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Estrategia Internacional N° 17
Otoño de 2001

MEDIO ORIENTE
La Intifada en la encrucijada
Claudia Cinatti

En las últimas semanas de marzo la situación en Medio Oriente se ha deteriorado aún más. El nuevo gobierno de coalición israelí del Likud y el Partido Laborista, encabezado por Ariel Sharon ha puesto en marcha una guerra de desgaste, que combina la clausura de los territorios palestinos y el consiguiente ahogo económico, con un cronograma de represalias y ataques militares, atentando sobre todo contra posiciones de la Autoridad Nacional Palestina y sus comandos de elite, a los que responsabiliza por la violencia de los últimos meses. Con esta escalada militar el gobierno israelí busca detener las movilizaciones y los ataques perpetrados sobre todo contra los asentamientos de colonos y agotar las reservas del levantamiento palestino para imponer una solución a la medida del estado sionista.
Esta política cuenta por ahora con el visto bueno del gobierno norteamericano que en repetidas oportunidades lanzó duras advertencias a Yasser Arafat por no “cooperar” en reducir la violencia en los territorios palestinos. El presidente George W. Bush recibió a Sharon en la Casa Blanca y coincidió con él en que no hay condiciones para el diálogo y que sólo se podrá “reanudar” algún tipo de negociación si las masas palestinas se retiran definitivamente de las calles. Además la representación norteamericana vetó en las Naciones Unidas el pedido de Arafat, apoyado por los gobiernos árabes, de enviar una fuerza internacional para “proteger” a los palestinos de los excesos israelíes.
La administración republicana está en proceso de rediseñar la política exterior estadounidense y existen importantes diferencias sobre todo entre el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, partidario de una línea más dura y el Secretario de Estado Colin Powell, que buscaría mantener el statu quo. En este marco, Medio Oriente seguirá siendo una zona prioritaria, dado que está en juego el “interés nacional” norteamericano de mantener su poderío en función de garantizarse el acceso a las rutas del petróleo1. Sin embargo, a diferencia de la política del ex presidente Clinton que buscó imponer por la vía de las negociaciones una “paz” favorable al estado de Israel, que combinaba presión y concesiones a Yasser Arafat, Bush es partidario de dejar que las “partes” solucionen sus confictos, es decir, de dar vía libre a las iniciativas israelíes para lidiar con el levantamiento palestino, mientras que intenta que los principales aliados norteamericanos en el mundo árabe, Egipto, Jordania y Arabia Saudita, sean los encargados de “convencer” a Arafat de recomponer la cooperación en la seguridad con las tropas sionistas y de poner fin a la intifada.
Esta nueva ubicación norteamericana dejó por ahora a los reaccionarios regímenes árabes con poco margen de maniobra, añorando la actuación imperialista en los años del proceso de paz. El presidente egipcio Hosni Mubarak declaró en una entrevista que “sólo la implicación directa norteamericana podrá convencer a Israel que alcance un compromiso” y que desearía que Estados Unidos “actuara como siempre, como un ‘honesto negociador” (Newsweek 30-3).
La Intifada cuenta con una profunda simpatía entre las masas de los países árabes. Si bien las movilizaciones que estallaron al comienzo del levantamiento palestino no se han repetido, fueron un síntoma de la potencialidad de lucha contra el imperialismo y el estado sionista. Esta ira podría dirigirse contra los propios gobiernos -especialmente Egipto, Jordania, Arabia Saudita, además de Kuwait- de seguir estos con su política de alineamiento con Estados Unidos y de buenas relaciones con Israel, mientras aumenta el sufrimiento palestino y el de la población iraquí, asediada por los diez años de bloqueo económico y los bombardeos imperialistas. El desgaste de la posición norteamericana en Medio Oriente, la presión interna y el resurgir de figuras como Sadam Hussein han alentado un leve cambio de política en el mundo árabe, reflejado en “gestos” diplomáticos y promesas de ayuda a la intifada palestina que todavía no se han concretado.
La última cumbre árabe reunida en Amman a fines de marzo repudió una vez más la violencia israelí, comprometió nuevamente una ayuda económica al pueblo palestino y acompañó el reclamo de la Autoridad Palestina de retomar las negociaciones en el punto en que habían llegado con el anterior gobierno de Barak, y emitió una declaración exigiendo el fin de las sanciones económicas a Irak. Pero puso en evidencia la división de los gobiernos árabes entre un ala “moderada”, compuesta por los principales aliados norteamericanos -Egipto, Jordania y Arabia Saudita- y un ala “dura” encabezada por Irak, a la que se sumó Siria y El Líbano, que planteó la ruptura con Israel y una asistencia económica y militar concreta para la intifada palestina. La cumbre resolvió no iniciar nuevas relaciones comerciales con Israel, aunque no cuestiona las ya existentes, sobre todo de Egipto y Jordania. Esto les permite a los principales países árabes preservar sus intereses materiales derivados de sus buenas relaciones con el estado de Israel y Estados Unidos.
El fracaso de la política de “estabilización” perseguida durante siete años por la administración Clinton, precedida por el triunfo norteamericano en la guerra del Golfo en 1991, fue deteriorando el posicionamiento de Estados Unidos y desgastando las alianzas en la región.
La política norteamericana en Medio Oriente también es cuestionada por potencias imperialistas de la Unión Europea y por Rusia que critican las acciones unilaterales de Estados Unidos. Estas diferencias se hicieron claras con el último bombardeo norteamericano a Irak a mediados de febrero, que sólo contó con el apoyo de Gran Bretaña. Más recientemente, Noruega emitió un comunicado, reconociendo el derecho palestino a “tirar piedras y a enfrentar con armas” a la ocupación israelí, llegando a sugerir que los colonos serían un blanco legítimo.
Los acontecimientos que se están desarrollando indican que en los próximos meses las tensiones irán en aumento. Las consecuencias regionales de esta escalada militar son imprevisibles y de profundizarse, no puede descartarse que se encamine a una dinámica que involucraría a otros países de la región. A pesar de la línea dura del gobierno de Sharon y de las declaraciones a favor de los palestinos que se vieron obligados a emitir los gobiernos árabes, se está intentando evitar ese escenario.
La intifada palestina se está acercando a un momento crítico. Los próximos desarrollos dirán si Ariel Sharon, el responsable de las peores masacres contra las masas palestinas, ayudado por las “palomas” laboristas será capaz de descargar un duro golpe contra la intifada que le permita imponer una salida reaccionaria favorable al estado de Isarel, o si por el contrario, el levantamiento palestino logra superar el impasse en que se encuentra y erigirse definitivamente como la vanguardia de las masas del mundo árabe y musulmán en su lucha por terminar con la opresión imperialista y abrir el camino a la revolución obrera en Medio Oriente.

