El levantamiento de enero, como cada una de las erupciones
que desde hace más de tres años vienen protagonizando
las masas del Ecuador, planteó de manera aguda la
cuestión del poder político, de quién
puede hacerse cargo de los destinos del país para
sacarlo de la abismal crisis a que lo han conducido la burguesía
y el imperialismo. Esto pone en primer plano las cuestiones
más elementales de la estrategia revolucionaria.
La
gran mayoría de las direcciones actuales de las organizaciones
obreras, campesinas y populares del Ecuador se han alineado
en dos grandes vertientes: el polo indigenista y socialdemócrata,
y el polo de lo que podemos llamar "izquierda reformista
tradicional", de matriz stalinista. Todos tienen en
común la estrategia de colaboración de clases
y una política reformista hacia el estado burgués
semicolonial.
En el primero se ubican la dirección de la CONAIE
y la CMS, que proveen de base social a la corriente Pachacutic.
Ésta controla la mayor parte del movimiento campesino
e indígena, a varios sindicatos importantes -como
petroleros-, y a diversas organizaciones populares de las
ciudades. Está estrechamente ligada a la Iglesia
y a las ONG (Organizaciones No Gubernamentales) generosamente
financiadas por la socialdemocracia europea.
En el discurso de este bloque las clases y su papel social
y político se disuelven en el "pueblo"
en general, o incluso en los "varios pueblos"
(indígenas, mestizo, etc.). Su estrategia es conquistar
"espacios" y "autonomías" -políticas,
"económicas" o culturales- al interior
del Estado burgués semicolonial, mediante graduales
reformas políticas, sin cuestionar el carácter
de clase del mismo, sin denunciar la sujeción al
imperialismo, ni la gran propiedad privada de la tierra,
los bancos y los medios de producción.
En el segundo bloque, la vertiente de la izquierda reformista
clásica (stalinista), que agrupa al Partido Comunista
(PCE), el Partido Socialista (PSE), el Partido Comunista
Marxista Leninista (PCMLE). En alianza con la burocracia
sindical de la CEOLS (la mayor de las centrales sindicales),
este bloque controla la mayoría de los sindicatos
obreros, de empleados públicos, así como las
organizaciones estudiantiles, levanta una estrategia típicamente
stalinista. Actúan sobre la clase obrera, pero para
subordinarla como un componente más del "pueblo"
en la búsqueda de la alianza con una fantasmal burguesía
nacional.
Los maoístas del PCMLE, que aparecen como el "ala
radical" de este bloque, plantean en su propaganda
la necesidad de una "revolución democrática,
agraria y antiimperialista" según los moldes
de la vieja teoría stalinista de la revolución
por etapas. Para ellos, hace falta un bloque de todas las
"clases nacionales" con contradicciones con el
imperialismo, y por tanto corresponde sellar la alianza
con los militares, curas y burgueses progresistas, para
llegar al poder junto con ellos, mediante algún "gobierno
de unidad nacional". Esto permitiría inaugurar
una "etapa democrática", dejando para un
lejano futuro impreciso la hora de que obreros y campesinos
luchen independientemente por el poder político.
A pesar de las diferencias en ambas concepciones, ambos
polos comparten la misma estrategia esencial: subordinar
la lucha de las masas a un acuerdo con el ala "progresista"
de la clase dominante y sus representantes políticos
de izquierda, presionar a los gobiernos de turno y el estado,
y evitar todo "exceso" de las masas que pudiera
asustar o rechazar a esos potenciales aliados, convirtiéndose
en un obstáculo para que las masas levanten un programa
independiente.
Todo el proceso político ecuatoriano de los últimos
tres años ha demostrado la impotencia de esta estrategia,
que permitió que la clase dominante pudiera recuperar
terreno tras cada asalto de las masas: reemplazando a Bucaram
por Alarcón, sosteniendo a Mahuad en marzo y julio
del 99, y asegurando la sucesión de Noboa en enero.
