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La guerra como partera de revoluciones

Nicolás Miranda

21/2/03

I. Guerra y revolución. La detención de la dialéctica histórica: del Partido Bolchevique y la Tercera Internacional de Lenin y Trotsky al stalinismo

II. Guerra imperialista, guerra de liberación nacional y revolución en los comienzos del s. XXI

III. Guerra y revolución. La estrategia de la Revolución Permanente


La debilidad estratégica de la principal potencia imperialista, los Estados Unidos; lo que llamamos la "reversión ideológica" desde el efímero triunfalismo capitalista de principios de los '90; la división interimperialista agudizada gravemente en el breve lapso en el que los distintos imperialismos debían decidir si atacar o no a Irak y cómo hacerlo, y, fundamentalmente, cómo repartirse el eventual botín; la entrada en la escena de la política mundial de las amplias masas, antecedida por la formación de movimientos de vanguardia anticapitalista en los países imperialistas y jornadas revolucionarias en algunas semicolonias; la persistente erosión de la economía capitalista mundial acelerada, y dificultosamente retardada, desde el estallido de la crisis del Sudeste asiático, son las principales tendencias que nos permiten decir que esta guerra que se avecina, será el primer acto de una obra en la que se repone la vieja afirmación de los marxistas revolucionarios de que la guerra engendra revoluciones. Para este escenario mundial, que estará plagado de contradicciones, triunfos y derrotas parciales, es para el que debemos prepararnos los revolucionarios proletarios marxistas internacionalistas.

 

I. Guerra y revolución. La detención de la dialéctica histórica: del Partido Bolchevique y la III Internacional de Lenin y Trotsky al stalinismo.

La guerra como partera de revoluciones es un producto peculiar de la época imperialista. Así como las guerras del siglo XIX podían asumir, en algunos casos, un carácter de guerras progresivas de liberación nacional en manos de las burguesías de los países capitalistas avanzados enfrentando a los restos monárquicos y feudales (como las guerras napoleónicas), en la época imperialista, así como la burguesía se había transformado en una clase "absolutamente reaccionaria", sus guerras asumían el mismo carácter, tratándose de guerras por el reparto imperialista del mundo. El proletariado, en el transcurso de este cambio de época, comenzando con su lucha revolucionaria en la Comuna de París en 1871, había conquistado su desarrollo como clase independiente, irrumpiendo con sus métodos, los de la lucha de clases y la revolución, ante el recurso característico de las burguesías imperialistas a la guerra para resolver el problema de su dominio del mundo y de la explotación del proletariado y la opresión nacional de los pueblos.
Las guerras imperialistas de los primeros 50 años del siglo XX, engendraron revoluciones: la guerra ruso- japonesa, la revolución rusa de 1905; la Primera Guerra Imperialista, las revoluciones y ascensos revolucionarios en casi toda Europa (Alemania, Hungria, Italia).
No se trataba tan sólo de las condiciones objetivas para la revolución proletaria, sino que de estas habían nacido también las condiciones subjetivas que se desplegaban victoriosamente. Combatiendo el oportunismo dentro del marxismo, el ala revolucionaria del proletariado marxista internacional, dirigida por Lenin y el Partido Bolchevique, señalaba: "El manifiesto de Basilea se refiere directamente al ejemplo de la Comuna de Paris, es decir, a la transformación de una guerra entre gobiernos en guerra civil. Hace medio siglo el proletariado era demasiado débil; las condiciones objetivas del socialismo no estaban aún maduras; entre los movimientos revolucionarios de todos los países beligerantes no podía haber coordinación ni cooperación; el entusiasmo de una parte de los obreros de Paris por la 'ideología nacional' (la tradición de 1792) atestiguaba, a su vez, como señaló Marx en su oportunidad, una debilidad pequeñoburguesa, y fue una de las causas del fracaso de la Comuna. Medio siglo después de esta, han desaparecido las condiciones que debilitaban entonces a la revolución y hoy sería imperdonable en un socialista la renuncia a actuar precisamente en el espíritu de los comuneros de París" (Lenin, OC, t. XXI, p. 316).

Pocos años más tarde, igualmente, con la Segunda Guerra Imperialista, se produjo el ascenso revolucionario en Francia, Italia, Grecia, y la revolución triunfante en Yugoslavia, etc; con la guerra de invasión de Japón a China, la revolución triunfante en China de 1949. Aún cuando el ala revolucionaria del proletariado marxista mundial, esta vez continuada por Trotsky y los trotskystas, estaba en retroceso ante el avance formidable del reformismo stalinista, este aún debía terminar de consolidarse ante las masas del mundo, cuestión que creemos terminarían de rematar justamente en este período. Igualmente se trató de un intervalo que permitió la continuidad de esa tendencia a la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, que está en el carácter de las guerras imperialistas, y que fue la política de los marxistas revolucionarios; además que ni el más grande aparato de la historia, puede liquidar totalmente al movimiento del proletariado y las masas revolucionarias.