Los acuerdos de Oslo: una estrategia fallida de “pax” imperialista

El triunfo de Estados Unidos en la guerra del Golfo en 1991 al frente de una alianza que incluía al conjunto de las burguesías árabes, a las otras potencias imperialistas y llegaba hasta Rusia, abrió el camino a los acuerdos de Oslo. La dirección palestina que se había alineado con Sadam Hussein, había quedado completamente aislada en Túnez, perdiendo el apoyo financiero que recibía por ejemplo del régimen de Arabia Saudita. En ausencia de Arafat y la OLP se estaba desarrollando en los territorios ocupados desde 1987 la primer intifada, el levantamiento semi espontáneo de las masas palestinas contra la ocupación israelí con métodos que fueron desde el boicot y la huelga, hasta el más popularizado enfrentamiento de jóvenes con piedras y bombas molotov contra las tropas del ejército sionista. Esta situación le permitió a Estados Unidos también ejercer presión sobre el gobierno israelí para que aceptara la negociación.
Con la firma de la Declaración de Principios en 1993 entre Yasser Arafat y el entonces primer ministro israelí Yitzak Rabin, se abrió un proceso de negociaciones destinado estabilizar la región y hacerla más segura para los intereses norteamericanos. El llamado “proceso de paz” entre Israel y los palestinos era el puntapié para “normalizar” las relaciones entre el estado sionista y el mundo árabe. Como resultado de estos acuerdos, en 1994 Jordania firmó un tratado de paz con Israel, el segundo país árabe en hacerlo después de Egipto que había firmado la paz con Israel en las negociaciones de Camp David en 1978.
Los acuerdos de Oslo constituían un esquema de negociación que buscaba separar gradualmente el estado de Israel de una futura entidad autónoma palestina, en base a la devolución de ciertos porcentajes de territorios ocupados por Israel luego de la guerra de los seis días en 19672. Los aspectos que hacían a la “solución final”, como la definición de la soberanía sobre Jerusalén, que Israel reclama como “su capital única e indivisible”, el derecho al retorno de los refugiados palestinos y la separación en dos estados incluyendo la anexión al estado de Israel de varios de los asentamientos de colonos instalados en los territorios palestinos, quedaban para las últimas instancias del proceso3.
Este plan fue aceptado por Yasser Arafat, traicionando las justas aspiraciones de su pueblo a la autodeterminación nacional. Esta traición de Arafat se venía preparando desde mucho antes. En 1988 la OLP había abandonado la lucha por establecer un estado palestino en todo su territorio histórico, y había aceptado un “mini estado” en algún punto de los territorios ocupados por Israel en 1967. La OLP aceptó la solución de “dos estados”, reconociendo el derecho a existencia del estado de Israel y legitimando la colonización israelí de 1948. Esto dejaba sin sustento el reclamo del derecho al retorno de los refugiados palestinos, más de cuatro millones que actualmente sobreviven en campamentos dentro de los mismos territorios palestinos, principalmente en Gaza, y en los países vecinos, sobre todo en Jordania y El Líbano.
El acuerdo también implicaba una cooperación en temas de seguridad entre la policía palestina y los servicios militares israelíes. Esta operación supervisada por la CIA estaba destinada a que la Autoridad Palestina se conviertiera en policía interna, se comprometiera a “combatir al terrorismo”, es decir cualquier expresión de resistencia a los acuerdos de “paz” en pos de garantizar la “seguridad” del estado de Israel.
La creación en 1994 de la Autoridad Nacional Palestina que regía en algunas zonas autónomas de Gaza y la Franja Occidental y una policía armada con armamento liviano de alrededor de 40.000 hombres, despertó enormes ilusiones en el movimiento de masas de que podría al fin realizar sus aspiraciones a tener su propio estado luego de décadas de lucha.
Sin embargo, los siete años de proceso de paz mostraron que las concesiones territoriales y de autonomía eran mínimas y tenían un precio muy alto. El establecimiento de las zonas autónomas palestinas no fue un proceso “pacífico”. Israel devolvió porcentajes menores de los territorios4, mientras que continuó con la proliferación de los asentamientos de colonos. A cambio de renunciar a cualquier otro reclamo futuro, las masas palestinas tendrían un “mini estado” en zonas autónomas separadas unas de otras sin unidad territorial y dependiente económicamente de Israel, que se reservaba además el control del agua y la electricidad, y mantenía los puestos militares para proteger los asentamientos.
La clave de los acuerdos de Oslo era mantener una profunda asimetría entre el estado de Israel y el imperialismo norteamericano por un lado, y la Autoridad Palestina por otro, lo que implicaba que cada instancia de negociación se convirtiera en una presión extrema sobre Yasser Arafat que hacía concesiones cada vez más inaceptables para el pueblo palestino.
La dinámica de los acuerdos de Oslo que pretendían imponer una solución a la medida del estado sionista pero sin propinar una dura derrota a las masas palestinas, llevó a una aguda polarización a izquierda entre las masas palestinas y a derecha en Israel.
La sociedad israelí se dividió. El sector pacifista que iba desde el Partido Laborista hasta la “izquierda” sionista, como Meretz y la organización Paz Ahora, era partidario de los acuerdos de paz como la mejor forma de garantizar la seguridad del estado de Israel y abrir sus relaciones al mundo árabe. El otro sector liderado por el Likud y por los partidos religiosos y la extrema derecha sionista, entre ellos los colonos, consideraba que el gobierno de Rabin había hecho concesiones inadmisibles que además no detendrían las exigencias de las masas palestinas. Veían con espanto la formación de la Autoridad Palestina y sobre todo su policía armada. Su estrategia se podría resumir en una antigua frase de Ariel Sharon que había afirmado que “los palestinos ya tienen un estado, Jordania”.
Esta fractura produjo una sucesión de crisis políticas que comenzó con el asesinato de Rabin a manos de un activista de extrema derecha, y siguió con el término anticipado de los gobiernos del derechista Netanyahu y más recientemente del laborista Ehud Barak. La conclusión lógica de este camino fue la asunción de Ariel Sharon y la conformación del gobierno de unidad nacional.
Del lado palestino, el gran desprestigio de Arafat por sus repetidas capitulaciones llevó a que ante el descontento de las masas, hasta sectores del mismo Al Fatah -como las milicias juveniles del Tanzim dirigidas por Marwan Bargouti- encabecen acciones de la Intifada, buscando eclipsar a las organizaciones islámicas como Hamas y Jihad. La desilusión con el proceso de paz que se viene desarrollando desde hace años, se transformó en acción de masas. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la segunda Intifada marca el epílogo de una década abierta con el triunfo imperialista en la guerra del Golfo y el prólogo de una nueva situación de alta inestabilidad.

