En
el anterior número de Estrategia Internacional de
enero de 2003, polemizando con el artículo Fuerza
y Consenso de Perry Anderson, sosteníamos que éste
minimizaba las divergencias entre Europa y Estados Unidos
y que sólo planteaba la perspectiva de una victoria
rápida en Irak que restableciera fácilmente
el equilibrio inestable de la década pasada, y en
la cual las divergencias interimperialistas se fueran absorbiendo.
El escenario que se ha dado luego de la invasión
norteamericana ha sido mucho más complicado que lo
esperado por Anderson. Efectivamente Estados Unidos ha tenido
una sorprendente victoria militar. Sin embargo, a pesar
de este éxito no ha logrado establecer una “pax
americana”. Por el contrario, la prolongación
de la crisis económica, la profundización
del curso neoimperialista de su política exterior
y las fuertes resistencias que el mismo despierta, en especial
una guerra de guerrillas contra las fuerzas de ocupación
y la reemergencia de las divisiones interimperialistas como
un dato duradero de la realidad internacional, quizás
estarían indicando que estemos entrando en una nueva
etapa histórica donde el dominio norteamericano se
vea sometido a un fuerte cuestionamiento.
Sobre
estas cuestiones dedicamos toda la primera parte de esta
revista, que hemos denominado “El mundo
después de Irak”, ya que es efectivamente
allí, en este país de Medio Oriente donde
en lo inmediato se está jugando el destino del nuevo
curso norteamericano y el carácter de la situación
internacional en el próximo periodo.
Estados Unidos invadió Irak no como un fin en sí
mismo, sino como plataforma para proyectar su dominio a
nivel regional y como base para redefinir y redistribuir
el poder mundial en beneficio propio y en detrimento de
sus competidores imperialistas y de las burguesías
semicoloniales. Su objetivo era demostrar un poderío
ilimitado. El inicio de la resistencia guerrillera y el
caos que aún reina en Irak va decididamente en contra
de esa percepción. Los costos humanos y económicos
de la ocupación crecen al calor de los días
con decenas de soldados norteamericanos muertos desde la
caída del régimen de Saddam además
varios actos de sabotaje contra la infraestructura del país
que han causado destrozos, especialmente en oleoductos y
plantas de refinación de petróleo (de acuerdo
con los estudios realizados por consultoras que trabajan
en territorio iraquí, se requiere un fuerte flujo
de inversiones durante una década para reconstruir
la infraestructura petrolera del país). En este marco,
los recientes atentados a la sede de la ONU en Bagdad y
la mezquita de Nayaf ilustran el fracaso de los Estados
Unidos en “pacificar” el país, cuestión
que lo compele a redefinir una estrategia que evite que
la situación se le vaya de las manos. A esto se agrega
en el plano regional y profundamente ligado al frente iraquí,
la crisis prácticamente terminal de la “hoja
de ruta” impulsada por Bush para poner fin al conflicto
palestino-israelí, dando origen a una nueva ronda
de ataques y contraataques entre las fuerzas israelíes
y los combatientes palestinos, elemento que ha caracterizado
a la actual Intifada desde su inicio hace ya más
de tres años.
Saliendo de la coyuntura y mirándolo desde un punto
de vista más estratégico estos fuertes obstáculos
en el intento norteamericano de redefinir el mapa político
regional plantean la posibilidad de que su intervención
ofensiva en esta zona clave de la periferia del sistema
internacional se transforme en su contrario. Es esto lo
que plantearía un salto en la lucha del genuino movimiento
de liberación nacional palestino o, más decididamente,
que la actual resistencia en Irak se multiplique y extienda
su base social no sólo en las áreas sunnitas
sino al conjunto del país. Si esta última
variante se desarrollara y las fuerzas de ocupación
anglo-norteamericanas deban ceder posiciones en el control
del país o en el peor de los casos se vean obligados
a retirarse, la posición internacional de los Estados
Unidos y, en cierta medida, del orden imperialista en su
conjunto, se deteriorarían fuertemente. Esto prueba
que lo que Washington apuesta en Irak no es trivial. Es
que a diferencia de Vietnam donde la derrota militar norteamericana
tuvo un carácter táctico y pudo ser absorbida
en los marcos del orden mundial de posguerra, la actual
apuesta guerrerista de la Casa Blanca se da en un contexto
internacional enteramente distinto, caracterizado por la
crisis de ese orden o la ausencia lisa y llana del mismo.
