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Estrategia Internacional N° 20
Septiembre 2003
Crisis, neoimperialismo y resistencia
 

 

Después del 11 de septiembre, la guerra de Irak fue el punto más alto de la influencia de los neoconservadores. La derrota del régimen de Saddam Hussein, sin el aval de la ONU y con una amplia oposición de sus aliados tradicionales fue la confirmación más evidente del curso unilateral de la política exterior norteamericana.
Estratégicamente, a partir de este resultado se abren dos caminos contrapuestos. Una variante es que Estados Unidos transforme su victoria militar en un éxito político convirtiendo a Irak en una plataforma para proyectar su poderío en la región y el mundo, llevando adelante una nueva redistribución del poderío mundial. En palabras de Charles Krauthammer, pasar del “momento unipolar” abierto en la década del fin de la guerra fría y de la debacle de la ex URSS a una nueva “era unipolar”1. El otro camino es que Estados Unidos no esté preparado para asumir las responsabilidades que implica su nuevo curso neoimperialista, o que los costos del mismo se tornen demasiado altos, obligándolo a una vuelta atrás en su ofensiva a nivel internacional. Esta variante implicaría una pérdida de influencia por parte de los Estados Unidos en el sistema mundial, develando la aguda dicotomía entre su enorme poderío militar y la capacidad de moldear al mundo a su imagen y semejanza.
Debido a que la política norteamericana de redefinir su hegemonía en detrimento de sus competidores imperialistas y de las burguesías semicoloniales es el elemento más dinámico del actual panorama internacional, a dónde se incline finalmente Estados Unidos frente a estas dos variantes arriba enunciadas después de la guerra de Irak, tendrá un enorme efecto en la situación mundial en su conjunto.


La “agenda” neoconservadora

 

El cambio de régimen en Bagdad es la operación más importante realizada por la ofensiva guerrerista de los Estados Unidos. Constituye el primer capítulo de la “agenda” neoconservadora que busca redefinir la hegemonía norteamericana. Como dice Thomas Donnelly en un número reciente del National Security Outlook del American Enterprise Institute, “la cuestión central ahora es cómo los Estados Unidos pueden capitalizar su victoria en Irak para sostener, expandir e institucionalizar la Pax Americana”2.
El ataque a Irak, demostró que EEUU ha decidido modificar las bases del orden mundial enteramente en su provecho. Como titula el mismo autor en el artículo antes citado, de lo que se trata es de “Preservar la Primacía Norteamericana, Institucionalizar la Unipolaridad”.
El resultado es una radical transformación de la política exterior de la principal potencia mundial, orientada a posicionar a los Estados Unidos como una superpotencia incuestionada, trastocando el statu quo actual. No hay lugar donde esto se exprese en forma más clara que en Medio Oriente, donde los actuales equilibrios políticos y geopolíticos fueron fuertemente sacudidos por la guerra y sus efectos.
El nuevo curso reseñado en la llamada “Doctrina Bush” deja atrás el enfoque multilateral, que era y sigue siendo para un sector de la elite norteamericana el esquema más conveniente para lidiar con las responsabilidades hegemónicas y encubrir su interés nacional.
Este enfoque surgido durante la presidencia de Wilson (1913-1921) y que justificaba un intervencionismo global presentando a los Estados Unidos como un benéfico policía global, sentó las bases de la ideología y de las instituciones creadas luego de la segunda guerra mundial. Estas continuaron durante los ’90 con las presidencias de Bush padre y Clinton. En comparación, el nuevo enfoque, como señala un analista, se destaca por lo que no es: “No es el multilateralismo clintoniano; el presidente no apela a las Naciones Unidas, no profesa la fe en el control de armas y tampoco alimenta esperanzas en cualquier “proceso de paz”. Tampoco es el equilibrio de fuerzas del realismo favorecido por su padre. Es, más bien, una reafirmación de que la paz y la seguridad verdaderas van a ser ganadas afirmando tanto la fortaleza militar como los principios políticos norteamericanos”3.
La actual política para algunos hace recordar a la vieja época de fines del siglo XIX, comienzos de siglo XX, con sus invasiones en toda la región del Caribe, Centro América y hasta el Pacífico. De esta manera, buscaban cerrarle el paso a los europeos en el continente americano y asegurarse una ruta directa a Asia, sentando las bases para la expansión del imperialismo norteamericano en la escena mundial. Más precisamente la actual filosofía neoconservadora se emparenta con la del presidente Theodore Roosevelt (1901-1908), opuesta a la de Wilson, que como vimos, fue la política exterior dominante norteamericana en todo el siglo pasado. Algunas similitudes son sorprendentes. Para Henry Kissinger, Theodore Roosevelt “fue el primer presidente que insistió que era deber de los Estados Unidos hacer sentir globalmente su influencia, y relacionar al país con el mundo , en términos de un concepto de interés nacional (...) Como primer paso (...) dio a la Doctrina Monroe su interpretación más intervencionista identificándola con las doctrinas imperiales de la época. En lo que llamo un “corolario” de la Doctrina Monroe (...) proclamó un derecho general de intervención por “cualquier nación civilizada”, que en el continente americano sólo los Estados Unidos tenían derecho a ejercer”4. Una cita de este último, pinta su política de cuerpo entero y trae a la memoria el discurso del año pasado de Bush en la ONU cuando buscaba una legitimidad internacional para su política de atacar a Irak, o también recuerda a las críticas neoconservadoras a la política de Clinton, como la siguiente: “Considero aborrecible la actitud de Wilson-Bryan, de confiar en fantásticos tratados de paz, en incumplibles promesas, en todo tipo de pedazos de papel sin apoyo de una fuerza eficiente (...) Una tibia mojigatería no apoyada por la fuerza es tan maligna y aún más nociva que la fuerza alejada de la justicia”5.
Pero si la abierta proclamación del interés nacional y de una política de fuerza y la desconfianza en la instituciones multilaterales emparentan al actual curso con el duro realismo de Theodore Roosevelt, esta se combina con las ideas wilsonianas de la promoción de los valores norteamericanos cuyo carácter universal hace que los mismos se impongan a otros países sin la necesidad de ser negociados. Así, una figura emblemática de los neoconservadores como Wolfowitz, Secretario adjunto de Defensa, declara:
“Para ganar la guerra contra el terrorismo y ayudar a construir un mundo más pacífico debemos hablar a los centenares de millones de personas tolerantes y moderadas del mundo musulmán, donde quiera que vivan, y que aspiren a gozar de los beneficios de la libertad, la democracia y la libre empresa. En ocasiones, estos valores son descriptos como ‘valores occidentales’, pero de hecho los vemos en Asia y en otra partes porque son valores universales, nacidos de una aspiración humana común”6.
En conclusión, tenemos una conjunción política que utiliza lo que usualmente fue el rostro progresista con el que se recubría la política del imperialismo norteamericano, usado por la derecha para una política abiertamente imperialista.
Pero lo verdaderamente novedoso en este intento norteamericano de redefinir un nuevo orden mundial es que, a diferencia del pasado, no se trata de un imperialismo en expansión, sino en decadencia. En otras palabras, cuando los Estados Unidos entraron en la arena internacional eran jóvenes y robustos, y tenían la fuerza necesaria para hacer que el mundo adoptara su visión de las relaciones internacionales. En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, Norteamérica era tan poderosa que parecía que podía moldear al mundo a su imagen y semejanza. No es esta la realidad actual donde existen tres bloques económicos más o menos equivalentes y los Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco dominarlo. En estas condiciones, el intento de imponer “un orden internacional liberal superior al que existió después de la Segunda Guerra Mundial” 7, basado en un un nuevo sistema de alianzas con estados que compartan “los intereses y principios” de los Estados Unidos contiene una buena dosis de voluntarismo y aventurerismo que está destinado a generar choques y tensiones en el escenario internacional, como demostró la reciente guerra de Irak y que de persistir y desarrollarse podrían terminar volviéndose en contra de su propio dominio.


El programa interno del neoconservadurismo: Un complemento de la política exterior agresiva

 