Israel: de Oslo al gobierno de Sharon

El fracaso del gobierno laborista de Ehud Barak para hacer retroceder a la intifada palestina operó un cambio en la sociedad israelí, que acompañó a la superestructura política en su giro a la derecha. El triunfo de Ariel Sharon, impensable hace apenas unos meses atrás, no fue una sorpresa para nadie, como tampoco la formación de un gobierno de unidad nacional con el Partido Laborista, golpeado por la catástrofe electoral5.
A diferencia del gobierno de Barak que usaba las represalias militares y los bloqueos como una expresión in extremis sobre Arafat para que acepte los términos de la negociación impuestos por Israel y Estados Unidos, el nuevo gobierno de Sharon y Peres, partiendo del fracaso de esta política para revertir la relación de fuerzas, ha puesto en marcha una estrategia de guerra de desgaste. Desde el comienzo, ha buscado profundizar las condiciones para obligar al rendimiento palestino. El estado sionista usa el bloqueo y cierre de las zonas palestinas como un arma de guerra. Cientos de miles de habitantes de Gaza y la Franja Occidental quedan aislados, las ciudades son rodeadas por trincheras y custodiadas por puestos de control del ejército sionista. Durante el actual levantamiento, Israel hizo uso y abuso de este recurso, incluso cerró el aeropuerto internacional de Gaza. Se calcula que alrededor de 120.000 trabajadores palestinos no han podido concurrir a sus empleos en Israel durante los últimos meses, del mismo modo se ha recortado el acceso al agua y la electricidad, hundiendo aún más a las masas palestinas en la miseria.
Esto se combina con ataques militares. Las Fuerzas Israelíes de Defensa han asesinado y encarcelado a miembros de la guardia de Arafat y del movimiento político Fatah dentro de las zonas autónomas. Después de los primeros ataques de las tropas sionistas en Gaza y Ramallah, Avigdor Lieberman, ministro de Infraestructura y “superhalcón” del gabinete de Sharon, advirtió que “Como ha dicho el primer ministro, esta no es una reacción, no es una sola operación. Es la apertura de una fase de una política de conjunto cuyo objetivo es poner fin al terror. La diferencia debe ser que la jerarquía política le dé pleno apoyo a sus fuerzas de seguridad, plena libertad para operar”6.
El gobierno norteamericano apoyó la decisión de Sharon de no negociar hasta que no “cese la violencia”, y escuchó con atención su definición de que Arafat no es el líder palestino con quien negociar la “paz”, sino un “terrorista” alineado con Sadam Hussein. Sharon también consiguió un fuerte espaldarazo del poderoso lobby judío norteamericano.
En lo inmediato la asunción de Sharon y la conformación del gobierno de unidad nacional con el Partido Laborista parecen haber fortalecido a Israel. La unidad nacional sólo dejó por fuera a sectores de extrema derecha como los colonos que han comenzado a cuestionar a Sharon y exigen medidas militares más duras, incluso plantea la reconquista de sectores árabes como en la ciudad de Hebrón, y sectores limitados de la izquierda israelí, que sintomáticamente han participado en movilizaciones conjuntas con palestinos. De profundizarse la dinámica inicial del gobierno de Sharon esta polarización podría desarrollarse. La escalada militar podría derivar en un número mayor de víctimas. Los acontecimientos dirán si la población israelí estará dispuesta a soportar más muertes de soldados y civiles, teniendo en cuenta que la retirada desordenada de las tropas sionistas del sur del Líbano se debió a la gran impopularidad que causaba el creciente número de bajas entre los soldados israelíes a manos de milicias de Hezbollah. Más allá de la enorme superioridad militar, Israel sigue siendo vulnerable a las emboscadas y atentados palestinos. Por esto Sharon no tiene la política de quemar todos los puentes con la Autoridad Palestina, buscando sobre todo recomponer la colaboración en temas de seguridad. En este sentido aunque ha suspendido las negociaciones políticas que hacen a un posible acuerdo de “paz”, miembros de primer nivel del gobierno israelí como el ministro de exteriores Shimon Peres e incluso un amplio espectro de parlamentarios -del hijo de Sharon al Meretz- han mantendio reuniones con la Autoridad Nacional Palestina para volver a la cooperación para mantener la seguridad y controlar el “terrorismo”.
El gobierno israelí admite que la dinámica en la que se ha embarcado podría llevarlo a una guerra, aunque aclara que por la disposición de fuerzas, esta no será una guerra en sentido clásico, aludiendo que se puede transformar en un baño de sangre para las masas palestinas. Es que de desarrollarse no sería una guerra entre ejércitos, sino una guerra de un ejército de ocupación para aplastar el levantamiento palestino y mantener las condiciones de opresión7. Esto puede llevar a involucrar en distinta medida a otros países de la región y a una desaprobación internacional si Israel continúa con su violenta represión a los palestinos. Estas son algunas de las contradicciones que subyacen a la “opción militar” israelí.