Más aún, el carácter contrarrevolucionario
de la misma, como muestra la historia de la lucha de clases
en el siglo XX, ha llevado tan sólo a las peores
derrotas, baste citar el desastre a que llevó la
política de la "vía pacífica al
socialismo" chilena en 1973.
En nombre de la "unidad" estas corrientes ponen
al movimiento de masas detrás de los "figurones"
de la burguesía, y al negarse a levantar un programa
que una las reivindicaciones obreras y campesinas y formular
una estrategia de lucha común, sabotean la unidad
entre los explotados del campo y la ciudad, la unidad de
las filas obreras, para derrotar al campo de la burguesía
y el imperialismo.
Esta profunda identidad entre indigenistas y stalinistas
se muestra en que en cada episodio decisivo se unen para
traicionar políticamente el movimiento de masas,
cortejando a los mismos representantes "progresistas"
de la burguesía, como fue a los coroneles en enero,
o, como sucede ahora con el Gral. Paco Moncayo, ex jefe
de las FF.AA, figura del partido burgués Izquierda
Democrática y candidato a la alcaldía de Quito.
¿Reforma
o revolución?
Pero al basar todo su programa y estrategia en la colaboración
con la burguesía "progresista" para avanzar
de su mano hacia una utópica reforma del Estado semicolonial
ecuatoriano, y del atrasado, y retrógrado capitalismo
local, las corrientes indigenistas y reformistas renuncian
a toda lucha consecuente por una resolución íntegra
y efectiva de las tareas democráticas fundamentales.
No es posible resolver las más elementales reivindicaciones
de las masas del campo y la ciudad: tierra, plenos derechos
de autodeterminación para los pueblos originarios
y los afroecuatorianos, trabajo para todos, un salario que
cubra la canasta familiar, salud, educación y seguridad
social para todo el pueblo sin emprender una lucha resuelta
contra el imperialismo y la burguesía.
Lo cierto es que sin la ruptura con el imperialismo (comenzando
por el no pago de la deuda externa, la recuperación
inmediata de la base de Manta, y la cancelación de
todos los pactos que subordinan el país a Estados
Unidos), y sin afectar la "sagrada propiedad privada"
y las ganancias del puñado de grandes dueños
de la tierra, la banca y la industria, (los Noboa, los Aspiazu,
grupo Progreso y demás, que son con el capital extranjero
los responsables directos de la enorme catástrofe
que agota al Ecuador) no hay la menor posibilidad de resolver
los agudos padecimientos y por supuesto, de oponer una salida
progresiva, según los intereses de los obreros y
campesinos, como alternativa a la salida proimperialista
que representa el programa de la "dolarización".
Ningún sector de la burguesía, por "radical"
que pueda llegar a ser su discurso, puede ir hasta el final
en la ruptura con el imperialismo y su agente nativo: la
gran burguesía. No puede liquidarse la opresión
y discriminación racial y cultural que oprime a los
pueblos originarios y a los afroecuatorianos sin demoler
hasta los cimientos mismos al actual estado semicolonial
de la burguesía y a sus Fuerzas Armadas, fundado
sobre la opresión secular de indios y negros. Pero
ningún general o coronel va a estar dispuesto a acompañar
a las masas en la tarea de demoler hasta los cimientos a
estas instituciones de dominación, sin lo cual no
es posible hablar siquiera de algún grado de autodeterminación
para los oprimidos.
No puede haber solución a la miseria extrema de las
mayorías en el campo, mediante alguna "reforma
agraria" burguesa como las que ya fracasaron en Ecuador,
Bolivia, México y toda América Latina. Sólo
un gobierno obrero y popular que rompa con el imperialismo
y expropie a los capitalistas, adoptando medidas tales como
la nacionalización de la banca, el monopolio del
comercio exterior, podrá brindar crédito barato,
asistencia técnica, maquinaria, abonos y transporte,
precios de sostén, a los campesinos, y a la vez,
podrá elaborar un plan de común acuerdo, voluntario,
entre campesinos y obreros, para ir superando la pequeña
parcela aislada, económica y técnicamente
atrasada, y avanzar hacia una agricultura colectivizada,
tecnificada y altamente productiva en beneficio de todo
el pueblo ecuatoriano.