El “unilateralismo” de los Estados Unidos tiene raíces económicas profundas. La así llamada “globalización”, que significó un salto en la penetración imperialista en la periferia a través de la desregulación de los mercados, las privatizaciones y la explotación de mano de obra barata, dio rienda suelta a las tendencias más depredadoras del capital norteamericano.
Desde el gobierno de Reagan, esta política se combinó con el surgimiento de nuevos ricos, durante el boom económico y especulativo de los ’80 y sobre todo en los ’90. Ambas cuestiones, la mayor opresión de la periferia combinada con una mayor regresión social interna, han creado las bases objetivas para el desarrollo dentro de la elite norteamericana de una base social que propugna y apoya una vuelta a las formas más barbaras del imperialismo. El gobierno de Bush es una expresión acabada de estos sectores. En otras palabras, el carácter de la acumulación capitalista de las últimas décadas va gestando fuerzas económicas, políticas y sociales que ponen más que nunca sobre el tapete la expresión leninista de que el imperialismo es reacción en toda la línea.
En el plano externo la guerra de Irak ha desnudado esta realidad a los ojos de millones. Lo que es menos conocido, es que esta política exterior agresiva, va a acompañada en el plano interno por un retroceso social cualitativo que ha sido calificado por The Nation como el intento de “dejar atrás el siglo XX”8.
Esta revista emblemática del liberalismo progresista caracteriza “que la gran ambición del movimiento es dejar atrás el siglo XX, casi literalmente. Esto es, defenestrar al gobierno federal y reducir su escala y poderes a un nivel más bajo de lo que era antes de la centralización del New Deal (...) La primacía de los derechos de la propiedad privada son reestablecidos sobre las prioridades públicas compartidas expresadas en las regulaciones gubernamentales. Sobre todo, la riqueza privada –tanto de las empresas como de los individuos de mayores ingresos– es permanentemente resguardadas de los reclamos progresistas de un impuesto progresivo según el ingreso”.9
El gobierno de Bush ya ha empezado a tomar medidas que van en este sentido, como el nuevo recorte impositivo a los ricos, la eliminación del impuesto a los dividendos de las acciones, la prohibición de sindicalización a los trabajadores estatales de la recientemente creada Área de Seguridad Interior del Estado, entre otras.
Llevadas hasta el final, las medidas que el programa neoconservador propugna, significan una enorme transformación de las condiciones de vida de las masas y de la clase media norteamericana. A modo de sumario los elementos concretos que esta visión podría incluir, son los siguientes: a) la eliminación de los impuestos federales al capital privado, b) la privatización de la seguridad social y eventualmente el desmantelamiento de toda forma colectiva de ahorros de jubilación convirtiéndolos en cuentas individuales, c) el retiro del gobierno federal de su rol directo en vivienda, salud, asistencia a los pobres y muchas otras prioridades sociales largamente establecidas, d) revalorizar la iglesia, la familia y la educación privada para que cumplan un rol más influyente en la vida cultural de la nación, otorgándoles una nueva base de ingresos (dineros públicos), e) fortalecer las empresas contra las cargas de las obligaciones regulatorias, especialmente en la reglamentación ambiental y f) destrozar el trabajo sindicalizado.10
Esta medidas significan una vuelta atrás descomunal. El mismo Financial Times, principal vocero de la City de Londres, que no se caracteriza precisamente por sus preocupaciones sociales, tiende a ver una agenda oculta (“hay algo más involucrado”) de parte de los “extremistas republicanos” quienes propusieron recortar el gasto público, “en particular los programas sociales”, por “la puerta trasera”. Esto escribe en un asombroso editorial del 23 de mayo de 2003 donde utiliza la frase “el manicomio en manos de los lunáticos” en referencia a la política fiscal de los Estados Unidos: “el equipo de Bush arrojó la prudencia por la ventana”. Y agregan una sentencia lapidaria proveniente de estos apologistas de las reformas neoliberales: “para ellos no es suficiente socavar el orden internacional multilateral, sino que también revisan en forma radical la distribución del ingreso”.
Desde un vocero “progresista” como The Nation, hasta el conservador Financial Times de Londres dan cuenta del carácter del programa neoconservador que significa un retroceso brutal de importantes conquistas conseguidas por el proletariado y las masas norteamericanas en años de lucha. Implica a su vez, liquidar la más mínima regulación al gran capital que se estableció luego de la crisis del ’30, volviendo a la forma del capitalismo de fines del siglo XIX, un capitalismo salvaje, denominado capitalismo de los “robber barons” (barones piratas).
Como dice The Nation “uno ve mucho de los viejos temas remanidos de los conservadores –la seguridad social, el impuesto a los ingresos, la regulación de los negocios, los sindicatos, el gran gobierno centralizado en Washington– que representan las grandes batallas que los conservadores perdieron durante las primeras décadas del siglo XX. Este es el porque la era de Mac-Kinley representa un Edén perdido que la derecha quiere volver a restaurar”.
William Mac-Kinley fue presidente norteamericano de 1897 a 1901, cuando fue asesinado y remplazado por Theodor Roosevelt. Su gobierno fue un representante directo de los “grandes señores feudales del capitalismo”, un grupo de hombres que entre 1865 y 1900 reinaron en el mundo de la industria y de las finanzas.11 Esta sociedad se caracterizó por la justificación de la desigualdad social, glorificando las virtudes de la riqueza, concediendo una sanción divina a las empresas de grandes negocios y alentando a las masas a la resignación. El rol de la filantropía12 y de la iglesia fueron esenciales para garantizar la reproducción de estas relaciones sociales.
Todo esto permite concluir que estamos en presencia de un intento que busca volver a las formas más abiertas del “capitalismo salvaje” –que estuvieron ausentes en los países centrales en gran parte del siglo XX, sobre todo en su segunda mitad–, como expresión de las tendencias más voraces del capital financiero. De este modo, significa un giro radical de la ofensiva burguesa comparado con la primer oleada derechista, durante el gobierno de Reagan.13 Esta primer oleada, continuada más tarde en los ’90, implicó no sólo modificaciones fundamentales en la relación entre las clases, sino también al interior de la propia burguesía. Con respecto a lo primero, la regresión social provocó un fuerte proceso de atomización de la clase obrera y de polarización de la clase media, entre una importante minoría de clase media alta y una pauperización de la mayoría de los sectores medios, marcando el fin de los crecientes niveles de vida y la movilidad ascendente que habían caracterizado al conjunto de la clase media durante los años del boom. En relación a la burguesía se produjo una enorme concentración y centralización de las altas finanzas y la industria, como demuestra el hecho que 13 mil individuos concentran la friolera de 4% del PBI de la economía más grande del mundo. Esta verdadera “plutocracia” capitalista, unida por uno y mil lazos a las dos patas del sistema bipartidista norteamericano, redireccionó los resortes fundamentales del estado capitalista abandonando el viejo “compromiso keynesiano” para impulsar políticas que permitieron el acelerado enriquecimiento de las fracciones más altas de la clase capitalista. En este sentido, podríamos definir al “neoliberalismo”, como un nuevo tipo o un intento de nuevo tipo de estado para dar cuenta de este cambio en la configuración de la clase dominante norteamericana y de las funciones del estado imperial14.
Comparado con el “neoliberalismo”, la actual oleada neoconservadora busca legitimar, naturalizar y consolidar dicho dominio, profundizando y extendiendo el cambio no sólo en el terreno socio económico, sino incluso en el terreno político y cultural extirpando de raíz toda traza de igualitarismo y avanzando en el terreno del régimen en un recorte sin precedentes de las libertades democráticas, reforzando la autoridad del ejecutivo y el control de los tres poderes del estado por parte de los personeros más derechistas del establishment político. Para The Nation, “La agenda de la derecha promete un reordenamiento que conducirá al país hacia una mayor separación y segmentación de sus muchos elementos sociales –muros más altos y mayor distancia para aquellos que deseen protegerse a sí mismos de la sucia diversidad–. La tendencia de desintegración social, incluyendo la lenta ruptura de las amplias clases medias, se ha venido sucediendo por varias décadas –fisuras generadas por crecientes desigualdades de estatus y de nivel de vida–. La derecha propone legitimar y alentar aquellos profundos cambios sociales en el nombre de una mayor autonomía. Desmantelar los activos públicos de la sociedad, devolver a la población su dinero en impuestos y permitir que cada uno se cuide por si mismo”15.
En conclusión, la política exterior agresiva tiene un complemento igualmente reaccionario en el programa interno de los neoconservadores, unificadas ambas detrás de un fuerte patriotismo.
Si el fordismo y/o americanismo y el wilsonismo fue el programa del capitalismo norteamericano en ascenso con el cual estableció su hegemonía sobre el trabajo en lo interno y, luego de la segunda guerra mundial, le permitió consolidarse como potencia hegemónica, moldeando las instituciones del orden mundial a su imagen y semejanza, el neoconservadurismo es más bien su contrario. Así, el abandono del “multilateralismo” en la política exterior se acompaña por el intento de destruir y reemplazar los elementos de “persuasión”16 al decir de Gramsci que permitieron la cooptación y sumisión de la clase obrera en las épocas de bonanzas por una nueva combinación que implica un creciente autoritarismo y/o bonapartismo con un reforzamiento de los valores morales tradicionales. Un producto genuino de la crisis y declinación del capitalismo norteamericano.


Los límites del poderío militar norteamericano

 

