Estrategia Internacional N° 7
Marzo/Abril - 1998

Dossier Economía
Cuestiones de Método
LAS CRISIS Y LA CURVA DEL DESARROLLO CAPITALISTA

Christian Castillo

Sobre la teoría de las ondas largas y la periodización del capitalismo
La unidad dialéctica entre los factores económicos y políticos en el pensamiento de la III Internacional
¿Hacia dónde va el capitalismo?

Sobre la teoría de las ondas largas y la periodización del capitalismo

Esta teoría fue formulada por economistas académicos como Kondratief, Schumpeter y Duprietz. En esencia ellos planteaban que junto al ciclo normal capitalista descrito por Marx (ciclos clásicos de renovación del capital fijo y que tienen una duración aproximada de 10 años) al que llamaban “ciclo corto”, existían “ciclos mayores” cuya duración se extendía alrededor de 50 años. Los académicos como Kondratief planteaban que tales ciclos u ondas largas de la economía capitalista, respondían a factores similares que los clásicos “ciclos cortos”, es decir, respondían a causas endógenas al funcionamiento del capital. Los “ciclos largos”, estaban determinados, para Kondratief, por grandes períodos históricos de renovación de la base tecnológica y estaban compuestos de una fase ascendente y una fase descendente, de aproximadamente 25 años cada una1. Trotsky en su momento, criticó duramente a Kondratief y se opuso categóricamente al concepto de las ondas largas criticándola como una teoría incorrecta en general: “...en el libro del profesor Kondratief yo me tropecé con el intento de demostrar grandes épocas... que caracterizan ciertas secciones de la curva capitalista como un nuevo ciclo de aproximadamente 50 años... Yo recuerdo que incluso escribí en algún lugar..., que esto era radicalmente falso... Un ciclo significa la existencia de regularidades, corrección, ritmo; el hecho de que crece a partir de las propiedades internas de la curva, en eso es que consisten los ciclos coyunturales. ¿Pero cómo podemos hablar de ciclos en este caso?... Los tramos ascendentes del desarrollo capitalista no surgen de la dinámica interna de los procesos capitalistas como tales, sino de las condiciones en las cuales entra en su propio desarrollo, esto es, de la apertura de nuevos continentes, colonias y mercados para la actividad capitalista, o de los temblores militares revolucionarios que atraviesan su camino...Me gustaría, como le encanta hacer al profesor Kondratief, examinar la decadencia europea en una onda larga, pero las cosas no suceden así...hacia dónde va, si hacia un ascenso o hacia una declinación, o si está plantado en una ciénaga, depende del relieve. Por cierto, aquí el relieve no es algo accidental, y va siendo modificado por el desarrollo del propio capitalismo, pero no es un proceso inmanente peculiar al desarrollo capitalista como tal. Existen profundas diferencias en esto, y me parece que el profesor Kondratief es culpable en este punto.” (León Trotsky, “Sobre la cuestión de las tendencias en el desarrollo de la economía mundial”, subrayado nuestro).

Para que quede completamente claro que en la concepción de Trotsky no hay nada que vaya en el sentido de Kondratief veamos sus siguientes afirmaciones. Discutiendo a mediados de los años 20 contra las observaciones hechas por los académicos Bukshpan, Kondratief, Spektator y Falkner, en uno de los artículos ya citados, decía: “Pienso, hasta donde yo creo interpretar las ideas básicas de los conferencistas, que varios de ellos han aplicado el análisis económico en forma muy esquemática y formal en relación con la época actual. El profesor Bukshpan insiste en la naturaleza cíclica del desarrollo económico de posguerra. ¿Se puede establecer un ciclo más o menos regular? Yo creo que no. ¿Esto es una sublevación contra Marx y contra la teoría marxista del desarrollo cíclico? No es ninguna sublevación. ¿Por qué? Porque la teoría de Marx no es una teoría supra-económica. El ciclo es una expresión del ritmo interno de la propia madre de la historia en todos sus movimientos. ¿Pero en todas las circunstancias? No, no en todas.” Y más abajo señala que “si en las llamadas condiciones normales, la política juega un gran rol en la economía europea, este rol es el mismo que el que juega el aire en la respiración. En condiciones de ascenso, en condiciones en que la economía busca espasmódicamente su equilibrio, tanto los factores políticos como los militares juegan un rol distinto ... Vemos aquí no el libre o semi-libre juego de las fuerzas económicas, al que estábamos acostumbrados a analizar en el período de preguerra, sino fuerzas estatales resueltas y concentradas que irrumpen en la economía, y esto intenta interrumpir o está interrumpiendo , los ciclos regulares o semi-regulares, si es que éstos llegan a notarse. Por consiguiente, uno no puede avanzar sin tomar en cuenta los factores políticos.” (Ibídem, subrayado nuestro).