Potencialidades y límites del
levantamiento palestino

La intifada de Al Aqsa tiene causas profundas en la lucha por la liberación nacional con respecto al enclave colonial y racista israelí. Esto es lo que explica las tendencias que se expresaron sobre todo en las primeras semanas de su desarrollo. Sin duda el fenómeno más importante fue la intervención de los palestinos que viven en Israel, como parte de la misma lucha de liberación que libra el pueblo palestino en los llamados territorios ocupados8. La solidaridad activa de las masas árabes y musulmanas ha mostrado la potencialidad de la rebelión nacional palestina y su relación con la lucha de las masas de la región.
Estos dos desarrollos marcan una diferencia cualitativa con la primer intifada9. En ese momento, los palestinos dentro del territorio israelí, sólo participaron activamente al comienzo realizando una huelga general, pero pasado este primer momento su colaboración se redujo a aportar dinero al levantamiento pero sin tomar parte en los enfrentamientos. Hoy este sector que comprende el 20% de la población israelí ha llevado el levantamiento palestino al corazón del estado sionista.
Luego de las primeras semanas de movilizaciones masivas, el desarrollo del levantamiento fue frenado por las distintas fracciones dirigentes. Las acciones se tornaron hacia enfrentamientos armados de pequeños grupos, sobre todo contra los asentamientos de colonos, organizados por la milicia Tanzim. Si bien la posesión de armas del lado palestino es una novedad con respecto a la primer intifada, las distintas organizaciones tienen su monopolio, impidiendo el armamento de masas, dejando que miles de jóvenes se enfrenten con piedras a las tropas sionistas. Este monopolio del armamento llevó a una cierta “militarización” del conflicto alrededor de las acciones individuales controladas por Hamas y milicias de Fatah. Es que tanto la OLP como los grupos islámicos de oposición, como el Hamas y la Jihad Islámica, intentan mantener el levantamiento bajo control, evitando la organización independiente y democrática de las masas palestinas. Esto no niega de ninguna manera que en las más amplias masas crece el sentimiento de apoyo al levantamiento10 y su disposición a la lucha.
La dirección del levantamiento hasta ahora comprende a un amplio abanico de organizaciones, nucleadas en las “Fuerzas Nacionales-Islámicas”. Esta coalición está formada por las distintas fracciones de la OLP y la oposición islámica y laica a Al Fatah, como Hamas, Jihad Islámica, Frente Popular para la Liberación de Palestina, muchos de ellos son duros críticos de Arafat y de su política de negociación con el estado de Israel. Pero esta dirección conjunta ha permitido hasta el momento sostener a la Autoridad Palestina, desprestigiada ante el movimiento de masas por sus capitulaciones y por el carácter corrupto y antidemocrático de la élite gobernante, mientras que la gran mayoría de los palestinos viven al límite de la subsistencia.
La gravedad de los acontecimientos y la debilidad en la que se encuentra Arafat, no sólo en el frente interno, sino también ante al gobierno israelí que ha suspendido las negociaciones, obligó en las últimas semanas a hacer un llamado dramático a “masificar” nuevamente la protesta. Como lo ha hecho con la primer intifada, Arafat intentará usar la justa lucha de su pueblo para mejorar su posición tanto frente a las potencias imperialistas como a los reaccionarios gobiernos árabes, a los que busca presionar con el sufrimiento palestino. Pero esta política encuentra serias dificultades. El surgimiento de líderes “populares” de Fatah, no ligados directamente a la Autoridad Palestina, como Marwam Bargouti en la Franja Occidental, la mayor presencia de otras fracciones de la OLP y milicias como Tamzin, que no estarían bajo control directo de Arafat, y las acciones de grupos islámicos, sobre todo Hamas, muestran un serio deterioro de Yasser Arafat como dirección histórica del movimiento palestino, de consecuencias importantes sobre todo ante una radicalización mayor del conflicto.
Pero la dirección de Arafat todavía no se ha superado. A pesar de la enorme combatividad y heroísmo la segunda intifada está ante una encrucijada y ante la imperiosa necesidad de expandirse al mundo árabe. A diferencia por ejemplo de la relación de fuerzas que impuso el proletariado negro en Sudáfrica que amenazó con una revolución obrera a fines de los ‘80, y que sólo pudo ser desviada con el fin del apartheid y la traición de Mandela, el actual levantamiento de las masas palestinas por sí mismo no tiene esta fortaleza a menos que se transforme en la vanguardia del conjunto de las masas de Medio Oriente, uniéndose a los principales proletariados de la región. Lejos de esto, la política de Arafat es mantener el levantamiento en su estado actual y buscar el respaldo de los reaccionarios regímenes árabes que históricamente han dejado librado a su suerte al pueblo palestino, así como de las Naciones Unidas y potencias europeas. La situación límite en la que se encuentra la intifada y la dinámica de los acontecimientos pueden llevar a una radicalización del conflicto que empiece a plantear las vías de superación de los límites impuestos por sus direcciones.

La salida reaccionaria de “dos estados”

