Teoría, Cultura y Género

Una sociedad respira mejor con menos censura y más tolerancia

 

Autor: Timothy Garton Ash

Fecha: 6/2/2005

Fuente: Clarín


Un reciente programa de la BBC disparó la siempre tensa relación entre valores estéticos y éticos y los sentimientos que la obra puede afectar. El mundo, cada vez más multicultural, exige también mayor apertura mental.


Pocas semanas atrás, la segunda cadena de la BBC presentó una magnífica muestra de teatro musical. Jerry Springer: The Opera es obscena, ofensiva, blasfema; y la BBC hizo muy bien en emitirla.

Muy bien porque la obra no utiliza las obscenidades, las ofensas y las blasfemias como mero entretenimiento, sino para transmitir un inquietante mensaje sobre la cultura televisiva popular nacida en Estados Unidos y el vacío emocional de una sociedad de consumo atomizada en la que, como dice el estribillo de un coro, la vida consiste en "comer, defecar y ver la tele".

"Oh, cómo anhela tener amor mi corazón", suspira más tarde el coro, y la ópera logra hacernos sentir auténtico patetismo en el personaje de una mujer gorda, fea y estridente que quiere ser bailarina de striptease. Lo consigue gracias al arte musical: no hay más que escucharla cantar. En una larga secuencia de un sueño infernal, el personaje de Jerry Springer se encuentra con una invitada a uno de sus programas, que tiene una llave inglesa incrustada en el cráneo. Es de suponer que ha muerto asesinada como consecuencia de su aparición en el programa. "¿Sabes, Steve?", le dice él a su ayudante, "una persona con menos experiencia en televisión podría sentirse responsable".

Pero la BBC sí ha actuado de forma responsable. Como explicó la directora de televisión, Jana Bennett, sopesaron los "méritos artísticos" del programa y lo que iba a ofender y pensaron que los méritos eran mayores. Y es verdad. La ópera no es perfecta, por supuesto, y podría demostrar que, en última instancia, es parasitaria de la cultura degradada que satiriza. Sin embargo, es exactamente el tipo de experimento artístico lleno de audacia que tiene que mostrar una televisión pública: en la BBC 2, cuando los niños ya están acostados, y con las debidas advertencias.

Los cristianos que quemaron sus licencias de televisión (el sistema de financiación de la cadena pública británica) delante de los estudios estaban protestando en el lugar equivocado. Si querían manifestarse en algún sitio, tenían que haber ido a los estudios estadounidenses en los que el auténtico Jerry Springer graba el programa que, como indica la ópera, tiene una audiencia mundial "mayor que Bob Hope / y, millón más millón menos, mayor que el Papa". Ahí, en el programa real de Jerry Springer —como en nuestro Gran Hermano, de una chabacanería sin fin, está la verdadera degradación de la humanidad.

Es curioso que la gran mayoría de las casi 50.000 quejas que recibió la BBC se hicieran antes de la emisión del programa. Las que se recibieron después fueron menos numerosas, y muchos espectadores llamaron para manifestar su apoyo. Un cristiano de Hemel Hempstead escribió a The Times en un tono muy positivo, para dar las gracias a los autores de la ópera y a la BBC: "No hay duda de que los mejores momentos de la televisión pública se producen cuando plantea a los espectadores unos problemas imposibles y los desafía, sin paternalismo alguno, a encontrar una solución".

Creo, pues, que la BBC acaba de reforzar los argumentos para que se renueve con generosidad su estatuto, en virtud del cual los telespectadores británicos la financian mediante el pago de una licencia anual de televisión. Y debemos defender a la BBC frente a nuestra pequeña y mezquina versión de la derecha religiosa estadounidense, la llamada Voz Cristiana, que, para defender a Dios Todopoderoso, juzgó apropiado publicar en su página web los números privados de teléfono de los directivos de la BBC. Cuando se produjeron las llamadas insultantes que eran de esperar, el director de la Voz Cristiana, Stephen Green, dijo: "Tal vez he sido un poco ingenuo al pensar que nuestra página web sólo la visitaban cristianos". ¿Qué creía que iba a hacer la gente cuando tuviera esos números? ¿Cantar himnos por teléfono?