El programa neoconservador aunque goza de cada vez mayor aceptación dentro de la elite17 y refleja las tendencias profundas del capital norteamericano, está atravesado por fuertes contradicciones, riesgos y sobre todo por una brecha enorme entre una supremacía militar indiscutida que es base de una enorme “militarización” de su política exterior y la falta de voluntad de aceptar los sacrificios que la misma implica.
Desde el punto de vista económico la actual política exterior norteamericana está sometida a una contradicción estructural: la transformación de Estados Unidos desde hace quince años, en forma creciente en la principal nación deudora del mundo. La realidad de que el 5% al 6% del Producto Bruto norteamericano depende de la inversión foránea directa y que el 40% de su deuda externa es poseída por extranjeros. Frente a las ambiciones “imperiales”, sus acreedores, en especial el capital europeo, podría dudar de seguir financiando a los Estados Unidos a los actuales niveles.
Pero haciendo a un lado esta limitante económica, un enorme obstáculo que la agenda neoconservadora y toda la discusión actual sobre el establecimiento de un “imperio norteamericano” debe saldar, radica en la transformación significativa de la relación entre los países centrales o metropolitanos y los países atrasados de la periferia, luego de las enormes luchas de liberación nacional que atravesaron el siglo XX.
El giro a una dominación imperial más directa como la que Estados Unidos está tratando de establecer en Irak choca con la incuestionable realidad que hoy en día la dominación colonial es mucho más difícil de ejercer comparado con la primera oleada de dominación imperialista. Según cuenta el historiador inglés Eric Hobsbawm: “En el pasado se podía hacer porque, en gran parte del mundo, la gente estaba preparada para aceptar la lógica de poder. Los británicos consiguieron dirigir el imperio indio, que era mucho mayor que Gran Bretaña. Gobernaban a cientos de millones de personas con un número mínimo de soldados y funcionarios británicos, en parte porque los indios siempre habían estado sometidos a diversos conquistadores y aceptaban la lógica de la situación. Además (...) el imperio británico en la India dependía, hasta cierto punto, de sus alianzas con los príncipes indios, que eran sus súbditos, pero salvaron a los británicos.”
Esta caracterización proveniente de un historiador de origen marxista, hoy en día es compartida por los sectores más lúcidos de la burguesía imperialista frente a los indudables obstáculos que ya comienzan a verse para afianzar y consolidar el dominio norteamericano en Irak y Medio Oriente. Martin Wolf, uno de los principales editorialistas del Financial Times de Londres, comenta con respecto al actual intento norteamericano “construcción de naciones” (“nation building”): “Estas dificultades son más grandes hoy de lo que fueron un siglo o más atrás. Lo que sucede en el terreno es transmitido alrededor del mundo. Los electorados domésticos son concientes de cuanto cuestan las ocupaciones, en vidas y recursos. Los ocupados no son de tradición campesina como las antiguas sociedades agrarias. La tecnología moderna les permite comunicarse fácilmente entre sí y con el mundo exterior. Ellos son concientes de las ideas de autogobierno, democracia, nacionalismo y ahora de un reanimamiento islámico. El imperio británico fue una criatura de su tiempo. No puede ser repetido ahora”.18
Pero la debilidad mayor radica en la enorme carga que significa para la población norteamericana esta redefinición de las formas de la dominación imperialista y los riesgos que la misma trae aparejados. Joseph Nye sostiene que “el imperio americano no está limitado por ‘sobreextensión imperial’ en el sentido del costo de una porción imposible de nuestro Producto Bruto Nacional. Nosotros dedicamos un porcentaje más alto del PBN al presupuesto militar durante la guerra fría que lo que hacemos hoy. La sobre extensión va a venir de tener que mantener el orden en más y más países periféricos –más de lo que la opinión pública aceptará–. Las encuestas muestran poca aceptación popular hacia el imperio. En realidad, el problema de crear un imperio americano podría ser mejor definido como ‘subextensión imperial’. Ni la población ni el congreso han mostrado voluntad de invertir seriamente en los instrumentos necesarios para la ‘construcción de naciones’ (“nation-building”) y para la gobernabilidad distintos a la fuerza militar. (...) Nuestro ejército está formado para pelear más que para un trabajo policial (...) Tiende a evitar la ‘construcción de naciones’ y ha diseñado una fuerza armada que está mejor preparada para derribar la puerta, derrotar a un dictador y luego irse a casa, más que para permanecer en el duro trabajo de construir una política democrática”19.
El pánico que provocó en la población de Estados Unidos los atentados del 11/9 ha permitido a Bush sostener excepcionalmente una política imperial a bajo costo, al menos en el plano interno, en sus dos recientes incursiones imperialistas exitosas: Afganistán e Irak. Pero un proyecto militarista sostenido debería ganar sólidas bases sociales internas, que a pesar del giro a la derecha que ha significado el gobierno de Bush, está lejos de verse. Nuevas convulsiones sociales internas o externas, nuevos atentados terroristas, y un mayor aterrorizamiento de la población podría generar en el futuro una base social reaccionaria para una política de este tipo que podrían ser seducida por la nueva demagogia imperialista. Por el contrario, el creciente costo de la posición internacional de los Estados Unidos, así como un salto en la crisis económica interna, podrían generar fuerzas hostiles al nuevo curso militarista y unilateralista, como en el pasado demostró Vietnam. Una tendencia en este sentido pareciera estar anunciando el crecimiento de la figura de Hillary Clinton, identificada con el viejo discurso multilateralista que caracterizó la política exterior de la presidencia de su esposo, Bill Clinton, aunque de forma senil, y más a la izquierda la aparición de Howard Dean y su discurso populista, como el primer fenómeno auténtico de las elecciones presidenciales del 2004.20 Estos son los dos programas alternativos que se preparan preventivamente en sectores hoy minoritarios del establishment frente a un probable deterioro o fracaso del actual curso imperialista.
Lo que sí se puede afirmar es que es difícil que una política militarista sostenida mantenga el excepcional consenso que ha gozado la actual política exterior de Bush, y que más bien tenderá a polarizar a la población norteamericana, a medida que nos alejemos del trauma causado por los efectos del 11/9 en el cuerpo social norteamericano. Por todos los elementos planteados arriba, no puede descartarse que, aunque el proyecto neoconservador responde a tendencias estructurales del capital norteamericano y a su objetivo de preservar la primacía mundial, sufra retrocesos o tenga que ceder la hegemonía temporal que goza desde los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono.
En lo inmediato, la piedra de toque será Irak y la capacidad de Estados Unidos de manejar el creciente desafío que significa la lucha de las guerrillas combinadas con el despertar político de los chiítas al sur de Bagdad. Si los Estados Unidos y Gran Bretaña tienen éxito rápidamente –y transforman el actual descontrol (es importante recordar que aún pasó poco tiempo desde el inicio de la ocupación) en un gobierno estable–, los neoconservadores en Washington serán legitimados. Si la transformación de Irak fracasa estrepitosamente, las consecuencias pueden ser ominosas. Como alerta aterrorizado el analista anteriormente citado del Financial Times, que concluye su artículo diciendo: “Los Estados Unidos deben comprender los límites de su poder militar. La suposición de que su fuerza preponderante hace simple el reordenar la política del mundo es necia. Esto no significa que no se deba hacer el esfuerzo. A veces, ciertamente, es inevitable. Pero si Estados Unidos intenta alcanzar sus objetivos a través de una política exterior militarizada que desprecie la visión de sus aliados y el rol de la instituciones globales, va a fracasar. Y esto sería una tragedia, no sólo para los Estados Unidos sino para el mundo”.21 En otras palabras, lo que asusta a este analista lúcido de la burguesía imperialista es que el actual curso militarista debilite al único policía mundial, guardián del orden capitalista en su conjunto.


La reemergencia del conflicto interimperialista

 

El intento de Estados Unidos de obtener ventajas no sólo en el terreno económico y comercial, como fue el caso en las últimas tres décadas desde la liquidación del sistema de Breton Woods en 1971, sino en el terreno geopolítico, significa un enorme deterioro de las relaciones interestatales que se caracterizan por la emergencia de bloques imperialistas incipientemente antagónicos.
Es que el unilateralismo de los Estados Unidos, esto es, su decisión de imponer sus intereses cualquiera sean las circunstancias, amenaza los intereses vitales de las otras potencias imperialistas, en especial de Europa y los obliga a defenderse.
En el caso de Europa, los terrenos más importante de confrontación son:

- El proyecto de Alemania, Francia, Bélgica y Luxemburgo de crear un sistema de seguridad y defensa europea que incluye un comando independiente de la OTAN.

- Aunque responde en gran medida a factores económicos estructurales, la decisión norteamericana de devaluar fuertemente el dólar contra el euro, y así afectar al crecimiento económico de Alemania y Francia que están prácticamente en recesión, responde a un cierto castigo de parte de los Estados Unidos a las posiciones de estos países en la guerra contra Irak.

- Los preparativos de la guerra de Irak pusieron de manifiesto la competencia entre Estados Unidos y Europa por la influencia política y diplomática sobre Europa del Este, así como la política norteamericana de dividir a la Unión Europea, abandonando su tradicional política que alentaba la unidad del viejo continente.

- La disputa por establecer una relación privilegiada con Rusia. Mientras la Unión Europea, en especial Alemania apoya la creación –todavía en estado de planificación– de una zona de Coprosperidad Europea que abarque a la CE, Rusia y a los países de la ex URSS; Bush viaja a San Petesburgo y restablece las relaciones cordiales con Putin separando el buen trato hacia éste con respecto a los aliados circunstanciales de Rusia en la oposición a la guerra en Irak, Alemania y Francia.

- El proyecto de crear un Área de Libre Comercio en el norte de África y en el Medio Oriente, tal como fue anunciada por Bush con el objetivo de ganarse la simpatía de los países musulmanes de esta región, afecta las relaciones comerciales de éstos con Europa, que considera a ésta una zona de influencia privilegiada.

La rápida victoria militar de los Estados Unidos ha obligado hoy a estos estados a retroceder tácticamente y negociar lo que puedan, con respecto a la tensión que precedió a la guerra de Irak. Esto puede verse hoy día, en la nueva resolución de la ONU que apoya la ocupación de Irak por Estados Unidos, el endurecimiento de la política europea con respecto al terrorismo y al control sobre la proliferación de armas de destrucción masiva, la fuerte presión europea con respecto a Irán y el reclamo de que éste acepte la inspección de sus instalaciones nucleares tal como viene exigiendo Estados Unidos, y por último, secundariamente, la política de enfriamiento de las relaciones con Cuba.
Pero las fisuras que aparecieron en el sistema imperialista mundial no se van a cerrar rápidamente. Mas aún, las relaciones entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea estarían alcanzando un punto de inflexión. Ivo H. Daalder, de la Brookings Institution sostiene que “Las consecuencias inmediatas del unilateralismo norteamericano han sido manejables. Las diferencias entre los Estados Unidos y sus aliados europeos más importantes han continuando creciendo, pero no han alcanzado todavía un punto de ruptura. Pero este punto podría estar aproximándose más rápido de lo que generalmente se percibe. La actual crisis de las relaciones llega en un momento, cuando las fuerzas centrípetas que mantienen a la alianza unida son probablemente más débiles –y las fuerzas centrífugas al menos igual de fuertes– que en cualquier momento desde la Segunda Guerra Mundial. Hay una creciente ansiedad en muchos europeos en que su incapacidad de afectar el comportamiento de la política exterior norteamericana convierta los costos del alineamiento con los Estados Unidos en demasiado grande, tal vez más grande aún que los beneficios”.22
Del otro lado del Atlántico, Christoph Bertram, hasta hace poco un fervoroso atlantista, en una artículo titulado “Alemania no será un vasallo de los Estados Unidos” y refiriéndose al plan de formar un comando europeo separado de la OTAN sostiene que, el plan “es, por supuesto, más simbólico que sustantivo. No transformará a la Unión Europea o aún a los cuatro signatarios 23 en un operador internacional serio (...) La única forma de alcanzar esto sería una genuina integración militar, atando a los miembros conjuntamente en forma irreversible en defensa, como el euro lo ha hecho en política monetaria, el desafío para el plan militar no es que ha ido demasiado lejos, sino que no ha ido lo suficiente para protegerse contra la estrategia norteamericana de divide y reinarás”.24
En el marco del incipiente antagonismo entre los dos polos de la alianza atlántica, en los próximos años su fractura definitiva dependerá de la mantención y profundización de la política unilateralista norteamericana, cuya continuidad tendrá un impacto mayor sobre la relaciones europeas norteamericanas, que el aún complejo proceso de construcción de la Unión Europea.


