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¿Una “Hoja de Ruta” a la catástrofe?
Autor: John Chuckman
Fuente: Yellow Times
Fecha: 13/06/2003

Título Original:

Traductor: Germán Leyens, Rebelion.org

Leí recientemente que la iniciativa de EE.UU. para el Medio Oriente, la "Hoja de Ruta", ofrecía a Bush la oportunidad de mostrar grandeza. Semejantes excesos verbales exigen una discusión realista de las perspectivas.

Cuando Gran Bretaña logró dar un paso decisivo hacia la paz en Irlanda del Norte, no lo hizo diciéndole a la IRA que sus representantes eran terroristas, inaceptables como negociadores. No rodeó las casas de los líderes de la IRA con tanques, disparando hasta que sólo quedaran ruinas. No prohibió que los líderes de la IRA fueran a la iglesia o viajaran. Pero ése es el camino -junto con un índice diario de asesinatos y muertes como represalias- que usa Mr. Sharon como preparativo para la paz.

Por muchas razones sólo puedo mostrar pesimismo en cuanto a la "Hoja de Ruta". La reacción instintiva inmediata de Sharon fue rechazarla y denigrarla. Bajo presión de Washington para que diera marcha atrás, sólo lo hizo con una lista de condiciones suficientemente larga como para que fuera un documento diferente del que aceptaron los palestinos.

El que Mr. Sharon haya utilizado, sólo una vez, la palabra correcta, ocupación, normalmente prohibida en el mundo irreal de la política israelí y que haya ofrecido botar a la basura un par de remolques abandonados y desbaratados con los que los colonos más insanos jugaban a vaqueros e indios usando rifles de asalto, parece ser mucho menos que dar señales de grandes acontecimientos futuros.

Consideremos algunas de las limitaciones de esta iniciativa. Primero, es auspiciada por un presidente que acaba de lanzar a Estados Unidos a dos guerras sin sentido, destructivas. Las fuerzas, los recursos y la diplomacia estadounidenses confrontan ahora obligaciones inmensas, complejas y a largo plazo en Afganistán e Irak, que no existían hace poco. Bush, al mismo tiempo, ha amenazado a Irán, Siria y Corea del Norte y, por lo menos en el caso de Corea del Norte, podría sobrevenir un conflicto serio.

En segundo lugar, la política del presidente no ha terminado con el terrorismo, ni pienso que jamás lo logrará, lo que significa que las preocupaciones y los recursos estadounidenses tendrán que dar para aún mucho más. La política del presidente desde el 11-S ha sido exactamente la que ha aplicado Israel durante cincuenta años, atacando a alguien, casi a cualquiera, por usar un cierto tipo de tocado. ¿Ha llegado Israel a alguna parte con esa política? Si ha logrado algo, sólo ha sido crear nuevos enemigos desesperados, como los jóvenes desesperanzados dispuestos a hacerse volar por los aires para asestarles un golpe.

En tercer lugar, el plan está en manos del Secretario de Estado Colin Powell, que ha mostrado ser inefectivo en casi todo lo que ha emprendido, una opinión de alguien que solía admirarlo. Más importante es que la importancia de Powell entre los íntimos de Bush es tan reducida que se puede llegar a sospechar que descubrieron que es un pariente lejano de Bill Clinton, el anticristo político del EE.UU. neoconservador.

Bush nombró a Powell para decirle al mundo que EE.UU. no había caído en manos de un golpe de fascistas encubiertos con acento sureño, pero su nombramiento no ha resultado especialmente exitoso. La insana y arrogante intensidad del gabinete más allegado a Bush -incluyendo a Rumsfeld, Cheney y Ashcroft- significa que cualquier extranjero civilizado que tenga algo importante que decirle a EE.UU. prefiere enfrentar a Powell, pero que él o ella estará hablando con un mensajero exaltado con poca influencia.

Powell hace lo posible por vencer la desconfianza de los fanáticos, como con sus recientes peroratas y amenazas sobre todo, desde la ingratitud francesa y sus falsas ilusiones sobre el hallazgo de armas estratégicas en Irak, hasta las advertencias a Arafat sobre el bloqueo de la "Hoja de Ruta". Incluso ha vuelto a los años 60 al atacar a la segunda personalidad más odiada por los neoconservadores después de Bill Clinton, Fidel Castro. Todo esto no ha sido otra cosa que un torpe intento de trepar a los árboles, para cortar las ramas indeseables que bloquean la vista desde el despacho del presidente, mientras la familia, ferozmente disfuncional, espera frotándose las manos que se precipite al suelo.

