Teoría, Cultura y Género

Los demonios de Abelardo Ramos ( el “sarcasmo infernal” del nacionalismo)

 

Autor: Julio Rovelli López y Demian Paredes

Fecha: 20/11/2004


A propósito de dos textos-homenaje a 10 años de su muerte

“La política es sólo coyuntura actual”
JAR[1]

La revista de Clarín, Ñ, publicó en su número 52 dos textos que recuerdan a uno de los principales referentes de la izquierda nacional. Nacido en 1921, militante en los ‘40 del grupo trotskista Octubre y luego en el FIP (Frente de Izquierda Popular); reconocido por su libro Revolución y contrarrevolución en la Argentina (1957) e impulsor de una intemperante síntesis: de un incierto marxismo al socialismo nacional, pensamiento que se desarrolló pos’45 en Argentina. Expondremos brevemente la involución nacionalista de Ramos –invocándolo- no a modo de un mero ejercicio “lúdico/redentor ”, sino en pos de exponer sus “demonios”, ahora escamoteados por Horacio González y Ernesto Laclau, clamando su actualidad en tono “nacional-posibilista ”: un acto de cortesía a sí mismos.

Señalando puntos centrales de Ramos, nuestra tarea intenta mostrar la (in)experiencia concreta de este último en cuanto nos planteamos discutir acotadamente el derrotero del pensamiento “nacional” -y sobre los autores del tributo. En momentos donde en América Latina, después de la entrada de las masas en escena, se montan proyectos de desvíos reformistas en clave “latinoamericana” y “antineoliberal”[2] : el ascenso de figuras como Chávez , Kirchner o la del primer “presidente obrero” Lula; o la ultimísima victoria de T. Vázquez del Frente Amplio uruguayo. Sucedido el triunfo de W. Bush la retórica nacionalista se apresta a componerse de “expresiones”grandilocuentes.


La “revolución-contrarrevolución nacional”: sobre los “equilibrios teóricos” del nacionalismo


Ernesto Laclau -discípulo doblemente liberal de Ramos- sintetiza su pensamiento: “El liberalismo político, lejos de ser en la Argentina la expresión de una burguesía en proceso de ruptura con el Antiguo Régimen, era la forma política de la dominación oligárquica... Las formas de la revolución democrática tenían que ser necesariamente anómalas respecto a los esquemas clásicos: ellas se expresaban a través del nacionalismo militar aliado, en el caso argentino, a la fuerza de los sindicatos [...] advertir la originalidad... de Ramos y el coraje político para nadar contra la corriente... El equilibrio teórico que intentaba se componía de una interpretación del peronismo como revolución democrática y de la afirmación de la perspectiva socialista en la revolución nacional”[3].

Laclau nos insta a repasar las supuestas “formas anómalas de la revolución nacional”. Veamos. En Octubre ya se advertía una inclinación –errada-: la oposición entre “naciente burguesía” y “oligarquía terrateniente”; una burguesía nacional que expresaba “premisas económicas de una política nacional, cuya presencia entra en contradicción con la política antinacional de la oligarquía”[4].

Pero como señala el historiador trotskista Milcíades Peña, “la burguesía industrial no ha nacido desde abajo [como la imperialista, NdR]. La burguesía industrial argentina ha nacido estrechamente ligada a los terratenientes... Ambos sectores... se entrelazan continuamente... mediante la capitalización de la renta agraria y la territorialización de la ganancia industrial, que convierte a los terratenientes en industriales y a los industriales en terratenientes”[5]. La capitalización de la renta agraria junto con la inversión imperialista daban inicio así al desarrollo de la industria “nacional”; terratenientes e industriales son hermanos de sangre.

Octubre valúa el rol político de la burguesía sin prejuicios: “el peor error que se pueda cometer [es] el [de] querer fijar de antemano a la burguesía un rol reaccionario o revolucionario”, ya que de “la incapacidad de la burguesía de los países retrasados para realizar las tareas de la revolución nacional no se deduce en absoluto que no pueda hacerlo”[6]. Con gran ‘originalidad’ Ramos desecha al marxismo cuando ensalza a la burguesía como dirección política, que encabeza al “movimiento nacional contra el imperialismo”[7].

