de la fuerza militar. La aplicación de la fuerza militar por una potencia ocupante tiende a producir una resistencia igual y opuesta de los ocupados. Por eso Osama Bin Laden debe recibir con júbilo los sucesos en Fallujah y Najaf. Lo que quería lograr al demoler las Torres Gemelas era la confrontación entre Occidente y el mundo árabe, y eso es lo que Bush ha producido en Irak.

Y ahora se dispone a producirlo también en Medio Oriente. La verdadera significación en el intercambio de cartas de esta semana es que el presidente Bush ha decidido que su papel en el proceso de paz en Medio Oriente no es sostener el cuadrilátero para un acuerdo negociado, sino saltar a la lona y golpear junto a Ariel Sharon para imponer una solución. El punto inicial para todos los esfuerzos británicos y estadunidenses orientados a promover un acuerdo en Medio Oriente ha sido la resolución 242 del Consejo de Seguridad, redactada por Gran Bretaña, la cual exige el retiro israelí de los territorios que ocupó en la guerra de 1967. Ahora Bush acaba de declarar que esa resolución de la ONU no es realista.

No puede haber una ilustración más clara, a los ojos de los árabes, de la doble moral de Occidente, que nuestra demanda de apoyo absoluto a las resoluciones de la ONU sobre Irak aparejada a nuestro galante abandono de las resoluciones de la ONU sobre Israel. Después de su capitulación a las demandas de Sharon, es inconcebible que Bush obtenga algún apoyo en capitales árabes a los objetivos de Washington, ya sea en Irak o en su guerra al terrorismo.

Siempre ha habido un rasgo de escasa plausibilidad en los intentos de Bush de po-sar como negociante honesto. Sicológicamente vive en un mundo privado de elecciones terminantes entre el bien y el mal, el cual lo conduce a polarizar el mundo real entre quienes están con él en el combate al mal y quienes están contra él. El mensaje de esta semana es que ha decidido que Sharon está con él, lo cual conlleva la consecuencia de que los palestinos están contra él.

Si Bush puede describir este nuevo paquete como "realista" es sólo porque lo ha mirado desde el punto de vista de Sharon. Desde la perspectiva palestina, ¿qué de realista puede tener su insistencia en que deben acomodar a los refugiados que regresen en una franja de territorio que se ha reducido drásticamente?

No sé si la Casa Blanca convocó a algún funcionario del Departamento de Estado an-tes de expresar su respaldo a semejante arreglo unilateral. Me resisto a creer que los di-plomáticos de la Oficina del Exterior ha-yan sido cómplices de la surrealista declaración de Downing Street, que la nueva postura del presidente podría inyectar nueva vida al mapa de ruta. Bush acaba de desenchufarlo del aparato que le daba vida artificial, y de manera característica lo hizo sin consultar a la ONU, su supuesta socia en el proceso. ¿Y cómo se atreve Downing Street a demandar que la Autoridad Nacional Palestina muestre "voluntad política" sometiéndose a esta nueva humillación, cuando ha sido incapaz de persuadir a Bush de que muestre voluntad política para presionar a Sharon a cumplir su parte del acuerdo? Bush no pudo haber inferido peor afrenta a Blair, en víspera de su encuentro, que abandonar el mapa de ruta. Puede que el primer ministro no sea capaz de rescatar el proceso de paz, pero al menos debería sentirse liberado de demostrar solidaridad con las políticas en Irak de un presidente que de manera tan contundente ha mostrado su falta de solidaridad con nuestra política conjunta en Medio Oriente.

* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña, y el año pasado renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que su gobierno dio a la guerra contra Irak.
Traducción: Jorge Anaya para La Jornada


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Al-Qaeda opta por un cambio de estrategia
Por Anne Beatrice Classman

De la agencia DPA para La Nación

Según una grabación atribuida a Osama ben Laden difundida ayer por cadenas de televisión árabes, Al-Qaeda ofreció suspender sus operaciones en los países europeos si sus gobiernos se comprometen a no involucrarse "en operaciones militares contra los musulmanes".

De ser auténtico el mensaje, se trataría de un cambio de estrategia de Al-Qaeda. Si bien la oferta de "reconciliación" suena a un intento de extorsión, el lenguaje es más pacífico que en grabaciones anteriores, en las que sólo había amenazas y en las que los europeos eran calificados como "cruzados" (en cambio, en esta ocasión se refirió a ellos como "nuestros vecinos al norte del mar Mediterráneo"). Sería, además, un primer intento por reducir el número de potenciales enemigos de la organización terrorista.

En los últimos tres años, Ben Laden y sus seguidores habían seguido el camino contrario y ampliado cada vez más los objetivos de ataques terroristas. Mientras que en un principio los blancos eran sólo soldados e instituciones estadounidenses, luego fueron atacados civiles norteamericanos y europeos, policías sauditas, inmigrantes árabes en Arabia Saudita e iraquíes que colaboraban con las fuerzas de ocupación.

No se sabe aún cuándo fue grabado el audio difundido ayer, pero no puede ser anterior al 22 de marzo, ya que la voz también anuncia una venganza por la muerte del líder espiritual y fundador del grupo radical palestino Hamas, jeque Ahmed Yassin, ultimado el 22 de marzo por el ejército israelí en una operación de "asesinato selectivo".