El desafío europeo

 

Una de las características centrales del actual sistema internacional es que la Unión Europea es demasiado grande para ser vasalla de Washington pero demasiado débil y dividida para ser un formidable contrapeso. Por eso la evolución europea y el desafío de profundizar y extender la actual Unión Europea en la próxima década es crucial para determinar el carácter global del orden internacional.
Las profundas fragilidades financieras de la economía norteamericana y las crecientes dudas sobre el curso global de la política bajo el gobierno de Bush, han acelerado los tiempos y puesto la discusión del euro y la construcción política europea del campo del discurso académico a una discusión pública y sobre todo frente al test de la práctica.
Aunque emergió a la superficie la reciente disputa diplomática sobre la guerra de Irak, la nueva y abierta oposición europea al curso unilateral norteamericano y su aceleración del proyecto de construcción de la Unión Europea, es producto de un proceso previo: la recomposición del eje franco-alemán.
La ampliación de la Comunidad Europea implicaba como paso previo la necesidad de una reforma de las instituciones y de la Política Agropecuaria Común para albergar a los nuevos países entrantes de Europa del Este. Durante años existió una tensión entre Francia y Alemania sobre estos puntos. Esta brecha era aprovechada por Inglaterra que detrás del eje Blair-Aznar-Berlusconi y en acuerdo con Alemania podían aislar a Francia. Pero en septiembre del 2002, Chirac cambió esta dinámica: resolviendo con éxito el tema agrícola mediante un compromiso con Schroeder, mientras se unían frente a la política guerrerista de Bush. En la Cumbre Europea del 24-25 de octubre 2002 se reconstituyó el eje franco-alemán, lo que significó una derrota de Blair. Esta operación política les brindó una mayor autonomía con respecto a los Estados Unidos.
El fracaso de Blair de entrar al euro en junio de este año consolida esta perspectiva y aleja a Gran Bretaña de la posibilidad de jugar un rol influyente, al menos en lo inmediato, en el proceso de construcción y expansión europea.
Este proceso es alentado por los sectores más fuertes de la burguesía y de las grandes compañías industriales, aseguradoras y financieras, que se beneficiarán con una mano de obra calificada barata y con un acceso privilegiado a los nuevos mercados protegidos y garantizados por las instituciones de la CEE.
Aunque este plan es utópico y reaccionario y está condenado al fracaso en el largo plazo, es evidente que la necesidad de contrapesar a los Estados Unidos y de mejorar las perspectivas del capital europeo en el terreno internacional, han impulsado, a pesar de las contradicciones al proceso de centralización estatal en curso, que abarca tanto una coordinación de las políticas de los distintos países como la constitución de cuerpos supranacionales. Se da una dinámica que formulara como hipótesis Ernest Mandel en su libro El Capitalismo Tardío: “El modelo de la competencia interimperialista continuada, que toma nuevas formas históricas. En este modelo, aunque la fusión internacional del capital ha avanzado lo suficientemente para reemplazar a un número mayor de potencias imperialistas independientes por un número menor de superpotencias imperialistas, la fuerza contrarrestante del desarrollo desigual del capital impide la formación de una verdadera comunidad global de interés para el capital. La fusión de capitales se da a nivel continental, pero por ello mismo la competencia imperialista intercontinental se intensifica aún más”.25
En el marco de las crecientes tendencias recesivas y deflacionarias de la economía mundial que golpean fuertemente a la economía europea en particular a la alemana, este proceso será sometido a importantes tensiones y posibles crisis. Aunque la Convención, que preparó un borrador constitucional aceptado en la reciente Cumbre reunida en Grecia, fue un éxito, bajo la fachada de unidad se esconde un embrollo de contradictorios intereses nacionales, enfoques filosóficos conflictivos y alianzas emergentes que se preparan para futuros conflictos.
En el plano externo el principal obstáculo es la oposición de los Estados Unidos que mediante maniobras buscará dividir a los estados que constituyen la UE, apostando al fracaso del proyecto. Cuenta con la pertenencia de los países de Europa del Este a la OTAN –que serán sometidos a fuertes presiones para seguir sus dictados en toda votación que implique mayor autonomía de la UE– o con los “caballos de Troya”, como el actual gobierno italiano y español más cercanos a la política de Bush que a la de sus pares del continente, como demostró la reciente crisis de Irak.
Pero junto con este enemigo exterior, que la burguesía europea debe al menos neutralizar para tener éxito en su empresa, hay un enemigo interno con el que debe saldar cuentas en forma ineluctable: la clase obrera europea. Para constituirse en un bloque imperialista serio en el escenario internacional la burguesía de los principales países de Europa necesita cambiar decisivamente la relación de fuerzas con sus propios proletariados, como fue el caso del reaganismo en los ’80 que permitió el relativo fortalecimiento de los Estados Unidos en las décadas posteriores. Este es el sentido político, aguijoneado por la crisis económica del actual embate contra los remantes del estado de bienestar. El significado de esta pelea vas más allá de lo meramente económico: esto es aumentar la competitividad del capital europeo, rebajando el costo laboral y extendiendo la valorización del capital a áreas que antes eran coto privado del Estado de Bienestar, tal como exigen los bancos, las industrias aseguradoras y la bolsa.
Más estratégicamente la liquidación del estado benefactor permitiría aumentar el presupuesto militar y encarar una política seria de defensa, única forma de que Europa podría empezar a ser tenida en cuenta en temas de seguridad frente a la abrumadora superioridad militar de Estados Unidos.
Estas enormes tareas y complejos desafíos, que implica el proyecto de construcción de la UE, es lo que explica la política exterior europea, amante, a diferencia de los Estados Unidos, del statu quo internacional. Es que Europa necesita una situación internacional sin riesgos para concentrarse en su difícil test interior. Es éste uno de los motivos fundamentales de su “pacifismo” y de su oposición a las aventuras que Estados Unidos quiere llevar adelante.


El destino de los países de Europa del este y la ex URSS en un mundo imperialista dividido

 

La disputa actual entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea altera el proceso de restauración capitalista en los países de Europa del Este, que venía marchando en forma avanzada en la década pasada. Durante ese período pareció que Estados Unidos permitía que Europa Occidental semicolonizara esos países, mientras veían a los países de la cuenca del Pacífico como su principal área de expansión capitalista.
Las tensiones que emergieron en la superficie en la crisis de Irak con las alusiones norteamericanas a la “vieja” y la “nueva” Europa y la respuesta dura de Chirac a los países del este que se alinearon con Washington marca el fin de este “idílico” período. Si las divisiones entre Estados Unidos y la Unión Europea se profundizan en los próximos años esto puede obligar a gobiernos de Europa del Este a tener que optar entre estos dos bloque imperialistas socavando la estabilidad de estos países y volviendo a la inestabilidad típica de Europa Central en su historia, sometidos a las disputas de las distintas grandes potencias. En este marco, la incorporación a la Unión Europea en el año 2004 del primer lote de países de Europa del Este podría generar roces en cuestiones de seguridad como consecuencia de su permanencia como miembros de la OTAN.

Por su parte, la nueva división interimperialista afecta sobremanera al gobierno de Putin en el proceso de restauración capitalista en Rusia. La consolidación de éste requiere la integración completa de Rusia a la economía mundial capitalista. Pero un paso así, que implicaría, por ejemplo, la total aceptación e implementación de las reglas de la OMC, expondría aún más la debilidad del naciente capitalismo ruso y acentuaría las contradicciones en una sociedad ya duramente golpeada por el desastre económico, social, cultural y demográfico que significó la liquidación de la economía burocráticamente planificada hace ya más de una década. A su vez, mientras Rusia intentó nuevamente (después de la era yeltsinista que terminó en el default de 1998) cortejar a los Estados Unidos luego del 11/9 hay una contradicción real entre los intereses rusos a escala regional (y en las áreas que aún mantiene su antigua influencia global aunque en forma disminuida) y la principal potencia imperialista. Estas tendencias contradictorias explican la vacilante y a veces incoherente naturaleza de la política exterior rusa que va de un lado a otro. Como definió un analista, Putin, es “un gran táctico pero su estrategia exterior y doméstica es menos clara (...) A menudo carece de los medios para lograr sus objetivos”26.
En otras palabras, Putin ha permitido ganar tiempo pero sin modificar fundamentalmente la tendencia a la declinación o descomposición que ha caracterizado el proceso de restauración capitalista desde sus inicios, expresión de la crisis de la economía mundial capitalista. Esto se expresa en que, aunque en los últimos años Rusia se ha convertido en un productor de materias primas, con una economía fuertemente dependiente de los ingresos en petróleo y gas, no ha cambiado su marcha hacia una masiva desindustrialización27 y mantiene gran parte de su infraestructura obsoleta. La devaluación y los altos precios del petróleo permitieron una estabilización mayor de la esperada28 del régimen bonapartista que Putin encabeza, pero sin alterar el pronóstico fundamental.
En última instancia, no es producto de la fortaleza de Rusia, sino de su debilidad que Putin aún pueden maniobrar debido al temor que despierta que el colapso total del estado ruso transforme a su país en la principal fuente de proliferación mundial de armas de destrucción masiva. Su régimen que ha permitido una concentración y fusión mayor entre el estado, el capital financiero y la criminalidad29 tiene un carácter transitorio: o marcha hacia un nuevo salto en la descomposición o, alternativamente, hacia una respuesta política de masas (ausente y desviada en 1998 por el rol del Partido Comunista) que cristalice el fuerte sentido de humillación y resentimiento que el avance / destrucción capitalista ha engendrado.