La situación actual está mostrando el verdadero contenido reaccionario de la salida de “dos pueblos, dos estados”, contemplada en la resolución inicial de las Naciones Unidas por la que se fundó el estado de Israel en 1948, pero que nunca dio lugar al surgimiento de un estado palestino. Por el contrario, en más de cincuenta años, el pueblo palestino ha visto pisoteados sus derechos nacionales. La partición del territorio histórico palestino llevó a la fundación de un enclave racista, agente del imperialismo en la región, que extendió sus “fronteras” en sucesivas guerras y mantiene una situación colonial contra las masas palestinas.
Para el gobierno de Sharon y Peres, la separación y las fronteras definitivas del estado de Israel implica reducir a los palestinos a guetos y campamentos de refugiados.
La izquierda sionista y los movimientos pacifistas israelíes, que defienden al estado de Israel sin cuestionar sus orígenes coloniales y su alianza con el imperialismo contra las masas árabes, presentan a los “dos estados” como la salida más “realista, justa y pacífica”. A diferencia de la derecha israelí, consideran que habría que poner fin “a la ocupación”, es decir, que las fronteras del estado hebreo no deberían incluir porciones de los territorios ocupados en 1967. Esto se concretaría con el desmantelamiento de asentamientos de colonos, sobre todo los más irritativos como el de Hebrón.
Estos sectores defendieron el “proceso de paz”, y cínicamente varias veces han responsabilizado a Arafat por no aceptar los ofrecimientos “generosos” que le hacían Israel y el imperialismo. Ante el fracaso de los acuerdos de Oslo, muchos están planteando que habría que hacer cumplir las resoluciones de las Naciones Unidas, que obligaría a Israel a retirarse a las fronteras anteriores a 1967.
La separación en “dos estados” implica el reconocimiento del estado de Israel, un estado “judío sólo para judíos”, un enclave racista que para mantenerse oprime y hostiga a las masas palestinas. Por esto incluso hasta las propuestas más “generosas” que partan de este supuesto, llevan a la imposición de un régimen muy similar al apartheid sudafricano, es decir, el establecimiento de “bantustanes”, o pequeñas porciones de territorio “autónomo” donde estarían obligados a vivir los palestinos, dirigidos por la autoridad palestina, pero donde el verdadero dominio sería del estado colonial israelí. Como plantea el escritor palestino Edward Said, este método “viene del colonialismo del siglo 19. Los franceses lo hicieron en Argelia (...) En Sudáfrica, la idea era poner a los negros en reservaciones o “homelands” donde podían tener algunos atributos de soberanía pero ninguna soberanía real. No podían controlar la tierra. El agua no estaba bajo su control. Las entradas y salidas estaban controladas por los blancos. Este es exactamente el modelo aquí. Las áreas palestinas que son pequeñas y están divididas, son los centros de la población palestina, pero son los equivalentes a los “homelands” sudafricanos, donde alguien como Arafat puede dar la impresión de que es el líder pero de hecho las cuerdas detrás de la escena son manejadas por el ocupante colonial”11.
Esta estrategia ha llevado a una profunda crisis a la izquierda israelí, que no ha podido impedir el ascenso de Sharon y su unidad con el laborismo.
La negación del derecho al retorno de los refugiados palestinos es la muestra más cruda de esta realidad. El estado de Israel no reconoce ninguna responsabilidad en la génesis del problema de los refugiados palestinos, porque si hiciera esto implícitamente estaría admitiendo su conquista violenta de los territorios palestinos y que el establecimiento y la permanencia del estado de Isarel se basa en la pertenencia a una raza o religión. Según el dogma sionista, hay un “eterno derecho al retorno” de cualquier judío nacido en cualquier parte del mundo al estado de Israel, mientras que niega el derecho al retorno de los habitantes históricos palestinos.
Cuando se trata del “problema de los refugiados” palestinos, las diferencias entre la izquierda y la derecha del movimiento sionista son sólo de matices. Mientras que los partidos laborista y Likud nunca aceptarán el derecho al retorno, otros sectores como el movimiento Paz Ahora y de intelectuales liberales pacifistas proponen salidas que contemplan “cuotas” de ingreso o compensaciones económicas, como complemento de la política de separación basada en la estrategia de “dos pueblos, dos estados”. Según un académico israelí, “En relación a este tema [a los refugiados], no hay diferencias entre la ‘izquierda’ y la ‘derecha’. Es suficiente mencionar el problema de los refugiados, para que escritores como Amos Oz [un reconocido referente de la izquierda] reaccionen como Ariel Sharon”12.
La aceptación de Arafat de los términos de Oslo y de la legitimidad del estado sionista también lleva de suyo negociar el “problema de los refugiados” a través de compensaciones y de radicación en otros países árabes. Sin embargo, la segunda Intifada ha puesto como nunca antes en primer plano el derecho al retorno de los refugiados. Como plantea un periodista, “en varios lugares lo que está empezando a ocurrir en los territorios se ha comenzado a llamar la “intifada del retorno”, y los refugiados están jugando una vez más el rol central que jugaron en el pasado en el movimiento nacional palestino13“. Esta aguda situación le ha puesto como límite a las capitulaciones de Arafat la firma definitiva de un acuerdo que certifique la renuncia al derecho al retorno.

