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Estados Unidos se prepara para atacar a Irak. A un año del atentado a las Torres Gemelas
Juan Chingo
La Verdad Obrera N° 108
11/9/02

Después de los atentados del 11 de septiembre, es evidente que el gobierno de Bush ha aprovechado la conmoción que causó el ataque a las Torres para lanzar una ofensiva reaccionaria sobre los pueblos del mundo, bajo la llamada "guerra contra el terrorismo". La derrota de Afganistán, el endurecimiento de medidas reaccionarias y la restricción de las libertades democráticas mediante leyes de excepción -utilizadas también para avasallar derechos laborales- la caza de brujas contra inmigrantes, la criminalización de comunidades árabes y musulmanas, el apoyo incondicional a agentes reaccionarios como Sharon, el "plan Colombia" y el respaldo al fascista Uribe, junto al despliegue de militarismo a escala global, son muestras visibles del carácter reaccionario de la situación internacional. Sin embargo, bajo la superficie y más allá del discurso guerrerista, las contradicciones que manifestó y luego aceleró el 11-9, aunque con contratiempos, siguen desarrollándose.
La economía mundial que durante el 2001 sufrió una de las mayores desaceleraciones desde la posguerra -luego de una pequeña y débil recuperación a comienzos de año- se encuentra al borde de una nueva recesión internacional. Mientras tanto crece el riesgo de un estancamiento de largo plazo.
La situación en Afganistán, donde EE.UU. logró la debacle del régimen Talibán, la desarticulación de los refugios de Al Qaeda y la instalación de un gobierno títere, se está deteriorando rápidamente -a pesar de no haber capturado a Bin Laden por su negativa de un mayor compromiso de fuerzas terrestres.
En el ínterin, y luego de unos meses de aislamiento y en el marco de la profundización de la crisis mundial, las jornadas revolucionarias en Argentina y los efectos económicos y políticos del derrumbe de su plan económico -presentado como uno de los modelos más exitosos por el FMI-, se ha extendido al conjunto de la región e hizo estallar al llamado Consenso de Washington, abriendo potencialmente un enorme desafío en el propio "patio trasero" del imperialismo norteamericano.
La continuidad de la Intifada, a pesar de los golpes recibidos por el enemigo sionista envalentonado, apoyado por la política antiterrorista de Washington y su fuerte presión sobre las burguesías árabes, está liquidando las bases de estabilidad de los gobiernos reaccionarios de la región como la monarquía Saud en Arabia Saudita, aliado de Washington durante décadas a cambio de una provisión segura y barata de petróleo.
En el plano interno los escándalos corporativos como los de Enron y WorldCom, la caída de los mercados bursátiles y sobre todo, el hecho de que las ganancias duramente ganadas y a menudo mínimas del "boom" de los noventa están siendo cuestionadas -y en algunos casos revertidas- por el actual estancamiento, sacan a la superficie el fuerte rechazo de los trabajadores al "Big Business"; rechazo que puede dirigirse contra la administración y el establishment político unido por uno y mil lazos a las tendencias voraces del gran capital financiero y corporativo.
Por último, a un año del 11-9, en uno de los pocos planos en donde la administración Bush podía mostrar un importante avance como era el enorme apoyo y amplia coalición internacional, se ha desvanecido y transformado en su contrario.
Como dice un analista del Financial Times: "... a diferencia de la guerra fría, donde un enemigo común creó una solidaridad duradera, el enemigo común revelado por el 11-9 ha dividido más que unificado a Occidente." (FT 30/08/02 "Occidente dividido").
En síntesis, el endurecimiento de la política imperialista está aumentando la tensión y polarización a nivel mundial. En este marco, Bush parece haber decidido que es tiempo de actuar sobre Irak. La impresionante oposición a su plan -tanto interna como externa-, no lo ha hecho revertir su política unilateralista, más allá que en los últimos días intente cubrir este curso con cierta legitimidad, iniciando una ronda de consultas al Congreso y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
Tampoco ha respondido al enorme odio que despierta su política en Medio Oriente mediante el apaciguamiento de los descontentos. Más bien ha conducido a una política más intransigente con la esperanza de derrotar a la oposición.

