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Guerra en Irak


Un primer balance

Juan Chingo y Aldo Santos

17/04/03

Luego de 21 días, la caída de Bagdad actuó como un punto de inflexión en la campaña militar, dejando la capital en manos de los invasores y acelerando la toma en unos pocos días de otras ciudades, como Mosul y Kirkuk. La capitulación de Tikrit - ciudad de donde provenía Hussein y su círculo -, casi sin enfrentamientos, terminó de mostrar la magnitud del descalabro husseinista.
¿Cuáles son los motivos de tan brusco desenlace? Indudablemente, la primera razón es la abrumadora superioridad militar de la coalición imperialista sobre el ejército iraquí, marcadamente obsoleto con respecto a las armas de última generación norteamericanas e impedido de modernizarse como consecuencia de las restricciones impuestas por EE.UU., Inglaterra y la misma ONU durante todos los 90' tras la primera Guerra del Golfo.
A pesar de esta enorme desigualdad, se podía esperar que, si las tropas de la coalición se veían obligadas a librar una guerra urbana en Bagdad -donde su ventaja tecnológica se reduciría- tendrían numerosas bajas y, en el contexto internacional contrario a la invasión, Hussein buscaría alcanzar una tregua que le permitiera a su régimen sobrevivir. Pero contra estas expectativas del régimen, Bagdad cayó casi sin resistencia.
Esto hace suponer la existencia de una negociación entre las tropas norteamericanas y la elite de las fuerzas armadas de Irak. Lo que pudo haber gatillado el colapso es la capitulación de los principales comandantes de la Guardia Republicana, de la Guardia Republicana Especial y de los jefes de los servicios secretos. Aunque no se puede descartar que la rápida caída del régimen haya obedecido a que se vio superado por el ejército enemigo, hay elementos claros que permiten conjeturar acerca de una rendición de Bagdad sin pelea, acordada a cambio de dinero y garantías para los principales personeros de las fuerzas armadas. El paso seguro de las tropas imperialistas por Karbala, el primer anillo de defensa de Bagdad, la toma prácticamente sin resistencia del aeropuerto, el increíble hecho de que no se hayan volado los puentes de acceso a la capital, son signos claros en ese sentido. El contraste entre las primeras semanas, cuando la resistencia se sintió y consiguió golpes tácticos contra las fuerzas de la coalición - fundamentalmente a través de tácticas guerrilleras implementadas por las milicias locales y los fedayines -, y el vuelco a la repentina caída de Bagdad, hace pensar en una capitulación lisa y llana.
De fondo, esto responde al carácter corrupto y burgués del ejército de Saddam Hussein, que mantenía el control a costa de constantes purgas y terror sobre la tropa y su sistema de mando. La defección de la Guardia Republicana - o incluso la posibilidad, como señalan algunos informes de inteligencia, de que Hussein, sus hijos y sus colaboradores más íntimos hayan sido asesinados producto de una entrega -, muestra que la alta cúpula del régimen pudo haber recibido una cucharada de su propia medicina frente a la presión y el soborno del ejército norteamericano, que se jugó a esto desde el inicio.
El carcomido y autoritario régimen del partido Baath, se mostró incapaz de unificar a la nación frente al enemigo imperialista. Como consecuencia de la enorme desigualdad social, la opresión nacional de los kurdos y la exclusión de los chiítas, el régimen solo estaba apoyado en su ejército adicto, lo que terminó siendo su tiro de gracia. Estas razones políticas y sociales, son los factores decisivos que permitieron un rápido y relativamente fácil triunfo militar imperialista.