Una perspectiva revolucionaria para Medio Oriente

La segunda intifada es la última expresión de la lucha de liberación nacional que las masas palestinas vienen dando desde hace años. Desde la primer década del siglo XX la población árabe que habitaba el territorio de Palestina se ha visto sometida a la lenta pero firme colonización de la tierra por el movimiento sionista.
En 1936 estalló una gran rebelión anticolonial contra Gran Bretaña, que tenía en ese momento el mandato sobre los territorios palestinos14. El levantamiento comenzó con una huelga general que duró seis meses y se extendió hasta 1939, cuando fue aplastado por gran parte del ejército británico y las milicias irregulares sionistas. La dura derrota de este primer levantamiento árabe facilitó la colonización. La división del territorio palestino por las Naciones Unidas derivó en la fundación del estado de Israel, un enclave racista que tiene en sus orígenes la limpieza étnica de la población árabe en 1948 y se sostiene como un estado colonial y terrorista, avanzada del imperialismo en Medio Oriente, basado en la pertenencia a una raza, lo que lleva no sólo a la opresión del pueblo palestino en los territorios ocupados sino también a la discriminación de la minoría árabe que vive en Israel.
El sionismo usó cínicamente el sufrimiento de los judíos, las persecuciones y el holocausto para justificar su política colonialista. Durante décadas sostuvo el mito de que la fundación del estado de Israel fue producto de una “guerra de liberación nacional” y que las acciones del estado de Israel eran “defensivas” frente a la hostilidad del mundo árabe. Este mito está cayendo frente a una verdad histórica que se revela a diario en las calles y en los campamentos de refugiados palestinos.
La dirección de la OLP expresó la radicalización del movimiento nacional palestino frente a la debacle del nacionalismo árabe, a fines de los ‘60 y principios de los ‘70. Su programa planteaba el establecimiento de un estado palestino laico en todo su territorio histórico, basado en la destrucción del estado de Israel. Pero en los ‘80 Arafat y la OLP prepararon la traición a las masas palestinas, haciéndola explícita con la firma de los acuerdos de Oslo.
El pueblo palestino no puede coexistir pacíficamente con el estado de Israel, porque no podrá haber “paz justa” mientras exista la opresión nacional. El levantamiento palestino contra la opresión colonial, el reclamo al derecho al retorno de los refugiados, y la amenaza cada vez más palpable de una ofensiva militar, exponen como nunca antes que la única salida “justa y realista”, la condición del derecho a la autodeterminación nacional palestina es la destrucción del estado racista de Israel y la expulsión del imperialismo. Los revolucionarios defendemos y apoyamos las demandas democráticas de las masas palestinas como motores de la movilización revolucionaria. En ese sentido, defendemos el derecho a un estado palestino laico y no racista sobre todo el territorio histórico palestino, en base a la destrucción del estado sionista, donde puedan convivir en paz árabes y judíos.
La política de Arafat de una “rendición negociada”, buscando el respaldo de los reaccionarios regímenes árabes y de las Naciones Unidas llevará a la derrota al pueblo palestino. Mientras que las direcciones islámicas con sus acciones militares individuales, al servicio de establecer un estado confesional, impiden que se desarrolle un movimiento de masas que se dote de sus propias organizaciones independientes, capaces de desplegar el potencial antimperialista y revolucionario de la lucha nacional palestina, transformándola en una palanca de la revolución en Medio Oriente.
Estas direcciones burguesas y teocráticas son incapaces de dirigir y llevar hasta el final la lucha por la liberación nacional. Las demandas democráticas de autodeterminación nacional del pueblo palestino son irresolubles en los marcos del capitalismo imperialista, que se basa en la opresión y semicolonización de la mayoría de los pueblos del mundo. Por eso planteamos que la resolución de las aspiraciones nacionales palestinas está profundamente ligada al establecimiento de un gobierno obrero y campesino y una Palestina Obrera y Socialista.
El imperialismo mantiene una alianza estratégica con el estado sionista, que actúa como gendarme de sus intereses contra las masas de la región, a los que se han subordinado completamente los gobiernos árabes que oprimen y explotan a sus propios pueblos. Frente a estos enemigos la única posibilidad de triunfo de las masas palestinas es la unidad con las masas árabes y musulmanas, que han mostrado con sus movilizaciones ser un poderoso aliado potencial para derrotar al imperialismo y sus agentes, y que están ligadas a la lucha nacional palestina por múltiples lazos, históricos y concretos, por ejemplo por la vía de los millones de refugiados que viven en los países árabes vecinos. La intervención independiente de los proletariados más concentrados de Medio Oriente encabezando a las masas oprimidas de la región es lo que evitará que la intifada palestina quede limitada a un levantamiento heroico pero impotente frente al ejército israelí, el cuarto ejército del mundo y al imperialismo. La unidad revolucionaria con la clase obrera y las masas de la región es la única forma de llevar hasta el final la lucha por la liberación nacional del pueblo palestino uniendo los intereses de la clase obrera de los países de Medio Oriente contra sus gobiernos locales y el imperialismo, abriendo la perspectiva de la revolución obrera y el camino a la lucha por una Federación Socialista de Medio Oriente.

 