Así, vemos cómo para Trotsky la época imperialista implica una intervención directa de los factores políticos en las regularidades de los ciclos económicos, al punto de alterar el desenvolvimiento del ciclo industrial que había señalado Marx. Y si las regularidades del ciclo industrial se ven permanentemente alteradas, hablar de regularidades de cincuenta años, que operan independientemente de los resultados de las guerras, las revoluciones y otros factores históricos, son un verdadero despropósito.

Refiéndose a la época posterior a 1913 dice Trotsky: “... es difícil encontrar un ciclo regular en los espasmos, si eso es lo que una está buscando. Esto, sin embargo, no significa que la teoría de Marx no es aplicable. Se puede aplicar, sólo que uno debe aplicarla correctamente...Existe un instrumento llamado podómetro. Es un aparato muy grosero, calcula los pasos, aunque no con mucha exactitud. Si uno camina dando pasos más o menos normales para un humano, nos dirá cuántas millas se ha caminado. Si uno comienza a dar saltos o pasos fuera de lo normal, entonces ya no dará resultados tan confiables. Pero si uno se desliza dentro de una charca o una zona cubierta de hielo, y flota o resbala en el mismo lugar durante dos o tres minutos, el podómetro registrará 20, 30, 50 pasos, mientras que uno no está yendo a ninguna parte. Algo similar ha ocurrido con el capitalismo...” (Ibidem)

Es que en Trotsky, como en todo el pensamiento de la III Internacional, se encuentra en el análisis una integración de los factores políticos y económicos. En la fase imperialista del capitalismo, con el mundo ya conquistado, se multiplica la importancia de aquellos como factor explicativo. La escisión que hoy vemos entre una tendencia de tipo voluntarista-subjetivista, que niega la existencia de leyes objetivas del funcionamiento del capital (como hacen Holloway, Negri, y otros de los autores de la corriente denominada “lucha de clases”), y otra de tipo estructuralista-economicista (ya sea en su variante más burguesa de los “regulacionistas” como en la que adopta una visión “circular” de las crisis capitalistas), es una vuelta atrás de este pensamiento.

Ernest Mandel, a la vez que reconoce y dice hacer suyas las críticas de Trotsky a la teoría de Kondratief, tanto en “El capitalismo tardío” como en su posterior libro “Las ondas largas del desarrollo capitalista”, sin embargo sostiene que: “La existencia de estas ondas largas en el desarrollo capitalista, difícilmente pueda negarse a la luz de unas pruebas abrumadoras. Todos los datos estadísticos disponibles indican claramente que si tomamos como indicadores clave el crecimiento de la producción industrial y el crecimiento de las exportaciones mundiales (del mercado mundial), los períodos 1826-1847, 1848-1873, 1874-1893, 1894-1913, 1914-1939, 1940/48-1967 y 68? están marcados por acusadas fluctuaciones de las tasas medias de crecimiento, con altibajos entre las sucesivas ondas largas que oscilan entre el 50 y el 100%” (E.M. “Las ondas largas...”) Y agrega Mandel: “El análisis económico marxista generalmente ha situado los movimientos de la tasa media de ganancia en dos marcos temporales diferentes: el del ciclo industrial y el del ciclo vital del sistema capitalista (de nuevo la controversia sobre la denominada teoría del derrumbe). Nosotros propugnamos que debe intercalarse un tercer marco temporal... el de las llamadas ondas largas de veinte a veinticinco años de duración” (E.M. Ibidem, pág. 10). Agregando luego: “Estamos convencidos de que lo que ocurrió después de 1848, 1893 y 1940-48 fueron de hecho ascensos a largo plazo de la tasa media de ganancia.” (Ibidem, pág. 11).