No obstante, una de las afirmaciones hechas por los cristianos escandalizados merece nuestra atención. Stephen Green comentó también que "si este espectáculo presentara a Mahoma o Visnú como homosexuales, ridículos e ineficaces, nunca se habría emitido. La BBC no se atrevería a mostrar un programa que pusiera por los suelos la religión de los sijs..."

Quizá me equivoque, pero tengo la ligera sensación de que esta queja tiene, al menos, una mínima parte de razón.

Por ejemplo, me encantaría ver la obra Bezhti, de Gurpreet Kaur Bhatti, que el Teatro de Repertorio de Birmingham tuvo que retirar debido a manifestaciones sijs y amenazas de muerte contra el autor. Si la obra tiene una calidad artística comparable a la de Jerry Springer: The Opera, y es posible organizar una representación que pueda televisarse, creo que la BBC 2 debería emitirla también. Y, como es natural, los Versos satánicos de Salman Rushdie deberían estar presentes en todas las buenas librerías.

Algunos dirán que la religión mayoritaria y establecida puede y debe ser capaz de aguantar más palos que las religiones minoritarias, que han entrado en este país, en general, traídas por inmigrantes más recientes. Pero ésa no es la posición del liberalismo clásico, y no me parece que sea la correcta. "La suma de todo lo que pretendemos", escribió John Locke en su Carta sobre la tolerancia, "es que cada hombre pueda tener los mismos dere chos que se otorgan a otros. ¿Se permite venerar a Dios a la manera de Roma? Que se permita hacerlo también a la manera de Ginebra".

Es de suponer que lo que Locke reclamaba para distintas formas de práctica religiosa tiene que ser válido hoy a la hora de faltar al respeto. Si se permite la irreverencia hacia a lo cristiano, tiene que permitirse también hacia lo musulmán. O proteger a ambos por igual.

Y ésa es, precisamente, la decisión a la que se enfrenta nuestra sociedad, cada vez más multicultural. Podemos intentar defender a un número cada vez mayor de "culturas" —definidas en función de la religión, la raza, la tradición étnica o la preferencia sexual— de los comentarios públicos que consideren muy ofensivos. Puede ser razonable, pero debemos tener muy claro qué va a suponer.

La consecuencia inevitable será menos libertad de palabra que ahora. De ser así, es posible que los futuros historiadores vean las tres últimas décadas del siglo XX como el momento culminante de la libertad de expresión, nunca repetido. Tal vez se gane en otros aspectos de la vida pública —como la paz civil—, pero habrá una evidente pérdida de libertad.

O podemos hacer todo lo contrario y pensar que, precisamente porque Gran Bretaña es cada vez más multicultural, todas las variantes religiosas, todas las "culturas" —incluidos, por supuesto, el ateísmo o el darwinismo devoto— deben acostumbrarse a vivir con más posibilidades de que se les ofenda públicamente. O intentamos proteger a todo el mundo de las ofensas, o permitimos que se ofenda a todos por igual. Y yo soy firme partidario de la ofensa para todos.

Tiene que haber límites, claro está. Unos límites que surgen cuando los comentarios ofensivos aumentan de forma significativa el peligro de violencia o intimidación contra una comunidad determinada. Es extraordinariamente difícil decir cuándo se cruza esa línea. Y hay muchas líneas distintas: una para los tribunales, otra para la BBC, otra para una revista pequeña, o un teatro. Ahora bien, todas deben tener una cosa en común: estar trazadas después de que se evalúe seriamente la probabilidad de que se haga un daño importante a la comunidad ofendida, y no tras las amenazas de la comunidad ofendida a otros (autores, editores, directivos de televisión) si no se retira la obra. Se trata de prevenir la intimidación, no de ceder ante ella.

Si nuestra meta es lograr una sociedad multicultural que sea libre y pacífica, lo que necesitamos no es la multiplicación de los tabúes, sino la expansión de la tolerancia. La fe en el valor de la tolerancia no es como la fe en Jesucristo, el profeta Mahoma, Ahura Mazda o en la sabiduría científica de Darwin; es la única fe que hace posible que coexistan todas las demás creencias.


     

 

   
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