Pero tal vez la razón más importante para sentir pesimismo respecto a la "Hoja de Ruta" es quien no participa en las discusiones.

A Yasir Arafat lo tratan ahora como el origen de todo el mal en el Medio Oriente. Es para Sharon el equivalente en el Medio Oriente de lo que Bill Clinton es para los neoconservadores de EE.UU., aunque en Israel juegan el terrible match con sangre de verdad, y probablemente lo único que salvó a Arafat de los asesinos de Sharon fue su talla internacional y sus conexiones mundiales.

Arafat no habla bien inglés, lo que facilita que se le presente mal en los medios en EE.UU., y por cierto aprovechan para hacerlo. Pocos estadounidenses llegan a saber que Arafat posee un cerebro analítico superior a su actual presidente. Es un ingeniero civil y proviene de una familia que incluye a un destacado hermano pediatra, fundador de numerosas instituciones médicas -no es para nada el tipo de jefe tribal irascible, inarticulado que presentan a menudo en EE.UU.

Como casi todos los que han llegado al poder en su parte del mundo, su experiencia con la democracia se limita a ser la víctima de lo que las naciones que se jactan de sus valores democráticos -EE.UU., Gran Bretaña e Israel- aplican en el extranjero, pero que no soñarían con permitirse en casa.

Ya que la democracia fluye naturalmente de una sociedad saludable, creciente, no puede sorprender que los valores democráticos de Arafat sean menos que perfectos. Una forma u otra de autoritarismo es la vivida por muchos países antes de llegar a la revolución del crecimiento económico. Así son gobernados todavía la mayoría de los pueblos del mundo. ¿Nos impide realizar negociaciones, tratados y acuerdos con los gobiernos de la mayoría de los pueblos del mundo?

No pienso que quepa la menor duda de que Arafat desea sinceramente la paz, aunque la paz que quiere incluye los intereses a largo plazo de todos los sectores de que las injusticias y motivos de quejas resultantes del nacimiento del moderno Israel sean solucionados razonablemente. Esto va en contra del concepto de paz de Sharon que significa la seguridad absoluta, incondicional, de Israel mientras concede poco más que palabras a los que insisten en llevar kefiahs y caftanes. Hay que sospechar que la idea que tiene Sharon de una concesión es que sus tanques den marcha atrás desde el centro al borde de una aldea que acaban de arrasar.

Desde luego, toda la historia humana y especialmente los descubrimientos de la física moderna demuestran que no hay certezas absolutas en este mundo. Einstein, preocupado por la mecánica cuántica, dijo Dios no jugó con dados, pero ahora sabemos que se equivocó. La insistencia de Israel en absolutos imposibles impide permanentemente un progreso genuino -es decir, el tipo de progreso práctico que caracteriza las relaciones humanas normales y las relaciones decentes entre naciones.

Sin llegar a expulsar a los palestinos, como si fueran tres millones y medio de cabezas de ganado, a través del río Jordán -una idea que encuentra considerable apoyo en Israel y entre los fundamentalistas protestantes en EE.UU.- la visión de la paz de Sharon parece relegar perpetuamente a los palestinos a guetos amurallados, salpicados con asentamientos de fanáticos armados y hostiles y entrecruzados por carreteras prohibidas. Es un resumen bastante exacto de la proposición de Barak en Camp David de un estado palestino, y nada ha sucedido desde entonces para aumentar la inclinación de los líderes de Israel a comportarse como estadistas o con algo de grandeza -más bien vale todo lo contrario.

Arafat, correctamente, rechazó el concepto degradante de nación de Barak, sintiéndose humillado después de tantos años de esfuerzos y de tantos compromisos antes y después de los Acuerdos de Oslo. La aceptación de una oferta semejante sólo habría llevado a que los palestinos lo asesinaran y probablemente los hubiera lanzado a una guerra civil, lo que difícilmente habría contribuido a la seguridad de Israel. Por cierto, una vez que la demencia de una guerra civil se desencadena en algún sitio, las restricciones normales y la humanidad son dejados de lado en un frenesí de muerte y venganza.