La humillación nacional de la subordinación
al imperialismo - que la "dolarización"
no hace sino llevar a extremos escandalosos- no puede ser
removida sin romper con el FMI y los pactos que atan a Ecuador
a los intereses de Washington y del imperialismo mundial.
Ningún sector burgués estará dispuesto
a avanzar decididamente en esta dirección: unidos
por lazos de propiedad, privilegios y sangre a los poderosos,
dependientes del apoyo del capital extranjero y del Amo
del Norte, temen muchísimo más a la movilización
de las masas, sin la cual no es posible hablar de una lucha
seria por la liberación nacional y la autodeterminación
de los pueblos del Ecuador. Toda la historia del siglo XX
en Ecuador, demuestra la impotencia del ala izquierda de
la burguesía. En el 2.000 no puede haber un nuevo
Eloy Alfaro , ni una nueva "revolución juliana".
Que por otra parte, hace un siglo ya demostraron sus límites
e impotencia para resolver las grandes tareas nacionales
pendientes.
La
alianza obrera, campesina y del pueblo pobre de las ciudades
Sólo la clase obrera, que no tiene más que
sus cadenas que perder, en alianza con la gran masa de campesinos
explotados y oprimidos y con los pobres de la ciudad, puede
encarar consecuentemente la ruptura con el imperialismo
y la expropiación radical de la gran propiedad agraria.
Pero para ello, lejos de confiar en militares, curas y jueces
"honestos" como predican Pachacutic y el PCMLE,
necesita imponer su propio gobierno: el de las masas explotadas.
Esta es la única salida para imponer una solución
íntegra y efectiva a la "cuestión agraria",
garantizar plenos derechos de autodeterminación a
los pueblos indígenas y asegurar la liberación
nacional. Y en este camino, sólo una fuerte alianza
obrera, campesina y popular, que levante su propio programa
de emergencia para enfrentar la crisis, y un plan de lucha
para imponerlo, puede derrotar el programa proimperialista
de la burguesía.
El movimiento campesino e indígena y la clase obrera
necesitan esta alianza, pero ¿con qué programa?
No con el de reformas que proponen las direcciones actuales,
cortado a la medida de los sectores más acomodados,
bajo la influencia de la burocracia sindical, de las ONGs
y de la Iglesia, sino el programa de la clase obrera, el
único que puede dar respuesta a los dramáticos
padecimientos y a las más elementales reivindicaciones
de la población: tierra para el campesino, trabajo
para todos los obreros, salud, educación y seguridad
social, salarios y sueldos que compensen la carestía
de la vida, legítima compensación a los pequeños
ahorristas arruinados por los banqueros.
Esto significa que para forjar la alianza obrera, campesina
y del pueblo pobre, hay que luchar contra la influencia
de la burguesía y sus agentes entre las masas, y
por levantar el programa y la estrategia de la clase obrera.
Esto implica una lucha "en dos frentes": por un
lado, conquistar la independencia política de la
clase obrera, para unir sus filas, desplegar sus propias
banderas y programa; y por otro, para asegurar lo que Lenin
llamaba la "hegemonía del proletariado"
en el seno del movimiento de masas. Esta lucha debe permitir
al proletariado constituirse en el caudillo de la nación
oprimida, para dirigir la lucha contra el imperialismo y
sus agentes nativos.
El movimiento indígena y campesino no puede garantizar
una dirección consecuente para toda la nación
explotada y oprimida, porque es un movimiento heterogéneo,
formado por capas en diversas condiciones, desde las mayorías
más pobres y explotadas, hasta sectores acomodados
de propietarios medianos e incluso grandes.