Los triunfos pírricos que significaron los triunfos de esas revoluciones en manos del stalinismo o alguna de sus variantes, detuvo esa dialéctica histórica. Por otro lado, el nuevo carácter de "guerras de baja intensidad" de la segunda mitad del s. XX, más su desplazamiento a la periferia del mundo, que significaron fundamentalmente escaramuzas interimperialistas, sangrientas, pero igualmente escaramuzas en un mundo coronado por una incontrarrestable hegemonía de Estados Unidos; o que significaron abortos de guerras de liberación nacional al estar controladas o dirigidas por el stalinismo o alguna de sus variantes, o por direcciones nacionalistas burguesas impotentes para enfrentar y liquidar al imperialismo, también detuvo esa dialéctica histórica.

Las guerras de la última década del s. XX fueron el estertor de esta misma situación: la guerra del Golfo de 1991 buscó tanto sancionar la hegemonía de Estados Unidos ante sus rivales y socios imperialistas, que lo siguieron, como advertir a las masas del mundo de este dominio. La sanción de esta hegemonía, era la clave de la situación: la fortaleza, momentánea, del imperialismo hegemónico, permitía aún mantener esa oclusión de esa dialéctica histórica. Junto con esto, el carácter contradictorio de los sucesos de 1989 y la caída del Muro de Berlín, habían alejado por el momento toda idea de revolución entre las masas del mundo entero. Las guerras de los Balcanes, fueron abortos del aborto de una guerra justa de liberación nacional por parte de nacionalidades oprimidas, y no pudieron engendrar revoluciones justamente por presentar la otra cara de aquel control del stalinismo en las décadas anteriores: su descomposición y la descomposición de las organizaciones de la clase obrera y las masas. Igualmente en un caso, Albania, estuvo planteada su transformación en insurrección.

En los primero años del s. XXI, la nueva guerra imperialista de Estados Unidos contra Irak, vuelve a poner a la orden del día la posibilidad objetiva de que la guerra engendre revoluciones; la necesidad de la preparación de la vanguardia proletaria, por parte de los partidos y agrupamientos de marxistas revolucionarios internacionalistas, para la transformación de la guerra imperialista en revolución.

 

II. Guerra imperialista, guerra de liberación nacional y revolución en los comienzos del s. XXI

Los actuales preparativos de la guerra imperialista que amenaza a Irak, en condiciones de un debilitamiento estratégico de la principal potencia imperialista, los Estados Unidos (sólo oscurecido por la debilidad estratégica aún mayor de sus rivales imperialistas y por la crisis transitoria de la subjetividad del proletariado y las masas), de una persistente crisis económica apenas contenida del capitalismo imperialista mundial, de la división interimperialista, y de la entrada en la política mundial de las amplias masas en la calles, produce el despertar de una serie de tendencias que recién comienzan a desplegarse, que reponen tanto las condiciones objetivas de aquella dialéctica histórica de la época imperialista entre guerra y revolución, como la necesidad de la preparación de la vanguardia proletaria y las amplias masas por parte de los marxistas revolucionarios internacionalistas, para la transformación de la guerra imperialista en revolución.

La guerra imperialista que se preparan a descargar sobre Irak, alienta una vez más las tendencias largamente contenidas por las direcciones burguesas, laicas o musulmanas (y en el caso de Irak, laicas y musulmanas, con el acuerdo que selló Saddam, aunque probablemente precario, entre el laico Baath y las diversas tribus adscritas al islamismo), de las masas árabes a enfrentar la dominación imperialista en estas riquísimas semicolonias.
Este nuevo aliento al enfrentamiento a la agresión imperialista por las masas árabes, tiene una enorme diferencia con, incluso, situaciones similares ocurridas hace apenas pocos meses, como lo fuera ante el ataque a Afganistán. Lo que podría haber sido un asunto local, en una zona "alejada" del planeta (aunque siempre candente como lo es el Medio Oriente), se ha transformado en un gigantesco suceso mundial, que a nadie deja indiferente, por la propia rivalidad interimperialista: la guerra, aunque se focalice físicamente (¿sólo por el momento?) en un punto del planeta, abarca a todo el mundo.