La segunda Intifada puede ser comprendida como una reacción humana natural ante décadas de opresión y como una válvula de escape para inmensas presiones internas. Israel insiste ciegamente en ver sólo el terrorismo.

Comentaristas estadounidenses como Thomas Friedman adornan el tema de lo irrazonable de los palestinos preguntándoles por qué no han seguido las enseñanzas de Gandhi y del doctor King para lograr sus objetivos. No sé si lo pregunta por ser ingenuo o por un extremo cinismo, pero la respuesta es simple: las estructuras de las respectivas situaciones de abuso son enteramente diferentes.

Israel puede, a breve plazo, clausurar por completo Palestina y lo ha hecho brevemente muchas veces. Israel simplemente importa trabajadores extranjeros o nuevos inmigrantes para las numerosas tareas diarias realizadas por los palestinos. Ni la India imperial ni el sur de Bull Connor [jefe de policía de Birmingham en el sur de EE.UU., N.d.T.] podían hacerlo. También, los pueblos sufrientes de Gandhi y King vivían en muchos sitios diferentes y constituían en realidad la inmensa mayoría en muchos o en la mayoría de ellos. Además, los palestinos no tienen ciudadanía ni derechos y ningún valor legal en los tribunales israelíes. Incluso los que son ciudadanos de Israel no poseen derechos determinados. Una nación definida por una identidad étnica / religiosa convierte una declaración de derechos en algo como un rompecabezas lógico, un rompecabezas que Israel no ha resuelto en más de cincuenta años.

La posibilidad de una sangrienta guerra civil entre palestinos, provocada por la propia "Hoja de Ruta" no debe ser tratada a la ligera, porque cada iniciativa estadounidense siempre exige desproporcionadamente concesiones del lado débil. El primer ministro palestino Mahmoud Abbas sólo reafirmado lo obvio al rehusar una severa campaña contra los militantes por temor a una guerra civil, algo que Arafat ha comprendido durante décadas y que siempre ha influenciado su resistencia a las duras y absolutas exigencias de Israel.

Arafat ha pasado su vida adulta tratando de lograr una solución razonable para los palestinos. Ha cometido errores, muchos, pero la verdad es que ninguno resultó tan sangriento y destructivo como, por ejemplo, la brutal invasión de Líbano de Mr. Sharon. Sin embargo, la carrera de errores y derramamientos de sangre de Mr. Sharon parece no haberlo descalificado como portavoz de su pueblo. Por cierto, hace más todavía, ahora determina quién es el representante adecuado de los palestinos.

La exclusión de Arafat podrá parecer atractiva desde las limitadas posiciones estratégicas de la voluble política de Israel y del grupito de cristianos convertidos de Bush, pero para un observador independiente, parece algo imposible.

Los israelíes pueden ser víctimas de su propia propaganda sobre Arafat el terrorista, y llegar a creer que su reemplazo en las conversaciones podrá cambiar genuinamente la dinámica de la situación. ¡Con cuanta facilidad los israelíes olvidan que varios de sus primeros ministros tuvieron períodos de intenso servicio como terroristas en su currículo!

El logro de la paz requiere verdaderos riesgos y un trabajo brutalmente duro de todas las partes, pero Israel no muestra ninguna disposición a asumir el tipo de riesgos que terminó con el Apartheid en Sudáfrica y que casi ha logrado terminar con la violencia sectaria en Irlanda del Norte y Bush es alguien que jamás ha trabajado duro en toda su vida. El actual lío humano y político en Medio Oriente está congelado en su situación actual por la inmensa protección y los subsidios de Estados Unidos, y así volvemos al punto de partida: a la naturaleza de los que están en el actual gobierno de EE.UU. y las terribles nuevas obligaciones que han insensatamente asumido. Y luego tenemos la íntima relación de Bush con la delirante Derecha Religiosa de EE.UU. cuyos líderes despotrican a diario contra un estado palestino y que anticipan alegremente la llegada del Armagedón del revoltijo de pesadillas del Libro de las Revelaciones [Apocalipsis].

¿Esperanzas de grandeza? No lo creo.

11 de junio de 2003

 

 

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