Es en estos conceptos donde aparecen claras nuestras diferencias centrales con Mandel. No en los hechos que señala (“ascensos a largo plazo de la tasa de ganancia” en tales períodos), sino en la explicación que da de los mismos.

Nuestra primer diferencia reside en que Mandel quiere conciliar a Trotsky con Kondratief, mediante una utilización “sui-generis” de la teoría de las ondas largas. Al hacerlo realiza una verdadera amalgama teórica. Ubicado en la misma posición de Kondratief, nos muestra regularidades, el “tercer marco temporal...ondas largas de veinte a veinticinco años de duración”, que se darían independientemente de los acontecimientos históricos (que a lo sumo podrían acortar o alargar la duración de estas ondas). Desde aquí, aunque Mandel intenta cubrirse del determinismo economicista de esta teoría cuando plantea que la fase “A” (ascendente) de una “onda larga” está determinada por factores “exógenos”, su metodología lo termina llevando a dar una explicación económica “endógena” de los momentos fundamentales del desarrollo del capitalismo2: se dan debido al cambio de la base tecnológica. Es decir, que Mandel termina en un reduccionismo economicista del mismo tipo que el realizado por Schumpeter. Como hemos visto, no es esta la explicación que da Trotsky para explicar la fase imperialista. Es que entre la teoría de las “ondas largas” y la visión del desarrollo capitalista en su fase imperialista, tal como la concebían los teóricos de la Tercera Internacional en su época revolucionaria, no hay conciliación posible. Ambas concepciones no son complementarias sino contrapuestas.

Mandel, supuestamente “agregando” un nuevo “marco temporal” –el de las “ondas largas”- al del ciclo industrial y al del ciclo vital del sistema capitalista, establece una continuidad lineal de los grandes ciclos que se suceden entre los años 1826 y 1968, quitando todo fundamento a la concepción del “ciclo vital”. Esta incluye los ciclos de crecimiento y crisis del ciclo industrial (los “latidos del corazón del sistema”) dentro de la perspectiva más general del ciclo vital del capitalismo (si es el latido del corazón de un organismo joven y saludable o el de uno desgastado y decadente). Si pudiéramos establecer una continuidad de grandes ciclos de renovación de la base tecnológica como explicación última de toda la historia capitalista, la definición del imperialismo como una nueva fase, aquella en la cual el dominio de los monopolios y del capital financiero llevan a un límite las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista y transforman a la revolución y la contrarrevolución (en forma de crisis y guerras imperialistas por la redistribución del mundo) en los principales fenómenos actuantes, el pase de su fase ascendente a su fase de decadencia, pierde toda especificidad. Por ello, repetimos, el “agregado” de Mandel es en realidad una negación del concepto de “ciclo vital” con el que los pensadores de la III Internacional interpretaban el desarrollo capitalista3. De ahí que el autor absolutizara las tendencias mostradas por el capitalismo durante el boom, mostrándolas muchas veces como signos de nuevos tiempos, de una superación de la “curva general descendente” del capitalismo en su fase imperialista.

¿No es un error sin embargo hablar de “fase decadente del capitalismo” tomando en cuenta las excepcionales tasas de crecimiento logradas durante el boom de la posguerra en los países centrales y en los países atrasados más ricos? ¿Tal crecimiento no cambió el carácter más general de la época que vivimos como una de “crisis, guerras y revoluciones”? ¿No entró el capitalismo en tal período en nueva fase de desarrollo “orgánica”?