Los neoconservadores y el “competidor estratégico” chino

 

Durante la guerra de Irak, China, a pesar de oponerse a la política de Estados Unidos, se mantuvo en un medido segundo plano no atrayendo la ira de Bush como la “troika europea” de Francia-Alemania-Rusia. Más aún, su anterior premier, Jiang Zemin, fue uno de los pocos jefes de estado invitado al selecto rancho de Bush en Texas. Sin embargo, contrariamente a estos gestos de buena voluntad, China sigue siendo considerado el “competidor estratégico” de los Estados Unidos para los neoconservadores. Es más, muchos ven el ataque a Irak y a Afganistán y la instalación de una serie de bases norteamericanas en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, como los primeros pasos de un estrangulamiento económico y militar sobre el dragón asiático.
Es que, contradictoriamente, el proceso de restauración capitalista en China –principal fuente de inversiones directas de Occidente y Japón durante los años ’90– ha llevado al desarrollo de una potencia regional que aspira a ocupar una posición de peso en el sistema de relaciones internacionales. La emergencia de China como actor internacional choca con los intereses económicos y de seguridad de las potencias imperialistas que dominan el sistema capitalista mundial, en especial los Estados Unidos. Lejos de poder admitir la emergencia de nuevas potencias competidoras éstos necesitan estabilizar duraderamente y profundizar más aún su penetración y el dominio en estas zonas geográficas, fuentes de mercados, mano de obra barata y de materias primas para el capitalismo mundial, lo que implica su completa semicolonización. A esto se oponen en forma decisiva los intereses materiales de las masas oprimidas y explotadas que se niegan a aceptar el enorme costo que la consumación de la restauración-semicolonización implica y choca también con las ambiciones de las burocracias restauracionistas que se niegan, en su transformación como nueva clase burguesa, a verse condenados a una posición secundaria en la política mundial.
Durante la década pasada, el gobierno de Clinton aplicó una política que alentó el crecimiento de China, viendo en la prosperidad económica la principal garantía para anclar firmemente a Pekín en el orden internacional dominado por los Estados Unidos.
Los neoconservadores por el contrario, constatan que esta política, a pesar de los importantes beneficios comerciales para algunos monopolios norteamericanos, estratégicamente ha dado (o dará) como resultado una China que no se aviene al dominio indiscutido del mundo por EE.UU. John J. Mearsheimer, principal teórico de la escuela geopolítica denominada “realismo ofensivo”, expresa bien esta nueva lógica imperialista, cuando afirma: “Es claro que el escenario más peligroso que los Estados Unidos podrían afrontar a comienzos del siglo XXI es que China se convierta en un potencial hegemón en el noreste de Asia. Por supuesto, las perspectivas de China de convertirse en un potencial hegemón dependen en gran medida de si su economía continúa modernizándose a ritmo rápido 30. Si esto sucede, y China se convierte no sólo en un productor líder de tecnologías de punta, sino en la potencia más rica a nivel mundial, ciertamente utilizaría su riqueza para construir una poderosa maquinaria militar (...) China podría desarrollar su propia versión de la Doctrina Monroe, dirigida contra los Estados Unidos (...) China dejará en claro que la interferencia norteamericana en Asia es inaceptable”31. Lo importante de este análisis no es su carácter científico –que no lo tiene– sino que sirve para justificar un giro de la política norteamericana de un “compromiso constructivo” hacia una política más dura de “contención”: “Este análisis sugiere que Estados Unidos tiene un profundo interés en ver que el crecimiento económico chino disminuya considerablemente en los próximos años (...) China está aún demasiado lejos de alcanzar suficiente poder latente para dar un salto a una hegemonía regional (...) Por lo tanto no es demasiado tarde para que Estados Unidos revierta su curso y haga lo que pueda para detener el ascenso de China”.
Este nuevo discurso geopolítico32, en el marco de una de las peores crisis del sistema capitalista mundial desde la segunda guerra mundial, augura la posibilidad de que Estados Unidos tome represalias económicas, políticas y/o militares contra la “amenaza china”, frente al crecimiento desmesurado del déficit comercial norteamericano en el cual las importaciones chinas son su principal componente. Un escenario como este significaría un fuerte agravamiento del ya deteriorado equilibrio capitalista mundial y podría ser “el talón de Aquiles” del famoso milagro económico chino.


Los países periféricos y la nueva dominación “neoimperilista”

 

El fin de la guerra fría significó la liquidación de la justificación histórica del imperialismo norteamericano de sostener a las elites locales de los países periféricos como aliados fundamentales en la lucha contra la ex URSS y sobre todo la revolución en el “mundo subdesarrollado”, que constituyeron las áreas calientes del sistema mundial en la postguerra. En otras palabras, la existencia de “regímenes clientes”, una de las patas centrales del ordenamiento de postguerra, que permitió a los Estados Unidos ejercer y mantener su hegemonía mundial.
Después de 1989 con el triunfo ideológico que significó la caída del “comunismo”, tal cual lo presentaba la propaganda imperialista, y el fracaso del “socialismo real” que era emulado por muchos países de la periferia como modelo de desarrollo para salir del atraso, permitieron la cooptación por parte de los Estados Unidos de las elites de estos países hacia un programa de “modernización neoliberal”. Sin embargo este alineamiento incondicional no produjo los resultados esperados llevando a muchos de estos países a serios retrocesos y a agudas crisis, como hoy en día es casi una norma en la mayoría de los países periféricos.
En este marco, Estados Unidos a diferencia del pasado en donde sólo se oponía en forma directa o indirecta a las luchas de liberación nacional33, hoy como novedad ha pasado a oponerse a las elites locales como lo demuestra su política luego de los atentados del 11-9, que ya no son consideradas como necesarias, y más bien son vistas como una pesada carga para las necesidad económicas y políticas del imperialismo norteamericano. Este es el significado histórico de la política de “cambio de régimen”, fórmula que sintetiza el paso de los Estados Unidos de una dominación neocolonial a formas más directas de dominio, que hemos denominado “neoimperialista”. Decimos “neoimperialista” para distinguir a la actual profundización de la opresión imperialista en la periferia, tanto del neocolonialismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, que significó la existencia de países con independencia formal pero sometidos económicamente a la dominación imperialista, como del colonialismo clásico, que se caracterizaba por destruir las naciones preexistentes para convertirlas como proveedoras de materias primas, integrándolas en una división del trabajo emergente. El actual giro neoimperialista contiene el carácter destructivo de este último, sin ninguna de las “virtudes” de esta forma de dominación, expresión de la descomposición y del carácter parasitario y depredador del sistema imperialista mundial al comienzo del siglo XXI.
Esta tendencia es abiertamente palpable en Medio Oriente, donde la derrota de Irak y la masiva presencia militar norteamericana en dicho país, ha implicado que las burguesías árabes se arrodillen de manera sin precedentes a los designios del amo yanky. Pero, aunque no se manifiesta con la misma intensidad que en esta región, el salto en la opresión imperialista afecta en mayor o menor grado a todos los estados semicoloniales. Esto amenaza la existencia independiente de algunos de estos estados o implica un brutal achique del grado de autonomía de estos.
Esta enorme presión o sofocamiento imperialista es lo que empuja (o puede empujar), a pesar de su timidez y cobardía, a un renovado impulso de las burguesías nacionales de recobrar ciertos márgenes de independencia con respecto al imperialismo. Aunque por ahora esto sólo está limitado a gestos o a pequeñas medidas propagandísticas34, no puede descartarse esta tendencia. Sin embargo, comparado con el primer impulso nacionalista de la entonces joven burguesía, este último tiene (o tendrá) un carácter senil y su ciclo de ascenso y decadencia probablemente sea más corto. Este rol más efímero del nacionalismo burgués responde a causas estructurales: la mayor integración a la economía mundial de estos países –no sólo como productores de materias primas como a fines del siglo XIX, principio del siglo XX, sino en crecientes ramas de la manufactura– y la existencia de lazos más fuertes entre la burguesía imperialista y sectores de la burguesía nacional, financierizada y predadora de los activos y ahorros nacionales como su amo imperial. Esto hace que las relaciones entre el imperialismo, la burguesía nacional y el proletariado en los países semicoloniales se haya polarizado aun más a favor de los dos primeros, con respecto al siglo pasado, lo que será la fuente estructural de un encarnizado combate de clases entre los dos contendientes fundamentales: la clase obrera y el imperialismo.

