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En Bagdad cavan trincheras y esperan una lluvia de bombas
Autor: Gustavo Sierra. BAGDAD. ENVIADO ESPECIAL.
Fuente: Clarín
Fecha: 11/03/2003

Título Original:

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Los iraquíes intentan llevar una vida normal, pero hacen apuestas sobre cuándo será el ataque de EE.UU. El enviado de Clarín recorrió la ciudad y habló con la gente, que se prepara para la guerra.

A Bagdad le quedan muy pocas señales de su esplendor de Las Mil y Una Noches. Apenas los minaretes de las innumerables mezquitas, el Tigris que sigue transcurriendo calmo y marrón como cuando el hombre se estableció en la Mesopotamia para comenzar la Historia y unos pocos personajes que andan por la calle vestidos como cuando el califa Abu Yafaar al Mansur fundó la ciudad en el año 762. El resto es una urbe común árabe, muy contaminada, con un tránsito infernal y un aspecto gris. Lo único fuera de lugar, lo increíble, es que estos cinco millones de iraquíes continúen con una vida totalmente normal mientras pende sobre sus cabezas la amenaza de una lluvia de 3.000 bombas.

La inminencia de un ataque estadounidense sólo se podía percibir ayer en un discreto desplazamiento de soldados artillados detrás de una pila de bolsas de arena en algunas esquinas clave y en los cientos de periodistas que provocan embotellamientos frente al Ministerio de Informaciones, el único lugar donde está permitido escribir o enviar las notas a las redacciones.

En el resto, todo sigue como en los últimos 20 años, cuando Saddam Hussein tomó el poder que ya mantenía desde hacía tiempo detrás del trono. Policías, espías y agentes de todo tipo, forma y medida en cada cuadra, esquina, mezquita, barrio, edificio de departamentos, calles, avenidas y, probablemente, por debajo de las alcantarillas. Y por encima de todos ellos la presencia imponente de "el jefe", como llaman todos aquí a Saddam.

Su figura se ve en todos lados, en cada edificio público y privado, en el interior de las casas, en los pasillos de los hoteles. Aparece vestido con toga y balanza de la Justicia frente a los juzgados; con una olla de comida en el Ministerio de Planificación; en una foto en blanco y negro y muy joven ante las escuelas; con "egal", el tradicional pañuelo árabe, ante las mezquitas; a caballo y con sable en mano en la puerta de los cuarteles; con traje típico de gala frente a los centros culturales.

En la calle más concurrida y antigua del centro viejo de Bagdad también aparece Saddam, pero esta vez en pancartas en las que los trabajadores del sindicato de feriantes le agradecen su apoyo o en otras en las que se insulta a los estadounidenses.

En la plaza Midán, mientras muchos realizan uno de los cinco rezos que todos los musulmanes deben observar cada día de su vida, otros pasean sin mucho cuidado. Este es el país menos religioso y más secular de Oriente Medio.

"No tenemos miedo, Alá es grande y nos protege", recita ante este corresponsal Abdul Karim Shaker, un profesor retirado de árabe que se dispone a tomar un té verde con hojas de menta, tras levantarse después de rezar cinco minutos de rodillas junto a la mesa del café Hasan Ajmi. "Ya estamos acostumbrados a la guerra. Estamos en guerra desde hace muchos años. Cuando nos llegue nuestro destino, nos llegará", dice Abdul en forma parsimoniosa mientras sus ojos enrojecidos miran por sobre el ventanal que da a la calle Motanabi.

Un joven que se queda escuchando la conversación dice que sólo tuvo miedo antes del primer ataque de la guerra del Golfo en el 91.

"Ya sabemos cómo es la guerra de los americanos. No tenemos miedo. Vivimos bajo las amenazas de Washington desde entonces. Ahora, todo es parte de nuestra vida", explica Mohssan, un hombre de unos 30 años que dice ser vendedor del zoco, el mercado árabe que se abre en la parte oriental del Tigris, entre dos de los 13 puentes que lo cruzan.

Los que parecen tener más fe que ningún otro en este país son los que siguen construyendo edificios y mezquitas a todo trapo, sin pensar que en unos pocos días más un misil va a terminar en una décima de segundo con todo su trabajo. La obra más acelerada parece ser la de la gigantesca mezquita de Saddam, en el barrio de Mansur. El líder hizo construir ocho de estas grandes mezquitas en los últimos años.

Otros también construyen, pero hacia abajo. Son los que están cavando refugios en los patios y jardines de sus casas. Un chofer de un taxi —aquí cualquiera que tenga un auto más o menos pasable se convierte en taxista para hacerse de unos dinares, la moneda iraquí— dijo a este enviado que todos saben que esos refugios improvisados no servirán de nada ante una bomba de 500 kilos lanzada por un B-52. Pero que lo hacen porque algún jefe del partido oficialista, el Baaz, lo ordenó.

Lo mismo ocurre con los que están cavando unas trincheras muy improvisadas en algunos lugares alrededor de edificios públicos. Pero todo se hace con resignación. Los pobres saben que tendrán que resistir en sus casas y los ricos se preparan para salir hacia algún país vecino.

Por ahora, la única precaución que toman es la de almacenar algunos litros de gasolina. Mientras, tratan de hacer algún negocito extra para ganar los dinares que pueden ser la línea divisoria entre vida y muerte en caso de una guerra prolongada y una invasión. El dinar pierde valor a pasos acelerados. En noviembre pagaban en el mercado negro 1.900 dinares por dólar. Hoy lo están cambiando a 2.600. En los bancos oficiales siguen a precios de principios de 2002: 1.800 dinares por dólar.

Los que están haciendo el gran negocio son los "vendebaratijas" del zoco, que están comprando a precio vil objetos de arte y muebles que vende la clase media para hacerse de dinero fresco.

Los funcionarios del régimen hacen su ganancia gracias a los cientos de periodistas que aún llegan cada día al modernísimo aeropuerto Saddam Hussein, inaugurado hace dos años, después de que las bombas estadounidenses destruyeran el anterior.

Para ingresar al país una computadora portátil, por ejemplo, hay que pagar entre 50 y 100 dólares, dependiendo de la nacionalidad, la gracia o la voluntad. Un teléfono satelita, puede ir desde 100 dólares de coima hasta 150 por día de uso. Todo, más los dólares que hay que repartir entre el resto de los guardias.

En esta ciudad, el único entretenimiento generalizado es el de adivinar cuándo van a empezar a caer las bombas.

Aquí se especula con tres opciones. La primera es que ante un fracaso de la resolución que presentarán Gran Bretaña y Estados Unidos en las Naciones Unidas, Bush ordene el ataque de inmediato. La segunda es que se apruebe la resolución, y en ese caso todo pasaría a las 12 de la noche del lunes 17. La tercera es que Bush se avenga a esperar un poco más porque le conviene para que las tropas se estacionen en Turquía y asegurar el frente norte. En ese caso, todo podría pasar para el 28 de marzo.

"Estamos a la expectativa. Dependiendo de estos acontecimientos organizaremos la salida o no", explica a Clarín el embajador de Venezuela, Jorge Rondón, que es uno de los organizadores de la posible evacuación del cuerpo diplomático a través de la frontera con Jordania.

Esa es la misma actitud del resto de los cinco millones de habitantes de esta ciudad. Todos en expectativa. Esperando la lluvia de muerte prometida desde la Tierra por Bush, y la esperanza divina que tanto imploran al Cielo por sobre la ciudad misteriosa de Las Mil y Una Noches.

 

 

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