No lo creemos por varias razones. Como intentamos mostrar en el artículo sobre el Boom de la Posguerra, las descripciones hechas por el mismo Mandel dan cuenta que durante el boom el crecimiento fue producto, no de la superación, sino del reforzamiento de las tendencias parasitarias del capitalismo. De ahí la magnitud del endeudamiento y de la crisis más general de acumulación que se desató a su fin (ver artículo “Elementos para una interpretación marxista de la crisis capitalista”). Por otro lado, no sólo porque el “boom” fue mucho menos extendido en el tiempo que lo que vulgarmente se afirma cuando se habla de “los treinta gloriosos” (entre diecisiete y veinte años, según los años que consideremos, pero no más) y menos extendido geográficamente (ya que el capitalismo había sido expropiado en países que abarcaban un tercio del globo y el crecimiento sólo alcanzó a las metrópolis imperialistas y a un puñado de países semicoloniales); sino porque si bien las revoluciones y las guerras “salieron” de las metrópolis centrales hasta 1968, durante el boom vivimos en el mundo semicolonial decenas (¿centenares?) de procesos revolucionarios (triunfantes y derrotados). Este proceso alcanzó una magnitud nunca antes vista (guerra de Corea, guerras de liberación nacional en toda Africa, como la guerra de Argelia, Bolivia en el 52, revolución cubana, Indonesia en 1965, etc.), y permanentemente amenazó con romper los marcos establecidos por el imperialismo yanki y la burocracia soviética en los acuerdos de Yalta y Potsdam. Utilizando la metáfora de Lenín podríamos decir que en este período se trasladó a las semicolonias “el eslabón más débil de la cadena imperialista”. Mientras la socialdemocracia servía de instrumento para meter al proletariado de las metrópolis en un nuevo pacto con el capital imperialista que amplió los límites de la aristocracia obrera en estos países, el estalinismo del Kremlim (pero también en sus versiones yugoslava, china o cubana, y junto con los movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses que se desarrollaron a su vera), que se vio reforzado económica y políticamente con el control de Europa Oriental, fue clave para contener y enchalecar los procesos revolucionarios de las semicolonias evitando que rompan el “relieve” en el que ocurría el boom. Fue así, un elemento indispensable para la nueva reestabilización que vivió el capitalismo en estos años, hasta que los levantamientos que se sucedieron a partir de 1968 mostraron un cuestionamiento generalizado del orden. Veamos cómo actuaba esta dialéctica en un ejemplo. No estaba escrito en las condiciones económicas del boom que la guerra de liberación del pueblo argelino que desestabilizó todo el régimen de la IV República no terminara por desatar un proceso revolucionario en Francia misma. Pero para ello hacía falta una dirección revolucionaria del proletariado francés, capaz de enfrentarse a los mismos prejuicios chovinistas de parte de la clase trabajadora. El papel del Partido Comunista francés fue lo opuesto. El resultado de esta lucha no dada por el proletariado francés fue el surgimiento del régimen gaullista con su V República bonapartista que dura hasta nuestros días. Por ello afirmamos que durante el boom la crisis de la humanidad siguió resumiéndose en la crisis de dirección revolucionaria del proletariado.

Ni el boom ni su fin pueden comprenderse, entonces, como producto de cuestiones endógenas del sistema económico (porque habían llegado a su fin los 20 ó 25 años de la fase anterior de una nueva “onda larga”) sino gracias al “relieve”, es decir al conjunto de condiciones políticas y económicas con las que se salió de la segunda guerra mundial.

Resulta entonces claro que el crecimiento experimentado por el capitalismo de estos años no implicó superación alguna de la fase imperialista del capitalismo, sino un respiro parcial que preparó la recaída posterior.

La vitalidad mostrada por el capitalismo durante el “boom” no fue la de un niño, un adolescente ni aún la de un adulto en plenitud. Fue la de un hombre mayor, que después de haber estado cerca de la muerte, obtiene una herencia, se estira la piel, y vuelve a las andadas con la ventaja de la experiencia acumulada. Su aspecto parecerá jovial, pero no podrá evitar el envejecimiento de sus células. Su experiencia le permitirá aún hacer frente a nuevos percances, pero ha envejecido irremediablemente. Sus recaídas serán cada vez más periódicas y profundas. Es esta la situación que vive el capitalismo desde principios de los 70.

La unidad dialéctica entre los factores económicos y políticos en el pensamiento de la III Internacional