M. Peña, desde un análisis marxista, señala correctamente: “la burguesía no es en los ‘movimientos nacionales’, como en la sociedad, más que una pequeña esfera. Pero es la esfera superior, poderosa por su capital, sus relaciones y amistades, la posibilidad que tiene siempre de apoyarse en las metrópolis imperialistas, por sus condiciones y su influencia en el Estado y en las fuerzas armadas, y por la presencia envolvente e impregnante de su ideología y de sus valores. [...] en todas las cuestiones decisivas orienta la política de los ‘movimientos nacionales’ pese a la presencia masiva del proletariado en el seno de esos movimientos”[8].

En su mar muerto (atolladero político) Ramos nada a favor de la corriente: “culmina en una concepción ‘etapista’ de la revolución (en la medida que mantiene la necesidad de tal revolución): otorgándole posibilidades revolucionarias a la burguesía nacional subordinaría al proletariado dentro del movimiento nacional dirigida por aquella en pos de una etapa ‘previa’ de desarrollo burgués. Esta concepción imprime su caracterización del peronismo como movimiento nacional resignando toda política independiente del proletariado”[9]. La creación de un partido obrero revolucionario era serenamente música del futuro.


Masas, caudillos y elites (del “primer mundo”)


El rol independiente de las masas obreras bajo Ramos se elevaba al “magnífico avance de nuestra clase... Bajo el signo del peronismo, amplias capas de obreros revolucionarios buscan su camino”[10]. Entre tanto, caudillos sindicales y elites a la cabeza llevaron al movimiento obrero hacia la colaboración de clases: un frente popular con forma de partido. En las candilejas del movimiento que propugnaba Ramos no faltaban añoranzas para con espíritus de un “Yrigoyenismo plebeyo”, “burgueses patriotas”, “militares nacionalistas” y “antiimperialistas”; figuras de todo pelaje e intelectuales varios –como el “peronista sin saberlo” Jauretche-. En su movimiento, nuestro pensador unía lo irreconciliable en un pasmoso oportunismo que no resistía ya coherencia alguna.

Como final de juego urgía la “necesidad histórica” del “culto al Jefe” y a Eva Perón[11]. “Liderazgo” que fue totalmente impotente e incapaz ante el golpe proimperialista del ’55. La tan mentada “revolución nacional” perdió todo secreto cuando el (burgués) nacional levó el término “revolución” a otro paraje, dejando intactas las bases estatales bajo el control militar. Más allá de las conquistas del movimiento obrero previo al golpe, el indudable rol de Perón (en las propias palabras de Ramos) se demostró cuando “los capitalistas nacionales se [hicieron] millonarios a pesar suyo”[12]. La ideología paternalista, posibilista y nacionalista peronista aún perdura como un deletéreo folklore en la conciencia de miles de trabajadores.

En la “actualización” de “Revolución y...” habla –sin circunscribirse- del “desencanto pos setenta” de muchos: “imperialismo e izquierdismo, gramscianos o chicos de Alzogaray, ex devotos de la guerrilla o el terror, ejecutivos bilingües de financieras, admiradores de Fidel, Mao o Trotsky... descubrieron las maravillas de la ‘democracia’.”[13] Pero ante la “celebración de la democracia” que cometieron muchos, Ramos la supera ampliamente con su participación en la era menemista: siendo durante dos años un ‘maravilloso embajador’ en México de Menem; reivindicando el “nacionalismo” de Cavallo ante las privatizaciones de las empresas del estado, calificándola como una “política imprescindible”[14].

Ramos sobrepasó todos los límites cumpliendo cabalmente su máxima: “la política es sólo coyuntura actual”. Sus operaciones políticas ante el fenómeno peronista lo llevaron del “marxismo” al primer mundo acunado por el menemismo.