Una victoria aun no consolidada

 

El descalabro del estado iraquí creó un vacío de poder. Durante los primeros días, EE.UU. dejó correr el caos para desgastar a las masas y, al mismo tiempo, crear la "necesidad" de la ocupación que garantice el "orden".
Mientras las tropas norteamericanas permitían el saqueo de hospitales y museos arqueológicos - cuyas piezas serán vendidas en occidente -, custodiaban el Ministerio del Petróleo. Luego de este primer momento, empiezan a restablecer a la odiada policía del viejo régimen, lo cual puede aumentar las suspicacias y el rencor de las masas contra ésta y los "liberadores".
Pero incluso este problema es menor para EE.UU comparado con la tarea de imponer un gobierno que cuente con legitimidad. Irak surgió históricamente por una creación arbitraria del imperialismo británico luego de la caída del Imperio Otomano, tras la Primera Guerra Mundial. Naciones como los kurdos están divididas por fronteras artificiales. En el territorio iraquí conviven diversos grupos: los kurdos en el norte, los chiítas en el sur y en importantes áreas de Bagdad (el sector más empobrecido y marginado de la sociedad), y la minoría sunnita. La clase gobernante siempre respondió a esta última, incluyendo el mismo Hussein.
El descalabro del régimen desató una lucha por cuotas de poder, no sólo entre estos diversos grupos sino al interior de los mismos como muestra la ocupación inicial de Mosul y Kirkuk por los permeshgas kurdos o los asesinatos de figuras chiítas pro occidentales en el sur. El intento yanqui de montar un gobierno central - en una primer fase una administración norteamericana directa y más adelante un gobierno de transición títere -, puede ser alterado por la caja de Pandora que abrió la caída de Hussein. Las bases del nuevo poder en Irak serán determinadas más por los asesinatos, la lucha callejera y las tácticas guerrilleras que por las reuniones diplomáticas o de salón que impulsa la así llamada oposición iraquí.
Por último y fundamental, el éxito a largo plazo de la ocupación norteamericana dependerá de si logra naturalizarse frente a las masas, cuestión que hasta hoy, a pesar del odio a Saddam Hussein, salvo minúsculas expresiones, no logró. Más aún, el recelo de la población puede aumentar, como mostró la manifestación contra la imposición de un gobernante en la ciudad de Mosul que fue salvajemente reprimida por los marines, con un saldo de diez muertos y decenas de heridos. Una ocupación prolongada puede multiplicar este ejemplo y desarrollar una resistencia de masas.

 

Fuerza, consenso y coerción

 