1 Asesores y analistas de política exterior recomiendan a la nueva administración una firme decisión de intervenir en Medio Oriente. Una prestigiosa revista imperialista de política exterior plantea que “El equipo de Bush debe entender que no puede simplemente irse de esta situación volcánica. Las apuestas para Washington son altas (...) Más que en ningún otro momento en las últimas tres décadas, las tensiones en la región tienen ahora el potencial de escalar. La situación podría cambiar rápidamente de un conflicto nacional, de un combate aislado a una conflagración regional. Los máximos funcionarios de la seguridad nacional norteamericana han llamado a Medio Oriente el punto más peligroso en el mundo (...) La región sigue siendo de importancia crítica para Estados Unidos debido a su dependencia del petróleo del Golfo Pérsico, su deseo de contener a un desafiante Sadam Hussein y su relación especial con Israel” Foreign Affairs marzo 2001.
2 Luego de meses de choques y escaladas militares, primero con Siria al que luego se sumó Egipto, el estado de Israel lanzó el 5 de junio de 1967 un ataque preventivo contra ambos países, destruyendo sus fuerzas áreas. Jordania se unió a Siria y Egipto por lo que también fue atacada. Los tres fueron derrotados e Israel capturó la Fanja Occidental de Jordania, la Franja de Gaza y la península del Sinaí de Egipto y las alturas del Golán de Siria. Esta guerra sólo duró seis días y transformó decisivamente a Israel en la potencia militar dominante en la región. Mientras que la derrota desacreditó a los regímenes árabes, el movimiento nacional palestino emergió con una nueva radicalización después de 1967.
3 Las conversaciones de “paz” comenzaron inmediatamente después de la victoria norteamericana en la guerra del Golfo en Madrid en 1991. Tras la firma en Washington de los acuerdos en 1993, el llamado “proceso de paz” ha pasado por otras instancias de negociación, conocidas como Cairo I y II y Oslo II en 1994, que establecieron la Autoridad Nacional Palestina y la policía palestina, el memorandum de Wye River en 1998, bajo el gobierno israelí de Netanyhau, y más recientemente la fallida Cumbre de Camp David en julio de 2000 y las negociaciones de Taba hacia el fin de los gobiernos de Clinton y Barak. En cada instancia de negociación Israel conseguía progresivamente más concesiones de Yasser Arafat, hasta que se planteó la resolución del problema de los refugiados, por ahora una capitulación inadmisible para la dirección palestina.
4 En relación a las concesiones territoriales, E. Said plantea que “Poca gente se da cuenta que incluso bajo los términos de Oslo, las áreas palestinas que tienen autonomía no gozan de soberanía (...) En otras palabras, Israel tomó el 78% de Palestina en 1948 y el restante 22% en 1967. Sólo ese 22% está en cuestión ahora, y esto excluye Jerusalén occidental”, Palestinians under siege, 14 de diciembre de 2000, London Review of Books. Y que “La Franja Occidental y Gaza constituyen el 22% del territorio palestino histórico (...) de ese 22%, los israelíes todavía controlan el 60% de la Franja Occidental y el 40% de Gaza”.
5 Las elecciones israelíes se realizaron el 6 de febrero pasado. La victoria arrasadora del candidato del Likud, Ariel Sharon, no se debió sólo al giro a la derecha de la sociedad israelí, sino también a la abstención de los palestinos que viven en Israel, que votaban en un 90% al Partido Laborista. Los palestinos dentro de Israel boicotearon activamente las elecciones, se calcula que la abstención en este sector llegó al 80%, mostrando la profundidad de la fractura dentro del estado sionista abierta con el estallido de la intifada, en la cual participaron activamente los palestinos que viven como ciudadanos de segunda en el estado sionista, sujetos a las “leyes de ciudadanía”, no de nacionalidad, que el estado de Israel se reserva para los ciudadanos no judíos. Como resultado de la represión de las tropas sionistas y de los pogroms organizados por israelíes contra las ciudades árabes, 13 palestinos fueron asesinados. El candidato laborista Barak y algunos dirigentes árabes intentaron infructuosamente prensentarse como el mal menor frente a Sharon, pero no pudieron borrar la conclusión de que los halcones del Likud y las palomas laboristas son las dos caras de la misma moneda.