Sin embargo su nacionalismo originario fue una reacción a grandes fenómenos políticos: el ascenso de las masas proletarias en las décadas del ’50 y ’60 y el auge de los nacionalismos burgueses; grandes acontecimientos históricos disímiles con la realidad de las últimas dos décadas.

Ahora veremos la lectura de dos continuadores de su teoría en clave nacional/cosmopolita. Haciendo “literatura comparada”, diremos que las “llamas” del nacionalismo de Ramos, en la actualidad del pensamiento nacional, remozan en un “tranquilo llano”.



Laclau y el Nacionalismo Cosmopolita

La“ verdadera” democracia de Estado



Ernesto Laclau, ‘posmarxista’ por propia definición[15], adquirió notoriedad allá por 1984 (junto con Chantal Mouffe) al formular la teoría “hegemonía contingente” (deudora del pos estructuralismo derridano). Parte del lenguaje como unívoco elemento estructurante y lo liga a la política en una operación de carácter puramente ideológica, basada en la articulación circular de una cadena de “significantes” -un significante para cada grupo social- que sería “hegemonizado por uno de ellos” en un acontecimiento revelador cuando este se vuelve “legible”, conteniendo las particularidades en su “significación”: una operación puramente discursiva. Dicha teoría fue celebrada de manera rimbombante en el mundo intelectual de los pseudo-izquierdistas defraudados pos ‘70, en clara referencia al surgimiento y a la heterogeneidad de las identidades contingentes (movimientos gays, feministas, étnicos, etc.) y el procedimiento propuesto para “articular sus diferencias”. En aquella época de previsiones estériles para el marxismo -y él se situaba en su “interior” para deconstruirlo- anexando a esto los tristes tópicos de la desaparición del proletariado.

Retórico (en falso) del anti-esencialismo (su teoría es profundamente esencialista al lenguaje) y de la pura contingencia. Antiesencialismo y contingencia versus realidad objetiva y sujeto (de aquí que considere como “esencialista” al marxismo por el rol que le determina a la clase obrera como clase revolucionaria con el potencial de hegemonizar a los demás sectores subalternos).

“La interpelación popular-democrática no sólo no tiene un contenido de clase preciso, sino que constituye el campo por excelencia de la lucha ideológica de clases. Toda clase lucha a nivel ideológico a la vez como clase y como pueblo o, mejor dicho, intenta dar coherencia a su discurso ideológico, presentando sus objetivos de clase como consumación de objetivos populares”[16].

La retórica laclauneana se cultiva diseminando todas las fronteras, un eclecticismo donde –el posmarxista- goza placenteramente de un “equilibrio” entre su teoría y la política concreta, que le permite ambigüedades mayúsculas. Para escapar de sus hiatos teóricos es necesario historizar dicha teoría y sus opiniones políticas. Si tomamos “textualmente” el acto de la “hegemonía”, este nunca llegará a realizarse. Según S. Zizek hay en Laclau una “imposibilidad constitutiva de la sociedad [...] puesto que [para él] la ‘sociedad no existe’... su unidad solo puede simbolizarse en un significante vacío hegemonizado por un contenido particular”[17]. Y señala acertadamente: para “Laclau entonces lo universal no funciona más como un horizonte, y este, como horizonte es pues inalcanzable”[18].

Así el acto “hegemonía contingente” en la forma “democracia radical” de Laclau es la negación de la Revolución misma. Una radicalización que en política práctica se consumaría en un movimiento de masas “construido por medio de la equivalencia de una pluralidad de demandas”[19] y se desliza a un movimiento de exigencias al Estado: la política de izquierda “no pasa por un ataque directo a los aparatos del Estado , sino que implica la consolidación y reforma democrática del Estado Liberal”[20].

De nuevo el Frente popular se asoma para presidir, un impulso tout a court, a la zaga de un “significante Amo”: todo tipo de caudillo personero de la burguesía, facilitando así la tarea de “hegemonización”. La “lección de Perón” se repite en aberrante farsa en su apoyo Francois Mitterand, y actualmente en su apoyo a Kirchner y Lula.