La doctrina militar yanqui de "guerra preventiva" tuvo un debut exitoso. Pero esto genera un exceso de confianza en el militarismo de los halcones norteamericanos. Como dice un columnista del diario español El País: "La relativa fácil victoria, y con pocas bajas propias, puede reforzar la tendencia en Washington a considerar la guerra no sólo como instrumento de la política, en el sentido de Clausewitz, sino como instrumento privilegiado. (...) Podemos entrar en una situación no de diplomacia respaldada por la fuerza, sino de fuerza sin diplomacia por parte de la hiperpotencia" (14/04/03).
Pero la experiencia histórica muestra que no es suficiente el uso de la fuerza militar para mantener la supremacía mundial de una potencia, si no está combinada con pactos y acuerdos para obtener cierto consenso con otras potencias, por la vía diplomática, y por su intermedio con el movimiento de masas. Por eso, desde que se inicio el curso guerrerista de EE.UU. sostuvimos que este refleja una debilidad potencial de largo plazo, expresión de su declinación histórica. Su derrota diplomática al inicio del conflicto, cuando no pudo lograr el aval de la ONU, fue una muestra de ello.
Después de su demostración de fuerza en Irak, los imperialistas de Francia, aunque cautelosos, no se retractaron de sus posiciones fundamentales. La cumbre de San Petersburgo donde los líderes de Alemania, Francia y Rusia, exigen ser parte de la futura administración del país, es otra muestra.
China, considerada como "competidor estratégico", reanudó sus vuelos cercanos a los aviones espías yanquis en el mar del sur de China, práctica que al inicio del gobierno de Bush llevó al incidente de la caída de uno de ellos y a una gran tensión con EE.UU. De esta manera, el régimen de Pekín envía un mensaje a la administración Bush para ponerle límites.
Y fundamental: el repudio de las masas del mundo a la guerra claramente percibida como imperialista es otra determinante de los límites del poderío norteamericano. La misma facilidad con que EE.UU. ganó en Irak puso de manifiesto que éste país no era una amenaza militar, como decía la propaganda imperialista, y ni que decir de que hayan encontrado armas de destrucción masiva, lo que profundiza la falta de legitimidad de la guerra.
Es por esto que halcones, como Robert Kagan, recomiendan a Bush "resistir las tentaciones de ser superpotencia". Creen que no conviene instaurar un gobierno abiertamente títere como pretende Rumsfeld con Amed Chalabi (¡que hace 45 años está fuera de Irak!), ya que puede desacreditar "el importante éxito del Presidente". Y recomienda que "EE.UU. no debiera tratar de dividir a Europa, dejemos que Francia lo haga... cuanto más EE.UU. castiga al gobierno alemán más empujamos a una ansiosa y aislada Alemania hacia los brazos abiertos de Francia". Y alerta sobre la clave: "Mientras la campaña militar se desvanece, hay una tendencia a rebajar la diplomacia. (...) se debería hacer justo lo opuesto. (...) la administración Bush necesita trabajar aun más duramente para justificar la guerra. EE.UU. puede ganar las mentes y los corazones en Europa, y tal vez aun en el mundo árabe, convenciendo a la gente, en retrospectiva, que la guerra fue más justa de lo que ellos pensaban." Y concluye: "La habilidad de América de dirigir efectivamente en el futuro dependerá en gran medida en cómo esta guerra sea comprendida y recordada en el mundo. Esta batalla está sólo comenzando, y si la administración puede ser tan inteligente en la diplomacia así como es en la guerra, puede ganar esta también." (Washington Post, 09/04/03).
De seguir estos consejos, no puede descartarse que Norteamérica intente alcanzar el difícil equilibrio de mantener la ofensiva guerrerista combinada con pactos reaccionarios en el Medio Oriente y el mundo, basados en la amenaza de la instalación de tropas: la coerción. Por ejemplo, mientras comenzaron sus agresivas acusaciones contra Siria que preanuncian futuras acciones militares, puedan empezar a delinear un acuerdo para la cuestión palestina sobre la base de la promesa de un Estado para el 2005, mediante la coerción ya que, aprovechando la relación de fuerzas impuesta con el reciente triunfo, exige que la dirección palestina desplace a Arafat y discipline a los sectores radicalizados como el Hamas.

 

Perspectivas

 

La prioridad de EE.UU. es hoy estabilizar Irak, pero en el mediano plazo su curso está indefinido. En medio de la profundización de la crisis económica mundial, empezando por el propio EE.UU, el imperialismo norteamericano se debate entre el camino que muestran las agresiones a Siria o el de intentar cerrar parcialmente las brechas con las otras potencias. Cuanto más ambiciosos son sus objetivos imperiales, más aumenta la probabilidad no sólo de dilapidar sus victorias militares sino de generar una mayor desestabilización y divisiones imperialistas y, por ende, abrir oportunidades revolucionarias.
Para las masas árabes y de los países semicoloniales, así como para el movimiento anti guerra que se expresó en todo el mundo y en especial en los centros imperialistas, la victoria de EE.UU es un duro revés. Las movilizaciones antiguerra sin duda decaerán en lo inmediato, pero el resentimiento en los países árabes y el odio antiimperialista que se extendió en el mundo decantarán una vanguardia cada vez más radicalizada. Es necesario sacar las lecciones para poner en pie un verdadero internacionalismo proletario que, partiendo de exigir el retiro de las tropas norteamericanas de Irak y Medio Oriente, se prepare para derrotar las próximas incursiones que promete el gobierno de EE.UU.

 

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