La subordinación de las burguesías y los regímenes árabes a la dominación imperialista, estadounidense o de alguno de los países europeos, obstaculiza la posibilidad de transformación de la guerra imperialista en guerras de liberación nacional de las naciones oprimidas contra el imperialismo. La estrategia de guerra de aparatos de las oposiciones armadas musulmanas son igualmente un obstáculo. Pero la dinámica de la ofensiva (militar o diplomática, económica o política) imperialista y de la necesidad de reafirmar su dominio, expoliar mayormente a las naciones semicoloniales, recolonizarlas, dividirse nuevamente los jirones de un mundo en disputa, empuja objetivamente a plantearse una guerra de liberación nacional. Las recientes inspecciones de la AIEA en Irán, son un botón de muestra de que Irak es sólo la plataforma de lanzamiento, los planes de reformas pro- occidentales en los regímenes del mundo árabe una vez conquistado Irak, plantean un desafío a los regímenes actuales de esos países que no podrán resolver con simples negociaciones con unos Estados Unidos que quieren reemplazarlos más que auto- reformarlos (el caso de Arafat es también un buen botón de muestra, que aún no logran resolver, en una sorda disputa que lleva ya varios meses).

La política de Saddam Hussein ante la amenaza imperialista ha sido la de arrodillarse más y más. Nada indica que de su mano pueda venir la transformación de la guerra imperialista en guerra de liberación nacional que sea la señal para una lucha de las masas del mundo árabe contra el imperialismo. En todo lo que pudo ceder, cedió: desde la apertura de los cielos a la incursión aérea hasta la humillante intromisión de los inspectores de la ONU, desde los encuentros con el Vaticano rogando por la paz o sea, ceder diplomáticamente a todas las exigencias de EEUU hasta las solicitudes de encuentros con el propio Bush para negociar sin evangélicos intermediarios. Siendo la guerra la continuación de la política por otros medios, la guerra dirigida por el régimen burgués iraquí del Baath, será un simulacro de resistencia que facilite el trabajo de EEUU. En lugar de armar a las masas iraquíes y prepararlas para la guerra y la retórica que alguna vez utilizó de una lucha casa por casa de todo el pueblo trabajador iraquí, junto con la lucha de sus hermanos los pueblos trabajadores árabes, contra la invasión imperialista. Pero por lo mismo que más arriba decíamos, Irak será apenas la plataforma de lanzamiento de una decidida política imperialista de EEUU de dominio de toda la región, estamos por presenciar sólo el primer acto, la primera batalla de una larga guerra. Seguramente esta tendencia que señalamos de la probabilidad objetiva de la transformación de guerra imperialista en guerra civil, no tenga como escenario a Irak, sino a algún otro país de la región.

Por otro lado, en este marco, las disputa interimperialistas abren un mayor marco de maniobra para países semicoloniales y Estados Obreros (ultraextradeformados) ante las potencias imperialistas, como muestra el caso de Corea del Norte. O debilita el control imperialista, que a pesar de las bravuconadas verbales, no puede tener varios frentes abiertos al mismo tiempo, como el caso de Venezuela muestra al sur del Río Grande, donde no sólo tuvo que hacer un retroceso táctico tras su nuevo intento golpista y desestabilizador, sino que ni siquiera pudo opinar ante el control cambiario instaurado (aunque tibio), cuando meses atrás hubiera puesto el grito en el cielo.

Todo esto muestra las tendencias objetivas probables a la transformación de la guerra imperialista en una guerra de liberación nacional que tengan que enfrentar y derrotar al imperialismo, o debilitarlo.

Que una guerra geográficamente localizada en un punto abarque al mundo entero, implica que ha desbordado incluso los límites de la diplomacia y las fuerzas armadas, de los regímenes burgueses imperialistas o semicoloniales nacionales y de los organismos internacionales: ha desbordado hacia las masas del mundo entero. La guerra es un asunto de clase, y las clases explotadas y oprimidas han tomado la palabra y la acción. Es el peor escenario que las burguesías podían imaginar. Millones en las calles de todo el mundo, especialmente de los países imperialistas, se han lanzado a la oposición activa contra la guerra. Aún dominadas por el pacifismo en su inmensa mayoría, esta entrada de las masas en la política mundial, expresa su decepción, expresa su rechazo a la propaganda burguesa imperialista de los últimos años que justificaban sus actos de explotación y rapiña, tanto en casa como afuera, expresa en algunos casos el paso a la oposición a las políticas imperantes, llamadas neoliberales, expresa un salto, en las acciones, de las diversas experiencias de la lucha de clases de los últimos años. Permiten fortalecer y revitalizar movimientos de vanguardia como el movimiento anticapitalista. Permite ligarlos objetivamente a las luchas de la clase trabajadora como en Italia, hasta ahora mayormente separada de este movimiento. Y a pesar de estar alentados en las divisiones interimperialistas, a pesar de fortalecer momentáneamente a ciertos regímenes burgueses como el francés en una ilusoria unidad nacional contra la guerra, en otros casos deja en el aire gobiernos como el laborista en Inglaterra. Pero más allá de los casos puntuales, el enfrentamiento, aún bajo la impotente política pacifista, a la principal potencia hegemónica imperialista, que la debilita, debilita o cuestiona de conjunto la dominación imperialista en el mundo, debilitando o cuestionando sus diferentes fracciones nacionales. Expresa entonces, el comienzo del despertar de una conciencia revolucionaria en sectores de masas. Aunque aún bajo una difusa ideología reformista, expresada en su pacifismo, prevalece un aún lato espontaneísmo que ninguna débil organización reformista puede encuadrar definitivamente, presentando mejores condiciones para la acción de los revolucionarios.