Los demonios Ramos reencarnan, sobreviven, en las teorías contemporáneas bajo forma de un “nacionalismo cosmopolita”. Las “textualidad” de Laclau -un radical impostor- es un “sarcasmo” de “democracia radical” transfigurada en capital idolatría al Estado Liberal.




González: “Infierno” y sarcasmo nacional
O como ser un sutil político de las instituciones




"El que entra al infierno debe dejar en la puerta sus propios prejuicios”

El Dante: La Divina Comedia



“Ningún destino político puede invalidar una obra si deja

que aflore su corazón sarcástico, lo único que la hace actual”

H. González.[21]





En su deferencia a Ramos, Horacio González comienza por un auténtico inventario de su propia actualidad política, (auto)vedado a mirarse en el espejo de viejos debates -aún actuales- habidos en “nuestras pampas” latinoamericanas: “las andanas [de Ramos] en contra de los intelectuales que ignoraban los mecanismos de imposición cultual… pueden ser leídas hoy como polémicas de un mundo agotado”; el “desembarazado y virulento polemismo… es ahora una ausencia que merece… nostalgia”[22]. El pasado es aquí solo rememoración prosaica.

Para entender al Profesor González en su plenitud, hay que prestarse a entrar en su “mundo agotado”, siempre dispuesto a la verborragia del mito, la “moral agonizante de un cierto humanismo” y una “filosofía poética a la baja”. Escribe así el derrotero de sus posiciones políticas nacionales y populares bajo el estigma miserable del posibilismo (un nacionalismo senil). Nuestro Profesor es por exquisitez un celebrador de sus contradicciones, a la manera de un pensamiento “antidogmático”[23]: su corazón sarcástico no para de latir. Veamos como funciona el órgano.


Del estado policía a la gestión de estado


En épocas del Gobierno de la Alianza decía con respecto a al rol del estado -y en particular sobre su “campo”: “Los esquemas de investigación que heredan los medios de comunicación, son perspectivas de investigación que están antes presentes en la ciencia y en la actividad policial , es decir, en el Estado”[24].

El rol del estado como policía –carta robada a posalthusseriano Jacques Ranciére[25] (rastros pampeanos y aires insulares franceses)- marcaría un presupuesto anterior en el cual “El investigador no [como] el científico respaldado por el Estado o por fundaciones privadas, sino que [por el] contrario, es el científico que en toda la crítica romántica pasa a ser alguien que también encubre verdades”[26]. En el mismo tono sobre su condición de intelectual “independiente del estado” dice: “Otras personas (entre las cuales me cuento) que vienen de distintas experiencias políticas, que se adecuaron menos o no quisieron hacerlo, o no tuvieron esa astucia, siguen considerando el dilema intelectual como algo que pertenece a una esfera sin correlatos financieros o políticos muy estrictos”[27]. A pesar de su “Carta a Chacho”, en dichos tiempos prefirió ubicarse a manera de un “francotirador solitario” –Tarcus dixit.

Pero en la “era K”, nuestro profesor, en una mala exégesis donde todo lo sólido se desvanece en el aire, cambia “estado policía” por uno “nuevo” con rasgos “libertarios”: González se integra al gobierno y se reconoce en un reportaje como parte de la “tropa” -así como están los kirchneristas y transversales, ¿habría también una nueva división: los libertarios?

“El uso de una cierta parte del juego estatal para la imaginación y la creación cultural es un desafío interesante, posible. A partir de ese concepto empecé a imaginar cosas [...] Entonces el funcionario libertario debe crear motivos de destino, de interés en el trabajo [...] El expediente del Estado tiene que tener un lado libertario, sino lo que no termina en represión puede acabar en computar pensamientos sociales alternos y ese no es el rol del Estado. Así ves como me convertí en alguien que trata de salvar lo insalvable”[28]. No hay “astucia” que “salve” a González; años atrás preanunciaba su actuación como funcionario: “creemos estar cerca del poder y nos mimetizamos con él (para no alertarnos respecto de lo que antes creíamos ser diferentes de él) y si creemos estar cerca del poder pensamos que puede no correr riesgos el hablar en términos fuertes y críticos del poder”[29]. Como vemos, en realidad no tiene “dilema” alguno de pertenecer a la esfera política estatal (integrando la “gestión cultural” de K) ligada a la esfera económica (del presupuesto estatal).