Las capas altas del campesinado, en que se apoyan Pachacutic,
los indigenistas y socialdemócratas, bajo la tutela
de la Iglesia y las ONG, aunque pueden impulsar y acompañar
el movimiento en sus primeras fases, no estarán dispuestas
a romper con la burguesía y su estado.
La clase obrera, por el contrario, por su carácter
histórico como clase explotada en el capitalismo,
por su papel decisivo en la producción, por su concentración
en las ciudades que son el centro político del país,
está llamada a jugar el rol dirigente de la alianza
de los oprimidos y explotados. Sólo su programa puede
dar salida a las demandas del conjunto de la nación
oprimida. La debilidad de la clase obrera ecuatoriana para
elevarse a ese papel no es esencialmente social. No obedece
ni a su número: más de un tercio de la población
económicamente activa son asalariados. Incluso en
el campo hay un porcentaje importante de proletarios y semiproletarios
agrícolas. Tampoco a su escasa concentración:
sin obreros no hay petróleo ni bananos. Mucho menos
a la falta de combatividad y tradiciones: el proletariado
ecuatoriano protagonizó ya en 1922 la gran huelga
insurreccional de Guayaquil, y en 1944 fue el gran actor
de "la gloriosa", la revolución obrera
y popular que derrocó al odiado Ríos Arroyo.
Las grandes huelgas y movilizaciones de 1959, de mediados
de los 80 contra Febres Cordero, y de los últimos
años contra los gobiernos de Durán Ballén,
Bucaram, Alarcón y Mahuad. Sin embargo, en las difíciles
condiciones actuales, signadas por una enorme desocupación,
caída de la producción, carestía de
la vida, se torna más necesario que nunca superar
su debilidad política. Gracias ante todo a la labor
de décadas de la burocracia sindical, del PC y el
PCMLE, así como del PSE, la clase obrera ecuatoriana
ha peleado siempre a la zaga de sectores burgueses, y no
cuenta con un programa ni una estrategia independientes.
Sólo la estrategia y el programa del trotskismo se
oponen frontalmente a la estrategia de colaboración
de clases de populistas, indigenistas, socialdemócratas
y stalinistas, y puede guiar una lucha consecuente para
lograr la independencia política de la clase obrera
y su hegemonía a la cabeza de la alianza de las masas
oprimidas.
Por
la más amplia autoorganización de los explotados
Un punto central de esta estrategia es el impulso sistemático
a todos los pasos de las masas en el sentido de su autoorganización,
para rebasar los estrechos límites de sus organizaciones
actuales, comenzar a tomar en sus propias manos los problemas
acuciantes que enfrentan, y preparar así el desarrollo
de un verdadero poder obrero, campesino y popular. Esto
no significa oponer esquemas ideales, abstractos, a las
organizaciones existentes, sino desarrollar tácticas
correctas para intervenir en los Parlamentos Populares,
peleando por desarrollarlos en la perspectiva de preparar
el surgimiento de organismos superiores de frente único
de las masas para la lucha, que sean los verdaderos Consejos
o Soviets de la revolución ecuatoriana.
Esta es la mejor vía para superar la división
entre el campo y la ciudad, superar la dispersión
en las filas del movimiento obrero y unir en la lucha a
las más amplias masas, comenzando por preparar la
lucha para derrotar a Noboa, y abrir así las puertas
a una ofensiva victoriosa de las masas.
Ligada a esta estrategia para desarrollar la más
amplia autoorganización de las masas, está
la tarea de impulsar el armamento de milicias obreras y
campesinas, comenzando por la autodefensa de las movilizaciones
(una tarea que junto a una política para ganar a
la base del ejército, debían haber asumido
los Parlamentos Populares en enero, para enfrentar el estado
de emergencia, en lugar de confiar en el acuerdo con las
FF.AA.). Esta tarea estará planteada en cada lucha
seria contra Noboa.
Lejos de despertar confianza en los oficiales rebeldes,
como hacen las direcciones indigenistas y stalinistas, se
trata de levantar un programa dirigido a la tropa y la base
popular del ejército, para romper la disciplina y
ganar al campo de las masas a la mayor parte de éste.
