Arabia Saudita

 

Autor: Editorial

Fecha: 21/4/2004

Traductor: Isidoro, especial para PI

Fuente: The economist


Las fuerzas de seguridad de Arabia Saudita se han anotado un número de éxitos en sus esfuerzos por rodear a los extremistas islámicos. Pero, como muestra el enorme atentado con coche bomba del miércoles en RIAD, los terroristas pueden aún golpear en el corazón del reino

Con sus jueces mutiladores y su religiosidad reforzada por el estado, Arabia Saudita parece un lugar extrañamente opresivo a los extranjeros. Sus propios ciudadanos han por mucho preferido ver a su país como un asilo de saludable vida familiar y calles libres de crimen. Pero el enorme coche bomba suicida que destrozó un cuartel policial en el centro de RIAD el miércoles 21 de Abril, matando a por lo menos 10 personas e hiriendo a más de 60, es sólo el último de un tropel de incidentes que han demolido esa auto imagen de pureza.

El cambio comenzó son la revelación de que la mayoría de los secuestradores del 11 de Septiembre eran saudíes. Aunque en el seno del reino, este signo de que algo anduvo mal era usualmente subestimado. Aquellos asesinos eran excéntricos, se decía, y su enojo contra la política americana era entendible, aunque quizás exagerado. Aún cuando semejante complacencia fue sacudida por las bombas suicidas de al-Qaeda que mataron a 52 personas en la capital saudí el año pasado, algunos todavía argumentaban que mientras algunos saudíes murieron, las victimas a las que se apuntaba eran occidentales, ciudadanos de países que han provocado a los musulmanes invadiendo y ocupando sus tierras.

Pero el último atentado fue un asalto directo al mismísimo corazón del estado saudita. Hizo dedazos un edificio de seis pisos que se decía era usado por la policía aduanera de RIAD, en un distrito atestado de instituciones gubernamentales. El daño hubiera sido peor de no ser por los guardias que detuvieron al vehículo fuera de una cerca de perímetro.

Más perturbador, las fuerzas de seguridad saudíes habían, en las semanas previas, anunciado la captura y el desactivado de no menos de cinco coches bombas diseñados similarmente. Al menos dos de ellos habían sido armados con algo de 1.400kg (3.086lbs) de nitrato de amonio – no mucho menos del fertilizante explosivo que fuera necesario para matar a 168 personas en el atentado de 1995 en la ciudad de Oklahoma. Aquellos dos vehículos fueron hallados sólo por casualidad, cuando una unidad del ejército que hacía ejercicios desérticos los encontró estacionados en un rocoso sitio de desperdicios. La especulación obvia fue que más de ellos quedaban en circulación.

La similitudes, ahora probada correcta, fue suficiente para inspirar a la embajada Americana, la semana pasada, para despachar una severa y sin precedentes alerta de seguridad. Anunciando la inmediata evacuación de todo el personal no esencial de la embajada, el boletín “urgía fuertemente” a los estimadamente 15.000 americanos que viven en el reino a irse tan pronto como fuera posible. Considerando los históricos y lucrativos lazos comerciales entre Arabia Saudita y América, esto representó una significativa moción de desconfianza.

No es que nadie crea que el terrorismo es una amenaza elemental para el estado saudita. Tan expandida como pueda estar la frustración con el dominio feudal de la familia al-Saud, y tan admirados como estén algunos saudíes con la imagen de opulento andrajoso de Osama bin Laden, los atentados sobre el propio suelo del reino han reducido radicalmente cualquier prolongado apoyo a al-Qaeda. Y mientras sale a la luz que las células terroristas saudíes están bien financiadas, bien equipadas y bien entrenadas, sus acciones hasta ahora han estado limitadas a una pequeña parte del vasto reino, restringidas desde el norte de la capital hasta la archiconservadora región central de Qasim.

Pero muchos sauditas, junto con extranjeros, se preocupan por la efectividad de las fuerzas policiales del reino. A pesar de que cientos de sospechosos de terrorismo han sido atrapados desde el primer gran atentado de RIAD de hace un año, los policías también han chapuceado feamente. De una lista de 26 principales sospechosos diseñada por el ministerio del interior, con botines de hasta $2m enlazados sobre sus cabezas, 22 todavía andan sueltos. Sólo en la semana pasada, cinco oficiales de policía han perdido sus vidas en media docena de tiroteos con hombres buscados, contra sólo ocho arrestos. En un suburbio de RIAD, los policías se encontraron sobrepasados por asaltantes armados con granadas propulsadas por cohetes.

Claramente, las autoridades saudíes son culpables no sólo de perder el tiempo demasiado antes de ocuparse de los grupos terroristas, sino también de subestimar su escala. Pero no cabe duda, ahora, de la determinación de la dinastía al-Saud por erradicar los que el Príncipe Heredero Abdullah, el actual gobernante del país, llama “las fuerzas del mal”.

Publicado el 21 de Abril, 2004


     
 

 

   
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