¿Sarcasmo y revolución, o sarcasmo contra la revolución?



Si entendemos el sarcasmo de Ramos como derrotero, que fue la de la celebración del peronismo del ’45 hasta su apoyo a Menen en los ’90, cuando en clave burguesa celebró “la modernización del neoliberalismo” como la tarea que debía encarar su ya senil y entreguista “clase nacional”, el sarcasmo de Ramos es al de González superlativo (o el de éste último es un fiasco): el apoyo a una irrealizable “revolución nacional peronista” en circunstancias donde la época conjugó agudos enfrentamientos entre clases antagónicas -bloqueados por el frente popular que encabezó Perón, corsé que envolvió las fuerzas de la clase obrera (donde el peronismo actualmente sigue funcionando como “contención” de ella).

Si analizamos los tópicos del profesor González, veremos que entre ironías y sarcasmos se integró a la institucionalización: para que no se “computen” “pensamientos alternos” se dan ciclos de charlas en la Biblioteca Nacional –allí “revolución nacional” es letra muerta, o mejor dicho es “contracultura nacional y popular”-; brindándole al estado un nuevo “lado” cultural (que maquilla su lado represivo hacia los luchadores y la entrega de divisas al imperialismo).

Para terminar, una máxima de nuestro profesor, ante el “premio Planeta” dado a Piglia por Plata quemada, decía: y “bueno, no perdió el don de la ironía, embolsó los $ 40.000 y al mismo tiempo ironiza”[30]. Al entrar al “infierno” el profesor dejó de lado todos sus prejuicios (aunque nos permitimos dudar seriamente de su existencia). Parafraseando a Milcíades Peña, el nacionalismo del Profesor González, es sólo “paja seca junto al fuego”.



***



En épocas donde el pensamiento nacional renace -a veces agónico- como mediación ante el proceso que se viene desarrollando en Latinoamérica, donde las masas llevan adelante una durable movilización, que va desde los sectores rurales a los urbanos (asalariados y pequeños sectores proletariado industrial)[31], se hace preciso “exorcizar” y combatir a rajatabla los “demonios” de las teorías sociales nacionalistas. Las clases subalternas son llamadas a trasformarse en actor político independiente, dotadas de una estrategia para llevar a cabo la revolución socialista en lucha por los Estados Socialistas de América Latina. La legítima y única opción revolucionaria al “nacionalismo burgués”y al imperialismo.









Julio Rovelli López y Demian Paredes

San Salvador de Jujuy, 30 de octubre de 2004



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[1] Entrevista en revista Somos, 1992. Tomado de Internet (http://www.lapatriagrande.com.ar ).

[2] Ver por ejemplo “Hay un resurgimiento de las ideas latinoamericanistas” (Clarín 10/10/04), entrevista al historiador Waldo Ansaldi: hay “un nuevo intento de volver a pensar América latina desde su propia especificidad, un resurgimiento del pensamiento latinoamericanista, que en las dos últimas décadas del siglo XX prácticamente se había diluido y que hoy parece renacer”.

[3] E. Laclau: “Un pionero rebelde, influyente y visionario”, revista Ñ. Subrayados nuestros.

[4] En Octubre N° 2 y N° 4 (1946 y 1947). Ambos citados en el ensayo de A. Rojo: “El trotskismo argentino y los orígenes del peronismo” en Cuadernos CEIP “León Trotsky” N° 3, julio 2002, pp. 7-44.

[5] Fichas N° 1, p. 61, citado a su vez en Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Ed. Fichas, Bs. As., 1974, p. 23. Este libro está por entero dedicado a discutir contra Ramos alrededor del surgimiento de la burguesía y el peronismo. Recomendamos este trabajo, ya que nosotros indicamos sólo algunas cuestiones.