Las interpretaciones vulgares de la visión de la fase imperialista como la de “decadencia” del capitalismo sostienen que esto implica una caída sin cesar del crecimiento económico. Estas visiones han llevado a dos concepciones erróneas sobre el desarrollo del capitalismo en el siglo XX. Por un lado la de quienes hacen una interpretación “catastrofista” de las crisis, que ven en cada caída del capitalismo la “crisis final”. En el Tercer Congreso de la III Internacional Lenín y Trotsky se enfrentaron contra quienes sostenían visiones de este tipo, explicando cómo de la crisis no necesariamente surgía la revolución, que si el proletariado no lograba por una serie de factores combinados dar salida, la burguesía podía encontrar un nuevo punto de equilibrio parcial, sin que esto implicase la superación de la época revolucionaria: “La mera idea de que la crisis industrial y comercial puediera ceder el paso a un relativo boom fue considerada por los adherentes conscientes o semiconscientes de la teoría de la ofensiva casi como expresión de centrismo. En cuanto a la idea de que el nuevo reanimamiento industrial y comercial podría no sólo no actuar como freno sobre la revolución, sino que por el contrario prometía impartirle nuevo vigor... esta idea ya les parecía no otra cosa que puro menchevismo”. (León Trotsky, “Flujos y reflujos. La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial”). Es decir que para Trotsky la dinámica hacia una situación revolucionaria o hacia una estabilización no podía deducirse de los índices de crecimiento o decrecimiento económico:“Bajo un conjunto de condiciones la crisis puede dar un poderoso impulso a la actividad revolucionaria de las masas trabajadoras; bajo un conjunto distinto de circunstancias puede paralizar completamente la ofensiva del proletariado y, en caso de que la crisis dure demasiado y los trabajadores sufran demasiadas pérdidas, podría debilitar extremadamente, no sólo el potencial ofensivo sino también el defensivo de la clase”. (Ídem)

Como la otra cara de la moneda de esta interpretación están los que analizan cada crisis desde una visión “circular”. En esta posición (tanto en los que adhieren a la teoría de las “ondas largas” como los que toman sólo el ciclo industrial) se unilateraliza el análisis de los ciclos económicos. Quienes sostienen visiones de este tipo se jactan de interpretar las crisis según lo marcaba Marx en “El Capital”. Pero dejan de lado dos cuestiones fundamentales. En primer término olvidan que Marx tenía pensado en su plan original de “El Capital” escribir sobre el papel del comercio mundial y el rol del Estado, cuestión que finalmente no hizo, como demostró hace varias décadas Rosdolsky en su clásico “Génesis y estructura de El Capital”. Y en segundo lugar, dejan de lado el gran avance que significó la teoría del imperialismo, tal como se transformó en matriz del pensamiento de la III Internacional antes de su estalinización. Partiendo de las elaboraciones de Hobson y Hilferding, tanto Bujarin como Lenín, Rosa Luxemburgo, Trotsky y Gramsci (aún con importantes diferencias entre ellos), incorporaron al análisis marxista elementos que Marx no podía analizar más que en forma tendencial o embrionaria.

El rol de los Estados y su entrelazamiento con los monopolios, la relación entre las distintas potencias imperialistas, la fuerza o debilidad del proletariado, estos y otros factores sin los cuales es absolutamente imposible intentar siquiera pensar en pronosticar hacia dónde conducirá una crisis, si hacia un incremento de la lucha de clases o hacia una reestabilización capitalista que permita un nuevo momento de desarrollo, son dejados completamente de lado por quienes interpretan la dinámica de las crisis de una forma circular. Para ellos la explicación es sencilla: como hay crisis de dirección proletaria la burguesía encontrará antes o después un nuevo punto de reestabilización y un nuevo ciclo de ascenso. ¿Qué sentido tiene entonces determinar la dinámica general de cada crisis? Esta visión transforma en absoluto un elemento, la crisis de dirección proletaria, para deducir del mismo una fortaleza todopoderosa del capital para superar sus crisis. Que las crisis sean cada vez más recurrentes y profundas, que las contradicciones interimperialistas se acentúen, que la crisis de dominación imperialista potencie las tendencias belicistas de las metrópolis, que la clase obrera haya golpeado en varios países antes del estallido de la crisis, que penda la amenaza de un crack sobre la economía mundial ... nada importa, la burguesía encontrará una salida (pacífica). Lamentablemente, como decía una publicación imperialista: “los únicos que ven un capitalismo todopoderoso son ciertos autores marxistas”... Terminan así tranformándose en pasivos espectadores de los “milagros” capitalistas, hasta que la lucha de clases les da un buen golpe y, en general, pasan de espectadores pasivos a oportunistas descarados.

Es necesario retomar el método de los pensadores de la Tercera Internacional en su época revolucionaria: las diferencias y distintos matices que existieron entre ellos se dieron todos dentro de una concepción que establecía la interacción dialéctica entre los ciclos económicos y los factores políticos, dando preeminencia a estos últimos en la explicación de los acontecimientos de la fase imperialista.