6 The Guardian 29-3-01.
7 Algunos analistas empiezan a comparar esta situación con la guerra que Francia libró en Argelia para mantener su poder colonial.
8 La minoría palestina que vive en el estado de Israel asciende al 20% de la población. Su situación es de marginalización y discriminación racial. Por ley el 92% de los territorios israelíes está destinado únicamente a ciudadanos de origen judío. La política de los sucesivos gobiernos ha sido la de “judaizar” las ciudades con población mayoritaria árabe. Sus condiciones económicas son mucho peores, gran parte de este sector es mano de obra barata para empresas israelíes. Aunque una pequeña minoría se integró parcialmente -incluso con cargos parlamentarios- esto no indica un cambio en su situación y de hecho los partidos árabes, que tradicionalmente apoyan al Partido Laborista, han tenido que hacerse eco de la ira de los palestinos. Un analista describe muy bien la situación de los árabes dentro de Israel: “Los palestinos que quedaron sujetos al control israelí después de 1948 experimentaron lo que se conoció como la “israelificación” de los árabes palestinos. Con el tiempo, se conocieron como los árabes israelíes, que como otras minorías étnicas marginalizadas y amenazadas desarrollaron un fuerte sentimiento de identidad nacional en un esfuerzo por restaurar su herencia, lenguaje y cultura palestina contra la dominación política y cultural de Israel (...) Para asegurar el dominio de los judíos dentro del estado, el parlamento israelí adoptó varias leyes -incluida la Ley del Retorno para los judíos en 1951 y la Ley de Ciudadanía- por las cuales la minoría árabe estaría contenida dentro de los límites de las regulaciones de ciudadanía dispuestas para residentes no judíos”. Inter-Arab politics and the Mainstream of the Palestinian Movement: Changes in Relations and Strategy and their Implications for the Peace Process. Husam Mohamad, Eastern Mditerranean University, Chipre, 1999.
9 La primer intifada palestina comenzó formalmente el 8 de diciembre de 1987, cuando deliberadamente vehículos israelíes atropellaron a varios palestinos. El funeral del día siguiente se transformó en una movilización de masas. Las tropas israelíes reprimieron y asesinaron a manifestantes palestinos. Esto dio comienzo a una rebelión semi espontánea de masas que se extendió con desigualdades prácticamente hasta 1993. Diariamente en cada esquina de los territorios ocupados miles de jóvenes enfrentaban con piedras a las tropas de ocupación sionistas. Durante estos acontecimientos la dirección de la OLP se encontraba en el exilio en Túnez.
10 Por ejemplo encuestas realizadas en noviembre y diciembre del año pasado, reflejan que el 74% de los palestinos no reconocerían la soberanía israelí en Jerusalén occidental, el 60% no cree que haya posibilidades actualmente de coexistencia pacífica y que dos tercios de los palestinos apoyan las “operaciones suicidas” contra isarel. (citado por Foreign Affairs, marzo,2001)
11 Registro de una entrevista radial al escritor Edward Said, reproducida en Socialist Action, febrero 2001.
12 "The right of return", Uri Avnery, en The Other Israel, 14-1-01
13 The OLP is rising - and the PA is sinking, Danny Rubinstein.
14 Palestina estuvo bajo mandato británico entre 1922 y 1948, mandato otorgado por la Sociedad de las Naciones (antecesora de las Naciones Unidas) en el reparto del mundo colonial de la primera post guerra. El mandato británico terminó con el establecimiento del Estado de Israel en 1948.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

   
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