La situación de la lucha de clases al comienzo del siglo XXI

 

El elemento de la subjetividad obrera es el más atrasado con respecto a la descomposición y aceleración de los factores objetivos de la crisis del sistema capitalista. En forma escueta, este retraso es consecuencia de los cambios estructurales sufridos por la clase obrera durante la ofensiva neoliberal, el giro a la derecha de las direcciones oficiales del movimiento obrero y, fundamentalmente, de la ausencia de triunfos revolucionarios en las últimas décadas.
Dicho esto, comparada con la situación de la clase obrera de principios de los ’90 y como consecuencia del surgimiento del movimiento anticapitalista, la lucha contra los planes “neoliberales”, el desgaste del reformismo que continuó con la política de administrar la crisis capitalista y, en el último periodo, el espectacular desarrollo del movimiento contra la guerra, puede preverse que, si no median derrotas decisivas, se desarrollen saltos en la lucha y subjetividad de la clase obrera y el movimiento de masas.
Esto es lo que indica, como síntoma la masividad y el alcance mundial del movimiento pacifista durante la guerra contra Irak –tal vez el caso en la historia más importante de oposición a una guerra imperialista contra una nación semicolonial– y las decenas de luchas que se vienen sucediendo durante los últimos años contra la ofensiva neoliberal. Ponen de manifiesto, mas allá de todo sus límites, que estamos en una situación transitoria entre el fin de una fase histórica del movimiento obrero y la emergencia de un nuevo ciclo. En otras palabras, en un nuevo periodo transitorio caracterizado por el fin del estalinismo, el giro hacia el social liberalismo de la socialdemocracia, es decir el fin del viejo movimiento obrero hegemonizado por los grandes aparatos contrarrevolucionarios que dominaron el siglo XX, y la emergencia de nuevas fuerzas sociales y políticas. Sin embargo, este despertar a la vida política de millones o más precisamente la emergencia de lo nuevo, aún está marcado por las derrotas de las últimas décadas, por los límites de la autoorganización de las masas y por la debilidad del marxismo revolucionario. Es esto lo que permite que pueda aún ser canalizado o contenido por las nuevas o viejas mediaciones reformistas, impidiendo que se desarrolle una subjetividad o radicalización revolucionaria.
Así en América Latina, las tendencias a la acción directa que mostraron la llamada “Coordinadora del Agua” en Cochabamba en el año 2000 como primer antecedente, y que tuvo su punto más alto con las Jornadas Revolucionarias en la Argentina que derribaron al gobierno de De la Rúa y la derrota del golpe gorila en Venezuela, intentan ser desviadas por la nueva oleada de gobiernos reformistas que desde Chávez en Venezuela, Lucio Gutiérrez en Ecuador, Lula en Brasil y Kirchner en Argentina, se vienen dando en la región. Estos en lo inmediato han tenido éxito en contener las tendencias a la radicalización del enfrentamiento entre las clases que afectaba al subcontinente. Sin embargo en los países donde la continuidad del viejo régimen es más abierta como en Bolivia con Sánchez de Lozada, o en Perú con el “fujimorismo sin Fujimori” de Toledo, o en los nuevos gobiernos “reformistas” que han continuado con lo esencial del plan neoliberal como el de Lula en Brasil, la tendencia a la acción directa o las luchas reivindicativas y/o políticas contra los gobiernos se mantienen vivas o emergen. Ejemplo de lo primero fue la crisis revolucionaria que afectó a Bolivia en febrero de este año o la imposición del estado de sitio frente a la agitación de los trabajadores y campesinos en Perú. Ejemplo de lo segundo es la huelga del conjunto de los estatales brasileños contra el plan de reforma del sistema de pensiones del gobierno del PT, o las huelgas de petroleros y amenazas de movilización de la CONAIE en Ecuador. Estos elementos hacen presagiar que, con ritmos más lentos o más acelerados, estos procesos puedan repetirse y profundizarse en la política, económica y socialmente convulsionada Sud América.
En Europa se vienen desarrollando dos fenómenos que afectan al movimiento de masas. Por un lado una oleada de luchas de los trabajadores contra el ataque de los gobiernos y la patronal europea al sistema de previsión social y otras conquistas del llamado Estado Benefactor. El control de la burocracia y el carácter corporativo de éstas constituye el principal handicap de la burguesía, en momentos de fuerte crisis económica, lo que puede redundar en importantes derrotas para los trabajadores. Una primer muestra de esto ha sido el triunfo del gobierno de Raffarin frente a las jornadas de lucha de estatales y docentes en Francia. La acción de las direcciones sindicales evitó una repetición de la huelga general de empleados públicos que en 1995 volteó al gobierno de Juppé. En Alemania, luego de varios días de huelga los trabajadores metalúrgicos de la ex Alemania del Este que venían parando por las 35 horas semanales, decidieron volver al trabajo sin conseguir sus reclamos desoyendo el llamado de la burocracia de la IGMetall a continuar la huelga. Esta es la primer derrota de este sindicato, el más grande y poderoso de Occidente, que llamó a esta lucha ofensiva en momentos de aguda recesión sin que pararan simultáneamente los principales batallones de trabajadores en la ex Alemania Occidental.35
Por otro lado, la convergencia y transformación del movimiento juvenil anticapitalista en un movimiento amplio y masivo contra la guerra, de carácter policlasista abarcó a los primeros, a ex activistas sindicales y militantes de los movimientos pacifistas de los ’60 y de los ’80, sectores medios opuestos a la política de Bush e importantes franjas de trabajadores, en especial trabajadores de cuello blanco. Un balance del mismo muestra que a pesar de la masividad no se desarrollaron elementos de radicalización. En otras palabras, no ha dejado como subproducto instituciones que atenten contra el orden capitalista, ni de tipo soviético ni corrientes centristas que tengan una tendencia hacia la revolución.
La primera responsabilidad de esto recae en las direcciones burocráticas del movimiento obrero, que salvo declaraciones y votaciones contra la guerra y alguna acción testimonial, como fueron las huelgas simbólicas en España y en Italia, evitaron que el movimiento obrero con sus métodos y programa fuera la fuerza dirigente del movimiento antiguerra. Pero el rol de las grandes direcciones del movimiento obrero en evitar paralizar la maquinaria guerrerista del imperialismo, no disminuye el rol que jugaron corrientes centristas como el SWP en Inglaterra o la LCR en Francia –que tuvieron un papel muy activo en el desarrollo del movimiento– en impedir que cristalizara una verdadera corriente antiimperialista como consecuencia de la movilizaciones contra la guerra de Irak.
Un ejemplo de esto fue la práctica del SWP. Sus militantes se convirtieron en los mejores activistas (e incluso líderes) en la preparación de comités contra la guerra (encabezando la coalición Stop the War). Sin embargo, levantaban un programa que no peleaba consecuentemente contra el imperialismo (en particular los imperialismos “democráticos” europeos) ni por la centralidad de la clase obrera en la lucha antiimperialista, dejando el campo libre para que, con ellos como cabeza visible, en realidad dirigieran el movimiento antiguerra los “opositores” del Labour o sus “disidentes” como Ken Livingstone.
Lo mismo se puede decir de Francia con la LCR, o de España con la CGT y algunas corrientes de Izquierda Unida, que actuando de manera centrista y levantando un programa reformista de conjunto para la guerra le allanaron el camino de reaparición en la cresta de la ola a partidos vapuleados como el PSOE y el PS francés. Estas corrientes (e incluso RC y los autonomistas en Italia) pasaron a tener un auditorio de masas, pero por sus propias limitaciones políticas y la baja subjetividad que arrastra el proletariado no alcanzaron a poner en crisis al orden establecido, incluyendo en esto a instituciones como partidos tradicionales y sindicatos de masas entre otras. La nueva militancia registrada en organizaciones como la LCR o el SWP, o en las direcciones sindicales alternativas como los COBAS en Italia, al no provenir de un contexto de radicalización no empujaron a estas direcciones a una política más de izquierda ni crearon alas potencialmente revolucionarias. La política llevada adelante por estas organizaciones era de “alternativismo”, de respeto de los “espacios” con las organizaciones tradicionales del movimiento obrero, dedicándose a crecer por “afuera del sistema”. De esta manera, a pesar de su fraseología más radical, su política no fue de enfrentamiento con las direcciones tradicionales del movimiento obrero, como no lo hicieron ni RC ni los COBAS en Italia con la CGIL, o la LCR o LO en Francia durante el movimiento antiguerra o las recientes huelgas.
Los elementos arriba enunciados muestran una evolución lenta y tortuosa de la subjetividad de la clase obrera y del movimiento de masas. Sin embargo, visto desde una perspectiva de más largo plazo, las tendencias agresivas del gran capital que se perfilan y la continuidad por un largo periodo de la brecha entre las potencias imperialistas, permiten abrir la hipótesis de un salto en la acción y radicalización del movimiento obrero y de masas. La existencia de una división interimperialista más importante después de la segunda guerra mundial, debilita al sistema capitalista en su conjunto, y crea la posibilidad histórica para el movimiento de masas de pasar de una lucha de carácter defensivo, a una estrategia de transformación revolucionaria del orden existente.36 Para esto es esencial que la clase obrera y las masas del mundo no confíen en sus propios gobiernos, ni en las direcciones traidoras del movimiento obrero, y tengan una política independiente contra todas las alas de la burguesía imperialista o en los países semicoloniales de la burguesía nacional. Esta es la lección de las actuales movilizaciones contra la guerra de Irak, que a pesar de su masividad no lograron detener el curso guerrerista de Bush por su alineamiento detrás del bloque “pacifista” de las burguesías europeas. Dar pasos en resolver la crisis de dirección revolucionaria del proletariado se convierte en una necesidad acuciante para que el mismo pueda aprovechar a su favor las posibilidades excepcionales que le brindan la fractura del “orden global”.


¿La apertura de un nuevo período histórico?