¿Hacia dónde va el capitalismo?

Que si el proletariado no responde, será la burguesía la que dé una respuesta crecientemente reaccionaria, es una verdad de perogrullo. La cuestión es qué tipo de “salida” nos espera hoy: ¿la de un nuevo crecimiento similar al de la posguerra (o al del capitalismo de fines del siglo XIX, como sostenían los más delirantes)? ¿o la de convulsiones cada vez más agudas, con la crisis, la guerra y la revolución como fenómenos actuantes cada vez más recurrentes? Esta perspectiva es la que claramente presenta la dinámica actual de la situación, no porque nuevas derrotas del proletariado no puedan permitir nuevas estabilizaciones parciales del capitalismo, sino porque para que tal perspectiva pueda plantearse faltan batallas de clase de enorme magnitud por darse, entre ellas la de lograr un capitalismo que “funcione” en China, Rusia y Europa Oriental.

Pero más allá de distintas coyunturas, todos los acontecimientos del siglo han reafirmado la corrección de la definición de la época imperialista como la de una época de transición. Como decía Trotsky: “El mundo capitalista no tiene salida, a menos que se crea que una agonía prolongada lo es. Hay que prepararse para largos años, para decenios de guerras, crisis, breves intervalos de tregua, nuevas guerras, nuevas crisis. Todo joven partido revolucionario debe tener clara esta perspectiva. La historia le dará oportunidades suficientes de probarse a sí mismo, de acumular experiencias y de madurar. Cuanto antes se agrupen las filas de la vanguardia, antes acabará la época de estertores sangrientos y menor será la destrucción que haya de caer sobre el planeta. Pero este gran problema de la historia no quedará resuelto mientras que a la cabeza del proletariado no marche un partido revolucionario. La cuestión de los ritmos ascendentes y descendentes tiene una enorme importancia, pero no tiene por qué hacernos cambiar ni nuestra perspectiva histórica ni la orientación de nuestra política. La conclusión es sencilla: hay que desplegar aún diez veces más energía en la tarea de educar y organizar a la vanguardia proletaria. Esta es precisamente la tarea de la IV Internacional” (“Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, mayo de 1940).

Es de este carácter de la época que nos toca vivir que desprendemos nuestro programa: el programa de transición. Como desarrollamos en la polémica contra las “alternativas” que se postulan ante la crisis provocada por la ofensiva “neoliberal” (ver artículo pág. 7) sólo a través del mismo pueden las masas evitar pagar los costos de la crisis y, por el contrario, emprender el camino que impida la barbarie.

NOTAS:
1 Los teóricos de la llamada “Escuela histórica de los Anales”, que tuvo en F. Braudel su principal impulsor y hoy es continuada por autores como I. Wallerstein y G. Arrighi, también se apoya en sus análisis en la teoría de las ondas largas.
2 En textos anteriores a “El capitalismo tardío”, cuando todavía estaba desarrollándose el boom, Mandel distinguía más claramente ese momento del capitalismo de la fase imperialista: “Durante este tiempo nos convencimos de que se abrió una tercera fase en la historia del capitalismo, que se puede llamar fase del ‘neocapitalismo’ o ‘capitalismo en decadencia’, pero que debe explicarse, tal como las fases del capitalismo de libre competencia y del imperialismo, por una nueva revolución industrial y por una modificación fundamental del medio en el que evoluciona el modo de producción capitalista... Esta tercera fase es entonces continuación y negación parcial de la fase imperialista, del mismo modo como la fase imperialista era a la vez continuación y negación parcial de la fase del capitalismo de libre competencia.” (Postfacio escrito en 1969 a la edición española del “Tratado de economía marxista”). Con el desarrollo de la crisis a principios de los setenta Mandel se inclina más por definir el período como una subfase de la época imperialista.
3 En el mismo sentido que lo dicho anteriormente cuestionamos la definición de “capitalismo tardío”. Mandel, aunque comprende y explica correctamente los mecanismos clásicos de la época imperialista que han alcanzado un desarrollo muy superior al de las décadas anteriores en el período del boom de la posguerra, establece una separación entre el imperialismo clásico y lo que para él constituye su segunda fase, el “capitalismo tardío”.