[6] Octubre N° 3 (1947). Ramos se equivoca absolutamente en esto. La burguesía no puede hacer la revolución nacional, pero sí –apoyándose en las masas- regatear ante el imperialismo. Trotsky señalaba: “en los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros...”. “Discusión sobre América Latina”, en Escritos Latinoamericanos, Ed. CEIP “León Trotsky”, Bs. As., segunda edición, 2000.

[7] Op. cit.

[8] Ob. cit., pp. 108, 109.

[9] A. Rojo, op. cit., p. 42.

[10] Octubre N° 5, 1947. Subrayado nuestro.

[11] JAR: Revolución y contrarrevolución en Argentina. La era del peronismo, 1943-1989, Ed. Del Mar Dulce, Bs. As., 12° Ed. 1988, pp. 142 y 143.

[12] Ob. cit., p. 108.

[13] Ob. cit., p. 312: “Racionalidad política y pensamiento mágico”, 25/7/88 –Apéndice-.

[14] Ídem nota 1. Subrayado nuestro.

[15] Para una discusión mas precisa sobre la teoría de Laclau ver “La impostura posmarxista” de Claudia Cinatti, en Estrategia Internacional N° 20 (http://www.ft.org.ar ).

[16] E. Laclau y C. Mouffe: Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI, México DF, p. 123.

[17]S. Zizek, J. Buthler y E. Laclau “ Contingencia, Hegemonía y Universalidad”, FCE Bs. As. 2003, p. 98.

[18] S, Zizek : El Espinoso Sujeto, Paidos Bs. As. 2001, p. 190.

[19] “Contingencia...”, p. 58.

[20] Laclau, E.: “ Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, Nueva Visión Bs. As. 2002, p.144. Para una crítica más cribada ver E. Albamonte y C. Cinatti: “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo” en Estrategia Internacional N° 21 (www.ft.org.ar ).

[21] E. González: “Abelardo Ramos: sarcasmo y revolución”, revista Ñ 52.

[22] Ídem.

[23] González, refiriéndose a los orígenes del trotskismo argentino, elogia el derrotero teórico de Ramos celebrando su derrotero político: “La atracción de los movimientos e ideas originadas por otros. Mientras el hombre de doctrina suele ser lo que es y se siente seguro con las cartillas que lo abrigan, los hombres de cruce quieren desprenderse de sí mismos frente a un mundo de palabras inventadas por otros” (op. cit.).

[24] Citado del articulo de González “Reflexiones en torno al entrecruzamiento de la sociología con la investigación periodística y la estructura de la narrativa policial.” Revista El Damero -versión electrónica. Subrayados nuestros.
[25] Ver el capítulo II “ La universalidad escindida”, en S. Zizek: El espinoso sujeto, Paidos, Bs. As. 2001. Y nuestra critica a dicho libro en “ A propósito de una lectura de El espinoso sujeto” de Claudia Cinatti, Estrategia Internacional N° 19, Enero de 2003 (www.ft.org.ar ).

[26] En un reportaje de P. Sevilla, Revista Lote N° 8. Subrayado nuestro

[27] Ídem. Subrayado nuestro

[28] Asimismo dice: “percibí que la dimensión del funcionario puede pensarse en términos más libertarios”. Entrevista de Ingrid Proietto, “¿Quién le teme a Horacio González ?”. Website Biblioteca Nacional. Subrayado nuestro.

[29] Ídem. cita 27.

[30] Ídem. cita 26.

[31] Parece que ha pasado “la hora” del autonomismo y el anarquismo (veremos si reaparece sobre todo en Europa a partir de la reelección de Bush), que fue desde Chiapas y Seattle hasta el 19 y 20 del 2001 en Argentina, pasando por el levantamiento campesino y obrero en Bolivia (junto a las luchas obreras en Europa); puede estar comenzado una época de reaparición de fenómenos obreros y estudiantiles.


     

 

   
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