Si hay oficiales que individualmente están dispuestos
a pasarse de campo, que se pongan al servicio de las organizaciones
obreras y campesinas, pero nunca -como hacen Antonio Vargas
y el PCMLE-, subordinar a las masas a los coroneles, un
ala de la casta privilegiada que es la columna vertebral
de la institución armada de la burguesía.
El desarrollo de la autoorganización de las masas
es un gran puntal para llamar desde allí a la base
del ejército, y sobre todo, para desarrollar la autodefensa
y preparar el surgimiento de milicias obreras y campesinas.
Por
un gobierno de las organizaciones obreras y campesinas
Contra la política de reformistas y populistas de
buscar "gobiernos cívico-militares", y
alentar "Juntas" con los militares, jueces y curas,
es preciso levantar la lucha por el gobierno obrero y campesino,
basado en las organizaciones democráticas para la
lucha que se den las masas obreras, campesinas y populares,
y defendido por milicias. La única forma de "deconstituir"
los poderes del estado burgués semicolonial, como
le gusta decir a los dirigentes indigenistas, es demoler
la actual maquinaria estatal de la burguesía hasta
los cimientos, y construir en su reemplazo un estado de
los obreros y campesinos: una república obrera. Esto
significa reemplazar la actual dictadura de clase de la
burguesía, por la dictadura de los obreros y campesinos
pobres, ejercida a través de su propio estado. Con
él, las masas del Ecuador comenzarán a sentar
los cimientos de una nueva sociedad: una sociedad socialista
sin explotadores ni explotados. Y en este camino, podrán
establecer la más estrecha unidad con los explotados
y oprimidos de todo el continente, en la lucha común
contra el imperialismo, para establecer una Federación
de Repúblicas Socialistas de América Latina.
Por
un partido revolucionario
La lección fundamental que arroja el proceso entero
en Ecuador es la urgente necesidad de un partido obrero,
revolucionario e internacionalista, que tome en sus manos
el combate sin tregua contra las direcciones traidoras,
y luche por reagrupar a la vanguardia obrera, campesina
y estudiantil detrás de la lucha por la independencia
política de la clase obrera y ganando su hegemonía
sobre el pueblo explotado y oprimido, para preparar la toma
del poder.
La "materia prima" para este partido existe: los
miles de combatientes obreros y populares que vienen acumulando
experiencia en la lucha de masas, que comienzan a sacar
conclusiones políticas elevadas de la propia lucha,
y se tornan cada vez más críticos de las actuales
conducciones reformistas.
Falta un componente esencial, sin embargo: poner en pie
el núcleo de marxistas revolucionarios que pueda
dirigirse hacia ellos, armado con el programa y la estrategia
del único marxismo revolucionario de nuestro tiempo,
el trotskismo, para avanzar en la fusión de la vanguardia
con el programa de la revolución obrera y socialista,
integrando las ricas lecciones que arroja el proceso actual.
El centrismo que se dice trotskista -en sus diversas variantes-
(y que por otra parte es muy débil en Ecuador) no
puede cumplir este papel, pues su política de adaptación
y seguidismo permanente a las direcciones burocráticas
y pequeñoburguesas, lo inhabilita para ofrecer un
camino de reagrupamiento independiente a la vanguardia.
Sólo desde el trotskismo principista es posible encarar
esa tarea. Y la misma no puede concebirse sino es como parte
de la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional,
de la cual la organización de los revolucionarios
ecuatorianos deberá considerarse un destacamento
avanzado. Es un deber de todos los que se reclaman del trotskismo
- en particular en América latina - colaborar en
esta tarea. Desde Estrategia Internacional, ponemos nuestras
modestas fuerzas al servicio de la misma. El avance en la
construcción de un genuino partido obrero revolucionario
e internacionalista se tornará cada vez más
decisivo para los futuros combates de los obreros y campesinos
del Ecuador. |