 

Las razones del ataque a Irak
Las razones reales de la campaña contra Irak responden a motivos regionales, internacionales y de política doméstica.
Washington busca resolver la crisis del statu quo regional basado en el apoyo al Estado de Israel y la alianza con gobiernos de la burguesía árabe que toleran, financian y dan cabida al fundamentalismo islámico -y que en el pasado fueron utilizados contra la "amenaza comunista"- con una política de "cambio de régimen" en Irak, que instale un gobierno totalmente subordinado a sus dictados y que permita reasegurar sus intereses en el conjunto del mundo islámico.
Como señala la agencia de inteligencia Stratfor, la administración Bush empuja adelante este ataque "... porque ve una campaña exitosa contra el líder iraquí Saddam Hussein como una primera vía de golpear la ventaja psicológica dentro del movimiento islámico y demostrar el poder de EE.UU ...". Y agrega: "La destrucción del régimen iraquí demostrará dos cosas. Primero, que el poder americano es abrumador e irresistible. Segundo, que EE.UU. es tan paciente, perseverante y mucho más poderoso que el movimiento islámico... Más aún un ataque a Irak, a diferencia de la destrucción de Al Qaeda y el Islam militante, puede ser realizada. Las guerras con las naciones- estados que poseen grandes ejércitos es algo que EE.UU. hacen bastante bien. Destruir una altamente dispersa red global es algo que nadie hace muy bien. Los EE.UU. no pueden soportar una atmósfera de permanente estancamiento". (Stratfor 08/02.)
Pero más importante que este "mensaje" regional, es su significado en el plano internacional, donde la acción de Bush es resistida por una amplia oposición de amigos y aliados tanto en EE.UU. como en el mundo. Sin embargo, como dice el sociólogo norteamericano Wallerstein: "El punto es que, desde el punto de vista de los halcones, que ahora incluye al mismo George W. Bush, la oposición es irrelevante. Ellos están realmente más felices de ir adelante sin que nadie acuda en su ayuda. Lo que ellos desean demostrar es que nadie pude desafiar al gobierno norteamericano y salirse con la suya. Ellos quieren derribar a Saddam Hussein, no importa lo que él haga u otros digan, porque Saddam Hussein le ha plantado su nariz a los EE.UU. Los halcones creen que, sólo destrozando a Saddam, pueden ellos persuadir al resto del mundo que son el perro guardián y debe ser obedecido en todas las formas". (Comentario N° 96 1/09/02).
Por último y como un tercer objetivo, la guerra busca mantener el control político doméstico.
En condiciones de una creciente desigualdad económica y social y descontento popular con el sistema político, la clase dominante norteamericana busca mantener su control ideológico y político desviando la atención de la población, canalizando sus agravios hacia la "guerra contra el terrorismo"; lo hace ahora reemplazando la figura de Bin Laden por la de Saddam Hussein.
En síntesis, Bush busca avanzar en un control casi completo en esta zona estratégica del planeta - principal reserva de petróleo a nivel mundial- mientras refuerza el dominio y la influencia de EE.UU. en los asuntos mundiales, buscando cooptar a la población detrás de esta empresa contrarrevolucionaria.

 

