Intelectuales y Académicos

Las Ambigüedades del Libre Comercio

 

Autor: Immanuel Wallerstein - Comentario n° 127 - 15/2/03

Fecha: 20/12/2003

Traductor: Juan de Psico - Especial para PI

Fuente: Fernand Braudel Center


El debate entre libre comercio y proteccionismo se ha venido dando desde hace 500 años, a lo largo de toda la historia de nuestro sistema mundial moderno. El argumento a favor del libre comercio ha sido siempre que éste da como resultado el máximo de competencia, entonces el máximo de eficiencia de la producción, por lo tanto una reducción de los precios, y, al final, beneficia al consumidor. El argumento a favor de la competencia ha sido siempre que el libre comercio tiene consecuencias muy negativas para varias situaciones de la economía nacional, tanto en el corto como en el mediano plazo. En el corto plazo, ésta incrementa el desempleo y causa la caída de las empresas locales. Y, en el largo plazo, encasilla a los países pobres en actividades económicas de bajos beneficios.

Por supuesto, ambos lados están en lo cierto hasta cierto punto. Pero las virtudes abstractas del libre comercio versus la competencia nunca determinan lo que pasa de hecho. En última instancia, la cuestión es tanto política como económica. Aquellos países que están pasando un momento particularmente eficiente y productivo son los que normalmente proclaman las virtudes del libre comercio. El libre comercio sirve, obviamente, a sus intereses nacionales. Esto significa que pueden vender sus productos en mercados extranjeros sin penalizaciones aduaneras u otras barreras. Esto significa que pueden invertir capital excedente en otros países. Aquellos países que son moderadamente fuertes pero aún más débiles que los más fuertes son normalmente los que tratan de ser proteccionistas. Ellos sienten que, si pueden proteger sus mercados internacionales por un momento de la competición de los productores de los países más fuertes, pueden mejorar su propia eficiencia y desarrollar un mercado interno lo suficiente como para hacer frente a la libre competencia. Para ellos es una cuestión de tiempo. El proteccionismo es temporario. Los países verdaderamente débiles económicamente son usualmente demasiado débiles políticamente como para escaparse mediante el proteccionismo.
Las ambigüedades crecen cuando miramos a los países fuertes que proclaman las virtudes del libre comercio. Los países fuertes están a favor del libre comercio hasta cierto punto. Por ejemplo, en el siglo XVII, los holandeses (por ese entonces llamado Provincias Unidas), que eran en ese momento los más eficientes productores (y comerciantes) en Europa, predicaban las virtudes del libre comercio hacia una débil Inglaterra y Francia. Pero eso no significaba que los holandeses no protegieran ciertos mercados. En 1663, Sir George Downing, un estadista británico, dijo amargamente sobre la política holandesa que: “Es mare liberum [de mar abierto – open seas] en los mares Ingleses pero mare clausum [de mar cerrado] en la costa de África y en las Indias Orientales”. Los Ingleses tuvieron que pelear tres guerras marítimas con los holandeses para emparejar con ellos el campo de juego en el comercio mundial.
Esta historia se está repitiendo hoy. Estados Unidos luego de 1945 era el más eficiente productor, y por supuesto a favor del libre comercio. Aún así, en orden de fortalecer políticamente sus alianzas contra la Unión Soviética, los Estados Unidos permitieron a la Europa Occidental, Japón, Taiwán, y Sur Corea, llevar adelante ciertos procesos proteccionistas. Esto fortaleció a aquellos países hasta cierto punto. Cuando, en los 1970’s se hicieron altamente competitivos para los Estados Unidos, EEUU comenzó a quejarse de sus políticas proteccionistas. Pero precisamente porque los EEUU se habían convertido en una economía relativamente débil, éste fortaleció aun más sus políticas proteccionistas hacia el sector manufacturero. El gobierno norteamericano, como otros gobiernos, se enfrentaba con presiones políticas internas para preservar trabajos y beneficios para inversores locales.
Los Estados Unidos enfocaron sus ojos hacia lo que ellos llamaron “mercados emergentes”, refiriéndose a algunos de los países más grandes del Sur mundial – países como Malasia e Indonesia, India y Pakistán, Egipto y Turquía, Sudáfrica y Nigeria, Brasil y Argentina. Ellos veían a estos países como salidas para los productos norteamericanos – manufacturas, servicios de información y biotecnología – tanto como para transacciones financieras. Pero estos países habían sido devotos de una ideología desarrollista que los llevó a levantar ciertas políticas proteccionistas. Por lo que EEUU les explicó que en la Era de la “globalización” tales prácticas eran diabólicas y contraproducentes. Los mercados emergentes tuvieron que abrirse a sí mismos al libre mercado, o sea, hacia inversiones y actividades norteamericanas (y de otros países).
Las mayores herramientas para obtener complacencia de este nuevo régimen era el FMI, el tesoro de los EEUU, y la OMC, que extendería las reglas inquebrantables del libre comercio. Estas reglas, por supuesto, eran para ser aplicadas a los otros, no realmente a los Estados Unidos. El problema con estas reglas, como sea, es que los otros también pueden usarlas. Cuando EEUU (y Europa occidental) intentaron extender estas reglas más allá hacia los así llamados mercados emergentes, encontraron resistencia en Cancún, cuando Brasil lideró una coalición de poderes medios insistiendo en que las reglas eran para ambos lados – que si el Sur tenía que bajar las barreras para el libre comercio, los Estados Unidos y el resto del Norte debían hacer lo mismo (ver Comentario n° 122, del 1° de Octubre de 2003). Los EEUU se rehusaron a hacerlo y por eso Cancún fue un fracaso.
Pero un problema aún más grande acechaba a los EEUU. Europa (y otros países del Norte) estaban muy insatisfechos con el proteccionismo norteamericano, el cual lastimaba directamente sus propios intereses. Cuando George W. Bush puso tarifas al acero, para proteger las manufacturas norteamericanas en estados que eran electoralmente cruciales para él (tales como West Virginia y Ohio), los europeos llevaron el caso al tribunal de la OMC, levantando cargos contra los EEUU por violar el tratado. Ganaron el caso, y obtuvieron el derecho de levantar contra-tarifas, lo cual intentaron hacer contra los productos norteamericanos importantes en otros estados electoralmente importantes para George Bush (como Florida y Michigan). Como resultado, George Bush se contuvo, y revocó las tarifas al acero. Pero los europeos no habían terminado. Ellos planeaban usar las mismas contra-tarifas si los EEUU no terminaban con los subsidios impositivos que daba a sus corporaciones para sus operaciones off-shore. Esto también parecía violar el tratado de la OMC.
Y, como si esto no fuera suficiente, cuando George W. Bush anunció que no iba a dejar que los franceses, alemanes, rusos, y canadienses liciten para los contratos para la reconstrucción de Irak, le fue inmediatamente sugerido que esto violaba el mismo tratado de la OMC. De repente, la OMC – virtualmente una invención y un logro norteamericanos – comenzó a parecerse a un Albatros alrededor del cuello de EEUU. El libre comercio es maravilloso, por supuesto, al menos si uno no tiene que enfrentar sus costos negativos en uno mismo.



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