Se comienzan a plantear las condiciones objetivas para el despliegue de las tendencias a un ascenso revolucionario a nivel mundial. La dialéctica histórica vuelve a ponerse en marcha. Al decir de Trotsky: "Muchas veces en la historia la guerra fue la madre de la revolución precisamente porque sacude hasta sus mismas bases los regímenes ya obsoletos, debilita a la clase gobernante y acelera el crecimiento de la indignación revolucionaria entre las clases oprimidas" (L. Trotsky, Escritos, T. XI vol. 2, p. 298). Las guerras imperialistas de principios del s. XXI engendrarán nuevamente revoluciones, que serán terriblemente más tortuosas que a principios del s. XX por la crisis de la subjetividad y de la dirección revolucionaria del proletariado, pero que crearán condiciones más favorables para la acción de los revolucionarios. Esto determinará ritmos que no podemos prever. Probablemente este giro a izquierda de la situación mundial abra una situación de carácter pre- revolucionario, quizá se sufran coyunturas de carácter reaccionario, seguramente haya triunfos y derrotas parciales. Pero las grandes tendencias para las cuales debemos rearmarnos y prepararnos están nuevamente planteadas.

En esta nueva guerra imperialista contra Irak, como primera batalla de la guerra, se anudan y se ligan todas las tendencias que estamos señalando. Los marxistas revolucionarios internacionalistas, tenemos el deber de propagandizar entre las masas la necesidad de la revolución.

 

III. Guerra y revolución. La estrategia de la Revolución Permanente

La paz definitiva y perdurable, sólo podrá ser alcanzada mediante la derrota del imperialismo, que sólo vendrá del armamento de las masas trabajadoras árabes, organizadas en sus propios organismos de resistencia antiimperialista y de democracia directa contra la dirección burguesa de Hussein, en alianza con las acciones de los trabajadores y las masas del resto del mundo árabe, de las semicolonias y de los países imperialistas, que enfrenten a sus propios gobiernos y combatan por la derrota del imperialismo, de sus propios países en caso de intervenir en la guerra, y el triunfo de las masas iraquíes. Una guerra de liberación nacional en Medio Oriente, será de invalorable ayuda para una revolución en los países imperialistas o en el resto de las semicolonias. Pero la historia de la lucha de clases y de las revoluciones enseña que detener aquí la lucha de las masas, conducirá a futuros desastres. Sólo una revolución socialista en estos países podrá asegurar el triunfo en una justa guerra contra el imperialismo, y convertirse en el prólogo de un ascenso revolucionario mundial, a costa de ir preparando una nueva matanza interimperialista. Sólo la transformación de la lucha por la paz en los países imperialistas y el resto de las semicolonias, en lucha por la liquidación del capitalismo y por el socialismo, por el derrocamiento revolucionario de sus gobiernos y regímenes burgueses podrá impedir el desarrollo de nuevas y más sangrientas guerras imperialistas.
Es necesaria la más encarnizada lucha contra la política pacifista de los reformistas y contra la declamación puramente verbal de la derrota militar del imperialismo, en el mejor de los casos, sin combatir al reformismo pacifista, y sin luchar por la transformación de la guerra imperialista en guerra de liberación nacional como forma transicional a la revolución socialista en el escenario de la guerra y por la derrota del propio país en los países que invadan Irak o formen parte de la coalición invasora. Hacia la formación de partidos revolucionarios de los trabajadores internacionalistas. Es necesaria la lucha por desarrollar la más amplia lucha de masas por la derrota militar del imperialismo y por la liquidación del capitalismo y la revolución socialista.

 

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