Resultado incierto
Bush se prepara para devastar Bagdad y otras ciudades e infligir un inaudito sufrimiento a la ya castigada población iraquí. El Pentágono confía que esta empresa puede llevar a una guerra exitosa sin arriesgar fuertes pérdidas, gracias a la revolución militar de las armas de precisión, apoyados por sistemas de detección, comando y control junto a determinadas operaciones comando. Los alienta el fracaso de los pronósticos más pesimistas hechos tanto en la Guerra del Golfo como en el Kosovo y en la reciente campaña de Afganistán.
Indudablemente la enorme superioridad económica y militar ante un pequeño país semicolonial como Irak, que sufre desde hace 11 años un brutal embargo económico, hostigado permanentemente por la aviación anglo-norteamericana, es abrumadora.
Por su parte, el carácter burgués y reaccionario del régimen de Saddam Hussein, basado en la explotación y opresión de su propio pueblo, como los Kurdos y Chiítas, y la enemistad con pueblos hermanos de la región -como su guerra fratricida con Irán en la década del ochenta- es un enorme handicap a favor de Bush y su cruzada contrarrevolucionaria.
Sin embargo no pueden subestimarse las dificultades de una operación punitiva en esta región, sobre todo si se trata de instaurar un "cambio de régimen", tal como proclama una y mil veces Bush. Cualquier imponderable que aumente la probabilidad de una guerra larga y desgastante abriría un interrogante: ¿cuánto tolerarán los norteamericanos, antes de comenzar a dar crédito a quienes argumentan que una acción militar preventiva no vale tal precio?
¿Mayor orden?
El giro de la administración Bush hacia un nueva era de aventurerismo -imperial- militar, consecuencia de un combinación de vulnerabilidad puesta de manifiesto el 11-9 y su inigualado poderío militar, no garantiza el establecimiento de un orden mundial estable, a pesar de las enormes fuerzas reaccionarias que desatará en su intento.
EE.UU. apuesta a que una victoria rápida en Irak abra un proceso de establecimiento de regímenes completamente sumisos a los dictados del imperialismo, de igual manera que la derrota militar de Argentina en Malvinas en 1982, inició un ciclo de transiciones a democracias burguesas proimperialistas tras la debacle de las dictaduras militares.
Sin embargo, a diferencia del Cono Sur de América Latina donde este cambio sólo afectó a los regímenes, un Irak postrado corre fuertes riesgos de desintegrarse como estado unificado. Si EE.UU. no se decide a establecer un protectorado y acantonar una fuerza de más de 200 mil hombres de ocupación a largo plazo -cuestión que como demuestra su experiencia en Afganistán y por su enorme costo y riesgo no parece estar decidido a emprender -, un Irak post Hussein se vería sometido al tironeo de fuerzas étnicas y religiosas internas y externas que podrían desmembrarlo. Este resultado amenazaría a los regímenes de la región con una mayor desestabilización.
De ahí las dificultades de Estados Unidos en diseñar un plan de guerra que contemple todos estos objetivos.
En segundo lugar y con respecto al orden internacional, las divergencias entre EE.UU. y Europa tanto en cuestiones económicas como de seguridad, abrieron una brecha en la alianza de los dos principales polos imperialistas con consecuencias de largo plazo. Como dice el analista William Pfaff: "Cualquiera cosa que suceda con Irak o 'después de Irak' los europeos occidentales y los norteamericanos parecen ahora estar claramente en cursos divergentes. No hay nada particularmente sorprendente sobre esto. La relación se ha venido debilitando desde el fin de la guerra fría. Esto iba a suceder más tarde o más temprano." (IHT 5/09/02).
Por último y más importante, un avance norteamericano basado en la ausencia de un fuerte consenso internacional y cuya única ley es su fuerza militar, sólo puede generar un mayor rechazo y resentimiento en las masas del mundo. En un marco de aumento de la miseria de los pueblos del planeta después de dos décadas de ofensiva neoliberal; desnudado el "modelo" norteamericano de democracia corrupta y sus corporaciones, el antinorteamericanismo crece fuertemente.
Una guerra contra Irak puede agudizarlo. Zbigniew Brzezinski -ex consejero de seguridad nacional de EEUU- señala en el diario Washington Post que un ataque preventivo a Irak podría tener efectos profundamente desestabilizadores en toda la estructura de las relaciones internacionales. Nuestros enemigos -dice-, presentarían a EE.UU. como un "gangster global".
En definitiva, aunque el guerrerismo desenfrenado de Bush pueda abrir en el próximo período situaciones muy reaccionarias, una potencia hegemónica que base su dominio sólo en su poderío militar lo que hace que la mayoría del planeta le sea hostil, no puede asegurarse un orden de dominación estable y estará sometido a permanentes enfrentamientos.

 

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