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Virginia Woolf y su vigente análisis sobre la guerra
Autor: Ximena Bedregal
Fuente: La Jornada
Fecha: 07/04/2003

Título Original: Tres Guineas, de Virginia Woolf, vigente análisis sobre la viril cultura de la guerra

Nada cambiarán las mujeres en el mundo público si se dejan sobornar para entrar en el cautiverio, advertía

En 1935 la escritora feminista inglesa Virginia Woolf recibe una carta de un prominente señor que no quería las guerras. (La civil española, en curso; y la segunda mundial ya en puertas). En esa carta le pide tres cosas y le hace una pregunta. La primera solicitud es firmar una carta dirigida a los periódicos, la segunda es ingresar a cierta sociedad antibélica y la tercera es contribuir con fondos para dicha sociedad. La pregunta que le hace es ¿cómo cree usted, en su opinión, que se podría parar la guerra?. Virginia califica la carta como “notable, quizá la única en la historia de la correspondencia”, ya que “¿Cuándo se ha dado el caso que un hombre culto –próspero abogado, con las sienes ya un tanto grises- pregunte a una mujer cuál es la manera, en su opinión, de parar la guerra?”. Responder a la misiva le llevó a la autora tres años de su vida y no porque hubiera sido lenta para escribir o pensar sino porque la Woolf, absolutamente conciente de su ser mujer, se para en y desde ese lugar para pensar, investigar y elaborar una respuesta en profundidad que le llevó más de mil cuartillas a máquina y que hoy se conoce como el libro Tres Guineas.

Este es un documento extraordinario que a pesar de sus 65 años (se publicó por primera vez en 1938) mantiene no sólo una absoluta actualidad interpretativa sobre la relación entre masculinidad, autoritarismo y guerra (cultura de la guerra) sino una capacidad de proyección analítica que pocas reflexiones sobre el tema han tenido y que en estos aciagos días bélicos, llenos de dolor, de peligro y de preguntas de difícil respuesta que nos obligan no solo a pensar más sino sobre todo mejor, resulta imprescindible leer o releer. ¿De qué se trata este libro? Me atrevo a sintetizarlo así: se trata de la primera obra que ha sido capaz de desmenuzar el logos masculino, la simbólica viril que construye la relación entre autoritarismo, cultura de privilegios/poder masculino (patriarcado) y la generación de la guerra y la única hasta hoy que lo ha hecho de manera tan global. Una obra que, anclándose en las condiciones de las mujeres de su época, la trasciende al ir demostrando paso a paso que, siendo la independencia material una base imprescindible y necesaria -objetivo para el cual dona dos de las tres guineas-, sin independencia simbólica la incorporación de las mujeres al mundo público (educación, trabajo y militancia) no evitará que, en unos años, se vuelva a formular la misma pregunta: “¿En su opinión, como podemos evitar la guerra?”.

Virginia Woolf marca todo su libro con la idea de la diferencia; empieza aclarándole a su interlocutor varón que hay una “dificultad de comunicación entre nosotros” que hace casi imposible responder a su pregunta. Disparar –le dice- ha sido un juguete y un deporte de los hombres en la caza y en la guerra, “para ustedes, en la lucha, hay cierta gloria, cierta necesidad, cierta satisfacción que nosotras jamás hemos sentido ni gozado; para ustedes la guerra es una profesión; una fuente de realización y diversión; y también es cauce de viriles cualidades sin las cuales los hombres quedarían menoscabados y que nos hace imposible comprender los impulsos que inducen a ir a la guerra”; “… estos tres puntos suspensivos representan un abismo, una separación tan profunda entre nosotros que, durante estos tres años, he estado preguntándome, sentada en mi lado del abismo, si acaso puede servir de algo intentar hablar al otro lado.”

Durante todo el desarrollo de la reflexión va reiterando de muchas maneras que “las mujeres solamente podemos ayudar a defender la cultura y la libertad intelectual por medio de defender nuestra propia cultura y nuestra propia libertad individual” y finalmente acaba su obra negándose a ingresar a la sociedad del autor de la carta argumentando que “la mejor manera en que podemos (las mujeres) ayudar a evitar la guerra no consiste en repetir sus palabras y en seguir sus métodos, sino en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos. La mejor manera en que podemos ayudar a evitar la guerra no consiste en ingresar a su sociedad, sino en permanecer fuera de ella”. Se niega también a firmar su propuesta de carta para los periódicos pero, “para mostrar nuestra solidaridad con sus deseos de paz (objetivo en el coincidimos)”, le dona al notable señor una guinea, la tercera; aclarándole que es “libremente otorgada”. Final maravilloso ya que, desde la diferencia, logra ponerse ella -y con ella nos pone a todas las mujeres- en un verdadero plano de libertad (nombrar desde si, construir el deseo para si y luego otorgar libremente) y por tanto, en la única forma posible de la igualdad.