 

La enorme tensión que un conflicto secundario como el de Irak generó en el orden internacional, nos muestra que tal vez estemos frente a los primeros escarceos de un nuevo período histórico.
Más de una década después del colapso de la URSS, el capitalismo mundial muestra que no puede rejuvenecerse, ni resolver sus crisis, ni abrir una nueva etapa de desarrollo, que supere su declinación histórica. La así llamada “globalización financiera” ha fracasado en detener el desenvolvimiento de las contradicciones capitalistas, más bien las ha exacerbado.
Si miramos la situación desde un ángulo estratégico, desde las tendencias profundas que señalan la crisis económica internacional y el intento norteamericano de redefinir el mapa mundial, tanto el programa neoconservador en los Estados Unidos como la ofensiva contra el “estado benefactor” de la burguesía de los distintos países de Europa, está mostrando que el aumento de las ambiciones imperialistas a uno y otro lado del Atlántico va acompañado de un ataque a las condiciones de vida de sus propias poblaciones. Pero a diferencia del neoliberalismo, que se impuso esencialmente por mecanismos democrático burgueses, esta nueva y más brutal ofensiva contra la clase obrera y el conjunto de los sectores populares debe recurrir a métodos más duros. Es por eso que el aumento del militarismo y de los choques diplomáticos en el escenario internacional van de la mano de la creciente bonapartización a nivel interno. Todos estos son síntomas de una nueva etapa histórica, una etapa en donde “los gobiernos, como las clases, luchan con más furia cuando la ración es magra que cuando están provistos en abundancia”37.
Aunque las tendencias más agresivas del capital, de las que el neoconservadurismo es su máxima expresión, implicarán en los próximos años una situación más difícil y penurias cada vez mayores para el movimiento de masas, desde el punto de vista estratégico una perspectiva probable es la señalada por Wallerstein en sus comentarios “¿Lunáticos o Política?”. Haciendo una analogía con la reacción burguesa frente a la Revolución Francesa de 1789 que triunfó en 1815 y que restauró el orden en Europa y en el mundo detrás de la Santa Alianza del Príncipe Metternich, cuya política era frenar el desorden con una masiva represión, comparada con la actual situación: “Los halcones norteamericanos son el revival de Metternich y sus descaradas políticas reaccionarias: su unílateralismo ‘machista’ en la escena mundial, y sus intentos verdaderamente serios de desmantelar el Estado de Bienestar en los Estados Unidos. Por esto el Financial Times dice que ‘la razón no los afecta’. Por esto los herederos de Sir Robert Peel 38 están tan alterados. Así como las políticas de Metternich llevaron al desastre para las fuerzas conservadoras a nivel mundial que ocurrió en 1848, los herederos de Peel temen (y esperan) que las políticas de Bush harán lo mismo, y peor. Y que el desastre está en el horizonte. Tal vez, algún día en el futuro, habrá un Armagedón entre la derecha y la izquierda. Pero en el presente inmediato, vamos por una puja entre la fracción Metternich y la fracción Peel de las fuerzas de la centro derecha. La fracción Metternich piensa que está en juego el orden mundial. La fracción Peel piensa que lo que está en juego es la sobrevivencia del sistema capitalista”.39
Aunque desde un punto de vista general, es posible pensar otras perspectivas, como sería un crack económico de consecuencias iguales o peores que en los ’30, o la exacerbación de las disputas entre las grandes potencias con el desarrollo de algún conflicto militar interestatal en alguna zona del planeta, es interesante notar que los sectores más lúcidos de la burguesía temen eventualmente una respuesta del movimiento de masas.
Visto desde una perspectiva más histórica la situación actual es inédita en lo que respecta a los dos contendientes fundamentales: el proletariado y la burguesía mundial. El movimiento obrero y de masas después de las traiciones de sus direcciones a lo largo del siglo XX y de la carga que significa el fracaso del “socialismo en un solo país” para el ideal comunista, sufre una crisis política de dirección y de proyecto estratégico de proporciones. Pero sin embargo, la situación tampoco es favorable históricamente para la burguesía. La declinación de los Estados Unidos como potencia hegemónica es acompañada por la emergencia de bloques imperialistas incipientemente antagónicos, que poseen una enorme debilidad estructural, como muestra lo tortuoso del proceso de construcción europea, como fuerza contrarrestante a Estados Unidos. ¡Qué distinto de las reservas que aún contaba el sistema imperialista mundial hace menos de cien años, en la primera mitad del siglo XX, que vio emerger en forma furibunda esa explosión del imperialismo norteamericano en reemplazo de la hegemonía británica!
Estos dos elementos, la debilidad por distintos motivos de las dos clases fundamentales en conflicto, otorgan a la situación mundial la impresión de que nada se está moviendo, a pesar de todos los cambios que hay en la superficie. Pero los márgenes de maniobra se están acortando. Apostamos y luchamos para que la clase obrera, en los próximos años, saque partido de la situación y aproveche la creciente división del enemigo, para obtener algún triunfo revolucionario que le permita debilitar cualitativamente la dominación imperialista.
julio de 2003