De ahí la importancia de lo que está en juego
en Irak.
También
es mucho lo que se juega en América latina frente
al avance de la presión imperialista y de las fuerzas
procapitalistas en Cuba, la única
revolución socialista triunfante en el continente.
Allí las reformas de la burocracia castrista luego
del fin de los subsidios de la ex URSS a comienzos de los
noventa, han ido creando fuerzas sociales que amenazan el
destino de la revolución cubana. Más aún
y por primera vez en décadas, el imperialismo norteamericano
y los imperialismos europeos, en especial el español,
presionan conjuntamente a Castro para que éste realice
reformas democráticas y económicas en la isla,
que de implementarse significarían el colapso del
estado obrero cubano. Un triunfo de la restauración
capitalista en Cuba sería un golpe para toda la vanguardia
y las masas en América latina. Hay que ser ciego
para no ver estos peligros y no preparase y preparar a las
masas para rechazar y luchar contra esta perspectiva. Por
eso dedicamos un extenso dossier a examinar la actual encrucijada
de Cuba, analizando a su vez la génesis de la revolución
cubana a la luz de la teoría de la revolución
permanente.
En
la sección sobre América latina
dedicamos dos artículos a evaluar los primeros meses
de dos de los más importantes nuevos gobiernos que
buscan preservar o restaurar el régimen de dominio
capitalista en sus respectivos países frente al fracaso
de las reformas neoliberales. Nos referimos al gobierno
de Lula en Brasil y al gobierno de Kirchner en Argentina.
El primero ha decidido continuar con la política
neoliberal, lo que ha llevado a importantes divisiones y
convulsiones al interior de la misma burguesía brasileña
y entre la base social histórica del Partido de Trabajadores,
cuyos primeros meses de gobierno han significado un rápido
desenmascaramiento del carácter reformista y proburgués
de este partido. El segundo, ha optado por una serie de
reformas gatopardistas en el régimen, mientras busca
tiempo para lidiar con los grandes problemas económicos
y sociales heredados de la catástrofe económica
del año pasado, buscando fortalecer su base de sustentación
interna con el fin de clausurar la situación abierta
en la Argentina con las jornadas revolucionarias de diciembre
de 2001. Por el peso de ambos países en América
del Sur, la suerte de estos gobiernos y sus políticas
de desvío es esencial para determinar el curso que
adopta el conjunto de la región.
Cierra
la revista la sección Teoría y Cultura.
Sobre la base de la lectura del libro recientemente publicado
en español Contingencia, Hegemonía, Universalidad.
Diálogos contemporáneos en la izquierda que
reúne el intercambio intelectual entre Judith Butler,
Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, presentamos algunas reflexiones
sobre la importante cuestión de la subjetividad desde
una óptica revolucionaria. Esta contribución
cuestiona el horizonte –que actualizó el postmodernismo-
que la única perspectiva posible para los movimientos
sociales es la democratización de las relaciones
capitalistas existentes. Por último presentamos El
legado de Christopher Hill, un trabajo de Brian Manning
publicado originalmente en la revista International Socialism
de la corriente International Socialist Tendency, a la que
agradecemos su autorización para la publicación
en este número. Hill, un importante historiador marxista
británico, quién falleció a principios
de este año contribuyó con sus investigaciones
a desentrañar el carácter y los actores de
la revolución inglesa del siglo XVII.
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