El libro lo divide en tres partes (tres guineas). En la primera, analiza al patriarcado desde el campo de la educación. Allí denuncia el modo en que los hombres han robado la educación a las mujeres, no sólo al dificultársela o directamente impedírsela; al definir su profesión (gratuita, sin derecho a bienes ni valor) como la de esposa ¿Dónde se funda la idea de imponer a otros lo que deben ser y hacer (padre de todas las guerras) si no es en la primera imposición, la que se da sobre las mujeres? Por ello dona la primera guinea a la tesorera de un pobre colegio universitario para señoritas.

Sin embargo no se queda allí y se pregunta si el que las mujeres estudien lo mismo y de la misma forma que los hombres ayudará a evitar la guerra. Su respuesta es no. No si las mujeres reciben la misma educación que los hombres, llena de símbolos, jerarquías, títulos, rituales (que va describiendo en una magistral poética literaria) “que sucitan la competencia, la envidia, el deseo de superioridad, gradeza, poder y triunfo sobre los demás, deseos de posesiones que mantendrán a cualquier costo, emociones todas que fomentan la disposición hacia la guerra”. “La mejor educación del mundo no enseña a aborrecer la fuerza sino a utilizarla”, dice. Por ello, aunque sabe que las mujeres necesitan escuelas que les den conocimientos para construir su libertad, piensa que esa guinea aportaría más a evitar la guerra si se utilizara para comprar cerillos y gasolina e incendiar esa escuela. En su lugar, las mujeres deberían fundar otra “donde nadie tenga temor de pisar una raya trazada con tiza, donde la competencia quede abolida, la vida sea abierta y fácil, que acuda con alegría la gente que ama los diversos saberes y encuentren lugar las mentes de diferente clase y gradación, los diferentes cuerpos, donde no haya dignatarios, ni desfiles, ni sermones. Una escuela para enseñar el arte de la humana relación y no el segregar, el especializar, el competir, el envidiar” (padres de todas las guerras).

En la segunda parte, analiza al patriarcado en sus ideas de lo que es el trabajo. La reflexión se da en torno a la conveniencia de donar o no una segunda guinea a una institución que apoya a mujeres educadas para encontrar trabajo. Conciente de que las mujeres necesitamos una cierta autonomía económica, apoya a esta institución donando la segunda guinea, pero nuevamente se pregunta y reflexiona si el ingreso de las mujeres al mundo público cambiará la cultura. Su respuesta es nuevamente no. No si las mujeres se dejan sobornar para acceder a entrar en el cautiverio. Y nuevamente analiza con maravillosa ironía y profundidad cómo está estructurado material y simbólicamente el mundo del trabajo para evitar la libertad y la autoridad (en el sentido de autoría no de poder). El fascismo dice, no está solamente en los actuales militarismos de Alemania o Italia, está en la mentalidad de las profesiones, en las estructuras de los cargos públicos, en “el desfile” de los símbolos del trabajo. “El facismo habla tanto en inglés como en alemán”. Entonces, para ayudarlo a usted a parar la guerra -Virginia vuelve a pararse en la diferencia- “¿Es que no tenemos primero que ayudarla a ella a aplastar a este dictador en nuestro país antes de pedirle que ayude a aplastarlo en el exterior?” De otra manera “¿No llegaremos a ser igualmente celosas, igualmente competitivas y no estaremos igualmente seguras del veredicto de Dios, la Naturaleza, la Ley y la propiedad?” Porque para parar la mentalidad guerrera debemos “ingresar a las profesiones y no quedar infectadas por ellas, despojarlas de su capacidad de absorción, de sus celos, de su competitividad, de su codicia, usarlas para tener propio criterio y voluntad propia”.

La tercera parte, donde analiza en el mismo sentido la participación de las mujeres en los espacios de lucha masculinos, la dejo para que la descubra usted, lectora, ya que –finalmente- la intención de esta reseña es que le entren las ganas de acercarse, hoy como nunca, a este extraordinario e imprescindible libro de nuestra genealogía de mujeres.

 

 

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