NOTAS

1 Charles Krauthammer, “The Unipolar Moment Revisited”, National Interest, Nº 70 (invierno de 2003).
2 National Security Outlook, 1/5/2003. Donnelly es miembro del AEI y fue director ejecutivo del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano entre 1999 y 2002.
3 Gary Scmitt y Tom Donnelly del neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, enero de 2002.Citado por William K. Tabb en “After Neoliberalism?”, Monthly Review, vol. 22, Nº 2, junio 2003.
4 Henry Kissinger, La diplomacia,1994, Fondo de Cultuta Económica.
5 Idem.
6 Discurso ofrecido en Singapur el 1º de junio de 2002.
7 National Security Outlook,1/5/2003.
8 “Rolling Back the 20th Century”, The Nation, 12/05/2003.
9 Idem.
10 Con respecto a este último punto la revista citada plantea: “a pesar de que los sindicatos han perdido considerable influencia, siguen siendo un obstáculo importante para alcanzar la visión de la derecha. Los sindicatos de empleados públicos son oponentes formidables en temas como la privatización y los vouchers de las escuelas. Aún los declinantes sindicatos industriales tienen los recursos para movilizar una significativa fuerza en política. Sobre todo, el movimiento obrero encarna el instrumento progresivo de poder, (...) La movilización de ciudadanos en nombre de demandas sociales amplias son contrarias a la visión de la derecha de individuos autónomos, a cargo de sus propios asuntos y actuando solos. Los sindicatos podrían estar retrocediendo (...) Se podrían ver mucho más debilitados, si los fondos de pensión, una importante fuente del poder sindical son privatizados”.
11 Estos grandes hombres de negocios amasaron fortunas considerables y fundaron “imperios” empresariales, muchos de los cuales se consolidaron con el tiempo y muchos sobreviven. Los más conocidos son Cornelius y William Vanderbilt, Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, J. P. Morgan, etc.
12 En esta época donde no existía la seguridad social brindada por el estado, la filantropía era una práctica que justificaba las “buenas obras” de los hombres ricos. En un libro que estudia esta época se dice: “la filantropía debe en principio acreditar el mito de la generosidad y de la alta moral de las clases dirigentes (...)” Pero la filantropía no significa hacer el bien de cualquier modo. Carnagie no dejó de poner las riquezas en guardia contra el peligro de una filantropía impudente: uno de los obstáculos más serios al progreso de nuestra raza es la caridad hecha sin discernimiento. Sería preferible para la humanidad, que los millones de los ricos fueran arrojados al mar, en vez de servir para alentar a los perezosos, a los borrachos, a los indignos. Y fue la teoría del self-help, inspirada en la religión puritana, la que desarrolló Carnegie: “El punto importante, en cuanto a caridad, es ayudar a aquellos que quieren ayudarse (...) Así, los filántropos de la época buscaron, sobre todo, inculcar a los desheredados el respeto de los valores consagrados, el amor al trabajo, el sentido de la economía, el espíritu de resignación y la moral convencional de las virtudes. La filantropía reforzaba la dependencia de los pobres y sus sentimiento de obligación y reconocimiento hacia los ricos”. Marianne Debouzy, El capitalismo salvaje en Estados Unidos.
13 Reagan asumió la presidencia en 1980 luego de la crisis estructural en que cayó la economía norteamericana en la década del setenta, al fin del “ciclo virtuoso” del boom de la post guerra.
14 Este cambio en la configuración de la clase dominante y en la función del aparato estatal se extendió en todos los países donde se impuso la ofensiva “neoliberal”, en particular en los países de la periferia capitalista. En el caso de América latina ésta implicó la conformación y hegemonía de un nuevo sector del capital financiero autóctono, que como socio menor del capital imperialista, participó de la expoliación del país mediante su rol como acreedor de la deuda soberana y del desguace y privatización de los activos del estado.
15 The Nation, 12/05/2003.
16 “El americanismo y el fordismo –sostiene Gramsci– derivan de la necesidad inmanente de llegar a la organización de una economía planificada (...) el paso del viejo individualismo económico a la economía planificada”. Y plantea que EE.UU “para racionalizar la producción y el trabajo, combinó hábilmente la fuerza (destrucción del sindicalismo obrero de base territorial) [sindicatos de oficio, N. d. R.] con la persuasión (altos salarios, diversos beneficios sociales, propaganda ideológica y política muy hábil); se logró así hacer girar toda la vida del país alrededor de la producción. La hegemonía nace en la fábrica y para ejercerse sólo tiene necesidad de una mínima cantidad de intermediarios profesionales de la política y la ideología”.
17 Esto lo demuestra en forma categórica un reciente artículo del importante analista William Pfaff. Este comenta un trabajo del Center for Strategic and International Studies de Washington, firmado por dos ex secretarios de estado demócratas, Madeleine Albright y Warren Christopher, así como también por Zbigniew Brzezinski, y otros miembros del gabinete o líderes del congreso de antiguas administraciones demócratas y por veteranos republicanos de las administraciones de Ronald Reagan y de la primera administración Bush. Dicho trabajo sugiere “que los observadores de los Estados Unidos sean parte de las actuales deliberaciones constitucionales europeas. Pide que funcionarios del gobierno norteamericano tengan un rol en los encuentros del Consejo Europeo (donde las decisiones de la CE son tomadas). Pide una unificación europea dentro de una estructura formal trasatlántica de tal manera de hacer a la CE al equivalente político de la OTAN. Alerta contra el gasto europeo en defensa y las medidas militares que podrían significar un desafío a la predominancia militar norteamericana. En síntesis, pide que la Unión Europea sea subordinada a los Estados Unidos. Esto ya se había planteado antes, pero, para los europeos estaba asociado con la administración Bush. Esta declaración fue importante porque demostró que no es simplemente la política de la administración Bush, sino de la mayoría de la comunidad política del “establishment” en los Estados Unidos, tanto demócrata como republicano”. William Pfaff, “The trans-Atlantic dispute simmers”, International Herald Tribune, 26-6-2003.
18 Martin Wolf, Financial Times, 8-7-2003.
19 Joseph Nye, “Ill–Suited for Empire”, The Washington Post, 25-05-03. Joseph Nye es el principal teórico imperialista del llamado “soft power” opuesto a las doctrinas en boga que enfatizan el poder militar o “hard power”.
20 Howard Dean es un ex gobernador de Vermont. Algunos diarios comentan lo siguiente sobre su campaña electoral: “Cuando comenzó la campaña electoral un año atrás, la mayoría en Washington lo trataba como un candidato principiante: posiblemente sólo el destinatario de buena cantidad de bromas. El primer eslabón pertenece a los senadores y al lider de la minoría en la Cámara de Representantes, no para un ex gobernador de un estado que ocupa el número cuarenta y nueve del ranking en población. Pero rápidamente se fue haciendo claro que el señor Dean era diferente. Su descarado mensaje económico populista, su oposición a la guerra de Irak, su aversión a todos los aspectos de la administración Bush y su profunda convicción de que el Partido Demócrata estaba perdiendo su curso, tuvieron un efecto galvanizador en el núcleo duro de partidarios que se interesa en la política presidencial dos años antes de la elección”. Washington Times, 8-7-2003. Su ascenso se ha traducido en que es hoy el candidato demócrata que ha reunido más fondos para su campaña.
21 Martin Wolf, Financial Times. 8-7-2003.
22 Ivo H. Daalder, “The End of Atlanticism”, The Brookings Institution, 16-5-2003.
23 Se refiere a Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo.
24 Christoph Bertram, “Germany will not becomen America´s vassal”, Financial Times, 27-05-2003.
25 Mandel, Ernest, El capitalismo tardío, 1ra. edición, 1972.
26 Quentin Peel, Financial Times.
27 En el agro a pesar de los cambios del régimen de propiedad, la producción se mantiene estancada. El New York Times del 29-6-2003, señala que “gigantescas extensiones de tierras de cultivo siguen abandonadas y Rusia importa cerca del 40% de sus alimentos”.
28 Mayor incluso a lo que nosotros mismos habíamos esperado en un artículo que escribimos al inicio de su mandato, debido al rol acelerador que preveíamos podía jugar la guerra de Chechenia. La lucha de Rusia en esta región que ya lleva mas de tres años y medio ha sido desgastante, a la vez que desmoralizante para las alicaídas ambiciones imperiales chauvinistas gran rusas. Sin embargo, sus consecuencias lejos de haber actuado como acelerador a nivel nacional de la crisis del régimen de Putin, se han cronificado.
29 Según el estudio del Banco de Inversiones Brunswick UBS citado por el New York Times del 29-6-2003, ocho conglomerados controlan el 85% de las 64 mayores empresas privatizadas. La misma nota dice que aunque en los últimos años hay una apariencia de normalidad, “bajo la superficie”, el mundo de los negocios rusos sigue profundamente enraizado en el crimen organizado.
30 En esta nota no discutimos la factibilidad de que China pueda seguir manteniendo el excepcional ritmo de crecimiento de las pasadas décadas, algo muy cuestionable. Tampoco analizamos la posibilidad de que el enorme desarrollo desigual y combinado y las fuertes contradicciones económicas, sociales y políticas que la actual transición está engendrando pueden cristalizar en cualquier momento, como fue el caso de Tian an Men en 1989, un proceso revolucionario derrotado que recuerda la supresión de la revolución rusa de 1905 por Stolypin, que combinó un endurecimiento del control político con la liberalización económica. Este estudio será motivo de otro trabajo.
31 John J. Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics, 2001.
32 Repetimos, cuyo tono ha bajado durante la reciente guerra de Irak pero sigue estando bien presente en los círculos neoconservadores que hoy dictan la política de los Estados Unidos, como demuestra la elección de un reconocido halcón como encargado de los asuntos asiáticos del Departamento de Defensa dirigido por Rumsfeld.
33 Como demuestra su intervención en Vietnam o Corea en el primer caso, o su apoyo a los golpes de Estado en América latina durante los ’70 y al apoyo a la contrainsurgencia en América central durante los ’80, para nombrar sólo algunos casos.
34 Parte de lo limitado del distanciamiento a los Estados Unidos de las burguesías nacionales de las dos áreas centrales de la periferia, esto es de América Latina como del Sudeste Asiático, podría deberse además del carácter estructural de las clases dominantes de estos países, a la falta de un polo imperialista alternativo sobre el cual apoyarse como contrapeso. En el caso de Sud América, los imperialismos europeos que tienen intereses económicos en la región hegemonizada por el imperialismo norteamericano, están absorbidos por el complejo proceso de integración europea. En el caso del Sudeste de Asia, el candidato natural a un bloque antihegemónico, Japón, sigue en gran medida bajo la órbita económica y de seguridad de los Estados Unidos frente a su crisis interna y la necesidad de seguir exportando al mercado norteamericano y los temores de la “amenaza China”.
35 Aunque en otro continente, la misma realidad está presente en Corea del Sur frente a la oleada de huelgas contra el gobierno “progresista” del presidente Roh Moo-hyon, un antiguo abogado sindical, que han conmovido a este país en las últimas semanas. El punto más alto fue la paralización del país por los ferroviarios a la que el gobierno respondió con medidas represivas contra los huelguistas, los estudiantes universitarios que se solidarizaron y la detención de 1400 miembros del sindicato. A pesar de la determinación y militancia del movimiento obrero coreano, la dirección de la KCTU levantó esta huelga frente a la amenaza de despidos a los trabajadores en huelga llevando a una importante derrota que ha fortalecido a la patronal.
36 Toni Negri sin autocriticarse de su pasada adscripción a la tesis de Imperio, señala correctamente en su trabajo La fractura del orden global, la división entre las naciones imperialistas, que según sus palabras se fracturan en “un eje horizontal” de “naciones aristocráticas” para distinguirlo de la fractura del “eje vertical”, esto es “entre quienes mandan y quienes obedecen, entre quienes explotan y quienes son pobres y explotados” que se desarrolló después de Seattle. Desechando su política oportunista de “coincidencia de intereses entre la aristocracia y los movimientos”, tanto en el terreno de la construcción europea como en América latina, “alrededor de la iniciativa del gobierno brasileño de Lula y coincidentemente con las indicaciones tendientes a resolver la guerra civil Argentina”, señala más adelante en forma sugestiva que “Hoy la nueva fractura mundial ofrece al movimiento una condición excepcional. Desde 1948, desde hace más de cincuenta años, las fuerzas revolucionarias, las multitudes, no han tenido la posibilidad de reabrir el juego político en forma mundial, de escoger no una táctica de supervivencia sino una estrategia de transformación radical y de democracia absoluta. Hoy, por todas partes, están dadas algunas condiciones decisivas. La nueva fractura política, por aquellas razones intempestivas que el proceso de la lucha de liberación está acostumbrado a considerar, podría revelarse como una gran ocasión. El golpe de estado de George W. Bush sobre el Imperio ha desconcertado profundamente a la máquina de dominación capitalista y, con toda probabilidad, los movimientos no son ajenos al hecho de que el cerebro capitalista se haya vuelto loco (...) El problema ya no será en el mediano plazo disfrutar de la fractura desde el punto de vista del movimiento sino, a partir de esto, y sólo de él, construir el porvenir”.
37 León Trotsky, La internacional comunista después de Lenin.
38 No todas las fuerzas del orden coincidían con Metternich. En Inglaterra, lenta pero efectivamente, Sir Robert Peel, dirigió a los tories hacia un camino de oportunas y limitadas concesiones, como el Acta de Reforma de 1832. La Reforma Electoral de 1832 y la abolición de los derechos de los trigos de 1846 tuvieron por causa principal el pronunciado desarrollo de la burguesía industrial y comercial, así como su desarrollo en la actividad política. Destacada por la Revolución Industrial del siglo XVIII, la burguesía inglesa empeñó una lucha sistemática contra los latifundistas (los tories), con el fin de ejercer ella sola la dominación política y económica. La reformas de 1832 fueron los resultados de esta acción.
39 Comentario Nº 114, 1-6-2003. A pesar de lo sugerente de la identificación entre Metternich y los neoconservadores, como toda analogía histórica tiene sus límites. El peligro reside en que pude justificar una política de “revolución democrática universal” contra el Metternich “moderno”, Bush, una Primavera de los Pueblos como en 1848, buscando como aliados a los igualmente imperialistas y reaccionarios gobiernos europeos. Este fue el planteo de George Monbiott, periodista inglés y una de la principales figuras del movimiento anticapitalista, en un artículo publicado en The Guardian en Abril del 2003.

 

 

   

 

   
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