También novedosa resulta en la grabación la forma insistente en que los terroristas intentan justificar sus actos, lo que podría ser un indicio, de acuerdo con diversos observadores, de que algunos de los ataques más recientes, como los de Madrid, no obtuvieron la misma aprobación por parte de todos los terroristas.

Para otros analistas, en tanto, la oferta a Europa parecía un intento de explotar el descontento de algunos votantes y gobiernos europeos respecto de la política exterior estadounidense, principalmente la guerra en Irak y el proceso de paz en Medio Oriente.

Con el nuevo mensaje, sostuvieron, "Osama ben Laden quiere dejar solos a los Estados Unidos, sobre todo en Irak".
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Vietnam e Irak
John Saxe-Fernández

La Jornada

Participo como testigo de la fiscalía en un juicio público del Tribunal de Bruselas, con la concurrencia de la Fundación Bertrand Russell y cientos de organizaciones, para sentar las responsabilidades del Proyecto para un Nuevo Siglo Estadunidense en la ejecución de crímenes de guerra contra la población iraquí.

Inaugurado en 1997, el proyecto se orientó al impulso de lo que su documento fundacional califica de "una política reaganiana de fortaleza militar y de claridad moral necesaria para que EU, basado en los éxitos del siglo pasado, consolide nuestra seguridad y nuestra grandeza en el próximo siglo". De línea ultranacionalista e imperialista, plantea la "creación de una pax americana global y fue endosado por Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeff Bush y Lewis Lobby, jefe del staff de Cheney, con la participación de operadores políticos e ideólogos, Elliott Abrams y Francis Fukuyama entre ellos.

El documento es importante porque muestra que "antes" de asumir la presidencia Bush y su gabinete ya contemplaban y planeaban un ataque contra Irak, que se realizó bajo la supuesta existencia de "armas de destrucción masiva", un embuste y una bofetada a la comunidad internacional. La operación se ejecutó al margen del derecho internacional, del Consejo de Seguridad de la ONU y de la opinión pública mundial, incluyendo de manera significativa la española, italiana e inglesa, cuyos gobiernos avalaron la agresión. Más aún, la guerra de conquista se realizó bajo las premisas de la doctrina de "autodefensa anticipatoria", formalmente considerada como crimen de guerra por la normatividad que emana de los juicios de Nuremberg.

A un año de la embestida imperialista la pila de cadáveres, heridos y las atrocidades del aparato militar estadunidense contra la población iraquí se acumulan. Según la directora del Observatorio de la Ocupación en Bagdad, "las ciudades iraquíes de Sadr, Adamiya, Kufa, Fallujah, Shula y otras han sido cercadas y están siendo bombardeadas por misiles y tanques de las fuerzas de ocupación estadunidenses y sus aliados. La población civil está siendo asesinada. La autopista a Fallujah ha sido cerrada y las noticias que llegan de esa ciudad indican que yacen en las calles cuerpos sin vida de muchas personas. No hay ambulancias ni agua ni electricidad. Los periodistas tienen prohibido el paso y a muchos les han roto las cámaras. Todo indica que esta situación va a mantenerse durante los próximos días. Por favor, ayuda" (www.indigenasdf. org. mx).

Con más de 15 mil civiles muertos, decenas de miles de heridos y tragedias humanas incalificables, las responsabilidades de los ejecutores y sus cómplices se incrementan tipificando, como ocurrió en Vietnam, el crimen de genocidio, según lo establecido en el artículo 2 de la Convención de Ginebra de 1948. La matanza de civiles para intimidar al resto de la población, bajo el rubro de operación Determinación Vigilante de EU se traduce, sólo en Fallujah, en 450 muertos y mil heridos en menos de tres días. La masacre es tal que el Consejo de Gobierno Iraquí, fantoche instaurado por Bush, criticó "las soluciones militares y la política de castigo colectivo que ha caído sobre civiles inocentes" y varios de sus integrantes amenazan con renunciar "a menos que el baño de sangre se detenga".

Sea en la Alemania nazi, o en Irak, el genocidio es un producto de la historia y acarrea consigo las características específicas de la sociedad que lo perpetra. En el caso de EU, el aparato militar, prácticamente desde principios del siglo XVII -cuando todavía era colonia inglesa-, hasta finales del XIX, acumuló gran experiencia en la aniquilación sistemática de las naciones indias, a las que despojó de tierras y de medios de subsistencia. Toda una campaña que ahora calificaríamos de genocida, contra los "aborígenes" de la América del Norte, que durante el Destino Manifiesto de la década de 1840 fue también aplicada al vecino sureño, despojado de más de la mitad de su territorio, bajo el lema de "a los mexicanos como a los apaches".

Las similitudes y diferencias entre lo ocurrido en Vietnam e Irak resultan esclarecedoras. En Irak Washington experimenta, de nuevo, un "empantanamiento" que se profundiza, resultado de la unificación de la población en la resistencia a la ocupación. Como en Vietnam, la "estrategia militar" conocida como guerra ejemplar, se materializa en un "baño de sangre", el terror de Estado, dirigido a amedrentar por medio del "exterminio" los sustentos populares de la resistencia. Pero la situación es más grave. En Vietnam se atacó a una población nacional. Hoy se agrede a cientos de millones de musulmanes en los cuatro rincones del planeta y se desestabiliza de manera profunda una región que, por su importancia geoestratégica -60 por ciento de la reserva mundial de crudo-, los mismos analistas militares estadunidense califican de "central" en la etiología de una tercera guerra mundial.


     
 

 

   
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